Su fama de hábil costurera se acrecienta cada día en el ambiente de la aristocracia habanera. Termina a medianoche el traje del matancero Guillermo del Toro, quien vendrá temprano a recogerlo y probablemente le solicite otro trabajo. Las visitas son más frecuentes y la joven asturiana Pilar Somohano espera, en cualquier momento, una declaración de amor. Y así sucedió.
Nació en la villa de Infiesto, provincia de Oviedo, el 13 de octubre de 1860 y había llegado a La Habana en 1881, como pasajera del vapor Madrid, acompañada de un hermano. Medio siglo después, Pilar confesaba al periodista Octavio de la Suarée acerca de sus inicios en la capital cubana:
En casa de mi tío, don Vicente Foy conocí y traté a toda la brillante muchachada del 85. De nuestra tertulia familiar salieron generales, magistrados, políticos y doctores; también heroínas, patriotas y grandes damas que se destacaron por sus virtudes o su hermosura. La sociedad y el hogar monopolizaron la razón de mi existencia.
Pilar llegó a ser tan independiente que su estatus de empresaria escandalizó. Era una condición excepcional en la época. En 1889 el Diario de la Marina anunciaba que tenía un gran taller de modista y corsetera, ella y su compañía; o sea, había creado una sociedad mercantil, en la calle Bernaza 13, entre Obispo y Obrapía.
Inicios como hostelera
Con Guillermo del Toro formó un matrimonio tenaz y emprendedor. Unieron el dinero ahorrado para comenzar juntos el primer negocio. Alquilaron una casona, propiedad del Conde O’Reilly, situada en la calle Obrapía, número 14. En la parte baja abrieron un café y arrendaron el resto del local. Arriba, a la Intendencia Militar; al lado, a la sastrería El Pasiego y al fondo a unos comerciantes. El sueño de Pilar era poseer un hotel, pero tuvo que aplazarlo un tiempo porque no encontró casas disponibles. En tanto, trasladaron el café a Inquisidor y Luz y luego a Galiano 42.
Emilio Presas, viejo amigo, conocía de los planes del matrimonio y apenas se enteró que el hotel Telégrafo había cerrado por quiebra, les avisó. Por mediación del banquero Juan Bances obtuvieron un préstamo y arrendaron el edificio, en Prado y Neptuno. Algunas fuentes aseguran que lo compraron en 1895, a la Sociedad de González y Giralt; he constatado, en el Diario de la Marina, que fue subastado el 10 de julio de 1894.
La noticia alarmó a la sociedad machista, pues Pilar, como expresara Octavio de la Suarée:
(…) retando la tradición y la rutina, reclamó para la mujer un lugar en la lucha por la vida y compartió con el que le tocara por esposo, las obligaciones de una gran empresa (…) Señorona hubo que pasó adrede por el Parque Central para verla dirigir personalmente su negocio, con tanta dignidad como gracia”. Hasta los jóvenes progresistas que frecuentaban la Acera de Louvre se escandalizaron: “Las damas, ¿sabe usted?, no trabajan así en Cuba. No hay que fatigarse tanto. Eso es cosa de hombres”.
Las quejas llegaron a la máxima personalidad de la Iglesia Católica y al despacho del Capitán General del Gobierno español en la isla.
Por suerte, nada pudo rendir su voluntad; todo fue en vano contra su coraje. Y yo recuerdo bien que, en más de una ocasión, cuando algún incapaz, vencido o poco perseverante, exponía en casa su derrota en el comercio, mi abuelo le increpaba de esta manera: —¡Parece mentira que usted se amilane por tan poca cosa! ¡La caída se ha hecho para levantarse ¡Aprenda con doña Pilar, compadre!
Pilar y Guillermo continuaron posicionando el hotel, hasta convertirlo en uno de los mejores de La Habana después de finalizada la guerra. La afluencia de estadounidenses al país, durante el período de ocupación militar, 1899-1902, y de altos oficiales del Ejército Libertador, aumentó el nivel ocupacional. Asimismo, los servicios solicitados al restaurante por diversas asociaciones, en especial las de inmigrantes españoles.
Cuando se instauró la República, el 20 de mayo de 1902, el Telégrafo organizó numerosos banquetes para celebrar la fecha, contratados por el Ayuntamiento de La Habana, la Aduana, el Centro de Veteranos, el Casino Español, entre otros. Asistieron personalidades como el presidente Tomás Estrada Palma y el gobernador Leonardo Wood. Era tal la confianza en la profesionalidad de los propietarios, que las autoridades les encargaron el convite del día 21, en el Paseo del Prado, donde elaboraron la comida para 3 mil clientes, atendidos por 400 camareros “a golpe de timbre”.
El hecho de que Pilar hubiese colaborado con el Ejército Libertador mediante dinero, medicinas y alimentos durante la guerra, le ganó el afecto de los generales Máximo Gómez, José Miguel Gómez, Pedro Díaz, Faustino Pino Guerra y el coronel Manuel Sanguily, entre otros altos oficiales.
Cuando José Miguel Gómez fracasó en su intento de derrocar a Estrada Palma, en 1906, buscó refugio en varios hoteles habaneros. Todos lo rechazaron, solo Pilar se atrevió a alojarlo. El inmueble se convirtió en una especie de cuartel general del liberalismo. Según el testimonio de Pilar, gastó 260 mil pesos en la campaña electoral de José Miguel, 80 mil de ellos mediante una hipoteca sobre el hotel Campoamor. Hasta los dos autos y dos coches de la familia los puso a la orden del General “como el candidato estaba sin blanca y los banquetes y excursiones al interior, con trenes repletos de vituallas del Telégrafo, se sucedían sin parar, nuestra ruina fue completa”, recordaría años más tarde.
Luego, al ocupar la presidencia de la República, José Miguel Gómez usó una preciosa silla de madera, regalada por la asturiana y fabricada por un famoso ebanista, paisano de ella.
Los vínculos de Pilar con el poder sin duda le facilitaron concesiones de terrenos, arrendamientos, acceso a créditos bancarios y contratos de servicios para festejar actividades oficiales.

A finales de 1910 el hotel cerró para ser reformado. En noviembre fue constituida una sociedad anónima, con un capital de 350 mil pesos, presidida por Guillermo y Pilar, que incluyó a varios accionistas de reconocido prestigio en el ámbito financiero, como José Marimón Juliach y H. Upmann.
La remodelación, terminada en 1911, costó más de 50 mil dólares. El inmueble disponía de dos pisos dedicados a habitaciones y departamentos “amplios, claros y bien ventilados” con baños y servicios sanitarios, amueblados con lujo. Y buen servicio de ascensores. Tenía, además, el famoso café Helados de París que ofertaba, a principios de siglo, 17 sabores de helados, y un restaurante, especializado en fiambres, mariscos y cenas.
El Telégrafo fue vendido a Ángel Martínez y Eduardo Fuentes, se desconoce la fecha exacta de la transferencia, pero comprobé en la prensa de la época que en 1914 estos empresarios ya eran sus dueños.
Miramar

Pepín Somohano descendió feliz del vapor Alfonso XII, en el muelle del puerto de La Habana. Regresaba, en 1903, de España y había llegado a tiempo para la inauguración, el 12 de octubre, del hotel Miramar, en el malecón habanero, esquina a Prado.
Su hermana Pilar había encargado al arquitecto cubano José Toraya Sicre la edificación del inmueble. De dos plantas, en la primera —con un decorado elegantísimo, según la prensa— tenía un salón amplio, amueblado con mesas rectangulares, de madera preciosa. Allí estaba el restaurante y el café-bar.
Del blanco y artesonado techo se desprenden bombitas (sic) de luz que también se reparten por el friso y las columnas bañando aquel lugar durante las horas de la noche, en un ambiente de claridades astrales. Múltiples panneaux, encuadrados en las paredes que comunican al salón la delicadeza del arte. Es una galería modernista debida al pincel de Rodríguez Morey. Cada cuadro difiere en el tono y asunto. Los hay que representan las estaciones del año y también los hay que simbolizan el despertar del día y el reinado de la noche.
El salón, cerrado con cristales, tenía vistas hacia la avenida. La segunda planta tenía ocho habitaciones, de gran lujo “con todas las exigencias modernas, desconocidas muchas de ellas hasta ahora (…).
“Da acceso al hotel una escalera, con entrada independiente, a cuyo pie alza su brazo, sosteniendo roja y artística farola, una india de esculturales contornos,” describía un cronista del Diario de la Marina, en la edición del 12 de octubre.
Pronto se hizo costumbre ir a cenar al restaurante, para disfrutar la exquisita comida elaborada por chefs franceses, después de presenciar los espectáculos del siempre concurrido teatro Payret.
Refiere el colega Ciro Bianchi que “Contaba este hotel con un sistema de transporte mapificado a disposición de sus huéspedes; organizaba excursiones y paseos por la ciudad y sus alrededores y garantizaba a sus clientes el acceso a los baños de mar en los lugares habilitados para ello y que la extensión del Malecón iría desplazando. Las personas alojadas en el hotel tenían el privilegio de disfrutar desde sus balcones de los conciertos que la banda de música del Estado Mayor del Ejército ofrecía en la glorieta, situada frente a la instalación hotelera.”
El 30 de enero de 1906 el hotel fue vendido al empresario estadounidense W.F. Burbrige, en 50 mil pesos oro americano.

Quiso convertir una fortaleza en hotel “a todo tren”
Los proyectos de Pilar parecían no tener fin. El 21 de febrero de 1905 era recibida en Palacio por el presidente de la República, Tomás Estrada Palma, a quien le expuso su plan de alquilar el castillo de San Salvador de La Punta para establecer allí un hotel.
Estrada Palma sentía afecto por la asturiana. En el Telégrafo ella mantuvo hospedados mucho tiempo a dos empleados domésticos del mandatario, que él había traído desde Bayamo, probablemente ex esclavos de la familia.
Pilar le explicó que había presentado a la Cámaras la solicitud: “le comuniqué mis deseos de arrendar el Castillo de la Punta para instalar allí un hotel a todo tren, con club náutico, piscina, acuario, etc. y un costo superior a 500 mil pesos (…)”, relató la empresaria a Octavio de la Suarée.
El mandatario le aseguró que, si el Senado apoyaba sus pretensiones, él no se opondría. Pero estalló en agosto de 1906 un levantamiento armado contra el Gobierno y la negociación fue interrumpida.
Habana
La noche del 11 de noviembre de 1906, en la calle Industria, esquina a Barcelona, inauguraron este hotel. Para remodelar el inmueble el matrimonio invirtió más de 50 mil pesos, según nota publicada por El Fígaro. De cuatro pisos, a cada habitación le construyeron un baño e instalaron un ascensor en el edificio.
Comenzó a prestar servicios en momentos propicios, cuando la temporada de turismo estaba en alza. Así lo percibía un reportero de la revista ilustrada El Fígaro:
Los viajeros de los Estados Unidos que durante la estación invernal son nuestros huéspedes, y que más de una vez se han quejado de la falta de viviendas cómodas y sanas en esta capital, encontrarán ahora un hotel que responda a sus exigencias, tanto en lo que se refiere a limpieza, amplitud, servicio y facilidades, como por lo que dice relación a la buena mesa, a esa cocina cosmopolita que de tiempo atrás caracterizan a nuestros gastrónomos y que se ha ido modificando lentamente bajo la influencia extranjera.
Un corresponsal del New York Herald dejó para la historia esta breve descripción, publicada el 30 de diciembre de 1906.
El edificio tiene cuatro pisos, suelo de mosaico y mármol, bien ventilado y ocupa toda la manzana. Las doscientas habitaciones están amuebladas con gran lujo y casi todas tienen baños. Todas dan a un patio típico andaluz, cuajado de palmas, plantas y cómodos asientos, lugar encantador para el descanso. Las comidas se sirven en un restaurante espléndido a la americana, a la española, a la francesa, a la cubana o a la criolla.

Campoamor, un palacio en Cojímar
Charles Edward Magoon, Gobernador de Cuba durante la segunda ocupación estadounidense, y un nutrido grupo de figuras prominentes como los generales Juan Rius Rivera, Faustino Pino Guerra, Alejandro Rodríguez y Calixto García Vélez, junto a abogados, políticos, banqueros y otros integrantes de la aristocracia habanera, llegaron a Cojímar el 24 de marzo de 1907 para asistir a un almuerzo, invitados por “Pilar Somohano de Toro, la animosa astur, la única persona capaz de levantar en aquellos campos un palacio tan suntuoso y de llevar el nombre de nuestro gran poeta a aquellas salutíferas y frescas playas”, comentaba el periodista Anastasio Rivero, en el Diario de la Marina.
El Gobernador quedó tan admirado luego de recorrer el Campoamor, que reservó habitaciones para descansar allí algunos días a la semana. Para esta nueva aventura empresarial, Pilar y Guillermo adquirieron terrenos y la zona de los baños, en la playa. En octubre de 1905 comenzaron a construir el hotel, inaugurado el 9 de marzo de 1907, con capacidad para 300 clientes. Invirtieron 250 mil pesos. Con su nombre tributaban un homenaje al poeta español Ramón de Campoamor (1817-1901).
Un reportero del New York Herald le había augurado, en diciembre de 1906, un futuro halagüeño:
Hermosos jardines rodean al soberbio hotel y en sus terrenos hay Lawn tennis, automóviles, baños, atractivos, muelles, yates, buena pesca, y sobre todo un servicio excelente, que unido a su situación lo convertirán en punto favorito durante la temporada.
Para captar clientes los dueños del hotel organizaban excursiones que salían desde el Telégrafo, en automóviles y carruajes, a 50 centavos el viaje de ida y regreso, además conveniaron con Steinhart, director de la empresa Havana Electric R. R. Co., la salida diaria de un coche de motor del tranvía que iniciaba el viaje frente al Parque Central. Otros excursionistas preferían ir en barco, desde el muelle de Luz.
Las asociaciones españolas como el Club Covadonga, por ejemplo, respaldaban el emprendimiento de su paisana celebrando allí sus fiestas y almuerzos; igual hizo el Centro de Dependientes, el Aero Club de Cuba y otras instituciones habaneras integradas por figuras notables de la aristocracia. Asimismo, alojaba a artistas de renombre como los actores hispanos Fernando Díaz de Mendoza y María Guerrero. Y el presidente José Miguel Gómez, junto a su familia y altos funcionarios del Gobierno, más de una vez disfrutaron de los almuerzos del Campoamor.
A punto de cumplirse el pago de la hipoteca, durante el Gobierno de José Miguel Gómez, intentaron venderle el hotel para que fuera usado como Academia Militar, pero la propuesta no fructificó. Por suerte la deuda estaba en manos del banquero Claudio González de Mendoza con quien, al parecer, se logró algún arreglo, pues “se empeñó en mostrarme que yo tenía aún un amigo”, contó Pilar.
Durante el mandato de Mario García Menocal las negociaciones progresaron. Por decreto presidencial, el 3 de mayo de 1916 se aprobó la adquisición en 230 mil pesos mediante “hipoteca al interés anual del cinco por ciento, cantidad que podrá amortizarse con pagos parciales a medida que lo permitan los sobrantes que resulten de los créditos presupuestos o el Congreso autorice su inclusión en la Ley de Presupuestos”. Negocio redondo.
Se estableció allí un centro de salud, nombrado Martí, para enfermos de tuberculosis.
Manhattan

Este hotel fue inaugurado por Pilar y Guillermo el 4 de enero de 1910, con un banquete dedicado a la prensa, como ya era habitual cada vez que los empresarios abrían las puertas al público de un nuevo inmueble dedicado al hospedaje.
Situado en la esquina de la calzada de San Lázaro y Belascoaín, fue edificado por la empresa Purdy and Herderson. Nuevamente, el presidente José Miguel Gómez apoyó a los viejos amigos, así lo demuestra el banquete que allí disfrutó, organizado por sus secretarios de Despacho (ministros), el 27 de enero del mismo año. Y el mes siguiente su hija Petronila Gómez Arias se alojó los primeros días de su luna de miel con el Dr. Manuel Mencía. Otros festines, con frecuencia, celebraron los altos funcionarios del Gobierno. Garantizaban la publicidad con estos eventos, pues tuvieron amplia repercusión mediática. Las recetas del maestro de cocina italiano Aseglio Giovanni atraían al público.
Allí se hospedó, en febrero y marzo, el eminente catedrático Rafael Altamira y Crevea, humanista, historiador, americanista, pedagogo, jurista, crítico literario y escritor español. No conozco los términos en que se efectuó el negocio, pero sí investigué que en 1911 la Secretaría de Sanidad y Beneficencia, dirigida por el Dr. Manuel Suárez Varona, se había establecido en el inmueble, propósito anunciado desde septiembre del año anterior.
Los últimos años
No he podido precisar cuándo murió Guillermo del Toro, pero ya en 1918 la prensa, al mencionar a Pilar, refería que era viuda.
Durante los últimos años de su agitada vida ella viajó con frecuencia a Europa y Estados Unidos. Pasaba largas temporadas en Barcelona, España, donde vivía su hija María Pilar, y al volver a Cuba residía en el hotel Inglaterra.
Regresó definitivamente a La Habana en 1937, en tiempos de la guerra civil que azotaba a su país natal, de donde escapó milagrosamente, luego de muchas vicisitudes. Su hogar estaba en el sexto piso, de un edificio que se hallaba en la Calle Concordia.
La última noticia que leí sobre la emprendedora asturiana la publicó, en marzo de 1947, el historiador y arquitecto Luis Bay Sevilla en un artículo que divulgó el Diario de la Marina:
Doña Pilar, a quien hemos tenido el placer de saludar hace pocos días, cuenta en la actualidad 88 años de edad, y se encuentra en magnífico estado de salud, fuerte, saludable y feliz, viviendo rodeada de su hija, nietos y biznietos, confiada, y así también lo deseamos nosotros, en que pueda besar a los tataranietos. Sería preciso un libro para escribir la vida de esta esforzada mujer (…)

Fuentes:
Diario de la Marina
El Fígaro
Archivo de la Oficina del Historiador de La Habana.
Excelente información, artículo descriptivo que nos resulta necesario a quienes trabajamos la historia local, precisamente de el Hotel Campoamor. Agradecida.
Gracias, me alegra que sea útil para tu labor, saludos.
He disfrutado de un viaje al pasado de de la habana, de sus calles, personalidades e historia, a pesar de ser camagüeyano y no tener un conocimiento exacto de las direcciones mencionadas, soy un amante de la historia y esta es de las buenas