La Cubana, de pequeña empresa a gran industria del mosaico

A principios del siglo XX, existían en Cuba cuatro grandes fábricas y una docena de pequeñas dedicadas a producir mosaicos hidráulicos, tan característicos en la arquitectura cubana.

Foto: OC.

El primero en fabricar mosaicos en Cuba fue el catalán Quírico Gallostra, quien estableció su negocio en la calle Inquisidor 27, esquina a Luz, en La Habana allá por 1886. Hasta esa fecha en América Latina, solo en México se producían las también llamadas losas hidráulicas.

Después, el Sr. Bielsa abrió otra industria en Monserrate. La escasez de materia prima y la competencia de casas importadoras provocaron el fracaso de estos pioneros.

Los propietarios. Foto: El Fígaro.

A principios del siglo XX, existían en Cuba cuatro grandes fábricas y una docena de pequeñas dedicadas a producir mosaicos. En 1908, La Cubana, a pesar de solo llevar cinco años activa, era la que más facturaba. Fundada en la Calle Zanja, con cuatro prensas de mano, su despegar resultó fatal porque no había transcurrido un año cuando las llamas de un incendio devoraron los talleres, aunque no pudieron con la ilusión de los empresarios: los hermanos Ladislao y Fernando Díaz. Junto con Ramón Planiol Claramunt y Agapito Cagiga Aparicio, todos emigrantes españoles, tuvieron la visión y voluntad de continuar en el emprendimiento. Los dos últimos también tenían negocios de importación de materiales de la construcción.

Molinos de la industria. Foto: El Fígaro.

El negocio prosperó, a pesar de otros escollos que hubo de enfrentar. El Fígaro divulgó detalles de esa etapa fundacional:

“Grandes han sido las dificultades con que han tropezado los dueños de La Cubana, sobre todo para encontrar las arenas a propósito para la fabricación. Todas las arenas de las costas de Cuba son de naturaleza calcárea y solamente por la provincia de Pinar del Río se encuentran arenas silíceas. Lo difícil del transporte y lo costoso de los fletes hacen imposible el empleo de estas arenas en la industria de mosaicos. Pero los directores, moviéndose incesantemente en busca de las arenas apetecidas, llegaron a encontrar arenas de mina completamente silíceas y libres de sales que pudieran afectar a los colores. Después de este hallazgo el mosaico que produce La Cubana es tan bueno o superior a cualquier otro mosaico extranjero”. 

Depósito de mosaicos y cemento. Foto: El Fígaro.

Al disponer de un componente esencial para la producción, los empresarios contrataron a personal experimentado que había laborado en Barcelona en las fábricas de Escofet, Orsola y Butssen, para dirigir los talleres. También adquirieron maquinarias más modernas, 50 prensas hidráulicas, movidas por un motor de gas y usaban cemento Lafarge y colores de Richter, lo mejor del mercado. El catálogo incluía 250 tipos de mosaicos.

De bodegueros a empresarios

El asturiano Ladislao tenía 14 años al trasladarse a Cuba. “Su primer aprendizaje fue el mostrador de una bodega, aprendizaje duro, pero muy provechoso para los que a esa edad empiezan a bregar en la lucha por la existencia, pues se aprende a trabajar y a sufrir”, contaba el reportero de El Fígaro. 

Luego laboró como dependiente de un comercio de maderas de Antonio Díaz y después en el negocio de su tío Andrés del Río Pérez, donde llegó a ser jefe de taller y su hermano Fernando encargado de las oficinas. Este almacén, también de maderas, estaba en la calle Prado.

Los dos hermanos abrieron el negocio propio en 1890. El establecimiento se hallaba donde fue construido después el hotel Miramar. 

Más tarde, el 7 de julio 1895,  crearon con el nombre Cuba, la primera fábrica de cemento Portland  de Iberoamérica, radicada en Zanja, no. 237, esquina a Castillejos. Empleaba tecnología belga y tenía capacidad para producir 6000 toneladas anuales.

El motor que aumentó la capacidad productiva. Foto: El Fígaro.

Les habían otorgado una patente por veinte años, además vendían maderas y barro en sus almacenes. Dato curioso es que, como no existía el epígrafe “Fábrica de cemento” en la Intendencia General de Hacienda, la burocracia española, por Real Orden, en 1896 tuvo que cobrarles impuestos por “Fábrica de ladrillos de todas clases”.

Ramón Planiol y Agapito Cagiga poseían una sociedad mercantil denominada Planiol y Cagiga, desde 1900, eran propietarios de dos grandes talleres y almacenes. Ambos aportaron experiencia, relaciones y capital. En el caso de Agapito, en 1907, formaba parte de la directiva de la Compañía Nacional de Fianzas y tres años después, con sus hermanos Gregorio y Eulogio, se hizo cargo de los créditos activos y pasivos, y de los negocios  de la Compañía de Gómez Mena al quedar disuelta. Y Planiol, en 1915, fundó la fábrica de placas de fibrocemento Ternolit Planiol, ubicada en la calle Velázquez No. 27 y Calzada de Concha, la primera de su modalidad en Cuba.

La mirada de un periodista

Giralt escribió una nota para el Diario de la Marina, publicada el 28 de agosto de 1907, donde nos precisa los siguientes datos:

“Trabajan en la fábrica unos 188 operarios que elaboran con 50 de aquellas prensas como 400.000 losas al mes, o sea unos cinco millones al año. Toda esta gran fábrica que según datos fehacientes es la primera del mundo en extensión y variedad de productos, ocupa unos 10.000 metros cuadrados de terreno, junto a la falda de Atarés, con diez cuerpos de edificio levantados en soberbias columnas de cemento y aún le quedan 15.000 metros más de terreno para ampliar las instalaciones cuando el consumo lo requiera que será pronto. En el interior de la fábrica cruzan vías férreas en una longitud de (…) dos kilómetros y medio que transportan las losas de la fábrica al depósito. El material allí existente es de 3 millones de losetas que vale 186,000 pesos y en breve habrá unos 8 millones con un valor de 480.000 pesos”. 

El motor que aumentó la capacidad productiva. Foto: El Fígaro.

Sin dudas, la alta demanda de mosaicos, en las nuevas edificaciones que florecían en La Habana, explica el rápido progreso de La Cubana y otras fábricas similares. 

De acuerdo con la historiadora Yamira Rodríguez Marcano:

“Esas grandes producciones correspondían al ímpetu constructivo desatado durante las primeras décadas del período, donde las obras de nueva planta, afiliadas, en su mayoría, a los códigos del eclecticismo, incorporaron la losa hidráulica entre los materiales a emplear. También las edificaciones antiguas cambiaron sus pavimentos, unas por la moda y el deslumbramiento ante la belleza de los nuevos mosaicos y otras, por la necesidad de sustituir los dañados y envejecidos pisos coloniales.

Destaca entonces esa etapa de esplendor del mosaico en La Habana, y su presencia en los barrios históricos de La Habana Vieja, Centro Habana, El Cerro y El Vedado. Fue usado en las diferentes tipologías: doméstica, civil y religiosa, por lo que puede observarse en casas, comercios, escuelas, hospitales, bancos, oficinas y templos. La función residencial fue la que más acogió el empleo del mosaico, por haber sido la vivienda de gran demanda constructiva y un próspero negocio de la iniciativa privada”. 

En diciembre de 1910, la publicidad que anunciaba a La Cubana informaba que el acumulado, desde su fundación, era de 16 millones de mosaicos producidos y, en 1914, según sus propietarios, poseían “la más importante de la Isla y mayor que la más notable de Cataluña”. Lejos estaban aquellos tiempos cuando, con cuatro prensas de mano, habían puesto a caminar un sueño. 

 


Fuentes:

De las Cuevas, Juan: 500 años de construcciones en Cuba, Chavín Servicios Gráficos y Editoriales, S.L, La Habana, 2001.

Diario de la Marina

El Fígaro

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