En Las ciudades invisibles, Italo Calvino –o Marco Polo– nos cuenta que la Ciudad de Zaira no está hecha del número de peldaños que tienen sus calles en escalera o del tipo de arcos de sus soportales, “sino de las relaciones entre las medidas de su espacio y los acontecimientos de su pasado”. De eso también La Habana está hecha.
De la altura de los cañones que la custodian y los barcos ingleses que una vez la tomaron. De los kilómetros de su malecón y los despedidos de alguna vez que un día –o ninguno– regresaron. De “la altura de aquella barandilla –como Zaira– y el salto del adúltero que se descuelga de ella al alba”. De los siglos luces que transcurren entre las mansiones “miramarenas” y la post-colonial barbacoa centrohabanera. Del diámetro del agujero frontal de un tenis infantil y el número de sonrisas que los goles salidos desde allí le provocaron. De la relación de dimensiones entre la habitación de un lujoso crucero que frente al Morro recién pasó y las del cuarto del pescador que del atardecer acaba de atracar.
Así como nos cuenta Calvino de Zaira, La Habana “no dice su pasado (más que eso), lo contiene como las líneas de una mano, escrito en los ángulos de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas…”.
Real¡…hermoso, sentido¡, muchas gracias.
Lindo artículo. Algo fresco y entretenido que voy a tomar y publicar en la Web de Cubanos Desconectados para que los que no tienen Internet puedan leerlo.