Manuel Muñiz, dueño del hotel Cosmopolita, se desplomó, agotado, en la cama. Pero estaba satisfecho, pues el banquete ofrecido en su restaurante aquel 30 de abril de 1913 por Pedro Sánchez del Portal, alcalde de Camajuaní y la Cámara de Comercio de esa localidad, a W. A. Merchant, presidente del Banco Nacional de Cuba, había quedado espléndido.
La institución bancaria era un puntal en el sostenimiento de la agricultura, el comercio y la industria del territorio y ya resultaba pequeño el inmueble de la agencia crediticia. Merchant estuvo de acuerdo en financiar la construcción de un edificio para satisfacer las necesidades de la numerosa clientela. Sabía que era factible la inversión. El crecimiento económico de Camajuaní municipio, situado en el noreste de la provincia de Villa Clara, en la región central de Cuba, así lo aseguraba.
Esto pude constatarlo mientras investigaba para escribir la crónica “El universo del tabaco en Camajuaní”. Como quedaron en el tintero varios temas, entre ellos, las pequeñas y medianas industrias no relacionadas con la fabricación de puros en el período 1900-1958, hoy les dedicaré un artículo.
Fábricas de embutidos
Victoriano Linares González, nacido en Santander, España se mudó a Camajuaní a fines en la década de 1880. Había llegado a Cuba con 11 años de edad y ganó experiencia comercial, desde abajo, como mozo en un negocio en Placetas. No queda claro si el primer emprendimiento, en sociedad con Eusebio Rodríguez, fue una bodega o estuvo relacionado con la actividad tabacalera. En cambio, sí pude comprobar que 1911 su fábrica La Montañesa era la más importante de las cinco dedicadas en el poblado a elaborar embutidos.
Fundada en 1900 en la calle Fomento, entre las de Primera y Segunda del Oeste, en los años 20 cuando producía salchichones, mortadellas y chorizos con las marcas Montañesa, Linares, Pelayo, Musel y Asturiano, era un negocio familiar, dirigido por Vicente y Marcelino Cosío Linares, sobrinos de Don Victoriano.

Un reportaje del Diario de la Marina divulgado el 2 de junio de 1929 informaba sobre el éxito de la Compañía:
El que viaje a través de la República puede pedir en cualquiera de sus extremos, desde la punta Maisí al cabo de San Antonio los productos de La Montañesa que han logrado imponerse por su superior calidad, ya que reúnen a su exquisitez para el paladar más refinado, la seguridad de que están hechos con los materiales más sanos y sabiamente condimentados. El salchichón Musel es una de las especialidades de La Montañesa, y aunque su producción alcanza a más de 1000 cajas mensuales, no puede atender a todas las solicitudes que le llegan de todas partes, lo que hará dentro de poco, pues está ampliando la fábrica. Igual cosa sucede con las mil quinientas cajas de chorizos y las ochocientas de mortadellas que cada mes salen de esta fábrica, que es orgullo de la industria cubana.

Otra industria relevante fue El Riojano. Perteneció al comerciante del tabaco Lisandro Pérez Moreno y la administró su hijo Lisandro Pérez Rodríguez. Inaugurada en abril de 1940, su especialidad eran los chorizos y el lomo de cerdo. Estaba situada en la calle de Fomento, número 45.
Información divulgada en la Guía completa de la provincia de Santa Clara, que gentilmente me ha facilitado el académico Lisandro Pérez, autor del libro Azúcar, tabaco y revolución: la forja del Nueva York cubano, nieto del dueño de la fábrica, refiere:
La materia prima que se emplea para la elaboración de los productos de esta industria son todas seleccionadas y de primera calidad, carne de novillos selecta y cerdos de raza americana. Los ingredientes que se emplean como el pimentón, importado directamente de España, ajos y especias americanas, vinos españoles y tripa importada directamente de Chicago.
La empresa tenía 25 trabajadores y como socios industriales a José María García y Bernardo Loredo. Más tarde estuvo en poder de la compañía Prado y Ferrer y después perteneció a Rédulo Torres y Tello Padrón, según Emeterio González Jiménez, en su libro Camajuaní, historia de un pueblo inquieto.

González menciona otros emprendimientos del mismo tipo, como el de la familia Fernández, en la esquina de Santa Teresa y San José; y el de Francisco Marín Sagredo, en la calle Martí. Agrega que:
Eloy Cosío Linares tenía su fábrica de embutidos en general en la calle Canarias, entre las de Independencia y Cassola, que trabajaba principalmente con sus hijos. Fabricaba mucha variedad y tenía especialidad en jamones sin huesos.
Vicente Lorenzo Ruíz tenía una fábrica de embutidos en la calle Unión entre las de Fomento y San José, teniendo bastante producción.
Aclara este autor que los mencionados eran los más destacados; sin embargo, “había muchos otros talleres de embutidos, de mayor o menor producción, que, amparados por la fabricación doméstica, actuaban y resolvían la economía de muchas familias”.

El emprendimiento de Juan López
De Juan López se conoce muy poco. Las viejas crónicas dicen que era cubano y tuvo la primera fábrica de arados modernos en la Mayor de las Antillas. Fue dueño de una ferretería, ubicada en la carretera entre ese poblado y la ciudad de Santa Clara, en el barrio Santa Fe, antes de crear la industria que logró insertarse en competitivo mercado de las maquinarias e implementos agrícolas, dominado por los estadounidenses.

López diseñó el modelo de arado y fundó la industria en un local situado en la calle Independencia, esquina a Primera del Oeste. Debido a la alta demanda, el empresario organizó 2 turnos, de día y de noche, y ofrecía a los clientes una muestra gratis. Gracias al citado reporte del Diario de la Marina pude conocer más detalles:
¿Por qué este arado es mejor que los que vienen del extranjero?
Porque solo con sacarle la cuña y ponerle un diente para arriba o para abajo se puede subir o bajar el timón para profundizar más o menos el terreno, a medida de su deseo. Tiene otras ventajas insuperables: es tan liviano y práctico que solo pesa, sin el timón, 48 libras; la cuchilla de la reja tiene 9 pulgadas; la mancera, de ocuje, roble, etc; cuando termina de arar se le puede adaptar una vertedera por el lado izquierdo y sirve para de surcador, aporcador y limpiador. Y, además, ES CUBANO.
Existió, además, aunque por poco tiempo, otra fábrica similar, propiedad de Ramón Fernández, en la calle Sánchez del Portal, esquina a Agramonte.
Los múltiples negocios de Tarajano
El inmigrante canario José Trajano Amarán se distinguió en la vida política, social y económica de Camajuaní. Se desempeñó como alcalde municipal (1909-1913), y presidente del Club Rotario, de la Cámara de Comercio, Industrias, Agricultura y Propietarios, de la Delegación canaria. Creó fábricas para la elaboración de bebidas y alimentos.
Tal vez su primera industria fue la de refrescos, comprada a José C. Vidal Caro a inicios del siglo XX. Poseía, además, una fábrica de hielo, la panadería La Constancia que elaboraba, entre otros productos, las famosas galletas Tarajano, muy populares en la provincia de Santa Clara. Tuvo un establecimiento donde elaboraba dulces en almíbar y pastas.

En 1925 las empresas de Tarajano tenían una producción diaria de 20 toneladas de hielo y 2 600 cajas de refrescos, agua natural y mineral. Algunas de sus industrias las concentró en la calle Canarias, de acuerdo con el testimonio de Emeterio González Jiménez:
Toda la cuadra de la derecha estaba ocupada por la firma Embotelladora Tarajano, S. A., de la familia de Don José Tarajano Amarán. Primero, el local que se preparó para la planta El Palacio de la Leche, pasteurizadora de leche, que operó relativamente poco tiempo. El local fue ocupado posteriormente por la fábrica de dulces Sonia, adquirida por la firma a Alfredo Sánchez Pérez. Seguidamente las neveras para mantener el hielo, y su venta, y la entrada para la fábrica de hielo, la embotelladora y la oficina. Los refrescos Tarajano y el agua mineral Lobatón se entregaban por la puerta que había en la esquina del edificio a la calle Unión. Los productos se vendían en el territorio del interior, principalmente en las provincias Las Villas, Camagüey y Oriente, pero con la planta que situaron en La Habana, salida de los trenes de la de Camajuaní, se completaba el servicio al mercado nacional.
A fines de la década de 1939, Tarajano había registrado las marcas Maltina (aguas, gaseosas y aguas carbonatadas), Champán frío, Lobatón (refrescos, aguas, gaseosas), Polar (aguas, refrescos, gaseosas y aguas carbonatadas). Y dos embotelladoras, la de Camajuaní y otra en Guanabacoa, La Habana. En 1940 el Ayuntamiento reconoció sus aportes al nombrar Tarajano a la antigua calle División. Al fallecer, en 1949, sus fábricas quedaron en poder de los hijos hasta ser intervenidas por el Estado después del triunfo de la Revolución.

Epílogo
En Camajuaní también proliferaron pequeñas industrias dedicadas a producir zapatos. Se estima que en 1959 funcionaba una extensa red de aproximadamente 70 talleres artesanales y dos fábricas de mayor magnitud. Las marcas más conocidas fueron: Vagnos, de Valentín García y Hermanos; La Campana y El Estribo, de Benito de Armas Sarduy y Belisario Jiménez Monteagudo; Patinador, de Medardo Riusech Fernández, entre otras.
Emeterio González Jiménez nos dice acerca del sistema empleado en el proceso productivo y en la comercialización:
Había muchos establecimientos que fabricaban y vendían directamente al público, pero además estaban los talleres especializados en producción y venta al por mayor, sirviéndoles sus productos a clientes de las provincias de Las Villas, Camagüey y Oriente. Numerosas eran de ese tipo, funcionaban los talleres desde dos o tres operarios hasta un crecido número, en este giro se destacaban dos firmas que recogían la producción de un grupo de esos centros de trabajo; la firma Valentín García y Hermanos, con su sello Vagnos controlaba 57 de ellos, y la Casa Abre», de Laureano Abreu Pérez, en menor escala, también controlaba la producción de algunos talleres, sirviéndola a esas zonas mencionadas.

De la industria textil sobresalió la marca de corbatas Arregui que distribuía sus mercancías en varias provincias y eran confeccionadas en la fábrica de José Arregui Alonso. En 1929 tenía capacidad para 100 docenas diarias.
Asimismo, hubo en el período estudiado fábricas de sogas, monturas, y otros objetos de talabartería, muy demandados por los ganaderos, talleres que producían y reparaban carretas y carros de tracción animal y carrozas para camiones.
En un pueblo parrandero, por necesidad, se crearon talleres que fabricaban voladores de explosión, de sonido, de luces, y las luces de bengala para ser usados en sus festejos, pero con el tiempo estos productos eran comercializados en carnavales y otros eventos en La Habana y diferentes ciudades y poblados del país.
Sin duda, estuvo muy acertado Emeterio González Jiménez cuando tituló su libro Camajuaní, historia de un pueblo inquieto.
Fuentes:
- Emeterio González Jiménez: Camajuaní, Historia de un Pueblo Inquieto, Miami, 2010
- Diario de la Marina
- El Fígaro
- Origen del apellido Tarajano en Canarias
- Archivos de Lisandro Pérez, Arí García y Joel Pérez Soto