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Estaba a punto de finalizar mi último curso en la Escuela Pedagógica Rafael Morales. Acompañado de Gorki Barcelán Amargo, fui a la casa de nuestra profesora de Historia de Cuba, Nilda Moreno Abreu, quien, con Segundo Leiva Casay, historiador de la ciudad de Morón, influyeron en mi vocación por los estudios del pasado.
Nilda, aquella noche de 1989, luego de brindarnos unas deliciosas torticas de Morón, trajo como obsequio varios tomos de las Obras Completas de José Martí. Recientemente, un post publicado por otro apreciado profesor de esa época, Rolando Barroso, me recordó el suceso, por esas asociaciones mentales que a veces nos ocurren.
Roly reside en Estados Unidos, donde cubanos memoriosos y emprendedores elaboran dulces bajo la marca Torticas de Morón. Él había comprado una bolsa con estos alimentos y mostraba la foto, orgulloso y nostálgico. Yo, que también estoy lejos de Cuba y seguramente tan nostálgico como mi maestro de Geografía, le dedico un homenaje a uno de los símbolos identitarios del poblado, situado al norte, en la provincia de Ciego de Ávila.
Receta “simple”
En una humilde casa, techada de guano, con paredes de tablas y piso de tierra, ubicada en la actual calle Gonzalo Marín, vivía Serafina Echemendía, conocida como Fina. Era común verla en el patio, donde estaba el horno de barro, debajo de un viejo rancho. Los dulces y el pan de Caracas que ella elaboraba “eran preferidos por su limpieza, pureza y exquisitez”, recordaba en una de sus crónicas el historiador Benito Llanes Recino.
Otro investigador, Héctor Izquierdo Acuña, refiere: “Se dice que la receta era simple, y los productos para su elaboración eran pocos: harina, azúcar, sal y manteca de cerdo solidificada que, según cuentan, era el ingrediente que aportaba el exquisito sabor y suavidad a ese renombrado dulce. También podía agregársele una pizca de mermelada de guayaba”.
Por notas divulgadas en la prensa he podido precisar que ya en la primera década del siglo XX las torticas habían transcendido y eran conocidas en el nivel nacional. O sea, no fueron creadas en 1927, como se ha divulgado hasta ahora. Para ilustrarlo, cito el artículo “Películas del país”, escrito por Juan B. Ubago y publicado en la edición de la mañana del Diario de la Marina, el 20 de junio de 1909:
“Otros funcionarios están en constante zozobra por distinto concepto, como el licenciado Modesto Mollete, que fue designado para desempeñar el juzgado de primera instancia de Morón.
—¡Qué bueno! decía Concha, la señora de Mollete, que es muy golosa.
— ¡A Morón! ¡Bien voy a comer torticas!
A los pocos días supo Mollete que lo trasladaban á [sic] Jaruco y le dijo a su mujer:
—Ya no comerás torticas, pero podrás comer un buen pan, el pan de Jaruco.”
Lo cierto es que en los años 20 eran valoradas como puntales en la vida comercial de la localidad. En su sección Casos y cosas, que publicaba en el Diario de la Marina, el dramaturgo, periodista y actor Sergio Acebal, el 9 de febrero de 1924, refería en tono jocoso:
En Morón, más de un millón
de empresas se hicieron ricas
con las famosas torticas
que se llaman de Morón.
Y en la edición del 20 de marzo de 1925, el mismo periódico, en “Postales del Oriental Park”, refiriéndose a las competencias efectuadas en el Hipódromo de Marianao, decía: “Neal tuvo ayer un día fenómeno al ganar tres eventos y un segundo puesto. Sus ganancias de esta semana le permitirán proveerse de “chewing gum” y torticas de Morón para el resto del año”.
El diario mencionado promocionó frecuentemente la receta. Por ejemplo, el 22 de enero de 1926, reseñaba:
“Nada más fácil ni más breve que este dulce. Basta con mezclar partes iguales de azúcar blanca, harina de Castilla (una taza de cada una, por ejemplo) y manteca suficiente para formar la masa. Se forman las torticas y se ponen en el horno por corto tiempo, sin dejar que se doren. Si lo desea puede cubrirlas [sic] ajonjolí o almendras, ya sean picadas en pedacitos o una entera sobre cada tortica. A la masa puede añadirle rayaduras de limón o granitos de anís para darle sabor, pero no es necesario. Este dulce se hace en pocos minutos.”

Identidad de la creadora
Acerca de la identidad de la Serafina existe una historia interesante, develada por Héctor Izquierdo Acuña. Sus verdaderos apellidos eran Valdés Gómez. La información inicial que lo condujo a la investigación fue proporcionada en noviembre de 1992 por Celia Echemendía Echemendía, nieta de la repostera, quien describió a Fina como una mujer “de baja estatura, gruesa, blanca y con el pelo rubio. Tenía un carácter muy agradable y sus ojos eran claros.”
Durante el diálogo le comentó que, al casarse la abuela con el músico Ladislao Echemendía Quesada, el pueblo le adjudicó el apellido del esposo.
El historiador quedó con la duda y comenzó a indagar en las partidas de bautismo en archivos de la Casa parroquial. Pero no encontró lo que buscaba. Sin embargo, sí halló el documento probatorio del matrimonio con Ladislao, en la Iglesia de La Candelaria de Morón, efectuado el 20 de marzo de 1868, y mientras leía descubrió que “Serafina era hija de la Real Casa Cuna de La Habana, fundada por el obispo Jerónimo Valdés, cuando tomó la resolución de destinar una casa para acoger a los niños abandonados y quien, de paso, le ofreció su apellido a los expuestos. De ahí el apellido de Serafina: Valdés. ¿Por qué Serafina en esa institución? La respuesta se pierde y es poco menos que imposible saber si fue una niña nacida ‘fruto del pecado y de amores prohibidos’, y abandonada a sus puertas o, como muchos, depositada allí por la pobreza de sus padres. Tal vez nunca lo sabremos”.
Serafina falleció a las once de la noche del 12 de julio de 1932 en su domicilio, en la calle Máximo Gómez, número 53, cuando tenía 86 años de edad.

“Tentempié”
La expansión del consumo de las torticas de Morón a nivel nacional también tuvo a su favor el trabajo de los vendedores ambulantes. El periodista Ciro Bianchi, en su crónica “Cariocas por botellas”, relataba:
“Aquellos vendedores ambulantes aportaban también sonido a la ciudad. Pasaba el tamalero con sus tamales que picaban y no picaban porque los llevaba con y sin picante. El vendedor de chicharrones de viento. Uno, de torticas de Morón, decía: “¡Ay! Qué ricas las torticas de Morón, a quilo son… ¡Ay! Qué ricas las torticas de Morón, son tentación…”.
Por su bajo precio, durante décadas, las torticas fueron el “tentempié” de quienes no tenían holgados recursos o ante la escasez de ofertas gastronómicas. El actor Daniel García Rangel, en su libro Memorias de Juan Primito narró esta anécdota sucedida cuando era estudiante en La Habana, en 1972:
“Recuerdo que cuando pasaba por el Hospital Calixto García, yendo para la escuela a tomar una de esas clases diurnas, a mano izquierda estaban los comedores para los alumnos del curso regular, quienes por una pequeña cuota tenían acceso a un almuerzo y yo, con el estómago pegado al espinazo, maquinaba cómo podría conseguir una autorización para comer allí, pero eso nunca fue posible, así que tenía que conformarme con unas torticas de Morón, que eran lo único que había en la cafetería de mi escuela”.

La creación culinaria de Serafina Echemendía transcendió las fronteras nacionales. Hoy muchos compatriotas, allende el mar, buscan las torticas de Morón y degustarlas supera el acto físico. “Son deliciosas, las he comprado en diferentes bakery [sic], pero qué va, nunca como el sabor de las de Cuba. Pero por añoranza me las como”, reconocía Evelyn Hernández en un comentario de Facebook.
Otra internauta, Patricia Cuesta Rivalta, expresaba: “En mi mente tengo las mejores de la entonces dulcería La Luz, Ave Tarafa y calle Patria, en la esquina de mi casa… sólo en mi mente…”.
La prolongada crisis económica en Cuba ha afectado la producción del dulce debido a la escasez y el alto costo de sus ingredientes. Desde hace tiempo la manteca de cerdo fue sustituida por el aceite vegetal y, en ocasiones, tampoco disponen de este para agregarle a la masa. Amigos moronenses me cuentan que el tamaño del postre no es como el que tenía antes, ni la contextura y sabor. También se ha elevado el precio de la unidad en el mercado hasta 50 pesos, aproximadamente.
A pesar de todo, y aunque algunos advierten que están en peligro de extinción, pienso que las torticas de Morón sobrevivirán, pues tienen un espacio bien ganado en la gastronomía tradicional y el patrimonio cultural del pueblo cubano. Ahora mismo no puedo dejar de ser optimista, de imaginar a Serafina Echemendía, laboriosa, frente al rústico horno de barro, situado en el patio de su humilde casa, techada de guano, con paredes de tablas y piso de tierra. Me niego a aceptar que desaparecerá su célebre creación, tan auténtica, tan nuestra.
Fuentes:
Diario de la Marina
Investigaciones de Héctor Izquierdo Acuña
Fragmentos del libro Memorias de Juan Primito, del autor Daniel García Rangel, publicados en su perfil de Facebook.