El tren avanza por el Ferrocarril Central, se detiene en la estación de Cabaiguán y luego continúa su marcha. Parece un día normal. Entre los pasajeros se encuentra un hombre fornido, de regular estatura, que viste con elegancia un traje de color oscuro. Cuando sonríe relucen sus dientes de oro. Lleva polainas altas, como las que usan los militares.
En la cadera abulta un revólver y oculta una faja cargada de balas. Los soldados José Rojas Madrigal y Antonio Rodríguez Cárdenas recorren los coches en su labor de custodios. A las cuatro y media de la tarde de aquel 3 de marzo de 1922, tal vez avisados por algún informante anónimo o por el conductor, según las sospechas del salteador, es desarmado y, ante la mirada atónita de los demás viajeros, lo encierran en el vagón de equipajes. A Ramón Arroyo Suárez hace tiempo todos le llaman “Arroyito”, “Delirio” o “el bandolero sentimental” y es el forajido más célebre del momento.
Desaparece de Placetas después que Jerónimo Padrón, jefe de la Policía municipal de Matanzas, envía un telegrama a su colega en el poblado informándole que allí se ocultaba el bandolero.
“Nos dijo que había estado últimamente en Fomento, en Trinidad, un día o dos en Villa Clara y bastante tiempo en Placetas, donde ya estaba relacionado amistosamente con distintas personalidades, entre ellas oficiales del Ejército y Policía, de quienes se hizo amigo en las peleas de gallos”, confiesa Arroyito a Israel Consuegra, reportero de La Noche en la cárcel de Santa Clara, donde ha sido encerrado, provisionalmente. En su agenda, el periodista apunta: “Su actitud y sus modales son los de un hombre que no tiene nada que temer; y ahí está en la prisión militar del campamento Monteagudo, eternamente risueño y conversando con todo el mundo”.
Su actitud, en verdad, es algo extraña porque Arroyito tiene graves causas pendientes. Debería estar preocupado. Se le acusa de asalto y robo en Aguacate a la bodega La Antilla, propiedad de los emigrantes chinos Emilio y Santiago Wong, en 1917, asalto a la Cárcel de Jaruco y homicidio y secuestro en Ceiba Mocha, exigencia de cinco mil pesos al doctor Echeverría, en Placetas, y otro chantaje en Charco Hondo, en Vueltas, de donde se llevó mil pesos.
Fuera de la ley
Arroyito nació en Matanzas, el 18 de septiembre de 1896. Se ganaba el sustento como chofer de alquiler, en 1916, cuando atropelló al niño Ramón del Rosario y Cruz, de 11 años de edad, y fue acusado de homicidio. Pero no cumplió la condena; huyó al monte. En febrero del año siguiente se unió en la zona de Jaruco a los alzados del Partido Liberal que se sublevaron contra el fraude electoral del presidente Mario García Menocal. Una vez sofocada la rebelión, continuó operando como bandolero rural.
El Diario de la Marina informaba, el 3 de septiembre de 1919, que estaba trabajando como empleado de los tranvías municipales cuando fue detenido por los policías Eladio García y Antonio Galloso. Sin embargo, tampoco cumplió la condena, pues el alcalde Armando Carnot ordenó conmutarle la pena, en 1920, y lo nombró cabo, al frente de la Policía, en el barrio rural nombrado Ceiba Mocha. Allí se enfrentó al cacique local, el comerciante asturiano José Lantero, enemigo político del Alcalde.
El empresario acusó a Arroyito y a Julio Ramírez, también policía y antiguo socio de fechorías del bandolero, de coacción y violación de sus derechos individuales. Logró escapar, pero a su compinche lo encerraron en la cárcel de Jaruco. Entonces ocurrió un hecho extraordinario. Arroyito, armado con dos revólveres, rescató el 13 de septiembre de 1920 al prisionero. En la acción hirió de gravedad al custodio Manuel García Guillama al propinarle dos balazos y lesionó al preso Tirso Martínez.
El 24 de septiembre de 1921 secuestraron a José Lantero, para vengarse y robarle, de paso, unos miles de pesos. Como Arroyito vestía de sargento de la Guardia Rural, un destacamento de este cuerpo armado que lo perseguía disparó e hirió de gravedad, por confusión, al oficial Francisco Sánchez, del puesto de Madruga.
Luego “(…) se fue para La Habana, donde asistía a los espectáculos públicos y era frecuente parroquiano del restaurante El Carmelo y del famoso Casino de la Playa. Acosado por sus perseguidores abandonó la capital para establecerse en Placetas con un nombre falso”, precisa Carlos Ripoll en su libro El bandolerismo en Cuba desde el descubrimiento hasta el presente.
El juicio
Mientras Arroyito era juzgado en Matanzas y La Habana, su arresto ocupaba diariamente titulares en la prensa. En Placetas, Luisa Villavicencio, dueña de la casa de huéspedes Villa Lina, donde residió el bandolero, leía asombrada las noticias. Nunca imaginó que Albertico, así dijo llamarse, tan jovial y tranquilo, quien acostumbraba acostarse temprano en las noches, era el temible fugitivo. Sabía de su pasión por las peleas de gallos finos, de sus viajes a Guayos y otros poblados cercanos para asistir a las lidias, de su presencia en los bailables del Liceo y en el club Centro Artesano, de su generosidad para repartir dinero a los pobres, de la atracción que provocaba entre las mujeres, y quien decía ser hijo de un rico propietario de fincas en Camagüey.
Recordaba, además, cuando el acaudalado hacendado Ramón Panet, uno de sus huéspedes, hizo amistad con Arroyito y, temeroso de que le robaran una gruesa suma de dinero, le pidió que lo acompañara en un viaje hasta Trinidad. Y “Albertico”, esa vez, resistió la tentación.
De Placeta huyó a Ciego de Ávila, siempre con identidad falsa, estuvo en el poblado del Quince y Medio y cuando se trasladaba en el tren fue capturado, como hemos narrado.
Enviado a La Habana, donde lo recibió en la terminal de Ferrocarril una multitud, continuó el folletín del proceso judicial. En la capital le pedían 10 años de cárcel por los robos y el asalto a la cárcel de Jaruco; y en Matanzas lo condenaron a dos años, ocho meses y veintiún días por atentado a la autoridad; en esta ciudad estaba en espera de otra vista oral por el secuestro de José Lantero cuando escapó de forma espectacular el viernes 17 de noviembre de 1922. Una carga de dinamita abrió un boquete en el muro de la prisión y por allí se fugó, junto a otros seis detenidos.
Arroyito era tan popular que el periodico El País inició una colecta para ayudarlo a salir de Cuba. Ante esta inaudita iniciativa intervino el secretario de Gobernación. Estuvo prófugo varios meses, a pesar de la persecución tenaz de las fuerzas represivas; sin dudas protegido por campesinos. Pero no abandonó su oficio y secuestró, ayudado por su hermana Marina y por Antonio Díaz Hernández, en Matanzas, al millonario Juan Bautista Cañizo el 24 de marzo de 1923.
El escándalo fue nacional y, aunque se ocultó en el poblado ultramarino de Regla para huir al extranjero, allí lo capturaron agentes de la Policía, en un tranvía, la madrugada del 13 de abril de 1923. Al ver que a uno de los gendarmes le temblaba la mano, advirtió tranquilamente: “tenga cuidado que se le va a disparar el revólver y puede herir a algún pasajero”. Se quitó el bigote postizo y volvió a hablar “me han entregado”. En un bolsillo llevaba una peluca, en la cintura dos armas de fuego. A la celda fueron a verlo el alcalde de Regla, un concejal y varias personas más, conversó con su locuacidad habitual y al ser conducido al Castillo del Príncipe dijo a quienes presenciaban el acto: “Ánimo contra la muerte”.
Personaje literario y cinematográfico
Las características de la personalidad de Arroyito, su carisma, locuacidad, acentuadas por los reportes sensacionalistas de los periodistas, ganaron la simpatía de la opinión pública y de escritores y artistas.
Sergio Acebal Gener, periodista, actor cómico y autor teatral publicó, en su sección “Cosas y casos” del Diario de la Marina cinco textos humorísticos inspirados en la connotación del bandolero.
A la cárcel enviaban cartas mujeres desde diferentes lugares del país. Enrique Molina y Leopoldo Fernández Ros, periodistas de El Imparcial, escribieron el libro Arroyito o el Delirio. Biografía del célebre bandolero Ramón Arroyo (1922).
En ese mismo año Enrique Díaz Quesada estrenó su cortometraje de ficción, de 35 minutos, titulado Arroyito. En el teatro fueron puestas en escena las obras: Delirio de Arroyito y La captura de Arroyito.
Pablo de la Torriente Brau conoció a Arroyito en la cárcel; en su libro testimonial El Presidio Modelo narró aquellos días de convivencia:
“Entre la masa de oyentes estaba Arroyito, y yo era demasiado joven entonces para no sentir la atracción de la fama y de la leyenda que le rodeaba; por eso me pasé casi todo el tiempo hablando con él, y ahora, a la distancia de los años, lo recuerdo, bajito al lado mío, muy blanco y limpio, vestido con lo que me pareció una especie de guayabera; con el tórax avanzado; grueso; parlanchín como una mujer; rodeado de dos o tres, como si dentro de la misma prisión siguiera siendo capitán de banda; y satisfecho de sí mismo y de su nombre, de la cabeza a los pies…”
Su muerte
Lo internaron en el Castillo del Príncipe, con otros presos de alta peligrosidad, mientras acudía a las visitas orales en el juzgado. El fiscal pedía cadena perpetua. Arroyito sufrió lesiones graves por una golpiza que le propinaron los penados Luis Estévez y otro de alias “Neguito”; estuvo 22 días restableciéndose.
En octubre de 1926 a Marina, hermana y cómplice de Arroyito, le confiscaron, en un registro que hizo la Policía en la casa de huéspedes ubicada en Prado 113, donde residía, tres bombas. Las autoridades consideraron que planeaba una fuga similar a la de Matanzas. En prisión Marina se declaró en huelga de hambre; era de armas tomar esta joven. Después la liberaron y viajó a Canarias, la tierra natal de Juan, su padre. Hasta el muelle habanero la custodiaron agentes de la Policía Secreta.
Arroyito no pudo disfrutar de la libertad como ella, pues el 28 de septiembre de 1928 fue asesinado, a balazos, por fuerzas del Ejército, junto a su compinche Luis Díaz (Cundingo) cuando eran trasladados del Castillo del Príncipe al penal de Isla de Pinos. Se dijo que intentó escapar; la verdad, le ajustaron las cuentas pendientes.
Fuentes consultadas:
Diario de la Marina
CubaSí
Girón
Hotel Telégrafo, blog