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Las recientes comparaciones del galáctico japonés Shohei Ohtani con el legendario Babe Ruth —sobre cuál de los dos sería el verdadero “unicornio” en los epítomes del béisbol— me hicieron recordar que hace 105 noviembres el Bambino estuvo en Cuba. Con su bate que parecía medir dos metros y una fuerza casi prehistórica capaz de pulverizar las costuras de la pelota, George Herman Ruth arribó a La Habana el viernes 29 de octubre de 1920, a bordo del vapor Governor Cobb, por la vía de Cayo Hueso, con el propósito de mostrar ante la afición cubana su corona de jonronero.
La situación económica derivada del colapso bancario de 1920 impidió a Abel Linares —promotor del béisbol y dueño del Almendares— asumir el riesgoso lance de importar clubes de Grandes Ligas para organizar su acostumbrada temporada otoñal. Así que concentró sus esfuerzos en una exhibición entre los New York Giants, poderoso team dirigido por John McGraw que había concluido segundo en la liga profesional americana, y los dos principales equipos del patio: el Habana y el Almendares.
Precisamente, Linares disfrutaba una tarde de un juego entre Yankees y Atléticos de Filadelfia en el estadio Polo Grounds cuando un desconocido trajeado se le acercó y le extendió una tarjeta con el nombre John Igoe, representante de Babe Ruth, junto a la oferta de incorporar al recordista de jonrones a la gira de los Gigantes. Linares, tiburón de negocios, no lo pensó dos veces. Invitó al agente a conversar en su habitación de hotel y lo obsequió con una caja de jalea de guayaba y tabacos cubanos. “¿Usted no cree que un país productor de cosas tan ricas es digno de visitarse?”, exclamó encantado Igoe. Entre whiskys y humo de habanos acordaron pagar a Ruth 2 mil dólares contantes y sonantes por cada uno de los diez partidos previstos. Además, el anfitrión asumiría los gastos de viaje y el alojamiento en el hotel Plaza para el jugador de 25 años, su esposa y el propio secretario.
El béisbol se había convertido ya en religión en la isla, y estar frente al ícono del deporte era, sin dudas, un espectáculo imperdible. “Toda la prensa, tanto la local como la americana, ha escrito no pocas veces sobre este magnífico slugger que ha establecido un récord difícil de batir; siendo hoy cuando se le presenta al público la primera oportunidad de ver en acción al maravilloso ‘Babe’, y es ahora cuando ha llegado el momento de convencernos de cuanto nos ha transmitido el cable y lo que cuentan los que lo han visto”, preparaba el terreno el Diario de la Marina. El Almendares Park se abarrotó de espectadores ávidos por atestiguar los míticos bambinazos. Pero, como la pelota es redonda y viene en caja cuadrada, otro gallo cantaría…

Strike 1: La Habana, si ustedes supieran
Amante de la farándula, las juergas y las comelatas, amigable y dicharachero como un muchacho grande, Babe Ruth comenzó muy temprano sus andanzas habaneras. Es sabido que quedó prendado de la ciudad, donde no había Ley Seca, podía escuchar buena música y firmaba autógrafos por doquier. El mismo día de su llegada, en horas de la noche, se fue al frontón Jai Alai de Concordia y Lucena. Allí perdió 800 dólares en apuestas. Antes de abandonar el viejo caserón donde se practicaba la pelota vasca confesó: “si ustedes supieran, estoy pensando que me gusta más este juego que el béisbol”.
El sábado 30 debutó con sus rayas de tigre en el Almendares Park frente a los Leones del Habana, que curiosamente se distinguían por el rojo. Para cuando se sumó al roster, los Gigantes de McGraw ya habían celebrado —desde el día 16— ocho encuentros (con balance de tres victorias, tres derrotas y dos empates) frente a las selecciones de casa. En lo adelante, todos los ojos de las gradas, repletas hasta la última silla, se posaron en el flamante “refuerzo”, a quien pedían a gritos las “películas” que habían puesto en órbita su fama. Ese día, Babe ocupó el cuarto turno al bate y cubrió el jardín central; aunque conectó un par de extrabases, con dos carreras impulsadas y una anotada, no pudo complacer a sus parciales.
Al día siguiente, frente a los Azules del Almendares, el Sultán de la Estaca pareció romper el hielo al despedir una línea que aparentaba volar la valla, pero le faltó altura y terminó en triple. Sin embargo, el pitcher Emilio Palmero, “venenoso zurdo de Guanabacoa, no sintió temor al ver frente a sí a tan estupendo bateador y, con una confianza rayana en la despreocupación, le envió strike tras strike, logrando struckearlo dos veces”, reseñaba el Diario de la Marina. “Cuando Palmero logró poncharlo con tres lanzamientos seguidos, el umpire de home, Kiko Magrinat, se lo cantó de manera singular: ‘Buenos días, Buenas Tardes y Buenas Noches’”, apunta Rolando Sánchez, investigador por más de 40 años de la temática beisbolera en Cuba.

Tres días después, nuevamente contra el Habana, el fenomenal cuarto bate resultó “el gran chasco” —en palabras del Diario de la Marina— y hasta se llevó algunos silbidos. En cuatro turnos pasó tres veces por la vía del ponche ante los envíos de José Acosta (Acostica), un serpentinero que compensaba su baja estatura con un aplomo de encantador de serpientes. “Esa hazaña del petit lanzador —añadía el rotativo— fue premiada con largos aplausos”.

Pero la sorpresa mayor llegó el 6 de noviembre, cuando —destacó la prensa— un cubano “eclipsó” al Monarca. El cienfueguero Cristóbal Torriente conectó un doble y tres jonrones, el último frente al propio Ruth en la lomita, para impulsar seis de las once carreras del Almendares en el triunfo ante los visitantes. La ovación fue monumental: desde las gradas le lanzaron monedas, billetes, cigarros; le regalaron un reloj de oro y tabacos Gener.
Aunque deslumbraba con luz propia, Torriente jamás pudo jugar en las Mayores por las barreras raciales. El mismísimo Bambino lo describió en un inicio como “una tonelada y media de carbón en un sótano oscuro”, y tampoco le hizo gracia que la prensa comenzara a llamarlo “el Babe Ruth negro”.
Con el tiempo, sin embargo, surgió la amistad. Ruth acabaría admitiendo: “Si pudiera llevarme al jonronero Torriente y al lanzador José Méndez para mi equipo, ganaríamos el gallardete comenzando septiembre y después nos iríamos a pescar”.
En resumen, durante la triangular habanera Ruth bateó para .345. Sus actuaciones:
- 30 de octubre: doble y triple en cuatro turnos. NY venció 4–3 al Habana.
- 31 de octubre: 4–2 (triple y dos ponches). Lechada de NY 3–0 al Almendares.
- 3 de noviembre: tres ponches ante Acostica. NY superó 7–1 al Habana.
- 4 de noviembre: 3–2 (un doble). NY vapuleó 10–0 al Almendares.
- 6 de noviembre: sin hits en tres turnos; lanzó de relevo. Torriente fue el héroe del 11–4.
- 7 de noviembre: 3–2. NY ganó 8–7 al Habana.
- 8 de noviembre: 4–1, incluyó su primer jonrón, calculado en 550 pies. Ganó Almendares 6–5.
- 12 de noviembre: de 4–0. Empate a tres carreras suspendido por oscuridad.
- 14 de noviembre: dos jonrones. NY venció 7–3 al Almendares.
Strike 2: Dado y dados en Santiago
El último desafío de la serie en La Habana fue cancelado por torrenciales lluvias. Ruth cobró íntegros sus honorarios, y la gira resultó un éxito rotundo: las ganancias rondaron los 40 mil dólares, según los cronistas. La bonanza estimuló a Juan Lageyre, promotor del béisbol en Santiago de Cuba, quien ofreció 3 mil dólares al Bambino por dos partidos de exhibición en esa ciudad.
Ruth llegó a Santiago al amanecer del 20 de noviembre, en un tren retrasado. Una multitud lo aguardó toda la madrugada en la estación. Tras instalarse en el céntrico hotel Casagranda, se presentó ese mismo día en el recién inaugurado Cuba Park —o Estadio Rojo—, donde las gradas, palcos y el área de sol reventaron de público.

Cuando apareció sobre la grama, a las dos y media de la tarde, el aplauso fue estrepitoso. En la práctica de bateo hizo gala de su poder, y el Diario de Cuba escribió: “Babe Ruth hizo fenómenos en sus prácticas. En cuatro ocasiones se llevó la cerca por el frente. Puede asegurarse que nadie ha dado toletazos tan fenomenales en los terrenos del Cuba Park”.
Luego comenzó el enfrentamiento entre el equipo Babe Ruth y el Santiago, una selección local reforzada con estelares como Bartolo Portuondo, Valentín Dreke y Alejandro Oms. La novena indómita venció por blanqueada 4–0, mientras que el rey de los cuadrangulares no pudo botar la pelota ni una vez. Apenas conectó un doble al jardín central en la sexta entrada. El héroe fue un pitcher “que no tenía nada en la bola”: Pablo Guillén. Con poca velocidad pero control quirúrgico, ponchó tres veces al estelar visitante.
El domingo 21 se jugó el segundo “match sensacional”, igualmente ante una “legión de fanáticos”. En el calentamiento, Ruth volvió a botar la pelota repetidas veces, algunas hasta las calles San Pedro y San Félix. Pero en el juego la historia se repitió: apenas conectó “dos jilitos sin importancia”, mientras el Santiago volvía a imponerse, esta vez 5–1.

De su paso por la ciudad, Ruth diría más tarde a Lageyre: “He admirado todo lo bueno que tienen ustedes. Aquí todo es bello, sobre todo ese panorama de montañas que rodea la ciudad. La gente es magnífica y simpática. Ah, y sus mujeres son, con seguridad, de las más elegantes que hay en el mundo”. Era tan buen caballero como empedernido apostador. Por días no se habló de otra cosa en Santiago: su visita, la foto con la carabina al hombro, y sus lances extradeportivos. Salió de allí “doblemente dado”: ponchado por un amateur desconocido y “arrancado”, tras perder dinero en el casino del Casagranda.

Strike 3: ¡Fueraaaa… de liga!
Con apenas 40 centavos en el bolsillo —según Horacio Roqueta, del Heraldo Nacional— regresó a La Habana. Antes de partir a Estados Unidos, el 28 de noviembre, permaneció dos semanas más en la capital, no para jugar, sino para entregarse a su peligroso hobby: apostar. Los asiduos al Jai Alai lo vieron perder fortunas en la quiniela; también jugaba en las carreras del hipódromo de Marianao, paseaba y pescaba.
La visita fue un acontecimiento de resonancia internacional. “Babe Ruth está jugando béisbol invernal en Cuba”, anunciaba el Daily Illinois. “Según los informes, los barcos que van de Estados Unidos a La Habana están colocando placas de blindaje para evitar ser torpedeados por jonrones perdidos”. Pero el Bambino no pudo convertir la metáfora en realidad. Algunos justificaron su pobre exhibición alegando el clima caluroso; otros, que estaba ansioso por complacer a sus parciales y hacía swing a bolas malas.
“The Evening World” tituló: “Babe Ruth regresa tras una gira casi sin jonrones por Cuba”, recordando que “lo curioso del viaje fue que Babe no estuvo a la altura de su reputación. Los lugareños creían que podía conectar un jonrón cuando quisiera, pero solo logró tres en toda su estancia”.
La serie se interpretó como una demostración de fuerza del béisbol cubano. El Diario de la Marina elevó el análisis a una escala épica, casi bélica: “Este hecho, simple a primera vista, tiene una gran importancia. Es el ejército cubano invadiendo a los Estados Unidos (…) el Coloso del Norte aplastado por el peso de nuestro cuerpo. ¡Oh, poder del base-ball, que haces que los débiles derroten a los fuertes y permites que los fuertes se dejen derrotar por los débiles!”

A mediados de los años 50, el costumbrista Carlos Robreño seguía evocando la visita bajo la misma idea iconoclasta: “Cuba es un país donde los ídolos importados sufren constantemente duros reveses”. Y si Ty Cobb había sido ponchado por Méndez y puesto out en segunda por Striker González, el temible Bambino, vistiendo una franela ajena a los Yankees, vio opacada su grandeza cuando Torriente —con la del Almendares— le conectó tres jonrones y un two-bagger en un mismo desafío.
Aun así, los “ponches” cubanos fueron apenas una nota pintoresca en su carrera. Nada pudo impedir que Babe Ruth quedara para la historia, dentro y fuera del terreno, como un auténtico fuera de liga.












