Los vapores “cayeros”: viajar por el sur de Cuba en el siglo XIX

Al llegar a los puertos y embarcaderos, los viajeros podían usar el ferrocarril para completar el itinerario o emplear carruajes de tracción animal, en caso de que no existiesen caminos de hierro.

Barco empleado por la Compañía de Menéndez.

Durante el siglo XIX era habitual el traslado por vía marítima para cubrir largas distancias.  Varias líneas de vapores prestaban servicios de pasaje y carga, por el norte y sur. En 1852 quedó “abrazada toda la periferia de la isla”, por estas empresas, como dijera un cronista de El Balear.

El estado de los caminos era tan malo que en ocasiones, resultaban intransitables, sobre todo en primavera, y abundaban los bandoleros, así que era más factible viajar en barcos.

Al llegar a los puertos y embarcaderos, los viajeros podían usar el ferrocarril para completar el itinerario o emplear carruajes de tracción animal, en caso de que no existiesen caminos de hierro.

Estas embarcaciones también transportaban correspondencia y habían sido fabricadas, en su mayoría, en astilleros de Estados Unidos. Acerca de una de ellas, adquirida en 1850, y de nombre Isabel, nos dice El Balear, periódico español: “Con respecto a las comodidades del barco creemos que poco son los vapores de la costa de la isla de Cuba tengan tantas. En efecto, además de tres espaciosas y elegantes cámaras con 32 camarotes, un camarote muy desahogado para familias, y otros dos en la toldilla para recreo de los pasajeros, hay a bordo una barbería y un cuarto en que se encontrará todo lo necesario para lavarse”.

Antinógenes Menéndez

Vapores Menéndez

La mayor empresa naviera que prestaba servicios en la costa del sur de la isla se nombraba Menéndez y Ca., conocida popularmente como Vapores Menéndez, fundada en 1866, por el español Antinógenes Menéndez Pintado, natural de Torrelavega, Santander,  donde nació en 1827. 

Este emprendedor residía en Cienfuegos y comenzó sus negocios con el barco Villaclara quehabía inaugurado la conexión de Cuba con Honduras, desde el Surgidero de Batabanó hasta Trujillo. Había sido capitán y gerente de la Línea de Correos Interinsulares de Santiago de Cuba a La Habana. 

Rafael González Echegaray, en su libro Capitanes de Cantabria, relata que los “(…)barcos de Menéndez eran unidades hermosas, de casco de madera en principio y de hierro después, propulsados a ruedas o a hélice: Villa Clara, Trinidad y Gloria fueron los tres primeros, de casi dos mil toneladas; luego vinieron el Argonauta, el Josefina y el Antinógenes Menéndez que eran de dos hélices. Finalmente encargó una pareja magnífica: el Reina de los Ángeles y el Purísima Concepción”.

Otro vapor de la época fue el Manuel l. Villaverde, conducido por el capitán Francisco Moret, desconozco si era propietario o el barco pertenecía a una compañía. 

Samuel Hazard, artista de la plástica y escritor norteamericano, estuvo de paseo durante seis meses por la Isla, a fines de la década de 1860. Fue cliente de la empresa de Menéndez y en su libro Cuba a pluma y lápiz recomendaba a los turistas:

“Si el viajero que va a Cuba desea ver sus más hermosas regiones y a la vez sus pueblecitos más bellos y quietos, no debe dejar de hacer esta excursión a lo largo de la costa sur de Batabanó a Santiago de Cuba, deteniéndose en Trinidad, y si lo desea, tomando en Santiago de Cuba el buque que lo devuelva a los Estados Unidos. Y si quiere visitar antes las Antillas inglesas, puede hacerlo en los vapores franceses que a ellos se dirigen desde dicho lugar”.

En La Habana, se podían comprar pasajes en la agencia ubicada en calle de Amargura, número 16. Desde Batabanó a Cienfuegos el billete costaba doce pesos; hasta Trinidad dieciséis pesos. En 1880, Hacienda modificó los precios al aumentar un 15% el valor de pasaje y un 3%, el de las mercancías. 

Había que madrugar para emprender el viaje, pues el tren de la estación de Villanueva, donde luego fue construido el Capitolio, salía a las 5:30 am hacia Batabanó y llegaba a las 8:00 am. Ya el barco aguardaba para zarpar.

Lo más usual era llevar maletas, pues su manipulación, amarradas al lomo de un caballo o en un carruaje, resultaba más fácil que baúles u otro tipo de equipajes.

Bahía de La Habana en 1892.

A bordo

Los buques hacían escala en los puertos de Cienfuegos, Trinidad, Tunas de Zaza, Júcaro, Santa Cruz y Manzanillo. A las 10:00 am sonaba una campanilla para avisar el horario de almuerzo. Cada pasajero tenía su mesa reservada. Predominaba la comida española, con variados vinos de igual procedencia. Luego, algunos acostumbraban a jugar a las cartas. A media tarde se escuchaba otra vez el llamado de la campanilla, correspondía merendar, habitualmente limonada o jugo de naranja, “que colocan en grandes y frescos jarros, pudiéndose servir cada cual a su gusto”, rememoraba Hazard.

Cuenta el boletín Filatelia, editado en Cienfuegos, este dato curioso: “Llevaban a bordo un conductor de correos con su correspondiente buzón donde se recibía directamente del público las cartas durante su recorrido. Estos conductores utilizaban canceladores privados y sin ninguna reglamentación”. 

Si el transeúnte llegaba de noche a un puerto, durante el período de la Guerra de los Diez Años (1868-1878), no podía desembarcar hasta el amanecer. Era la orden de las autoridades militares. Esta medida se aplicó también cuando España estaba en conflicto armado con otras naciones.

A los muelles de Cienfuegos arribaba el vapor a las 6:00 y salía las once, tiempo que aprovechaba el viajero para pasear por la ciudad y comer  ostras en “La Paz” o “La  Unión”. A Casilda, puerto de Trinidad, llegaba a las cuatro de la tarde. El turista para ir a la Villa, rodeada de ingenieros azucareros, podía trasladarse en tren o volanta, el primer medio de transporte cobraba veinte centavos y el segundo 2 pesos.  Si llevaba mucho equipaje y deseaba quedarse un tiempo en la ciudad entonces alquilaba una carreta.

Para ir a Santiago de Cuba, desde Trinidad, existía la opción de navegar en un vapor que salía,  a fines de la década de 1860, a las tres o cuatro de la tarde. El pasaje costaba 40 pesos.   

Santiago de Cuba a fines del siglo XIX.

Noticias variadas

Un accidente muy lamentable ocurrió el 19 de julio de 1846 cuando al vapor Genil, mientras viajaba entre Santiago de Cuba y Batabanó, le explotaron las calderas; en el siniestro falleció el capitán, un maquinista, diez marineros y dos pasajeros,  8 personas sufrieron heridas de gravedad.

La navegación tuvo que sortear peligros como consecuencia de temporales y ciclones. La Correspondencia de España, el 17 de agosto de 1878, divulgaba esta noticia: 

“En la noche del martes último hubo en Batabanó, en el sudoeste de la Isla, un fuerte temporal de viento. Se anuncia que se han perdido 9 buques y que otros 6 han varado. Se cree que estos son costeros”.

Algunos comerciantes utilizaban estos medios de comunicación para el tráfico ilegal de esclavos. Para evitarlo, en 1867, a los capitanes y patrones de los buques les prohibieron recibir a bordo esclavos sin la previa presentación de sus cédulas de identidad, en caso de violar la indicación tenían que pagar 20 escudos de multa por cada caso.

Los conflictos armados en la Isla disminuyeron las capacidades para el traslado de pasajeros civiles, pues se priorizó el movimientos de tropas y pertrechos y hasta fueron usados para vigilar las costas con el fin de evitar el arribo de expediciones. 

El periódico La Paz, el 11 de febrero de 1869, divulgaba que “Las autoridades han confiscado el buque costero Seis Hermanos, por sospechas de que está llevado auxilios materiales a los rebeldes. Los empleados del Gobierno están poniendo en vigor, con la mayor severidad, la orden relativa a los pasaportes, y no se permite desembarcar a los que no los traen.” 

Asimismo, algunas naves fueron hundidas, por ejemplo la empresa de Antinógenes Menéndez perdió tres durante la última contienda al enfrentarse a la armada norteamericana.

Tesifonte Gallego.

No voy a concluir esta crónica sobre los “vapores cayeros” o costeros con información negativa, prefiero las impresiones del periodista español Tesifonte Gallego, quien disfrutó tres veces aquellos memorables viajes y las describió en su libro Cuba por fuera. Apuntes del Natural:

“Id a Cienfuegos, penetrad por la ría y contemplaréis verdaderas decoraciones de teatro en sus castillos y en sus quintas, como si fuera una escena preparada por nuestro gran Mario; pasad al Príncipe (Camagüey), y no os cansaréis de ver potreros y más potreros (…) Id a Cuba (Santiago de Cuba), tomad el ferrocarril de San Luis, y apenas el tren se pone en marcha os veréis sorprendidos por un paisaje, cuyas formas brillantes no alcanzarían los artistas”.

 


Fuentes:

Samuel Hazard: Cuba a pluma y lápiz, Cultural, S.A., La Habana, 1928.

Tesifonte Gallego: Cuba por fuera. Apuntes del Natural, La Propaganda Literaria, La Habana, 1892.

Boletín Oficial de la Provincia de Valladolid

Diario de la Marina

El Correo

El Español

La Paz

https://filateliadesdecuba.wordpress.com

https://cantabrialiberal.com

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