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La Habana, febrero de 1900. El abogado estadounidense Albert James Norton, después de visitar al gobernador Leonardo Wood, se dirigió al Paseo del Prado, que le pareció en sus memorias de viaje un “camino amplio y hermoso”.
Llegó a la entrada, por la calle Zulueta, de la antigua y tenebrosa cárcel de Tacón, edificada en la década de 1830. Era de noche. El acceso a la prisión estaba fuertemente custodiado. Bombalier, a quien consideraban el intérprete del recinto, fue el guía durante la visita.
En tiempos de la colonia, en la cárcel estuvieron detenidos los rebeldes Narciso López, Graciliano Montes de Oca, Eduardo Facciolo, Ramón Pintó, Francisco Estrampes, Francisco León y Agustín Medina, entre otros, ejecutados por el “garrote de alcachofa”, frente al edificio, en la explanada de la Punta. El uso de este instrumento macabro sustituyó a la pena de muerte por ahorcamiento a partir de 1832, en España y sus colonias, por disposición del rey Fernando VII.

Avelino Cabrera
En 1900, la cárcel habanera, que debía su nombre a Miguel Tacón y Rosique, Capitán General en tiempos de su construcción, tenía 228 presos. A Norton le interesó, precisamente, conocer cómo funcionaba el artefacto y a su ejecutor: el verdugo Avelino Cabrera.
“En una habitación del primer piso separada del pasillo por una reja de hierro se encontraba ese terrible instrumento de ejecución, el garrote. El señor Bombalier abrió la puerta de hierro y entramos en la habitación. Un poste de tres o cuatro pies de alto, con un bloque de madera de aproximadamente un pie de largo, sujeto a cada lado de su extremo superior, se alza sobre una caja con forma de v en la que el verdugo guarda los implementos necesarios para su trabajo. Cerca de la parte superior del poste y sobresaliendo de él por delante, hay una barra corta de acero con dos puntas, una especie de reposacabezas con una protuberancia en el interior de la banda que presiona contra la nuca de la víctima y una parte del llamado collar de hierro”, describía el abogado estadounidense.
Al lado de la máquina estaba sentado, en un taburete, un hombre musculoso, de piel negra, 34 años de edad, seis pies y 3 pulgadas de estatura y muy musculoso. Era Avelino, el verdugo, un criminal que había sido sentenciado a 17 años de trabajos forzados antes de ocupar el repudiable cargo. Sustituyó a otro preso: Valentín Ruiz Ruiz, quien también fue escolta de Valeriano Weyler, Capitán General en Cuba.
El salario del verdugo en la etapa colonial fue de 40 pesos al mes y estaba estipulado que recibiría un pago extra, de 17 pesos, por cada ejecución. Avelino testimonió que por la noche era encerrado para evitar que lo asesinaran los demás reos y por el día siempre andaba fuertemente escoltado. Norton quiso saber cómo funcionaba el aparato y buscaron a un reo para que simulara de víctima.
“El taburete estaba correctamente ajustado. Las puntas de acero se cerraron alrededor del cuello del hombre y la barra oscilante antes mencionada estaba sujeta frente a su garganta. Una o dos vueltas de la palanca acercaron el extremo del tornillo de la base del cerebro, retiraron la barra de acero frente al cuello y así el collar de hierro se apretó sobre su víctima. Otra vuelta de la rueda y podría haber presenciado una ejecución por garrote. La proyección en la parte posterior del reposacabezas golpea contra vértebra superior, empuja la cabeza ligeramente hacia adelante, mientras el collar de hierro se aprieta y rompe la médula espinal, causando la muerte instantánea.”
Era un “garrote de corredera”, modelo que comenzó a utilizarse desde 1880, “mucho más robusto y eficaz que el ‘de alcachofa’”.
Valentín Ruiz Rodríguez
Terminada la guerra independentista, el garrote fue llevado a Estados Unidos para ser exhibido en la exposición celebrada en Omaha, durante los meses de julio, agosto y septiembre de 1899.
El verdugo oficial de la cárcel, hasta esa fecha, había sido Valentín Ruiz y viajó con el artefacto para mostrar cómo lo usaba. También llevó una espada que le había regalado Weyler.

Para no ser apedreado por el pueblo, salió de la cárcel de La Habana rumbo al puerto a medianoche, el 20 de junio.
El garrote fue devuelto a la prisión, pero Valentín no regresó. Temía por su vida. Había ejecutado 57 presos, según Norton, y aunque fue indultado por las autoridades españolas, nunca abandonó la cárcel, pues allí se sentía más seguro.
Valentín, nos dice Norton, odiaba a los cobardes. Cuando un prisionero mostraba signos de miedo, acostumbraba a torturarlo; entonces giraba lentamente la palanca del garrote; en cambio, si demostraba valor, “ponía fin rápidamente a sus sufrimientos”. Algunos condenados le daban joyas y dinero para evitar mayores tormentos.
“Valentín es un negro de más de seis pies de altura y se dice que es la persona más fuerte que jamás haya nacido en Cuba. Era mecánico y trabajaba en una plantación de azúcar. Cometió varios asesinatos. Finalmente, fue declarado culpable y sentenciado a trabajo forzado en la cárcel de La Habana. Habiendo cumplido el antiguo verdugo su condena como tal, Valentín solicitó el puesto que obtuvo.”
Esa es la versión que le contaron al jurista. Sin embargo, Eduardo Varela Zequeira y Arturo Mora Varona, en su obra Los bandidos de Cuba, editada en 1891, refieren que en realidad Valentín sustituyó a José Cruz Peña, natural de Badajoz, de 31 años de edad, condenado por desertar varias veces del ejército.
De Puerto Príncipe viajó a La Habana para ejecutar al bandolero Victoriano Machín Ulloa el 1ro. de junio de 1889. Pidió un ayudante y las autoridades designaron a Valentín, nacido en Matanzas, quien cumplía una pena de 15 años.
“En esa lucha se hallaba el reo cuando entró el verdugo: negro, joven de 22 años, coquetamente acicalado, preso el fornido busto una chaquetilla azul fileteada de rojo. Llevaba una cuerda arrollada en su diestra. Machín cayó desplomado sobre una silla; el verdugo se arrodilló a sus pies, desenvolvió la cuerda y empezó a ligar los tobillos del reo. En los momentos de la ejecución de Victoriano Machín, el verdugo Cruz Peña se aterró, sustituyéndole con sin igual sangre fría su Ayudante Valentín, cuyo hecho le valió ser nombrado ministro ejecutor de Justicia de la Audiencia de La Habana.”

De Valentín se cuentan muchas anécdotas. Aunque algunas de las ejecuciones ocurrieron en la ciudad de La Habana, otras sucedieron en Santa Clara, Pinar del Río, Matanzas, Guanajay, Jovellanos y Colón. El verdugo, con un piquete bien armado de escolta, se trasladaba en tren. Llevaba en su equipaje el garrote, rehusaba usar otro porque, afirmaba: “no respondía sino de su máquina”. Fue tan activo que en solo 18 meses había hecho 18 ejecuciones desde que recibió el nombramiento.
Cuentan Varela Zequeira y Mora Varona que Valentín, el 30 de octubre de 1890, después de ejecutar a dos reos en Jovellanos, cuando subía al tren rumbo a Colón, donde debía ajusticiar a otros tres, dijo: “Nosotros somos como un circo de caballitos que vamos de pueblo en pueblo, dando funciones.”
En esa ocasión, antes de cumplir el mandato de la ley, Valentín manifestó que no ejercería su trabajo si previamente no le pagan el jornal extra que le correspondía.

Narra Ciro Bianchi que “cierta vez debió ejecutar a Pablo Cantero, un espirituano de 33 años y vecino de Camajuaní, quien para fugarse había dado muerte a un custodio y luego, al ser apresado de nuevo, intentó suicidarse para librarse del garrote. Valentín se esmeró con el herido. Día y noche permaneció a su lado prodigándole atenciones y cuidados. Alguien le preguntó si eran viejos amigos. ‘Nada de eso, aclaró Valentín, lo que pasa es que firmé un vale por 30 pesos para levantar el patíbulo y los pierdo si el hombre se me muere’”.
Uno de los primeros verdugos que manipularon el garrote vil fue el negro lucumí Juan Sabas. Según el cronista Ciro Bianchi la máquina dejó de utilizarse en Cuba en 1930, con las ejecuciones de los criminales Antonio Padilla y Domingo Betancourt, quienes habían asesinado al comerciante habanero Florencio Camporro. El verdugo Paula Romero ejecutó la pena de muerte.
Fuentes:
Albert J. Norton: Norton’s Complete Hand-Book of Havana and Cuba, editores Mcnally y Compañía, 1900.
Varela Zequeira, Eduardo y Arturo Mora Varona: Los bandidos de Cuba, Establecimiento tipográfico de La Lucha, La Habana, 1891.
Bohemia
Diario de la Marina
https://fotosdlahabana.com/la-antigua-carcel-de-tacon/
http://www.cubadebate.cu/especiales/2022/07/09/bandidos-y-verdugos-en-la-habana/