En busca de la fuente de la fortuna, sintiéndose un nuevo conquistador tropical, irrumpió Oscar Paglieri en La Habana cuando un mundo —el siglo XIX— se extinguía y otro —el XX— despuntaba. Nada más pisar la ciudad lo envolvió una secreta sensación de predestinado y como italiano emprendedor y tozudo que era puso manos a la obra para labrar el sueño que durante años había perseguido: tener su propio taller de joyería y grabado de metales preciosos.
Coqueteando con su horizonte, el oriundo de Turín bautizó el flamante negocio como La Estrella de Italia. La asunción del rótulo confirma que a pesar de la hospitalidad antillana no había sacado su tierra natal del baúl de recuerdos. Desde la meridional Campania, las colinas de la Toscana hasta los paisajes costeros de Liguria y Piamonte, el apellido Paglieri se enraíza en lo profundo de la identidad cultural y regional italiana.
Sumergido en su atelier, Paglieri pasó horas y horas de piruetas con pinzas y lupas desarrollando su inventiva, su pulso exacto para tallar sorpresas y, sobre todo, su técnica deslumbrante. Le seducía moldear el oro, la plata, las piedras preciosas… fundirlos, amalgamarlos, jugar con ellos; consciente de que eran una perdición para la mayoría de los mortales.
Pudo ser la suya una más perdida entre las mil historias que marcaron las oleadas migratorias de Europa a América, generaciones enteras arrojadas al océano en busca de un futuro mejor. Pero la historia protagonizada por Paglieri resulta tan inmensa y poco conocida que con toda certeza merece ser contada. Hoy pudiéramos considerarlo uno de los padres de la orfebrería contemporánea en Cuba, donde la huella italiana —naturalmente después de la española— resulta condimento decisivo en eso que don Fernando Ortiz dio en llamar “ajiaco” criollo.
Un tipo con estrella
Oficialmente registrado como taller de platería, joyería y diamantista, La Estrella de Italia devino en poco tiempo contenido favorito del cotilleo popular, y el nombre de su fundador comenzó a extenderse como marca de talento y exclusividad. Empezaron a lloverle comisiones privadas de la nobleza que buscaba satisfacer caprichos ornamentales y la modesta casa fue ganando en competitividad para echarle el pulso a La Acacia y a Cuervos y Sobrinos, dos de las antiguas y acreditadas entidades en la materia.
Existe prueba documental de que hacia 1895 el establecimiento se ubicaba en el inmueble número 107 de la Calzada de Monte, por algún tiempo populosa arteria comercial dada la alineación de tiendas, quincallas, fondas y negocios de todo tipo con llamativos carteles, decoraciones y abundancia de ofertas.
En la medida que avanzó la República, la aristocracia habanera fue afianzando su obsesión por el atavío de alcurnia y las alhajas al mejor estilo cortesano, al punto de no dar respiro a sus prendas ni para abanicarse en el portal palaciego los domingos. Entonces el hacendoso Paglieri ya había decidido llevar su negocio al próximo nivel con la producción a escala industrial. Formó una dotación de artesanos que sabían hacer de todo, desde gemelos y pendientes hasta los más grandes y complejos pedidos. Más allá de la utilidad de las máquinas, para él la destreza y sensibilidad artística de sus empleados eran lo principal.
Gracias a su creciente reputación y auge económico, en 1899 trasladó La Estrella de Italia a un espacio más adecuado en Compostela 46 y 48, entre Obispo y Obrapía, corazón de La Habana Vieja. Resultaba imposible no detenerse ante la vidriera, espléndida y reluciente como una tacita de plata, para elogiar la belleza del muestrario. Similar a las cadenas admirablemente enlazadas que tenían a la vista, cada cliente recomendaba a sus amigos el lugar donde adquirir un presente especial. Paglieri pasó de ser el simple vendedor de joyas a maestro joyero, figura de referencia. Su pionera manufactura creció cada vez más y se fue diversificado hasta convertirse en imperio.
De buena tinta
La genialidad del italiano no solo fue notada por personas importantes, sino que muy pronto aparecieron reportes en los periódicos. El Diario de La Marina, por ejemplo, llegó a calificarlo de “Benvenuto Cellini de la época moderna”, y estimó que para honra de Cuba la casa de Paglieri estaba en condiciones de competir con las más distinguidas joyerías foráneas.
En su tirada vespertina del 30 de septiembre de 1903, el citado órgano invitaba a los lectores a admirar en el taller de Compostela toda clase de trabajos notables entre los que destacaban dos pectorales y dos anillos episcopales revestidos con oro y esmeraldas, “un primor de arte y buen gusto” —según el cronista—, destinados a los nuevos obispos de La Habana y Pinar del Río, monseñor González Estrada y monseñor Braulio Orúe, respectivamente.
“Un aplauso, no al artista que ha realizado esos y otros muchos trabajos de mérito y valor —como el perro de platería maciza, encargo de una devota para un milagro, que se expone en la propia vitrina— sino a la ciudad que lo cuenta en su seno y que no tiene nada que envidiar a las más adelantadas en arte en lo que atañe al ramo de platería”, enfatizaba el texto.
Lo mismo, aunque en su estilo, opinó El Fígaro el 14 de marzo de 1909: “Puede decirse, porque así es cierto, que cuanta obra de arte se ejecuta hoy en La Habana, y aún en el interior de la República, que tenga alguna importancia, se encomienda indefectiblemente a La Estrella de Italia. Y así tiene que ser, puesto que ninguna otra casa puede ofrecer mejores garantías de perfecta ejecución y serio cumplimiento como la gran joyería de Pagliery”.
Un par de años después, la Bohemia del 19 de marzo de 1911 dedicaba dos páginas a celebrar el reciente triunfo de que la empresa acababa de ganar el Gran Premio en la Sección de Artes de la Exposición Nacional, celebrada en la Quinta de los Molinos. Un escudo de Cuba maravillosamente ejecutado en plata; la Copa “Almendares” que solía entregar el magnate Eugenio Jiménez, arrendatario del Almendares Park, al equipo campeón de béisbol; un retrato en plata de la señorita Carmelina Guzmán; así como una colección de tallas esmaltadas y filigranas de ensueño componían el stand de la joyería dentro del pabellón, con lo cual cautivaron al público y obtuvieron la recompensa del jurado.
“Con intenso y propio fulgor ha lucido La Estrella de Italia en el firmamento de la Exposición Nacional, destacándose con brillo inusitado entre las de todas magnitudes que han alumbrado el certamen. El nombre de Oscar Paglieri está tan íntimamente ligado al de La Estrella de Italia, que se confunden uno y otro cuando se habla de trabajos en joyas y metales finos en los que el cincel tenga principal parte. El señor Paglieri es un artista consumado; un artífice exquisito; un espíritu emprendedor, culto y moderno”, daba por sentado el artículo.
Constelación de obras
Sus piezas estaban inspiradas en las más diversas líneas y los más exóticos modelos. Coronas, collares, dijes, estatuillas, miniaturas, relojes, medallas, láminas para portadas de álbumes, trofeos o planchas para colocar al pie de las esculturas —la lista sería interminable—, lucían esparcidas por habitaciones de damas encopetadas, camerinos de artistas, despachos ejecutivos, clubes deportivos, sedes de instituciones y museos… en fin, la obra del notable cincelador iba aparejada a todo lo que significaba progreso.
Para que se tenga una idea: de La Estrella de Cuba salió la medalla obsequiada al general Máximo Gómez el 20 de mayo de 1902. Encargada por un grupo de jefes y oficiales que combatieron bajo sus órdenes, la pieza en oro de 18 quilates, con peso aproximado de tres onzas, pasador y estuche, tenía grabada en la cara frontal el perfil de la Fortaleza de La Cabaña y una inscripción dedicada al Generalísimo. “A su genio y constancia debemos la realización de nuestro ideal”, decía. En el reverso aparecía el Escudo Nacional, la fecha y la dedicatoria de los compañeros de armas. En la actualidad forma parte de los fondos del Museo Numismático.
Mientras, el Museo de la Orfebrería conserva en su colección una pieza conmemorativa que consiste en un león de plata dorada que yace sobre un puñado de monedas fundidas por la explosión del acorazado Vizcaya. Presenta una base de plata de aspecto irregular y con patas en forma abombada. Los detalles del ancla, objetos bélicos, marfil, soga y salvavidas remiten al malogrado navío de la escuadra de Cervera que acabó hundido tras la batalla naval frente a las costas de Santiago, en julio de 1898.
Otras manufacturas memorables fueron un emblema en plata de Eusebio Hernández —médico y amigo de Antonio Maceo— que simbolizaba un pergamino abierto con la mujer Cuba y un fragmento de la patriótica carta del doctor renunciando a la dirección del Partido Liberal y a su candidatura al Gobierno nacional. Asimismo, el Escudo de Cuba, todo de plata, que adornó la oficina del presidente José Miguel Gómez, o la Copa “Habana”, con ornamentos alegóricos de oro y plata y esmaltes de colores, que entregó el Ayuntamiento capitalino en calidad de trofeo durante la primera carrera internacional de automóviles efectuada en Cuba, el 13 de febrero de 1905.
Pero sin dudas la obra más icónica por su trascendencia en el acervo histórico, devoto y cultural de la nación de las realizadas en La Estrella de Italia fue el ajuar que luce la representación de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba, y que le fue colocado por la delegación del Papa Pío XI en 1936. La corona exhibe a sus lados los escudos de Cuba, al centro el de la Palma Real y en la base el lema “Ambulavit Mater”, que alude a la “Madre de la Caridad que caminó sobre las aguas”; en tanto la aureola recrea el sol con sus 12 estrellas y la inscripción Ave María. Ambas prendas son de oro 18 quilates y de platino con 1 450 diamantes, brillantes, rubíes, esmeraldas, perlas, entre otras piedras preciosas engastadas. La corona del Niño Jesús también es de oro y platino, guarnecida con perlas y brillantes.
Cuba por Italia
Aun cuando realizó algunas de las piezas más caras o exclusivas del mercado y se codeó con las celebridades del momento, Paglieri jamás enloqueció de superego ni cortó los vínculos con su patria.
Miembro de la comunidad mediterránea aplatanada en La Habana, a inicios de 1909 resultó elegido por unanimidad —seguramente atendiendo a su espíritu eficaz y bondadoso— como presidente del Comité Italiano Pro Sicilia y Calabria, creado tras el terremoto que sobre las cinco de la mañana del 28 de diciembre de 1908 devastó el sur de Italia, provocando 100 mil muertes; una de las mayores catástrofes que recuerde el continente.
Como parte de esa gestión puso a merced de la citada junta su vivienda y para recaudar fondos organizó una velada en la que artistas de los teatros Payret, Nacional, Actualidades y Alhambra se presentaron con escenificaciones variadas y extractos de La Boheme de Puccini y La Traviata de Verdi. Para cuando Paglieri dio por concluida su misión humanitaria el 24 de abril, el comité bajo su amparo había conseguido remitir a Roma 43 560 francos en favor de los sobrevivientes del sismo, suma que para la fecha era nada despreciable.
También figuró entre los fundadores de la Sociedad Patriótica Italiana, constituida el 1 de febrero de 1912 por los italianos residentes en La Habana con fines patrióticos, unitarios y recreativos. Esta tuvo en calidad de Presidente de Honor al ministro italiano en la isla Giacomo Mondello; de presidente al ingeniero Stefano Calcavechia y a Paglieri de vice.
No todo lo que brilla es oro
A pesar de su aureola y posición cayó en desgracia de golpe. Oscar Paglieri Galleani murió en la capital cubana el 13 de diciembre de 1912.
Un listado de pasajeros del trasatlántico América lo ubica dos meses antes viajando de regreso desde Turín por la vía marítima Génova–Nueva York–La Habana. Lo acompañaba su esposa Virginia Paglieri, diez años menor. ¿Habría ido a despedirse de la tierra de sus amores o a recuperar energías ante la enfermedad que, oculta, devoraba sus entrañas?
Su cadáver fue llevado a la mañana siguiente al cementerio de Colón en sentido cortejo que encabezaron representantes de la colonia italiana, del comercio habanero y allegados. Paglieri era muy querido entre sus compatriotas y cubanos no solo por sus prestigios mercantiles como gerente de La Estrella de Italia, sino por ser considerado un paladín de la orfebrería y un hombre de carácter benévolo.
“El señor Paglieri fue inhumado en la bóveda número 861 de la administración adquirida por Mario Ferrari y exhumado el 20 de diciembre de 1922, para ser trasladados sus restos al osario propiedad de Evaristo Iduarte, que se ubica en el cuartel noreste, cuadro 23 del campo común”, precisa a OnCuba el solícito historiador Ricardo Díaz Murgas, miembro del equipo de museología de la necrópolis.
Cáncer de estómago, diagnosticó el doctor Enrique Núñez al firmar con negra letra el acta de defunción. Si bien las causas pueden ser multifactoriales, estudios médicos modernos sugieren que la neoplasia gástrica sería más propensa en personas con ocupaciones laborales como las del carbón, la goma y el metal. Ahí el joyero Oscar tenía todas las de perder. ¿El mismo oficio que encumbró su gloria lo llevó a la tumba a los 49 años de edad? Tal vez no lo sepamos nunca.
La novela de Paglieri, el ungido de La Estrella de Italia, no tuvo un final feliz; pero dejó una lección de cómo el empeño conduce a triunfar aún más allá de la muerte.
Magnífico! Gracias por todo lo que se aprende.
Muy Interesante la historia de tan celebre joyero y empresario italiano en Cuba.
Los italianos nos dejaron también notables huellas en la escultura conmemorativa. Sería bueno que el periodista con este estilo particular que ha demostrado tener, nos cuente quién fue Ugo Luisi. Gracias.