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El primer velocípedo que se conoció en La Habana lo importó el comerciante gallego Claudio Graña, se dice que en 1880. Hay referencias, seis años después, de la celebración de carreras de estos pesados “artefactos”, organizadas por emigrantes catalanes.
Este deporte comenzó a consolidarse en 1894, cuando las dos sociedades que existían en la capital, dedicadas a su práctica, el Sport Club y el Club Biciclista de La Habana (el primero creado en Cuba), inauguraron velódromos en Almendares y El Vedado, respectivamente.
La prensa contribuyó a divulgar los beneficios del novedoso ejercicio físico mediante la difusión de criterios de médicos, reseñas de competencias en otros países y en la isla; reprodujo el artículo “Triunfo de la mecánica racional”, del dramaturgo español José Echegaray, donde defendía el uso de la bicicleta, aparato con el que “ha dado el hombre una lección a la naturaleza”.
La Sociedad de Higiene, dirigida por el Dr. Juan Santos Fernández, en una de sus sesiones, daba a conocer la conferencia Higiene del ciclismo en Cuba, redactada por el Dr. Antonio María de Gordon y de Acosta e impresa en folleto para su distribución gratuita; además, fue reproducida por la revista Repertorio Médico Farmacéutico. Circulaba en 1894 un periódico nombrado El Ciclista, que dirigía el Dr. A. Bustille Lisola y era el órgano oficial del Club Biciclista de La Habana.
Estimuló la incorporación de las mujeres en la práctica del deporte el establecimiento, en 1895, por el Sport Club, de una academia para la enseñanza del ciclismo a señoras, señoritas, niñas y niños, en el velódromo que poseía en los terrenos del Almendares. Las clases las impartió Rita Durán, nacida en Nueva York, de ascendencia camagüeyana, según El Fígaro. También ofrecía sus servicios como profesora de esgrima, inglés, pintura, equitación y tiro con rifle. En fin, atleta todoterreno nuestra adelantada coterránea, residente entonces en la calle Reina, número 38.

El Club Biciclista de La Habana tuvo su academia de velocípedos en esa época; el connotado deportista Rufino Bastante era el encargado de la docencia.
Destacó en el negocio de la importación y venta de bicicletas la empresa Vidal, Graña y Cía, que comercializaba las marcas Seidel y Naumann. Sus grandes almacenes se hallaban en la calle O’Reilly, números 74 y 76. Para promover el deporte organizó diversos eventos.
Y otro avispado empresario, Plácido Hernández, abrió un negocio en la calle de Trocadero para alquilarlas. El periodista Federico Villoch recordaría años después que, si algún niño conocido del barrio tenía interés en arrendar una, pero no poseía dinero en ese momento, el comerciante le “fiaba” el servicio para que pagara posteriormente.

Era frecuente que algunas personalidades, como el popular actor del teatro vernáculo Regino López, pasearan en bicicleta; y hasta hubo un pionero en usarla como medio de transporte para realizar su trabajo: Rafael Blanco Santa Coloma, fotógrafo de la revista ilustrada El Fígaro.
Las exhibiciones de extranjeros aportaban entusiasmo por el deporte. Resultaba atractivo, por ejemplo, ver a John S. Prince y Albert Morriotte mostrando sus habilidades en los velódromos, calles o las calzadas aledañas a la ciudad.
Excursiones y competencias
Además de las prácticas individuales, los integrantes de los clubes realizaban excursiones en grupos desde La Habana hasta diferentes poblados como San José de las Lajas, Güines y Batabanó. Estos recorridos, por lo general, concluían con un almuerzo. Si el sitio de reunión no estaba muy lejos, los invitados iban en guaguas o coches tirados por caballos.
En ocasiones confaternizaban con el Matanzas Sport Club. El domingo primero de octubre de 1893 llegaba a las seis de la mañana a Güines un tren expreso, donde viajaban ciclistas matanceros. Para recibirlos en la estación salieron desde el Parque Central 15 integrantes del Club Biciclista de La Habana, a las 2 de la madrugada. De ellos, solo cuatro llegaron al destino, encabezados por José Carlevaris y Albert Morriotte. Los demás se quedaron en las poblaciones intermedias o tuvieron que cargar con la bicicleta por haberse inutilizado en el camino, relataba el Diario de la Marina.
La comitiva se dirigió a la ciudad por la calzada de San José de las Lajas para disfrutar de un almuerzo en el restaurante El Suizo, donde se propuso la creación de la Unión Biciclista “con el objeto de dar vida y realce a ese sport, como medida higiénica y como una de las distracciones más inocentes que servirá la mayor parte de las veces para separar a nuestra juventud de otras clases de juegos contrarios a la higiene y a la sociedad”. Se desconoce si fructificó el proyecto. Luego los ciclistas recorrieron las calles habaneras y se fueron de excursión al Vedado.
El primer campeonato en Cuba fue convocado por el Club Biciclista de La Habana y se efectuó en 1894, en el velódromo de El Vedado. Se otorgaron tres premios y ganó la competencia, de 25 kilómetros, José Carlevaris de Cevazco. Las marcas de bicicletas que compitieron eran Clement, Whitworth, Naumann, Premier y Rudger.
Efectuaban, además, torneos en sus velódromos, los cuales tenían glorieta, gradas y palcos. Los interesados en disfrutar del espectáculo debían pagar la entrada. Por ejemplo, para el correspondiente a marzo de 1895, en el Club Biciclista de La Habana, que dirigía Antonio Valdepares, los boletos se vendieron en los establecimientos El Bosque de Bolonia, Las Novedades, Ricla y en el café Albisu. Como parte del plan de promoción, las medallas de los premios se exhibieron con antelación en las vitrinas del Bosque de Bolonia. Se coordinaron salidas extras de trenes y el espectáculo fue amenizado por la banda Santa Cecilia.
Dato curioso es que compitieron adultos y niños, por separado. Las niñas también practicaban la disciplina deportiva; en el evento participaron Adela y Dolores Codina. Por cierto, parece que casi toda la familia era ciclista porque entre los matriculados estuvieron Manuel, Urbano y los menores de edad César, Jenaro y Francisco Codina. El gallego Nicolás Gómez Pego, dependiente del comercio, ganó las carreras.

El Sport Club, presidido por José Gómez, organizaba las carreras en sus terrenos de Almendares. De acuerdo con el programa correspondiente a marzo de 1894, las niñas y los niños compitieron por separado, aunque la distancia del recorrido era la misma: 460 metros.
El enfrentamiento de los señores Santa Cruz y Menocal establecía tres vueltas a la pista, en total 1380 metros. La carrera Sport Club, entre Montalvo y Codina, cinco vueltas (2300 metros) y el Grand Match, con Prince, Carlevaris y Mariotte, 32 kilómetros. El premio de esta última era de 500 pesos. Prince tenía que hacer todo el itinerario sin descansar; sus contrincantes podían relevarse.
Las entradas se vendieron en la sede de la empresa Vidal, Graña y Cía y en el Hotel Mascotte. En ese mismo mes, el Sport Club inauguraba el salón destinado a la Secretaría, “un espacioso local tapizado con gusto y cuyo decorado es de mucha propiedad. Por las paredes veíanse cuadros con fotografías de ciclistas, atributos de ese sport, insignias del Club, y adornos tan artísticos como elegantes. Este salón tendrá doble objeto; destinarse al despacho de los asuntos de secretaría y a sitio de reunión de los socios del Sport Club”, reseñaba el Diario de la Marina.
A veces las lides se efectuaban con salidas del Parque Central, La Lisa, la esquina de Tejas o la esquina de Infanta y Carlos III, teniendo como destino a algún poblado rural, aunque se dio el caso de retornar para concluir la ruta en el lugar donde comenzó.
El récord en 1899 correspondió a Adolfo Allones, quien demoró 5 horas, 53 minutos y 50 segundos en recorrer el trayecto de 100 millas (160.93 km) desde la esquina de Tejas a Artemisa y de este lugar al punto de partida. También sucedieron recorridos de ida y vuelta a Guanajay, Santiago de las Vegas y Batabanó. Debido al mal estado de los caminos, podemos decir que aquello parecía un recorrido a campo traviesa.
De una gacetilla de noviembre de 1894 copio esta descripción:
“El reloj señalaba las seis de la mañana, una de esas encantadoras mañanas con las cuales los poetas y los ciclistas sueñan, cuando la comitiva, compuesta de 25 ciclistas, en airosa y brillante cabalgata, rompía la marcha desde la esquina de Infanta y Carlos III, punto designado de antemano para la partida de todas las excursiones (…).
Tras una hora de agradable jornada llegamos al pintoresco pueblo del Calabazar, donde hicimos alto para refrescarnos las fauces con la clásica (entre los ciclistas) sangría de vino tinto, continuando viaje a Santiago de las Vegas, a donde llegamos 20 minutos después.
Las bocinas y los timbres de las bicicletas, tocados al unísono por todas las calles de la villa de Santiago, atraían la curiosidad de sus elegantes moradoras, las cuales vitoreaban sin cesar a los incansables excursionistas.
Después de recorrida la villa y de admirar el magnífico estado de sus calles, volvimos al Calabazar, en donde se nos había preparado un suntuoso almuerzo, en el que predominaba como plato especial el indispensable arroz con pollo, servido en descomunal cacerola”.
Hubo excursiones más atrevidas, como aquella emprendida por Rufino Bastante —bien merecido el apellido— que salió de su casa en calle Ricla, esquina a Cristo, en La Habana, el domingo 6 de enero de 1895, y llegó a Sagua la Grande el día 11.

El más popular
En otras ciudades, como Cienfuegos, Cárdenas, Sagua la Grande y Matanzas, en la década de 1890 se fundaron clubes de ciclismo. Una de las fotografías más antiguas que se conserva sobre el uso de la bicicleta por mujeres es la de Julia García Bosch, de Matanzas.
A principios de siglo se formaron nuevos clubes; han trascendido los nombres de Baire y La Flecha. En 1903 fue legalmente constituida la Liga Nacional de Ciclismo “para el Champión de la Isla de Cuba”, con domicilio en la calzada de Luyanó 101. Ya lo había dicho un reporte de El Fígaro, el 12 de noviembre de 1899:
“El entusiasmo por el sport de la bicicleta ha crecido entre nosotros de un modo tan extraordinario que bien puede decirse que es hoy el más popular. Ricos y pobres, cultos e ignorantes, el hombre de profesión como el jornalero, todo el mundo cifra hoy sus ambiciones en poseer una buena máquina y darle con habilidad a los pedales”.
Y la revista Cuba y América lo reafirmó en su edición del 20 de febrero de 1900:
“El incremento que ha tomado la industria de alquiler de máquinas, y los aficionados a las mismas a nadie se le oculta. La Habana está invadida de ciclistas de todos sexos y condiciones y ya no es la Punta, es cualquier calle arreglada, una pista al aire libre”.
Fuentes consultadas:
Cuba y América
Diario de la Marina
El Fígaro
Muy bonito e interesante artículo. Gracias José Antonio.