Giuseppe (José) Pennino Barbato, natural de Nápoles, Italia, comerciante, de 24 años de edad y vecino de Obispo 37, corresponsal en La Habana de los diarios Mattino y Sécolo, y ex redactor de El Heraldo de La Habana fue escoltado por agentes de la Policía Secreta hasta el puerto, el 27 de septiembre de 1905.
Había llegado a Cuba dos años antes y su nombre “sonaba” constantemente en la prensa y no siempre por su labor como periodista. El vapor noruego Aurora estaba a punto de zarpar rumbo a Cartagena de Indias, Colombia, para cargar ganado. Los agentes subieron al napolitano y ordenaron al capitán del navío, asombrado por el encargo, que lo trasladara como pasajero. Era el primer extranjero deportado político de la joven República.
Oreste Savina, embajador de Italia en Cuba, al conocer el arresto de su compatriota se entrevistó con Juan O’Farrill, Secretario de Estado y Justicia, para que se dejara sin efecto la resolución presidencial de Tomás Estrada Palma. Sin embargo, el mandatario no cambió de parecer.
Llevaron a Pennino al muelle. Apenas pudo despedirse de un grupo de paisanos suyos. El Aurora partió, escoltado por una lancha de la policía portuaria hasta lejos del Morro. Durante el trayecto tuvo tiempo para pensar en la intensidad de los últimos meses, recordar los artículos incendiarios que publicó contra el Presidente y sus discursos a favor del Mayor General José Miguel Gómez, rival político de Estrada Palma.
Su militancia sobresaliente en las filas de los liberales provocó la reacción airada del antiguo maestro y dirigente del Partido Revolucionario Cubano. Pero le salió mal esta medida antidemocrática.
El vapor Aurora arribó a Colombia, cargó el ganado y cuando fue a dejar al belicoso pasajero, las autoridades no lo permitieron. Entonces navegó hacia Santiago de Cuba. Allí, por órdenes de secretario de Gobernación, trasladaron a Pennino al Veritas, embarcación también perteneciente a la marina noruega. Así navegó el italiano rumbo a California, el 12 de octubre, según narró el Diario de la Marina.
Ese periódico se opuso a lo ocurrido, a través de un comentario Joaquín Nicolás Aramburu, en la edición del 6 de octubre:
“(…) no necesitamos expulsar a nadie más del territorio nacional, sino atraer a cuantos quieran ayudarnos a reconstruir el país, robustecer la República y perpetuar la raza. Si alguno estorbare, sean autoridades más altas, tribunales legales, quienes dicten su fallo. La justicia gubernativa no puede pasar de los límites de la multa y el vivac, porque degeneraría en despotismo irritante y odioso”.
En diciembre de 1905 quedaba sin efecto el decreto presidencial y el día 27 regresaba el desterrado a La Habana. Había visitado Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia. En enero de 1906 abrió un negocio, la Casa Pennino, en la calle Aguiar número 75 A, donde vendería exclusivamente tejidos.
En noviembre ya su comercio iba consolidándose. Decía el Diario de la Marina: “El pueblo no siempre gira, a veces detiene sus pasos ante la calle de Aguiar 75 a, y es que allí está la casa de Pennino, tan famosa, tan acreditada, tan popular, vendiendo los cortes de fluses a dos centenes que es el colmo de vender bueno y barato”.
Comenzó desde muy abajo, pues le habían cerrado el crédito en Italia porque no era confiable debido al destierro y, como si esto fuera poco, Rafael Balbastro lo estafó y huyó a México. Aunque allí cayó en manos de la Policía Secreta y lo extraditaron a Cuba en el mes de abril de 1907, es casi seguro que Pennino no recuperó su dinero.
Dinámico como era, pertenecía en ese año a la Junta Nacional del Comercio de la República que lo comisionó para redactar el informe de trabajo anual y dirigió Diario Mercantil, a partir del 1 de agosto, órgano de esta asociación.
Inteligente y pendenciero
Decía El Veterano que Pennino era un político de ruidosa fama. Es cierto, pues fue protagonista de numerosos escándalos. Dentro del núcleo duro, más cercano a la cúpula del Partido Liberal, estaba Pennino, especie de caballo de batalla.
Sus discursos fogosos, sin palabras rebuscadas, con ideas anarquistas y nacionalistas gustaban al pueblo. Lo consideraban radical. Más de una vez fue sancionado por las autoridades. El 10 de agosto de 1906 lo multaron con 25 pesos por infracción del Código Penal; en febrero del año siguiente cumplió diez días de arresto; en abril pagó diez pesos al Juzgado Correccional por desobediencia, falta y escándalo; el 11 de junio formó una trifulca en el teatro Jorrín porque no lo dejaban entrar a un evento de los liberales.
El tema del nacionalismo lo usaba hábilmente. Su intervención durante el banquete ofrecido a los integrantes de la Asamblea Nacional del Partido Liberal en el hotel Habana el domingo 18 de agosto de 1907, fue reseñaba así por un reportero del Diario de la Marina: “A nombre del pueblo brindó el señor Pennino, quien dijo que la República no existe, que tenemos un extranjero que nos trata con las botas y que los liberales deben sacar triunfante la candidatura de José Miguel”.
Compartió la tribuna, en diferentes ciudades y poblados, con figuras notables como los futuros presidentes de la República José Miguel Gómez y Alfredo Zayas, los generales Enrique Loynaz del Castillo y Eusebio Hernández, Juan Gualberto Gómez, el periodista Martín Morúa Delgado, el coronel mambí, de origen italiano, Orestes Ferrara, entre otros.
Durante la campaña electoral, en 1908, fue secretario de la Convención Municipal del Partido Liberal en La Habana, atendía la propaganda, y volvió a demostrar su talento como orador, aunque parece que le habían pedido que hablara con más moderación.
“Aquella elocuencia agresiva y tempestuosa que atropellaba por todo y obligaba a José Miguel a restallar las indisciplinas ha desaparecido y en vez del orador impetuoso y vehemente nos encontramos con un sacerdote casi evangélico, dulce, suave, razonador, persuasivo, aconsejando prudencia paz y concordia para restablecer la República”, reseñaba un cronista del Diario de Marina, testigo de un acto efectuado en San Antonio de los Baños, en enero de 1908.
Por rencillas partidistas y como muestra de lealtad a José Miguel Gómez no aceptó la candidatura a concejal de la alcaldía de La Habana. La proclama que sustentó aquella propuesta ofrece datos interesantes acerca del pensamiento de Pennino:
“Los que pregonan por esos mundos que Pennino es un radical incoherente no le conocen. Los radicalismos de un italiano culto no son otra cosa que un fervoroso amor a la libertad desconocida en su patria, y a la que América rinde culto vivísimo. Los radicalismos del señor Pennino consisten en las siguientes doctrinas del derecho moderno: amor a Cuba, absolutamente independiente, su neutralidad futura como la moderna Suiza de la gran América; moral pública, respeto al derecho ajeno, democracia honrada, teniendo por base la más recta administración de justicia, emancipación mercantil y decidida protección a la agricultura, base indiscutible de nuestros bienes. Odia a la injusticia, abomina el desorden impuesto durante el estradismo por demagogos de levita y que hubo de echar profundas raíces, hasta ser barrido por la revolución de Agosto (….).”
Para demostrar aún más su devoción por Cuba, Pennino renunció a la ciudadanía italiana. Al ocupar la presidencia del Gobierno, José Miguel Gómez no olvidó los servicios prestados por el italiano y lo nombró Oficial en la Intervención General del Estado, también fue Inspector de Municipios, por la Secretaría de Gobernación.
Tenía gran capacidad de trabajo porque no solo dedicó energías a desempeños burocráticos, a las faenas políticas y al comercio, también pudo escribir los libros: Origen de las provincias cubanas (1909), Vía Libre (1910) y Manual electoral (1914). Además colaboraba en la prensa, sobre todo en La Discusión con los seudónimos de “Nino” y “Tartarín”. En 1917 dirigía el periódico nacionalista La Semana.
El homicida
Juan Amer y Nadal, modesto empleado del periódico La Unión Española, para mejorar sus ingresos económicos decidió convertirse en paparazzi y creó el semanario Chantecler, donde divulgaría chismes de la alta sociedad habanera. Tuvo la peregrina idea de burlarse de Pennino y de su amante, la viuda de Mojarrieta, con un suelto titulado Las viudas alegres.
El italiano no siempre lograba controlarse. Estaba en su tienda. Le regalaron el periódico y salió como un bólido en busca del infame redactor aquel 2 de septiembre de 1910. Llegó a las oficinas del periódico La Unión Española, en calle Teniente Rey No. 38, preguntó por Amer a Ernesto G. Pumariega, administrador de la publicación y una vez identificada la víctima, se acercó y le disparó en la cara con un revólver. Luego corrió, de prisa, hacia su comercio. Subió a un coche, pero dos policías lo capturaron durante el trayecto. El arma desapareció.
El juicio amañado fue extenso y parecía el argumento de una telenovela brasileña contemporánea. José Lorenzo Castellano, abogado defensor de Pennino, solicitó fianza, como atenuante alegaba arrebato y obcecación, pero denegaron la solicitud. El acusador, Adolfo Gil Picache, pedía pena de muerte y el fiscal 17 años, ocho meses y un día de prisión, además de una indemnización de 5 000 pesetas a los herederos de la víctima.
Luego de varias audiencias, donde adulteraron el relato del crimen, lo condenaron, el 25 de enero de 1911, a 12 años y un día de reclusión. Pero quedaba un último recurso legal: pedir indulto al presidente de la República. José Miguel estampó su firma. A Pennino le dieron la libertad el siete de marzo y volvió a la tienda y a las andanzas políticas.
Nacimiento de un emporio
No he podido precisar cuándo Pennino dejó la tienda para dedicarse al negocio de la construcción. Ya en 1914 anunciaba el nuevo comercio. Y apenas unos años más tarde la prensa y en la sociedad lo llamaban el “Rey de los mármoles”.
A nuestro juicio influyeron en su despegue económico, las excelentes relaciones que tenía con dirigentes políticos y administrativos. Aprovechó al máximo sus vínculos con alcaldes, gobernadores provinciales y funcionarios de alto nivel para establecer una clientela. Recordemos que los mármoles italianos eran muy utilizados en los parques, estatuas, bustos y edificios públicos que se erigían por doquier.
Otro factor que le favoreció fue la subida del precio del azúcar como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Esto trajo una bonanza sin precedentes para el país que sobre todo benefició al sector inmobiliario.
Continuó, ahora aceleradamente, la construcción de fastuosos palacetes en El Vedado y otras zonas residenciales que demandaban mármoles en su estructura y decoración. El hecho de contratar a afamados escultores italianos consolidó su prestigio.
Debía, sin embargo, competir con otros paisanos establecidos en La Habana dedicados a ese mismo giro comercial como Almo Strenta y Paolo Manfredi.
La empresa de Pennino tuvo su sede en varios locales: calle Sol, en el No. 9 antiguo (No. 125 actual), en O’Reilly, nueve y medio, con almacenes en Sitios, Peñalver y Franco. Pero fue creciendo tanto que necesitaba un espacio más grande, lo encontró en la Avenida de Menocal o Calzada de Infanta No. 1056, esquina a Desagüe, abarcaba cinco mil metros cuadrados y lo compró en 100 mil pesos.
Poseía, además, otro en la ciudad de Santiago de Cuba. En esa época, durante la década de 1920, fletaba barcos para trasladar desde Italia las piezas de mármol. Asimismo los importó desde España.
Uno de ellos fue el velero Blanche, en 1923. El valor de la carga superaba el medio millón de pesos. El Diario de la Marina refería: “(…) es la más importante en valor material y artístico que ha venido a nuestro puerto, así como que para su embarque ha tenido que vencer múltiples obstáculos el señor Pennino con el Gobierno fascista existente en la madre del arte”.
Cuba, se decía en la prensa, estaba entre los mayores consumidores de mármol de América Latina. En enero de 1925, el Fagernes transportó mil toneladas de mármol en bruto, de las famosas canteras de Carrara, adquiridas por José Pennino.
Este vapor trajo esculturas, encargadas por el contratista a artistas italianos: un busto de la efigie del General Antonio Maceo, para colocarlo en la Galería de Patriotas Cubanos de la Cámara de Representantes; dos bustos de José Martí, uno comprado por el Ayuntamiento de Trinidad y otro por el gobierno de Ciego de Ávila; un busto de María del Carmen Zozaya, benefactora de Caibarién.
Además, fueron traídos los mármoles de los edificios del National City Bank, del Colegio de Belén, Instituto Provincial de La Habana, el Aéreo Club de Cuba, entre otros.
La impronta se multiplica
A estas alturas, es casi imposible registrar el aporte de la Casa Pennino al patrimonio tangible cubano. Hemos precisado que en todas las provincias erigió bustos, parques y, en la mayoría, también panteones.
Es que fueron décadas de continua creación. En el Directorio Comercial de 1958 todavía se menciona la existencia de la empresa José Pennino Marble Company. El sobrino Víctor E. Citarella Pennino, heredó el negocio.
A vuelo de pluma vamos a mencionar algunas obras donde fue contratada la firma comercial del italiano en La Habana: los monumentos a Máximo Gómez, José Miguel Gómez, Alejandro Rodríguez Velazco, Adolfo del Castillo al presidente Alfredo Zayas, al Conde de Pozos Dulces. En otras provincias destacan los dedicados a Pedro Betancourt (Matanzas) y Miguel Gerónimo Gutiérrez (Santa Clara), Salvador Cisneros Betancourt (Camagüey).
En la capital cubana también se incluye: el Monumento a las víctimas del Maine, el Parque Maceo, el Palacio del Centro asturiano, los teatros Capitolio y Principal de la Comedia, el Hotel Almendares, la Universidad de La Habana, los palacetes de los millonarios Juan Pedro Baró y José Gómez Mena, el edificio Miami, en El Vedado; el Palacio Presidencial, el palacio de la Asociación de Dependientes, el Casino Nacional, el Havana American Jockey Club, los mausoleos de los Veteranos de las Guerras de Independencia, del Colegio Odontológico de La Habana, de la Sociedad Asturiana de Beneficencia, de la Policía, de la Sociedad Mugardesa de Instrucción y Beneficencia, de los Telegrafistas, entre otros.
Él representaba en la Isla a muchos artistas que en Italia construían bustos y esculturas, en talleres ubicados en Carrara y Florencia, y luego se trasladaban, como hemos mencionado, en piezas hasta Cuba para ser ensambladas.
Otros escultores hicieron su labor en la isla caribeña, también asociados con Pennino. Vamos a recordar el nombre de algunos ilustres que trabajaron con el Rey de los mármoles: Ettore Salvatori di Carto, Giovanni Nicolini, Aldo Gamba y Ugo Luisi.
La empresa comercializaba planchas, losas, estatuas, jarrones, jardineras, búcaros, cruces, macetas, crucifijos, figuras religiosas. Además de los mármoles, utilizaba el granito y el bronce.
La Casa Pennino también importaba de Alicante, en España y utilizó la producción de Islas de Pinos. Su expansión era tal que en 1923 se hablaba de un proyecto, con otros socios, para crear en La Habana un enorme depósito de mármoles que se venderían en las Antillas y gestionó, además, la apertura de una industria, en la zona franca de Matanzas, en 1936. Había llevado sus negocios a Colombia desde 1929, donde construyó varias obras, bajo la dirección de Sebastián Lamadrid.
Promotor de las artes
Caruso era el tenor más famoso del mundo y estaba en Atlanta, Estados Unidos, cuando coincidió con su amigo Pennino, quien realizaba un viaje de negocios. El cantante le regaló un retrato dedicado y conversaron sobre el viaje del divo a la capital cubana, a donde arribó el 5 de mayo de 1920; en el muelle lo esperaba el Rey de los Mármoles.
Y es que Pennino y su esposa Lita Salmoiraghi fueron no sólo apasionados admiradores del canto lírico y del teatro, sino también sus promotores.
Famosas veladas disfrutaron integrantes del Cuerpo Diplomático, senadores, empresarios, ministros e integrantes de acaudaladas familias habaneras, en la mansión que poseía el matrimonio italiano en la Avenida Paseo, entre 13 y 15, nombrada Villa Lita, hoy sede del museo Servando Cabrera Moreno y en la finca de recreo La Bombonera que ellos tenían cerca de Los Pinos, en la carretera que conduce a El Rincón.
Allí recibieron a Enrico Caruso, Lucrecia Bori, Nicola Zerola, Titta Ruffo, Beniamino Gigli, la actriz Mimi Aguglia, entre otros artistas de renombre universal.
Por cierto, cuando Caruso regresó en el mes mayo de 1922 a La Habana, Pennino lo trasladó en su automóvil desde el puerto hasta el hotel Inglaterra y juntos volvieron a cenar, departir en diferentes lugares que incluían las residencias del empresario.
La crónica social de la prensa registra la presencia habitual de Pennino y Lita en conciertos y puestas en escena más relevantes de la época, muchas veces acompañaron al presidente de la República y a su esposa.
¿Cuál fue el destino del Rey de los mármoles?, una incógnita que no hemos podido esclarecer. Ya en la vejez pasaba largas temporadas en Europa, Estados Unidos y Argentina. Algunas fuentes dicen que la familia Pennino no abandonó Cuba después del triunfo de la Revolución. Sabemos que en La Habana vivieron sus hermanas Asunción y Juana, casada con el comerciante italiano Vicente Citarella, su mamá Carmen, y parece que también era su hermano Rafael Pennino Barbarto, residente en la capital cubana desde 1910.
Me quedaron historias en el tintero sobre este hombre, controvertido y emprendedor, celebridad durante medio siglo. Imagino que, en cualquier momento, recobrará vida en alguna novela o película, pues el Rey de los mármoles fue un tremendo personaje.
Fuentes:
Bohemia
Diario de la Marina
El Veterano
www.ecured.cu
www.cubaconecta.com
Olivia Rodríguez: Impronta escultórica de italianos en La Habana, www.opushabana.cu
Zenaida Iglesias Sánchez: “Los italianos Manfredi, Pennino y Strenta y sus casas marmoleras en La Habana”, www.segundocabo.ohc.cu