Somos el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, se suele decir. Gunter Demnig (Berlín, 1947) juega con la idea y propone que, si de historia se trata, la memoria podría salvarnos de un segundo tropezón.
La memoria que Demnig construye con sus manos tiene, de hecho, forma de piedra. Sus “Stolpersteine” (plural de “piedra-obstáculo”, piedra en el camino) se reparten por la geografía europea en decenas de miles. No están en cualquier lugar: marcan la última morada de quien fue enviado a un campo de exterminio durante la barbarie nazifascista.
Son piezas de 10 centímetros cúbicos rematadas con una placa que contiene el nombre de la persona, su fecha de nacimiento, de deportación y de muerte. En algunas —rarísimos casos— se lee “sobreviviente”. Otras —no pocas— están incrustadas en grupo: significa que deportaron a una familia. Sobresalen ligeramente sobre el suelo, apenas lo suficiente para hacer notar su presencia e invitar al viandante a inclinarse para leer el mensaje que contienen, a modo de pequeña reverencia.
En Turín, norte de Italia, hay hasta el momento 143 pietre d’inciampo (en italiano). Las últimas trece de ellas acaban de colocarse mientras la ciudad acoge por noveno año consecutivo el proyecto del artista alemán, hijo de un soldado que prestó servicio en Francia.
Pero no fue la familia el móvil de Demnig. La idea se remonta a 1993, cuando fue enviado a Colonia, Alemania, para realizar una instalación sobre la deportación de gitanos. Una anciana del lugar aseguraba que allí nunca habían vivido gitanos. El artista decidió entonces dedicarse a dejar testimonio en el espacio de la existencia de ciudadanos desaparecidos por los nazis. Hizo las primeras piedras en 1995, justamente en Colonia.
“Tuve la idea de devolver los nombres al espacio propio, a las casas en las que comenzó el viaje hacia la muerte”, dice Demnig a OnCuba aún en Via Breglio 18, donde acababa de colocar su más reciente Stolpenstein.
A lo largo de casi treinta años de trabajo, han sido muchos los nombres que han pasado por sus manos. Nombres en español, en francés, en alemán, en húngaro, en checo. Todos bajo el signo del mismo nefasto destino. Demnig trabaja las piezas personalmente y ha colocado casi todas él mismo, de rodillas. “Como símbolo, lo considero importante”, explica.
El artista afirma que no tiene temor de que algo como el Holocausto vuelva a ocurrir. Asegura que “la gente joven está interesada y ha querido entender cómo fue posible; procuraremos que sea algo que no regrese jamás”.
Un gran monumento disperso
“Es una intervención de arte relacional que da vida a una especie de monumento disperso”, comenta a OnCuba Roberto Mastroianni, director del Museo de la Resistencia de Turín. El Museo coordina el grupo integrado por la Asociación Nacional de Exdeportados, el Instituto Goethe y la Comunidad Judía de la ciudad que lleva adelante el proyecto.
“Se colocan en el último lugar de residencia voluntaria del deportado, trasladado por motivo religioso, étnico, sexual o político, como la piedra que hemos colocado ahora”, añade.
Se refiere a la colocación en memoria de Valentino Merlo, “clasificado como comunista” y denunciado por “ofensa al jefe del Gobierno” por su participación en las huelgas de 1943 y 1944 contra el régimen de Mussolini. “Era obrero de la Fiat Sima; lo deportaron a Mauthausen y muere allí en septiembre del 44”, revela Mastroianni.
“Quisimos incluir a una persona común —explica— que perdió la vida como consecuencia de un cotidiano acto de heroísmo, de resistencia contra la barbarie; un obrero con el coraje de oponerse al régimen”.
“Me pareció útil proponerlo”
Normalmente son familiares o conocidos quienes solicitan la colocación de la piedra; además hay un registro de deportados y de partisanos en el Archivo de Estado y el Ministerio del Interior. El Museo recibe las solicitudes y luego coordina la fabricación e instalación con Demnig.
En el caso de Merlo, sin embargo, la propuesta no la hizo alguien allegado, sino un profesor hijo de partisanos.
“Su historia me pareció significativa porque no era un muchacho. Era una persona madura que sabía lo que hacía y el riesgo que estaba corriendo. Me pareció útil proponerlo”, cuenta Lucio Monaco.
“La Asociación de Exdeportados se creó en 1945 en Turín por y para exdeportados; pero actualmente está abierta a todos los que se interesen en el tema o quizá hayan conocido a alguno”, comenta Monaco al explicar su membresía.
“Yo no tengo ningún pariente que haya sido deportado, pero siempre llevé a mis alumnos del liceo a los campos de concentración junto a sobrevivientes que nos daban su testimonio. Quedé muy vinculado a esa experiencia”, añade.
Lucio Monaco es maestro de Lengua italiana y Latín, “no de Historia”, se ríe asumiendo que pude haber supuesto que lo fuera.
Coordenadas en el mundo
Antes de llegar a los campos de exterminio y convertirse en carne de la maquinaria del horror, hubo una dirección domiciliar, un barrio, vecinos. Eran ciudadanos, parte de una red humana y un ambiente. Atravesaban a diario la puerta de casa, umbral entre los dos ámbitos de existencia que les fue arrancada, la pública y la íntima, privada.
Antes de ser sustraídos hacia el infierno en la Tierra, lejos de todo lo conocido, tenían unas coordenadas en el mundo. Las piedras de Demnig las marcan. Devuelven el fantasma a casa.
Caminamos entre fantasmas, cruzamos las calles que cruzaban, bajo los mismos pórticos, viendo lo que vieron. Las piedras los nombran, los regresan al sitio del que en vida no debieron salir nunca sino por voluntad propia. Y nos acercan: eran —cosas más, cosas menos— como somos nosotros; somos como eran ellos. Y no fueron pocos.
A mediados de año, en Dachau, se colocará la piedra número cien mil. Cien mil oportunidades de no tropezar.