Al borde de la hipotermia, cuando pensaba que se le iba la vida en el helado río Kotra, que divide el territorio de Bielorrusia y Lituania, Mario Alberto Céspedes solo pensaba en su familia allá en Puerto Padre.
“Te digo más, lloré por ellos, por mi niño de un año que apenas me conoce y mis otros dos que nada han podido tener en esta vida”, relata ahora en la capital rusa mientras se recupera de las lesiones en el apartamento de un ciudadano cubano-ruso que lo acogió tras conocer su odisea.
Pero esta es una historia que comienza a casi 10 mil kilómetros de distancia, concretamente en Las Tunas. Una historia que, de una forma u otra, puede ser la de muchos otros que han arriesgado la vida para emigrar, ya sea atravesando bosques bielorrusos helados, volcanes nicaragüenses o el estrecho de la Florida en una balsa precaria.
“Somos dos personas humildes, dos cubanos más de los tantos que han tratado de tener una vida mejor y han salido a probar suerte”, dice Mario, de 40 años. “Michael y yo trabajamos juntos en el centro de higiene y epidemiología de Puerto Padre. Aunque soy Licenciado en Higiene y Epidemiología, y Técnico medio en Informática, vivía en condiciones precarias”, dice mientras me envía por Whatsapp una foto de su casa. “Un derrumbe total desde el año 2008”, precisa.
Con tres hijos, una madre y una abuela enferma a su cargo, tomó la decisión de emigrar a Europa y la única opción a su alcance fue Rusia, “para donde podíamos salir, porque no se necesita visa”. Por eso, hace tres meses él y Michael, su colega, se encontraban en la ciudad de Kazán.
“Mi familia necesitaba que yo llegara a Europa. La ruta nos la ‘vendió’ alguien que la conocía. La primera parte funcionó. Brincamos la primera franja fronteriza, pero demoramos mucho y nos cansamos antes de llegar a la parte polaca”.
Lo que ocurrió a continuación se hizo público por un post de Facebook que Mario pudo compartir en los momentos más trágicos. En él contaba los malos tratos de los guardias fronterizos bielorrusos, que reiteradamente los golpearon y los abandonaron en zonas inhóspitas, donde la única opción era cruzar el río rumbo a Lituania. “Era casi nuestro testamento”, afirma.
Ahora cuenta cómo terminó la desventura. “Michael estaba poniéndose morado mientras intentábamos cruzar el río. En medio de la desesperación, él se subió a un tronco y yo intenté buscar señal (telefónica). Llamé al servicio de emergencias y como mi línea es rusa contestaron y me dijeron que no tenían jurisdicción sobre la zona, pero que iban a contactar a los servicios de emergencias lituano y bielorruso para que vieran qué podían hacer”.
“Como Michael estaba muy mal salimos a la orilla, y las primeras personas que vinieron a nuestro encuentro fueron los lituanos. Los sentimos, pero no nos escucharon. Unas horas después llegaron los bielorrusos y en mala forma nos dijeron que los siguiéramos. A pesar de que apenas podíamos caminar lo hicimos, hasta que nos recogieron en un furgón. Lo único que les tenemos que agradecer es que nos dieron un poco de té caliente. Nos soltaron en una carretera y llamaron a un taxi que nos llevó hasta la terminal de trenes”.
“No fue un rescate”, insiste, “porque no hubo una asistencia médica ni un tratamiento medianamente humano. Arrastrándonos tuvimos que salir del pantano, mi amigo, que tiene problemas del corazón, al borde del infarto, y nunca recibimos una mano de un guardia. Aunque estos al menos no nos golpearon”.
A Mario no le queda claro por qué no les permitieron cruzar a la parte polaca y, sin embargo, los intentaron obligar a cruzar a Lituania, también territorio de la UE. “Nos fue imposible cruzar a Lituania, aunque lo intentamos para salvar la vida, y nos ha costado los pies”, dice mientras me envía una foto de sus pies, casi deformes por la inflamación.
“Mis pies no están bien, Michael está peor. Tenemos edemas los dos, yo apenas puedo caminar, pero no me han dado atención médica”, explica. “Ahora tenemos que recuperarnos, después veremos”.
Desde la ventana del apartamento moscovita, el día invernal, y el futuro, se ven bastante oscuros.
“Tristemente no sé cómo haré para salir de aquí ni para poder trabajar, ahora enfermo, pero me las arreglaré. No me puedo cansar por mi familia. No los puedo defraudar, aunque pierda mi vida en el intento”, asegura.
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Muchos son los cubanos que llegan a Rusia actualmente, a pesar de la crisis. Está el conflicto con Ucrania, que, entre otras cosas, implica la casi ausencia de vuelos. El endurecimiento de la política migratoria hace casi imposible la regularización y muy difícil la vida para los que deciden quedarse en ese país irregularmente.
El objetivo de otros es continuar viaje, sobre todo a otros territorios de la Unión Europea. Aunque eso también es mucho más complicado ahora por la situación geopolítica. Es de esperar que se mantenga o incluso aumente el número de los que lo intentan en las circunstancias actuales. Se ha cerrado la vía centroamericana y muchos de los que desean emigrar no cuentan con “patrocinadores” para irse a EE.UU.
En el pasado reciente algunos cubanos incluso intentaron llegar a territorio estadounidense a través de Siberia, por la península de Chukotka. Es una región completamente inhóspita con frío extremo y fuertemente militarizada. No se conoce ni un solo caso que lo haya conseguido, pero la “leyenda urbana” hacía que algunos lo intentaran.
Salvando las distancias, en los momentos actuales intentar el cruce irregular de fronteras desde Rusia a otros territorios de Europa puede ser igual de difícil y peligroso. Han sido varios los migrantes que se han visto en situaciones de peligro extremo e incluso accedido a la zona en guerra. Pero lo cierto es que, por una u otra vía, es un fenómeno que seguirá ocurriendo mientras no cambien las circunstancias en la isla y los cubanos no sintamos que podemos tener un futuro próspero en casa.