Casos y cosas del fin de año

Foto: Arien Chang.

Foto: Arien Chang.

La cena de Nochebuena, y ese cubo de agua que se tira a la calle a las 12 de la noche del 31 siguen siendo hitos esenciales en la celebración del fin de año en Cuba. Otros ritos, como la sidra y las uvas que acompañan las últimas doce campanadas del año viejo, se eclipsaron durante largo tiempo y volvieron ahora como si se hubiesen mantenido siempre, mientras que el salir a la calle con una maleta para dar la vuelta a la manzana y el muñeco de trapo que se quema, pugnan por extenderse y consolidarse cuando hasta ahora solo fueron acaso de uso muy aislado. Hay tímidas rebajas de precio y el arbolito es una fiesta para grandes y chicos. Crece el júbilo y el ritmo laboral decrece. Las enfermedades dan un respiro. Los que no ingieren habitualmente bebidas alcohólicas, se dan su trago por el aquello de que un día es un día. Llegan las tarjetas de felicitación, dicen más o menos lo mismo: felices pascuas y próspero año nuevo.

Foto: Arien Chang.
Foto: Arien Chang.

Se celebra así el nacimiento del Niño Dios. Pero en Cuba, al igual que sucede en otros muchos países, la celebración se ha desacralizado y esos días pasaron a ser grato motivo de reunión familiar y de reencuentro de amigos, aunque los templos católicos se llenen de feligreses, no siempre devotos, para escuchar la misa del gallo que se oficia a las 11 de la noche del 24 y que ahora puede ser a las 9 o a cualquier otra hora, según la agenda del sacerdote disponible, mientras que las congregaciones protestantes, numerosas y muy extendidas, celebran sus cultos o servicios de acuerdo con la liturgia de cada una de ellas, en la mañana del 25.

La cena del día 24 es el centro de la celebración. La familia cubana no tiene, en la ocasión, una hora fija para cenar. Se impone, sí, en la mayoría de la Isla, hacerlo en familia, y se espera tenerla toda a la mesa para empezar a degustar la comilona de la fecha. No oculta el cronista que en la Cuba de hoy no todos comen siempre lo que quieren. Pero está convencido de que no hay familia cubana que se acueste sin comer. Por modestos que sean sus recursos, la gente reserva siempre algo especial o, al menos, distinto para esa noche.

Para el cubano promedio no es tan importante lo que llevó a la mesa en la Nochebuena, sino lo que sobró, a fin de poder comentar que hubo tanta comida que en su casa no se hizo necesario cocinar al día siguiente. En realidad, nadie suele meterse en la cocina el 25, que es el día de la llamada montería, esto es, de comer lo que quedó de la noche anterior. Se quiere un 25 lo más tranquilo posible, ideal para la visita familiar o amistosa, acabar la botella que quedó mediada de la noche o para aliviar el ajetreo de jornadas anteriores. Aunque ha ganado espacio en los últimos años la cena del 31, se prefiere una comida ligera en casa para celebrar la fecha en grande en la calle y recibir el año y empezar un nuevo ciclo con el almuerzo del 1ro de enero.

Foto: Ismario Rodríguez.
Foto: Ismario Rodríguez.

El cronista no recuerda haber visto nunca antes de 1959 salir a nadie a la calle, a las 12 de la noche del 31 de diciembre, con una maleta en la mano a fin de darle la vuelta a la manzana. Una costumbre que ahora se va expandiendo y quienes la practican refieren que es la forma de asegurarse un viaje al exterior. O de propiciarlo. Tampoco vio quemar un muñeco de trapo que simbolizaría al año viejo, como se hace hoy en algunas localidades, con el pretexto de eliminar lo malo del período que termina.

Horas después, ya a la luz del día, se reunirán los sacerdotes de Ifá para hacer sus pronósticos acerca del año que comienza. Los babalawos buscan así la llamada letra del año.

De todo eso, la práctica más universal es la del cubo. La más entrañable. La gente tira el agua con entusiasmo y esperanza porque, aunque el año que termina haya sido bueno, quiere que el que venga le sea mejor.

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