Google ha traído a la humanidad uno de los inventos más útiles de su historia. Su GPS y sus mapas interactivos son tan eficaces que uno puede ver hasta la foto de la fachada del lugar a donde va en cualquier lugar del mundo… Bueno… conozco un lugar donde todavía no se ha implementado… Así que: casi en cualquier lugar del mundo.
La primera vez que conocí el famoso Google Earth fue en España y quedé casi hipnotizado con la precisión con que se podía encontrar todo, de manera tal que cuando llegaba a un sitio sentía una especie de déjà vu tecnológico, porque ya había explorado previamente toda la zona.
Hoy es muy raro ver a alguien con un mapa de papel buscando con el dedo una montaña o un río. Gracias a Google puedes incluso meterte en el río (nunca dos veces en el mismo, según Heráclito) y ver hasta los peces que estaban pasando en el momento de la foto.
Pero nada de esto supera a la experiencia de preguntarle una dirección a un cubano. Eso es algo que hay que vivir y disfrutar, porque ni siquiera Google puede brindar toda la información que un cubano te da cuanto le preguntas por un lugar específico.
Lo primero que hay que notar es el brillo en los ojos. El sujeto sabe que vienes hacia él con un papelito y que le vas a preguntar por una dirección. Eso lo eleva, lo convierte en el protagonista de una escena que está a punto de ser representada y en la que tú eres un espectador sentado en primera fila.
“Me hace el favor, estoy buscando a Manolo en esta dirección”. Ese es el único texto que te toca en la obra. El sujeto responde: “Es en el tercer piso”, y cuando estás a punto de subir la escalera te frena: “…pero él no está”. Y ahora es cuando vienen los datos que todavía Google no ha sido capaz de compilar: “No está, porque hoy es martes (¿?). Los martes a él le toca recoger a la niña en la escuela y después la lleva un ratico al parque a jugar (…). El problema es que Yolanda y él están divorciados… Sí… Hace ya como tres meses, aquello terminó como la fiesta del Guatao (¿?) Es que dicen… (bajando el tono de la voz) que se le iba la mano con la bebida y ella se cansó … (¡!) Pero es un buen hombre… y gana bien, en cualquier momento encuentra a alguien…”.
¡Fíjense cuántas cosas sabemos ya de Manolo! Nosotros que a lo mejor ni lo conocemos, que a lo mejor venimos a cobrarle la luz o quién sabe qué, y nos vamos con el sabor de una nueva amistad, de un nuevo socio Manolo con sus virtudes y defectos que ya hasta nos cae bien o mal, según lo que nos cuenten.
Google, con toda su tecnología, no llegará jamás a igualar la cantidad de datos por segundo que te da un vecino en Cuba cuando le preguntas por alguien. Y que nadie crea que la emigración dejó atrás esa costumbre, porque en la ciudad de Miami, seguimos encontrando más información de la que se demanda: Tú preguntas “¿Dónde queda el restaurante “Tal”?”
¿Crees que la respuesta viene en forma de dirección? No, error, el primer dato es este: “Ese restaurante es una mierda y es carísimo. Al frente hay uno que se llama “Mascuál” que por la mitad del precio te sirven una bola de ropa vieja con congrí que pueden comer dos personas”.
Él no sabe si yo voy a comer o si voy a ver a alguien que trabaja ahí, o si lo estoy usando como punto de referencia… Y los datos siguen: “Mira, es un poquito lejos, pero vale la pena, si no estás apurado llégate a “Talcuál”, que esa gente mete unos sandwiches con una cantidad de jamón…” Y en lo que das las gracias y te empiezas a retirar todavía alcanzas a escuchar: “Mira, mejor ve mañana, que hay happy hour, hoy no está tan bueno”.
En resumen, que Google se ha quedado rezagado con respecto a nosotros, y mientras no salga una aplicación parecida, pero diseñada por un cubano, sólo vamos a saber de los sitios cómo llegar, cómo se ven y alguna que otra opinión de un cliente, que nunca tendrá el calor de oírlo directamente en boca de un compatriota, con toda la energía que le ponemos al caso, mientras te tienes que alejar un par de metros de él después de hacer la pregunta para que no te saque un ojo gesticulando y dibujándote en el aire una rotonda, un puente o una calle que se corta, porque como dijo alguien alguna vez: “el día que tú le cortes los brazos a un cubano, se queda mudo”.
Ese ímpetu, esa exactitud (y sobre todo esos datos) no los tendrá nunca Google ni ninguna aplicación salida de esos grandes Monopolios Tecnológicos que presumen de saberlo todo y estar en todas partes y no son capaces de saber cosas tan sencillas como que esa tarde Manolo estaba en el parque jugando con su hija.