Supuse que valdría la pena. Siete de la noche en Ayacucho 555. Una periodista hablaría sobre cultura. Periodismo cultural. Claro que Leila Guerriero no es “una periodista” a secas; es, en todo caso y desde los últimos años, una periodista en alza. Poniendo a un lado la merecida fama y echándole un vistazo a sus libros, al menos a las crónicas que entrega a periódicos como El País –de España–, a su columna de los miércoles, habría que decir que la argentina (especificando: juninense) es una mujer con los pantalones bien puestos en el oficio.
En 2002 el instinto le obligó a superar esos contratiempos que enfrentaba el argentino para materializar un pálpito de proyecto. La bestia cruel de la crisis se sacudía con rabia y sorteando coletazos se decidió por un destino: La Patagonia. Buscaba atar cabos, ver, escuchar, comprender los ambientes en los que se habían desarrollado una serie de suicidios que tres años antes habían estremecido a un pueblo de la provincia de Santa Cruz llamado Las Heras.
“Casi nadie creía en esta investigación”, advertirá esta noche para un teatro colmado de estudiantes y curiosos en la sede de FLACSO. Dejándose llevar por el olfato de sabueso periodístico dedicó cuatro años a comprender lo ocurrido. Evadiendo morbosidades y ese lenguaje melindroso al que algunos colegas recuren para las circunstancias de muerte en un mes tradujo al papel lo que probablemente tenía redactado en la cabeza. Todo en Febrero. Nacía el libro Los suicidas del fin del mundo, reportaje-crónica-relato de no-ficción cuyo poder narrativo se conecta con el mejor periodismo que hayamos leído alguna vez, posiblemente con el mejor periodismo norteamericano del que parece admiradora.
Ocho años después de Los suicidas del fin del mundo, bajo el cuidado de Anagrama, sus crecientes lectores encontraron otro texto en el que contenido y forma ratificaban el estilo de una mujer temeraria: Una historia sencilla. La periodista se había lanzado a una nueva etapa de exploración sumergiéndose al interior de su país para inmortalizar los contextos de un reconocido festival folclórico de Malambo, celebrado en la localidad cordobesa de Laborde. El malambo es un baile a través del cual los gauchos zapatean en torno a su compañera en peculiar danza de cortejo y seducción. Como peculiaridad, el festival de Laborde prohíbe que los ganadores repitan el papel de concursantes. “Era como cortarle los pies”, dice.
Si la lectura de su vertiginosa prosa va acompañada de una charla, mejor será la impresión que nos llevemos de esta periodista. Leila Guerriero habla como escribe, con desenfado, dejándose llevar por las palabras, la poesía y la asociación. Cree que toda persona dedicada a la escritura debe leer poesía, considera lo contrario como un absurdo, casi como no respirar. “La poesía entra al oído de una forma única”, advierte.
Sus anfitriones en FLACSO –Carlos Skliar y Violeta Serrano– la presentan con una cadena de palabras asociativas, adjetivos encadenados y felices que realzan su profesión. “Atraigo los sinónimos”, le dice a quien está sentado en las antípodas de la mesa, y ríe, ríen, sonreímos. Detrás, un proyector refleja su rostro que mira a un costado, al costado derecho, a la puerta por la cual sigue llegando público. En esa foto aparenta más edad de la que tiene, quizá por un frunce que atraviesa la comisura de sus labios. Pese a eso es una mujer sumamente vital. De eso que podríamos definir (su) “vitalidad” nos convencemos cuando la observamos atentamente.
Leila Guerriero es delgada, pero en su cabeza una aureola de pelos ensortijados le equilibran la figura. Perfecta en articulación, su hablar se torna gustoso en palabras donde abunda la letra “r”, como “portales”, de Universidad Diego Portales, institución chilena que acaba de entregar el libro Los malos. Catorce retratos de igual número de periodistas del continente sobre personajes sanguinarios, brutales y monstruosos como el chileno Manuel Contreras, creador de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) en la dictadura de Pinochet o el mexicano Santiago Meza López, quien disolvía cuerpos con sosa cáustica por disposiciones del cártel de Tijuana.
La Diego Portales había publicado en 2013 Plano americano. Escrito con ese estilo de las crónicas-reportajes-historias de no-ficción, en el cual sin dejar de ser punzante aflora su voz poética, el libro reproduce veintiún perfiles redactados y dados a conocer durante diez años de labor previa. Mario Vargas Llosa calificó de “verdadera proeza narrativa” la escritura de estos textos cuya cualidad es la de desentrañar el mundo personal de escritores, artistas plásticos, periodistas, fotógrafos, cineastas, diseñadores y músicos hispanoamericanos.
La conversación esa noche también giró sobre sus ya famosos perfiles, esos a los que, tanto como a las glosas breves, añade una inspiración crujiente y vital. Para construirlos y antes de ponerse a redactar –siempre en solitario, como escondida tal cual cazadora solitaria, “me muero si alguien me ve escribiendo”, confiesa– pacta horas de conversación con el personaje de interés, sus amigos y enemigos, los actores más próximos a él. Durante estos intercambios siente que termina disolviéndose. Desaparece ante los ojos del entrevistado porque lo que importa allí es lo que cuentan los demás, no el alarde de sabiduría del periodista. “Trato de entender cómo funciona una persona. Un periodista es como el agente 007, pero con licencia para fisgonear”, dice mirándonos a cada uno. Pero añade: “Todo debe estar o tener un objetivo estético”.
Para Leila Guerriero, con una experiencia que abarca la colaboración con periódicos, revistas y suplementos –también editora de prestigio para revistas como Gatopardo–, el periodismo es un género literario, y quien lo ejerce no debería limitarse a ninguna de sus formas, exceptuando la noticia. Lo que sí debe tratar una persona que escriba, cualquiera sea el día y las motivaciones que lo llevan a la cuartilla en blanco, es plantarse ante el texto con “omnipotencia”, desafiante debiera escrutar a la pantalla del ordenador con la certeza de que escribirá sobre un asunto como nadie nunca lo ha hecho jamás.
Así se enfrenta ella a las palabras y le ha dado resultado. Sin embargo, afirma sentirse incapaz ante la ficción. Lo suyo, por el momento, seguirá siendo la literatura, pero la que parte de la realidad galopante donde cada adjetivo surge de la observación minuciosa, de las muchas horas dejándose llevar por criterios ajenos, volviéndose oreja y ojos, sensibilidad. Un buen periodista se desvanece; no es nadie. Nada más que saltan como fuego a los ojos del lector las palabras a las que ha sido capaz de cazar, seducir, impresionar.