Julio le brilla sobre la piel. Suylén está en un rincón del escenario con un vaso en la mano de refresco, de bebida energética y algún otro trago que le calienta la garganta. Compartimos el resto del vaso mientras ella habla del festival. Sus palabras están prendidas de la alegría, de esa sensación de conquista de quien sabe que ha logrado ver en vivo algo que había sido un esbozo en la mente. En su mente. Sus ojos la delatan. Quizá no haya aquilatado el peso del sueño alcanzado pero sí sabe que algo pasa, que la libertad que ejercen los djs sobre las máquinas arriba a la frontera de la trascendencia. Me comenta sus impresiones mientras la bebida pasa de mano en mano y el día avanza entre el techno y el house y cuanto género haga estallar los cuerpos. Julio es un animal desbocado. Pero la música hace que olvidemos todo, que podamos incluso aliviar el peso de nuestras vidas. Pero en ese tránsito no abandonamos la conciencia de que aquello para todos ha sido un auténtico ejercicio creativo de libertad, una puerta que se abre y que podría ser la puerta hacia uno de los destinos de la escena electrónica cubana.
Era la génesis de Eyeife y llevaba por nombre Proelectrónica. El festival duró algunos años y venía también de las raíces de otro festival, Proposiciones. En todos Suylen fue clave. Una pieza esencial en medio de un entramado tan complejo. Lo que había logrado era también producto de su carácter. De una conciencia basada en la inclusión. Mírese como se mire Proposiciones fue un festival iconoclasta. Quizá uno de los más iconoclastas que recuerde junto a Rotilla.
Allí, en medio de la Ciudad Deportiva, Suylén acompañada de su padre, observaba la entrega de los artistas. Tesis de Menta presentó temas de sus primeros discos. David de Omni, sentado sobre sus dreadlocks habló entre ráfagas del cruce de la espiritualidad humana, del arte y la política. Vinieron luego otros grupos afincados en la realidad nacional y en las tendencias más diversas del underground nacional. Suylén, quien nació de una canción, era allí una mujer feliz. Y miraba a ratos para comprobar si Pablo compartía con ella esos fragmentos de felicidad. La ilusión. Y su padre parecía también, en ese momento, el hombre más feliz de la tierra. A pesar de ese dolor muy personal imbricado en sus canciones. Nunca le pregunté a Suylén sobre el significado que le otorgaba a aquellos festivales. Pero no hizo falta. En las pausas los artistas no dejaban de mencionar el sentido latente de responsabilidad histórica de los organizadores. Y en esas afirmaciones ajenas que hice propias radicaba toda la filosofía de estos eventos y de una buena parte del trabajo de Suylén como promotora cultural.
Suylén creía hasta en los proyectos más descabellados. Trataba de de lograrlos aunque a la primera notara que era un horizonte imposible. Pero le ponía empeño hasta que el muro, las condiciones reales del país o las suyas propias, la trascendían. No dejaba de padecer por eso la peligrosa soledad del artista, de los seres humanos. A veces parecía irse de ella misma y regresaba con la misma rapidez mostrando esa inconfundible sonrisa que le remataba el rostro.
Su carrera pasó por las etapas más tremendas y diversas. A inicios de los 90 se sumó como vocalista a la tropa de Mario Dali, Monte de Espuma, y años más tarde le puso ganas a su puesto como cantante de Tesis de Menta. El grupo de Roberto Perdomo ya había publicado un disco esencial del rock cubano, Mi generación, defendido por Beatriz López, una intérprete con una fuerza volcánica. Suylén le incorporó a la banda su experiencia y la fortaleza de sus cualidades vocales, aparte de esa sensación al límite con que se entregaba a los proyectos en los realmente podía ser ella misma.
Suylén como el resto de sus hermanas y hermanos le profesó amor y admiración a su padre. Los cubanos pueden recordarla compartiendo escenarios con Haydée, Lynn y Pablo en varios conciertos. Hubo una época en que era habitual que Pablo invitara a alguna de sus hijas al escenario. Creo que muchos la pueden recordar en un concierto en el teatro Mella donde las hermanas se unieron para cantar esas canciones antológicas de la trova cubana. También canciones que han venido de ese dolor del que habla Bob Dylan cuando se pregunta qué caminos debe recorrer un hombre para llegar a ser un hombre. La respuesta hoy es tan nítida como indescifrable.
Suylén, hija de Yolanda y jimagua con su hermana Liam, parecía asumir la vida con la frescura y la claridad de una adolescente. Pocas veces en su exposición pública perdía esa ilusión que permite hacer turismo sobre el abismo que también es la vida. Lo explica, por ejemplo, un encuentro que ocurrió apenas hace unos días. Ella llegaba a PM Records de recibir el premio Cuerda Viva a la mejor banda de Rock otorgado al proyecto femenino Somos y flotaba sobre una alegría adolescente.
-“Mi hermano, ganamos”, me dice.
Y le respondí, bromeando como siempre, “de aquí pal Grammy”.
Ella volvía a sonreír antes de perderse unos pocos minutos en las oficinas y después regresar a las arterias para encauzar cualquier otro proyecto que daba sus primeros pasos en la ciudad.
Suylén, madre de dos hijos, era hija de Yemayá. Y lo decía con orgullo inquebrantable. Y quizá por eso dejó un disco casi a punto de terminar que llevará por nombre Vestida de Mar. El álbum forma parte de tantos proyectos inconclusos con los que parecía querer complementar su vida. Estuvo grabando las canciones durante un tiempo con Tesis de Menta de respaldo. Hay en ese álbum canciones de su padre entre otros compositores. Pero no le dio tiempo a encerrarse en el estudio para grabar el tema final del álbum, La última canción, firmada por Roberto Perdomo.
Nancy Pérez, esposa de Pablo, fue quien confirmó la muerte. “Pablo está sereno pero vive el momento más duro de su vida”, dijo Nancy en un mensaje publicado en Facebook. No hay, sin dudas, dolor más grande para un padre.
Ya algunos sabían sobre su diagnóstico tras un severo derrame cerebral pero seguían pidiéndole fuerza en Facebook. “La esperanza es también un homenaje”, me dijo un colega que escribió sobre ella antes de confirmarse definitivamente el desenlace. Y creo que Suylén también le dio aliento, con tantos proyectos reales y alucinados, a muchos artistas jóvenes para que no abolieran su alma y creyeran que su obra también podía ejercer un poder curativo sobre la vida, sobre las personas y sobre el país.
https://www.youtube.com/watch?v=sct0-7rs2zY
Y ese legado es hoy todavía su esperanza.
La recuerdo del primer concierto de Pablo que asistí, en el Mella, con sus hermanas. Y en todos los proyectos en que participó. Si algo pude apreciar de lejos, fue su espíritu juvenil y alegre. Hace muy poco vi su video de la canción “Quiero poner en la tierra mis pies” y en lo personal me encantó no solo por la canción y su interpretación que consideré estupendas, sino por el histrionismo, la alegría de vivir que emanaba de la actuación de Suylen. Muy triste esta pérdida.
Y gracias por el artículo Michel, y otros que has escrito tan emotivos a partir de tantas pérdidas en la cultura que hemos tenido en los últimos tiempos.
Uff cuando la escuché cantar el tema el amor de mi vida me encantó tanto que guarde 10 años en secreto su nombre hasta que nació mi princesa y le puse su hermoso nombre suylen ❤️❤️