Los lectores de Tina añeja tendrán que perdonarme por volver sobre Pablo de la Torriente. Tres meses atrás ya me acerqué en esta sección a la figura de quien para no pocos estudiosos y colegas de la prensa es uno de los mejores periodistas del siglo XX no solo en Cuba sino en toda América Latina.
Entonces, preferí no abordar el periodismo telúrico y militante que caracterizó gran parte de su obra –y que ha sido muchas veces citado, estudiado, antologado, aplaudido–, sino un perfil menos conocido, pero no por ello menos relevante de su quehacer. Aquel que, por diferentes motivos, no se sustentó en la lucha revolucionaria en la Cuba de los años 30 o la Guerra Civil Española –sin dudas, sus dos grandes ejes–, sino sobre temas en apariencia menos trascendentes desde el prisma político.
Sucede, sin embargo, que aun al escribir de esos temas –como un estadio de béisbol o una exposición de artes plásticas–, Pablo lo hizo sin traicionarse jamás a sí mismo. Hablara de lo que hablara, escribiera de lo que escribiera, sus convicciones y sus circunstancias emergían como el magma del interior de la Tierra para dotar a sus textos, aunque fuese lateralmente, de su cautivante sello personal.
En muchos de sus escritos periodísticos, Pablo narra desde adentro, desde la vivencia del protagonista. Porque lo era.
No fue un advenedizo en el movimiento revolucionario de su época ni un aventurero alocado, como algunos detractores han tratado de hacer ver. Fue creciendo de a poco, hasta convertirse en una figura ineludible, arrasadora, en aquellos años efervescentes y terribles de los que dejaría nítido testimonio en sus crónicas y reportajes.
Alma Mater, Línea, El Mundo, Bohemia, Ahora –en especial esta última publicación–, le servirían de tribuna en Cuba. En ellas contaría lo mismo sobre la creciente agitación estudiantil contra el dictador Gerardo Machado, que sobre su experiencia carcelaria en el presidio de Isla de Pinos, que sobre el movimiento campesino del Realengo 18, en el oriente profundo.
Luego, continuaría escribiendo en su exilio neoyorquino y, ya al final de su vida, en España, adonde llegó como corresponsal para cubrir la Guerra Civil y terminaría de combatiente y comisario político en las filas de la República, por la que moriría. Esa sería su constante: escribir y luchar, luchar y escribir.
“Mis ojos se han hecho para ver las cosas extraordinarias. Y mi maquinita para contarlas. Y eso es todo”, escribiría una vez. Solo que esas “cosas extraordinarias” las vería bien de cerca, las viviría con intensidad.
Una anédota –apócrifa o real, pero repetida muchas veces– cuenta que en cierta ocasión sin un tema del que escribir, Pablo “reportó” una tángana estudiantil en la que los jóvenes enfrentaron a la policía y rompieron la vidriera de un comercio. Terminado el texto, se fue a la Universidad y organizó él mismo la protesta que antes había narrado y que saldría publicada al día siguiente.
Tras el previsible enfrentamiento con las fuerzas policiales, que no toleraban ese tipo de “iniciativas” universitarias, los jóvenes se dispersaron en un escape masivo, y con ellos el periodista. Pero al darse cuenta de que no se había roto la vidriera del comercio como había descrito, volvió sobre sus pasos, aun a riesgo de ser capturado por la policía, y él mismo la rompió de una pedrada.
Cierta o no, esta historia retrata el carácter, el ímpetu, de Pablo.
Como ejemplo de ese periodismo vivencial y convencido, les propongo su entrevista con Jorge Mañach, cuando este era Secretario de Educación del gobierno cubano. Publicada en Ahora en mayo de 1934, esta interview, como él mismo la llama, destaca por la ironía del periodista –de ideas y cuerpo presente en el texto– para retratar a su entrevistado y por la claridad con que expone sus puntos de vista contrapuestos.
Sirva entonces para recordarle en un mes clave de su existencia, pues nació el 12 de diciembre de 1901 en San Juan, Puerto Rico, hace ya 118 años, y murió el 19 de diciembre de 1936 en Majadahonda, España, fecha de la que en solo días se cumplirán 83 años. Desde entonces, su obra, lejos de fenecer, ha crecido hasta confirmarlo como el gran periodista que fue y seguirá siendo. El periodista Pablo de la Torriente.
***
Interview recíproca con el Dr. Mañach
Ayer fuimos recibidos por el señor Secretario de Educación.
Estaba jovial el Señor Secretario. Uno le presentaba excusas por no sé qué. En una esquina, pronta a ser enarbolada con un entusiasmo mambí, una sedosa bandera de Cuba reposaba con la inmovilidad serena de un pájaro de museo. En el lienzo del frente, un cuadro de Don José de la Luz, el viejo querido de cuando yo era niño, con su cara seria y amable. Pero el cuadro es un crimen. Tiene unos pantalones de color lila. Sin duda el Secretario de Educación cambiará el cuadro y mandará a hacer una cabeza enorme y pensativa a alguno de sus pintores amigos…
Y nos pusimos a hablar como dos enemigos.
El Secretario de Educación está dolido de la inquina estudiantil contra él, principalmente por los incidentes del Instituto, y me declara cosas de interés, dignas de ser conocidas. Unas las diré ahora y otras –a petición suya– cuando llegue el momento.
Por lo pronto, Jorge Mañach me asegura que fue, gracias a él, a gestiones que hizo personalmente en la Jefatura de la Policía, que cesó el fuego contra los estudiantes del Instituto.
También me afirma que fue él quien defendió con calor la posición del doctor Aragón como director del Instituto, contra quien existía en las “altas esferas” gubernamentales corrientes de animadversión. Asimismo se opuso a la clausura de los centros de enseñanza.
Pero más importante es lo siguiente. Según dice, de él fueron las siguientes proposiciones formuladas en el Consejo de Secretarios:
La tropa se excedió en los hechos del Instituto.
No poner soldados en torno a los centros de enseñanza.
Que se utilizará solo a la policía frente a los disturbios estudiantiles.
Que estos agentes no estuvieran armados con armas largas.
Que solo disparasen en el caso evidente de una agresión a la fuerza pública con armas de fuego.
Estas bases fueron aceptadas luego por Batista, que dictó “un bando” con las mismas.
Como la cosa se presentaba en la forma de una defensa clara para el Secretario de Educación, en lo relativo al asalto del Instituto, le pregunté que por qué no dio a conocer estos hechos a la opinión pública.
“Por razones de alta política –me contestó– acaso yo hubiera dado una sensación de temor a los estudiantes, y el gobierno tenía la necesidad de dar una sensación de energía, de represión. Inclusive yo hice el memorándum para un escrito sobre mi actitud, pero rectifiqué… Yo sé que esto me ha costado la antipatía de los estudiantes.”
¡Y yo, con la franqueza un poco ruda que siempre he padecido, le atestigüé la verdad absoluta de la última parte, y como lo conozco hace unos cuantos años, le aconsejé al Secretario de Educación que el día que se armara una “rebambaramba” se escondiera a tiempo!… Y estoy seguro que muchos estudiantes, aun después de leer esta interview, pensarán que es un magnífico consejo…
Jorge Mañach me conoce el carácter y la sinceridad. Por ambas cosas difícilmente llegaré a político. Y como me conoce, me sabe plantear los problemas. Casi que la interview la hicimos recíproca.
“¿Por qué, a pesar de las diferencias políticas, no hemos de conservar buenas relaciones? Yo creo que ustedes están equivocados y ustedes piensan que soy yo el equivocado. ¿Tú no crees que yo soy una persona decente y que estoy haciendo, de buena fe, mi mejor esfuerzo por la patria?”…
Efectivamente, Jorge Mañach es una persona decente, y le supongo buena fe y capacidad –acaso la mejor– para el desempeño de su cargo. Pero todo esto –como se lo dije– dentro de su mundo.
Él se había estado refiriendo a Juan Marinello y a mí, y yo le expresé la realidad sin respuesta de que vivíamos con respecto a él en otro mundo, donde las ideas y los ideales son otros. Jorge Mañach lucha hoy por el mundo que nosotros combatimos a sangre y fuego; ninguno de sus postulados básicos nos interesa más que para destruirlos; para nosotros hoy el concepto de patria es universal; para nosotros los ciudadanos se dividen exclusivamente en dos banderas: la de los explotadores y la de los oprimidos.
–Bien, ¿y tú crees que yo estoy ahora del lado de los explotadores?…
–¡Absolutamente!… –le contesté.
Y hay una posibilidad: Mañach es filósofo. Acaso ante afirmación tan categórica, se ponga a meditar y acaso llegue a la conclusión afirmativa de que está con los explotadores y no con los oprimidos y cambie de filiación… ¡Pero debe tener cuidado con no cambiar muy tarde, porque entonces ni la influencia de Marinello ni la mía lo podrían salvar!…