No se tiene mayormente a Medardo Vitier por periodista, porque mayormente no lo fue. Cuando se menciona su nombre y se aborda su fecunda obra –algo que, presiento, ocurre cada vez menos– se le pondera como filósofo, como ensayista, como pedagogo, aristas en las que, sin dudas, brilló en su tiempo.
Doctor en Pedagogía, Vitier (Las Villas, 1886-La Habana, 1960) descolló como profesor en diferentes niveles de ensañanza y, por encima de todo, como educador. Comenzó como maestro de primaria y llegaría hasta el púlpito universitario y a la Secretaría de Educación de la Isla. Enseñaría literatura, que estudiaría incluso en la Universidad de Columbia, de Nueva York, pero sería la filosofía su más fértil parcela intelectual y académica.
La Universidad Central de Las Villas, donde ocuparía una cátedra, lo reconocería como Dr. Honoris Causa en Filosofía por sus indagaciones y aportes a la cultura filosófica cubana. Las ideas en Cuba –merecedora de un premio nacional en 1938– y La Filosofía en Cuba, son dos obras cumbres que evidencian el calado de su pensamiento.
Humanista riguroso, polígrafo exquisito, hombre de vasta cultura, miembro de academias como la Real Academia Española y la Nacional de Artes y Letras; Vitier estudió y escribió sobre ilustres antecesores de su quehacer como Enrique José Varona, José de la Luz y Caballero y, en particular, José Martí, a quien dedicó un notable y revisitado estudio integral. Fue, en consecuencia, un pensador raigal del ser cubano, su historia, tradición y proyección en la contemporaneidad.
Sin conocer a cabalidad este perfil no podría entenderse completamente la obra de su hijo, el poeta, narrador y ensayista Cintio Vitier, ni del grupo que se nuclearía junto a él como parte de la generación de Orígenes, cuyos pilares coinciden en gran medida con el humanismo de Medardo.
Pero más allá de las aulas y las instituciones oficiales –fue, por ejemplo, superintendente General de Segunda Enseñanza y también Inspector General de las Escuelas Normales–, sus criterios hallaron también espacio en varias de las principales publicaciones de la época, tanto de prensa como académicas.
Colaboró con Tiempo, El Mundo, Información, Diario de la Marina, El Fígaro, Bohemia y Cuba Contemporánea, y también con la Revista de la Universidad de La Habana, Lyceum, Islas y la Revista Bimestre Cubana, entre otras publicaciones. No fue, en rigor, periodista de reportes sino articulista, escritor que –como era frecuente por entonces– volcó su pensar en periódicos y revistas que le abrían sus páginas y le permitían a sus ideas un alcance superior al de sus libros y conferencias.
Uno de sus artículos, acerca de la Navidad y su sentido en la sociedad contemporánea, llegó a merecer el premio Justo de Lara, uno de los más importantes del gremio periodístico cubano en tiempos de la República. Sirva entonces este texto, publicado en El Tiempo, el 27 de diciembre de 1940, como alto ejemplo de la prosa y el pensamiento de Vitier padre, una de las figuras capitales de la intelectualidad cubana en la primera mitad del siglo XX, a la que sería enriquecedor volver para conocer la Cuba que fuimos y también, por qué no, la que somos y seremos.
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El sentido de la Navidad
Nace un niño que va a ser fundador de la religión más influyente de la Historia, Navidad, Natividad, Nacimiento. ¿Y qué es nacer? Biológicamente lo sabe la ciencia, pero el hombre no queda explicado con la Biología tan solo. Su naturaleza requiere que otras disciplinas lo estudien y aclaren. El Cristo nace y es, en lo humano, un individuo de la especie. Morfológicamente, su anatomía no difiere de la de Tiberio o la de Pilatos, o la de cualquiera de los Magos que lo adoraron. Era, en punto a raza, un semita que conoció las posturas religiosas de los saduceos, los esenios, los fariseos. Fue, sin embargo, en la Historia, una nota nueva, un judío de excepción, iluminado por un temprano sentido de humanidad.
NACER, en el caso de Jesús, fue innovar. La doctrina que enseñó introdujo una fuerza en la Historia diferente de los cultos orientales y de la filosofía griega. El Cristianismo aparece, precisamente, cuando las escuelas del pensamiento helénico se agotaban.
En la Navidad conmemoramos la aparición de un Evangelio de amor, porque, en efecto, lo que iba a nacer con Jesús, era el mensaje de fraternidad entre los hombres. Ese mensaje nació. Viene aquí una pregunta terrible.
–“¿Creció?”
Si por “crecer” entendemos, en este caso, extenderse, difundirse una enseñanza, afirmamos que creció, a virtud del interés de los apóstoles y las primitivas comunidades cristianas, aquellas a que San Pablo dirigió sus famosas Epístolas, es decir, las de Corinto, Galacia, Éfeso… Pero si por “crecer” entendemos, tratándose del Cristianismo, su esencial aceptación por los hombres, la verdad es que no creció. Quedó, y ahí refulge, como una sugestión al espíritu, como una esperanza que hasta hoy alientan los mejores. Porque ni la mayoría lo practicó ni las minorías (de la raza del Santo de Asís) han prevalecido. Si no queremos engañarnos, lo cierto en todo esto es que la fuerte innovación de una hermandad universal y de un amar a los enemigos está pendiente de aceptación. Ha habido casos individuales para indicar que la doctrina cabe en lo humano, pero ninguna sociedad, ninguna raza, ningún pueblo de la historia ha vivido el ideario ético del Maestro a quien Reyes de Oriente ofrecieron dones en el pesebre, mientras un astro dicen que lucía señor de los espacios, guiador de los peregrinos.
Herodes mandó a los rabinos que consultaran sus textos reveladores, Herodes se sobrecogió. ¿Extrañeza? ¿Terror? ¿Presentimiento? Su actitud es un símbolo. El mundo iba a cambiar. La esencia cristiana quedará virgen en cuanto a su acogida y práctica universal, pero la pugna, la voluntad de alteración que llevó a fluir de la historia, cambiaron el rumbo de los acontecimientos. La cultura de Occidente se tiñe entera de voluntad cristiana. No digo de espíritu cristiano. No es la esencia del Cristianismo lo que da estructura y crédito a Europa, sino la lucha por el triunfo de esa esencia. La doctrina, por otra parte, lucha ya, en algo desfigurada, medio rendida al adaptarse a realidades.
Por manera que “creció” agónicamente. Tal era su destino. Tal es la suerte de todo empeño mejorador. Así que no ha fracasado. El fracaso está y grita en quienes no aceptan el programa de Cristo. No me refiero a su contenido sobrenatural, que es cosa de fe, sino a sus elementos humanos de ética fecunda, de amor coherente. Razonan mal los que sostienen que el Cristianismo ha fracasado. El fracaso es de quienes lo rechazan.
Apenas recuerdan el episodio de Belén los que festejan en días de Pascua. El motivo se desdibuja un poco. Nos quedamos no mas con la “fiesta”. Esa es también una desfiguración. No importa. La memoria humana procede así en muchos casos. Hay, no obstante, un signo de fecundidad en la Pascua, y proviene de la fecundidad del Cristianismo. Es cierto que en estos días no pensamos gran cosa en el Cristo y muchos ignoran que se divierten en fecha sagrada. Pero al juntarse la familia, al acercarse los hombres, al saludarse, al sonreír en estos días del año, disfrutan de un efecto cristiano. Si el mensaje tropezó y anda maltrecho, resuena todavía cuando junta a los hombres. Es la fecundidad del árbol que, en clima impropio, da frutos.
Razonan superficial, falazmente, quienes afirman, perturbados por los horrores de la guerra, que fracasa el Cristianismo. Antes resalta su eficiencia. Pero esta no se da sino a condición de voluntad. Recuérdense que es también doctrina de libertad. Amor a los buenos y a los malos. Libertad de la conciencia. En eso consiste el lado humano del Evangelio. El divino, aparte de los misterios, que no toco, ¿no radica ya en lograr esos postulados?
Muy actual es hoy la misión de Juan el Bautista, precursor, que anunciaba a Jesús. Están por preparar “sus caminos”. Vox vociferentis, ia de serto, Parate viam Domini, complazate calles ejua.
Una Navidad espera el mundo. Esa no ha llegado nunca. Está en potencia. Hay quienes creen en su advenimiento, pero son pocos. La Navidad en que estemos contentos de ser hombres; la Navidad en que hayamos vencido al Demonio interior que señorea, la Navidad en que mostremos lo mejor de nuestra naturaleza. Instintos, pasiones, gobiernan ahora buena parte del mundo. ¿Qué Navidad celebramos? ¿La de Cristo? Está bien. Desfigurado y todo, el espíritu todavía tiene fuerza para sugerirnos que el amor revela y engrandece, en tanto el odio confunde y achica.
La Navidad alta, genuina, es una aspiración todavía.