Vivir en Cuba en tiempos de pandemia (I)

En esta serie, OnCuba se acerca a varias provincias cubanas en las que se viven realidades compartidas y contextos diferentes ante la COVID-19. Cienfuegos, Holguín y Granma inician el recorrido.

Cola en la tienda El Níckel, de Holguín. Foto: Ahora.

El 11 de marzo de 2020 se reportaron los primeros casos del nuevo coronavirus en Cuba. A partir de ese momento, la pandemia comenzó a extenderse por la Isla y sus provincias. Ante un problema que ya había mostrado su alcance en el mundo, las autoridades cubanas tomaron medidas a escala nacional, como parte de una estrategia valorada favorablemente por la Organización Panamericana y Mundial de la Salud (OPS/OMS).

El cierre de las fronteras, el uso obligatorio del nasobuco y la prohibición de viajes interprovinciales constituyen tres variables centrales en el manejo epidemiológico de la estrategia cubana para enfrentar la pandemia. 

Medidas como esas fueron complementadas por otras a escala territorial, dirigidas a contextualizar la amenaza general presentada por la COVID-19 en las condiciones específicas de las provincias y municipios. Esto es, a organizar la vida en su ritmo diario, atravesado por dos ejes.

El primero son aquellos problemas estructurales de la sociedad cubana como la desigualdad y la escasez, agudizados por la pandemia, que elevó a la categoría de riesgo de salud pública ciertas dificultades cotidianas como las colas para adquirir productos de primera necesidad. El segundo son las características particulares de los territorios, la evolución de la COVID-19 en ellos y la actuación de las autoridades frente a la situación.

En conjunto, esos dos ejes construyen realidades compartidas para toda la población cubana y también diferencias entre provincias e incluso municipios. Así, por ejemplo, en algunos lugares se controla la compra en tiendas de la red de comercialización en CUC a través de la libreta de abastecimiento, mientras que en otros se deja el asunto a su funcionamiento “natural”.

A algo más de cinco meses del primer caso, mientras algunas provincias toman acción contra el retroceso que experimentan en el control de la pandemia, otras continúan su regreso a la “nueva normalidad”. Con esta serie, OnCuba se acerca a las diferentes realidades de las provincias cubanas, iniciando por tres que no reportan casos por esta fecha: Cienfuegos, Holguín y Granma.

Cienfuegos: acceso restringido

La provincia de Cienfuegos acumula 24 casos positivos a la COVID-19, de los cuales se recuperaron 23 y falleció 1. Entró en la fase 3 de recuperación pos COVID-19 el 20 de julio, lo cual implicaría que “las calles retoman su normalidad de forma gradual”, como recogió en esa fecha la prensa local. Esta también alertó sobre la necesidad de mantener la percepción de riesgo.

El 11 de agosto, el Consejo de Defensa Provincial decidió reforzar las medidas sanitarias relacionadas con la prevención de la COVID-19, “a tono con la actual situación epidemiológica, complicada en los últimos días con el incremento de casos confirmados en La Habana, Artemisa y Villa Clara”.

Ante ello, se reactivaron nueve puntos de pesquisaje en las principales vías de acceso a la provincia, según declaró la doctora Arelys Crespo García, jefa del Departamento de Vigilancia, al periódico Cinco de Septiembre. La funcionaria esclareció que la medida “no quiere decir que se prohíba la entrada, pero sí permite detectar a tiempo cualquier síntoma de alarma”.

El 7 de junio, cuando la prensa nacional reflejaba la buena gestión de la provincia, que en esa fecha acumulaba 40 días sin casos positivos, reiteraba el papel de esos puntos de pesquisaje. “Activa continúa la vigilancia en las fronteras con territorios limítrofes, donde permanecen montados varios puntos de pesquisa, con el fin de impedir el arribo a Cienfuegos de enfermos de la COVID-19. En tales espacios son tomados los signos vitales, la temperatura, y se consigna motivo del viaje y direcciones de permanencia para identificar a posibles sospechosos en caso de aperturas de foco. Además de fumigarse los vehículos”.

OnCuba pudo constatar que en uno de esos puntos de pesquisaje, el ubicado en Marta Abreu, el 1ero de junio se exigía una dirección de Cienfuegos en el carnet de identidad o justificar un caso de fuerza mayor para ingresar a la provincia.

Punto de pesquisaje en Cienfuegos. Foto: Asamblea Municipal del Poder Popular.

Mientras la provincia refuerza sus fronteras a la vista de los retrocesos en otras, las personas recuperadas de la COVID-19 continúan siendo motivo de atención para el Centro Especializado Ambulatorio (CEA) Héroes de Playa Girón, ubicado en la cabecera provincial. Especialistas del centro comunicaron a Juventud Rebelde sobre su trabajo para analizar posibles secuelas físicas y mentales de la enfermedad. El Doctor Julio Héctor Jovas Dueñas, especialista en Medicina Interna, sostuvo que “los análisis y el examen clínico pudieran evidenciar como secuelas altos niveles de las enzimas hepáticas, como ocurre con algunas arbovirosis, daños neuromusculares y miopatía”. Sostuvo además que entre los síntomas referidos por los pacientes al equipo médico están las molestias renales, digestivas y otras anomalías “que pudieran ser resultado del paso del Sars-Cov-2 o derivar de su estilo de vida”, lo cual se proponen determinar.

El último caso positivo en Cienfuegos se registró el 15 de agosto. Se trata de un hombre residente en el municipio cabecera, pero su fuente de infección se localiza en el extranjero. En esa fecha se mantenían en vigilancia 217 contactos.

Precisamente, los contactos de un eventual caso positivo son la preocupación mayor de Lidia, residente en Palmira, municipio que hasta la fecha no ha tenido ningún caso de COVID-19, pero que se encuentra a menos de 15 kilómetros de la cabecera provincial. Por esa cercanía, Lidia continúa en aislamiento hasta hoy, según nos cuenta, pues si el coronavirus entra en su casa “la deja sin familia”.

En aislamiento, en la medida de lo posible. Lidia convive con su hija de tres años, su madre de 57, con artritis reumatoidea y su padre de 61, hipertenso. Desde que empezó la pandemia, ella es la encargada de comprar todos los productos de la casa, es decir, de hacer las colas. Para ella fue “una bendición” cuando en la provincia se comenzó a controlar la venta de productos en la red comercializadora en CUC mediante la libreta de abastecimiento. Dice que si no fuera por eso ella “no podría coger nada sin tener que fajarse” porque esas colas las acaparaba “la misma gente de siempre”. Se hacían listas desde días antes, se colaban personas con los primeros…

La medida no resolvió por completo sus necesidades. Lidia explica que, por su libreta, le toca una tienda determinada y, si el producto que necesita está en otra, se queda sin él hasta que entre a la suya. Por suerte, el pollo para su hija lo ha logrado conseguir, porque “traen todas las semanas, aunque tampoco tantos paquetes”. El aceite es otra cosa: “Me pasé tres meses sin aceite, porque hasta que todas las libretas no cogieron, yo no pude volver a comprar”.

Con el aseo le pasó algo similar: “Las 700 libretas que compran en mi tienda no han podido coger champú o pasta en cinco meses, una sola vez trajeron y muy poca cantidad”. A Lidia le han dicho que en Cienfuegos, la cabecera provincial, sí sacan más cosas.

Sin embargo, pasta y champú son también los productos más “perdidos” a juicio de Carla, que reside en Cienfuegos. Ella nos cuenta que allí, desde principios de agosto, decidieron quitar el control de la compra por la libreta. “Tampoco resolvía mucho, porque había que hacer tronco de colas, y no tenías la seguridad de comprar porque se podía acabar y te quedabas para la otra vuelta”, aclara. Agrega que ahora te recogen el carnet en la puerta de la tienda y te anotan en una lista, “con el objetivo de que no vuelvas a comprar”.

Carla no está dispuesta a hacer colas desde la madrugada, así que compra lo que consigue “por la izquierda”, aunque su trabajo como guía turística también se vio interrumpido y, con él, sus ingresos. En grupos de venta en Facebook, la anterior semana promocionaban la venta de champú y acondicionador Sedal a 12 CUC, el mismo día que lo sacaron en la tienda.

Lo que no consigue por esa vía, Carla no lo tiene: “Por ejemplo, me hago la idea de que soy vegetariana y no como pollo”.  Cuando la única alternativa es hacer una cola, se la deja a Ana, su madre. Ana estuvo un día de la semana pasada en una supuesta cola para champú desde las nueve de la mañana hasta las seis de la tarde. “Supuesta”, aclara, “porque a veces la gente hace cola porque alguien de la tienda les dice que van a sacar un producto o se imaginan que toca, sacando cuenta de la distribución de los productos en Cienfuegos”. A veces tienen razón, a veces no.

Holguín: tres meses sin COVID-19

Tras más de 90 días sin casos autóctonos, la percepción de riesgo se ha ido deteriorando entre los holguineros o estos están tan atormentados en el tránsito a la “nueva normalidad” que no reparan en ella.

Así lo muestran los testimonios recogidos por el semanario local, donde esta semana mencionan el caso de personas que, tanto en alguna de las muchas colas para conseguir alimentos como al subir a un ómnibus local, no usan el nasobuco. Por compasión, a veces otra persona extiende su mano para ofrecerle alguno en préstamo y como salvoconducto.

Esta respuesta “fraternal” parece emerger en las múltiples colas porque, eso sí, determinados víveres “desaparecieron” junto con los casos positivos autóctonos, como cuenta irónicamente Ricardo, un trabajador estatal para quien “de lo básico no hay nada en las tiendas. Sacan un poquito de aseo, pollo, aceite, pero en días alternos; son muy pocos productos y para conseguirlos debes superar colas inmensas. He sabido de personas que han pasado dos, tres días, una semana y hasta 21 días en cola”, dice.

Meses atrás, el barrio de sus abuelos fue puesto en cuarentena y, desde entonces, comenzaron las torturantes búsquedas alimenticias en bicicleta para este hombre de 39 años. “Técnicamente el gobierno había asegurado los alimentos para la zona cerrada por la cuarentena. Prepararon algunos módulos con productos. Los precios realmente no eran bajos, por ejemplo, un panqué, gofio, un litro de sirope, galletas y una pasta cubana, 46 pesos. Mucha harina para unos viejitos”, dice.

Sorteando las disposiciones por el nuevo coronavirus, y aunque con las precauciones necesarias, no le ha quedado otra que vagar sin demasiada suerte en busca de alimentos de un punto al otro. Sin embargo, “aunque no haya nada, las colas son interminables. Para mí que esto a la gente le ha cogido los nervios”, advierte.

Otros concuerdan con él en que encontrar productos como pollo o papel sanitario se ha convertido en un verdadero problema en la ciudad, y no quieren imaginar en algunos municipios.

Pero hay dos complicaciones más: las colas que continúan, aunque organizadas por los grupos anticolas y la Policía, y la reventa ilegal que prolifera incluso en medio de la calle, gracias a los famosos coches o carretones que se internan en los barrios cargados de mercancías. Los precios de sus ofertas se multiplican por tres.

“Cuando apareció nuevamente, la carne de cerdo se disparó. Lo mismo sucedió con las frutas y los plátanos. La papaya está a seis la libra; un plátano cinco o seis pesos”, dice Ricardo.

El cultivo de plátano en la provincia sufrió daños por la tormenta tropical Laura. Foto: Al Día.

Como Cienfuegos, Holguín mantiene sus fronteras bajo un estricto control. Vías principales para acceder al territorio cuentan con puntos como el de los Jagüeyes, a la entrada del municipio Calixto García, donde para acceder desde cualquier otro territorio del centro u occidente, los viajeros son pesquisados.

Hasta el sábado, la Dirección Provincial de Salud tenía registrados en la provincia unos 728 viajeros nacionales, la mayoría de ellos provenientes de La Habana (547). Por esa razón, mantienen un seguimiento desde el sistema de atención primaria de salud, anticipándose a que regresen los contagios, cuando hasta el 20 de agosto permanecían solo dos pacientes positivos ingresados en el territorio: una viajera procedente de Costa Rica y un moense que llegó de Artemisa.

Para septiembre, el territorio debe contar con un Laboratorio de Biología Molecular, en construcción en el Hospital Provincial Vladimir Ilich Lenin. Esto le permitirá una continua revisión de pruebas diarias.

 Granma: en los baches de la cadena productiva

Los primeros enfermos del nuevo coronavirus se documentaron en la provincia de Granma entre el 9 y el 22 de marzo de 2020. El paciente cero fue un ciudadano francés que se alojaba en el Hotel Royalton, frente al Parque Céspedes, de Bayamo, pero poco después se fueron sumando ciudadanas y ciudadanos cubanos procedentes de Italia, España, Panamá, Estados Unidos y Canadá, tanto residentes en la Isla como visitantes.

A finales de marzo, en la provincia se reportaron 10 casos: cinco en Bayamo, dos en Guisa, uno en Jiguaní, uno en Manzanillo y uno en Río Cauto. El 19 de abril, durante una reunión del Consejo de Defensa Provincial efectuada en Bayamo, Granma también decidió cerrar las fronteras con sus provincias vecinas —Las Tunas, Holguín y Santiago de Cuba— ante el aumento de casos en esos territorios. Por entonces, la provincia acumulaba 20 días libre de la enfermedad. Bayamo, en una palabra, estaba en cuarentena.

Al margen de sus posibles problemas, lo cierto es que esta política funcionó. Según declaró a la prensa local la doctora Kenia González Medina, jefa de Atención Médica de la Dirección Provincial de Salud Pública, el 5 de mayo los 12 casos registrados en el territorio habían recibido el alta clínica.

Pero esa eficiencia en el control de la situación epidemiológica contrastaba con los problemas de la vida material, sobre todo los relativos a disponibilidad de comida y productos del agro, asunto de vieja data, magnificado por los impactos económicos de la pandemia. Por solo citar tres ejemplos, una revisión sumaria de las estadísticas oficiales arroja que de 2013 a 2018 en la provincia había venido decreciendo de manera sensible la producción de carne de cerdo, la existencia de aves y la producción de huevos.

Granja agropecuaria en Granma. Foto: La Demajagua.

En materia de otros productos del agro, a mediados de 2015 el diario La Demajagua aseguraba que “el incumplimiento de las empresas estatales en la producción, más allá de cualquier explicación o justificación”, era “la causa del desabastecimiento de productos del agro en los mercados”. Manuel Sobrino Martínez, presidente de la Asamblea del Poder Popular, declaraba: “Se deben crear condiciones organizativas, de aseguramiento y disciplina que permitan ser más eficientes en la producción y comercialización de esos renglones”.

La entrega de leche a la población tenía por entonces un déficit de 700 000 litros. Como parte del cuadro figuraba un dato también histórico: los sacrificios ilegales de ganado, típicos de una localidad que había sido durante sus buenos tiempos una de las principales productoras de carne y leche de toda Cuba.

Tres años después, en 2018, la situación no era muy distinta. “Granma será una provincia más próspera si desarrolla la agricultura”, dijo Federico Hernández, primer secretario del Partido en Granma, al intervenir durante la segunda sesión ordinaria de la Asamblea Provincial del Poder Popular en Bayamo el 28 de mayo de ese año. Según el dirigente, la agricultura no era “solo para comer sino para desarrollar la provincia, mejorar la vida de los que trabajan en ella, estimular el desarrollo de la industria de manera sostenible, con alimentación sostenible, a precios racionables, y producir para sustituir importaciones y exportar”.

A fin de cuentas, toda esta situación determinó que con la pandemia la gente acudiera a las tiendas en CUC, tanto a las habilitadas en el Boulevard de General García como en la carretera Bayamo-Santiago de Cuba, para resolver “la proteína”, es decir, para comprar los nylons de pollo troceado, los famosos “perritos calientes” y otros renglones deficitarios, incluyendo jabones, detergentes y productos de aseo personal.

En cuanto a agromercados como los de la plaza Luis Ramírez López o el Chapuzón, en una situación de caída de la oferta se produjo lo de siempre: se dispararon los precios de venta, empezando por los del mamífero nacional. “La libra de carne de puerco por el Estado estaba a 35 pesos la pierna y a 17 el resto”, testimonia una maestra bayamesa. “Ahora el Estado no vende. En la calle estaba a 25, y ahora a 50 y 60, si es que la encuentras”. “El precio del fongo [plátano burro] no ha variado, solo que es por la libreta y muy escaso. Las placitas ahora solo tienen melones y aguacaticos”, añade.

Las colas para comprar comida, uno de los problemas más preocupantes por la posibilidad de contagios ante el irrespeto de las normas y el aislamiento social que han mostrado los cubanos, se comportaron en Bayamo como en el resto del territorio nacional.

Al igual que en Cienfuegos, en Bayamo se utilizó por un tiempo el mecanismo de la libreta de abastecimientos para buscar un acceso más equitativo a productos de primera necesidad. Una madre joven lo ha resumido de la siguiente manera: “Todo fue puesto por la libreta. El administrador de la tienda llevaba el listado de sus núcleos e iban marcando a medida que te despachaban. La cola se organizaba por el número del núcleo familiar. Y todo era más controlado”.

Pero más adelante, informa: “Hoy ya no. La gente marca en la cola a desde el día anterior y luego por la mañana la policía controla y reparten turnos. Y la policía organizando y llevando el control de la cola para que no marquen doble. Venden hasta que se acabe el producto”.

Así, la “nueva normalidad” incluye también los viejos problemas.

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