“Oye, ¿y cómo está Matanzas?”, preguntan una y otra vez cubanos de aquí y de allá cuando hablan con cualquiera que viva o ande de paso por la “ciudad de los puentes”, sumida todavía en esa extraña sensación que provoca el alivio por el fin de una tragedia y el dolor por las vidas que se perdieron.
Luego de días caóticos, un sinfín de ideas se agolpan ante esa interrogante, pero una sobresale: en Matanzas hay tranquilidad, una densa tranquilidad…
Sin la enorme cortina de humo negro que se aferró al paisaje yumurino durante casi una semana, y sin la luz ardiente y penumbrosa que atormentaba a la ciudad desde la bahía, la gente ha bajado poco a poco las tensiones, aunque es —y será— mucho más complicado dejar atrás la pesadilla del incendio en la Base de Supertanqueros.
En los rostros matanceros, de vuelta a su andar cotidiano, se denota el pesar, el desasosiego y la preocupación por la búsqueda e identificación de los desaparecidos en el siniestro de grandes proporciones, que comenzó en la tarde-noche del viernes 5 de agosto y fue extinguido, de manera oficial, una semana después en horas de la mañana.
Decenas de forenses y equipos especializados de Medicina Legal acometen esta minuciosa labor de rastreo, la cual los yumurinos siguen desde la distancia, conscientes de que no hay posibilidades de encontrar sobrevivientes, pero también convencidos de la necesidad de asumir la tarea con máxima seriedad por respeto a las familias de las víctimas.
“No quiero ni pensar en lo duro que es para las madres de esos muchachos este tiempo de espera. Me mata nada más de imaginarlo. Ha sido un desastre, muy duro, muy sufrido. Yo sé que no debe servir de mucho consuelo, pero ojalá esas familias sientan la fuerza y el apoyo que les transmitimos todos los matanceros”, aseguró a OnCuba un motorista cerca de la calle Medio, el corazón de la capital provincial.
Aunque el dolor aprieta y se atraganta, la gente no puede detenerse. Unos bajan por la calle Ríos, se meten en Medio, suben por Milanés o hacen estancia en las pocas sombras del Parque de la Libertad; un vendedor de frituras de chícharo regresa a su puesto habitual, justo al lado de donde venden un pan con ¿lechón? que no es lo que era; los choferes de carros y motos hacen largas filas para aprovechar que hay combustible y llenar los tanques; un carretillero tiene aguacates y plátanos un poco más caros que ayer y más baratos que mañana…
“El Chino”, un guajiro holguinero que vive en el Valle del Yumurí, se para en la puerta de su barbería y abre los brazos a la exquisita diversidad de sus clientes, niños y ancianos, religiosos y ateos, revolucionarios convencidos y confundidos, comunistas y disidentes, peloteros y futbolistas, residentes o emigrantes; en un bicitaxi alguien vende jabas de pan a 80 y 100 pesos según el tamaño, aunque todos son igual de pequeños; una mujer camina feliz al lado de un inmenso refrigerador de mil dólares que ha comprado con la “moneda dura” que le mandaron de afuera o que cambió en el mercado informal a 125 o 130 pesos cada dólar…
En apariencia, la vida ha vuelto a la normalidad, cada cual cargando con el peso de su propio mundo, aunque algunas desgracias se comparten de muy buena fe: las colas en el banco, en la oficina de Etecsa, en la panadería, en la farmacia o en los puntos de comercio en moneda nacional, los apagones de tres, cuatro o seis horas, según entienda el que sube y baja la palanquita.
“Yo he vivido mucho tiempo y, en particular, he vivido momentos como este en otras épocas. Precisamente por eso, sé que nada de lo que nos afecta va a cambiar pronto, no veo cómo se puede salir de la situación en que estamos. Hay que resignarse, o hacer otra cosa”, dice un señor de 91 años en el poblado de San Juan, en las afueras de la ciudad, donde asegura que hay mucho temor por el impacto que provocarán las enormes pérdidas económicas por el siniestro en la Zona Industrial.
Por cierto, en Matanzas también se comparte un renovado pánico ante los rayos. El pasado viernes 12 de agosto, una semana después de que iniciara el incendio en la Base de Supertanqueros, otra tormenta avanzó desde el sur y se estacionó sobre la ciudad con lluvias, relámpagos y truenos. Algunos brincaron de sus sillas y se escondieron en los cuartos pensando que lo peor podía pasar, otra vez.