Quizás fue ella quien avizoró la avalancha del cuentapropismo. Se desempeñó con eficiencia en un oficio que solo puede ser entendido en el contexto de la Cuba de los años 70 y 80.
Se adelantó en casi 30 años a la realidad que hoy vivimos, con la particularidad de que actualmente quienes ejercen aquel oficio son en su mayoría hombres y no se encuentran en tiendas, sino en embajadas, consultorías jurídicas, registros civiles, etc.
Yeyita era “colera”. Mulata bella, siempre con un marpacífico en su pelo y los collares de santos por encima de una gran mancha de talco en el cuello.
La calle 17 nos entregaba a Yeyita cada mañana sentada en el portal de su casa, recostada a la reja. Desde allí daba los buenos días y despedía a los pequeños para la escuela y los mayores para el trabajo. Eso sucedía cuando no sacaban algo en las tiendas del barrio.
El Carrusel, la tienda de la canastilla, no llamaba demasiado la atención en aquel tiempo; allí estaban los termos, los capoticos, los jueguitos dobles. Solo cuando sacaban el opal, el pique, los coches y las cunas, Yeyita movilizaba su cuerpo rotundo en dirección a Dolores y 16. El resto de los artículos para bebés se podían conseguir sin sobresaltos.
Las colas célebres de las décadas 70 y 80 en Lawton tenían lugar en la tienda de ropas de la calle 16 entre Dolores y Tejar. Allí se vendían prendas interiores, medias y ropa de cama, entre otros productos, todos los artículos de “María la O”, o sea, “una cosa o la otra”. Era también la época del desodorante de “tubito” y del perfume “Moscú rojo”.
Pero lo que ponía a prueba las competencias de Yeyita era la tienda de zapatos, ubicada en calle 16 y Concepción, al lado de la panadería del barrio. Era un establecimiento con vidrieras a cada lado de su fachada en las que se exponían muestras de calzado tipo Primor en una de ellas, y en la otra los tenis, sandalias y calzado escolar. Recuerdo especialmente las chancletas “Sorbeto” que hace poco volví a ver en una tienda de segunda mano en Alemania y que me llevó a cuestionarme su origen cubano.
¡Sacaron los “popis”!, era la voz de alarma. Las vecinas corrían a la tienda, algunas de ellas con la esperanza de que Yeyita se hubiese adelantado. Probablemente una conexión especial con las tendederas le permitía enterarse antes que la mayoría. Yo juraría que Yeyita siempre fue el número uno.
Su función no era solo marcar en la cola, además debía dormir en el recinto, hacer la lista, cuidar la cola y llamar en voz alta cada número para el acceso a la tienda. Sin quererlo, se convirtió en una líder natural, aceptada por todos. Su principal reto: que la cola no se “rompiera”.
La cantidad de turnos reservados estaba en relación con la demanda del artículo, por lo que Yeyita tenía una tarea harto complicada que era estimar las probables compradoras. Ella también aplicaba, sin saberlo, la ley de oferta-demanda.
Mi madre era clienta fija de Yeyita. Eran amigas y se ayudaban mutuamente. Traficaban con lo que mejor sabía hacer cada una. Nunca llegué a saber cuánto costaba un turno. Sin embargo, supe que en más de una oportunidad intercambiaron la hechura de una saya o el arreglo de un pantalón por el número 5 o 18 en la cola. Mi madre era costurera.
A Yeyita la vi encanecer en la lucha de los hijos y las colas. Tuvo tres varones y dos hembras. Una de ellas, “mi hijita enferma” como le llamaba, nunca dejó de recibir su atención. No la conocí porque estaba internada en una institución de salud. Era “cieguita”, decía su madre, aquella mulata robusta a quien recuerdo siempre con una hoja y un lápiz en el portal de una tienda, diciendo: ¡apúntate ahí!
Que recuerdo mas lindo
Que hermoso homenaje a Yeya, su nombre era María Regla Ocanto, fue vecina y casi una madre para mí, cuidó de mi hermano y de mí como si fuésemos sus hijos, siempre recuerdo su risa y su lucha