Un Malecón de La Habana que no contiene el mar, sino que es un mirador de nubes. La propia ciudad inundada de vapores blancos… Eso fantasea Gabriel Guerra Bianchini, romper “la maldita circunstancia”.
“Concédanme el deseo de traeros aunque sea un horizonte”, pide el fotógrafo. “Permítanme llenarles de nubes esta plaza, ellas son mi utopía, el horizonte y la esperanza”. Las nubes son las que ha fotografiado durante mucho tiempo, la plaza es la de la Catedral de La Habana, que en los 498 años que hoy cumple la ciudad, se estrena como galería al aire libre.
Diez gigantografías conforman “…Es la esperanza”; para Bianchini, su “exposición personal más anhelada”. Las obras, impresas en lona, ocupan los arcos de la tradicional plaza habanera.
El proceso de creación, explica Gabriel, es muy sencillo. “Se trata de la superposición de dos fotos, dos espacios. Las nubes que he coleccionado durante años y espacios de mi Habana con sus personajes”. Procura además que “cada nube encaje, tanto en la dirección en que se muestra la luz como sus tonos”.
Memorando
¿Por qué nubes? “En medio de tanto caos –dice Gabriel– trazar un eje con la inmensidad es recordar cuán pequeños somos, cuán insignificante resulta este corretaje, cuán sencillas son las cosas que realmente importan, y esa calma que habita más allá”.
El fotógrafo de la elegancia desnuda de La Habana, acude de nuevo a la ciudad como escenografía. Aspira al arte que esté en la calle y quiere ser parte de ese movimiento. Esta vez lo complace, además, que sea “precisamente en uno de los lugares más visitados de Cuba”. Quiere apostar por que el arte esté “al alcance del ciudadano, del vecino del espacio que ocupe, de todos. Sin estar encerrado por ninguna pared. Que pueda mojarse con la lluvia, dormir a la intemperie y ser una sorpresa inesperada para el caminante”.
Primeros visitantes
Gabriel Guerra mantiene una actualización constante en su página de Facebook, donde la preparación de esta exposición ha podido seguirse casi en detalle; desde su concepción hasta su montaje, pasando por la impresión de cada una de las obras.
En la noche del miércoles, finalizada la instalación en los arcos de la Plaza, publicó la foto del primer visitante: un gato callejero.
Pero no fue el único. Una pareja salía de la iglesia y pasó a mirar las fotografías. El fotógrafo terminaba detalles. El hombre se le acercó para comentarle que le parecía un “trabajo muy cristiano”.
“Gracias por traernos el cielo a la tierra”, le dijo.