No es un regreso cualquiera el de Iván Cañas Boix, cuando por estos días acaba de abrirse al público su muestra Cuba Vintage, en La Habana. “Luego de casi un cuarto de siglo de vivir fuera de Cuba, para mí es un placer volver a exponer en la ciudad que me vio nacer y crecer”, dice a OnCuba en un mensaje de correo electrónico, quien es autor de una obra sui géneris dentro de la primera generación de fotorreporteros cubanos de la Revolución.
Pues si bien sus instantáneas compartieron el escenario en que fueron creadas las míticas imágenes que inmortalizaron los años sesenta y setenta en Cuba, la que ofrece Cañas es una poética mucho más experimental, hacia la personalidad más desenfadada y espontánea de los cubanos.
Esta es su segunda exposición en la isla desde 1992, y fue inaugurada el 12 de noviembre pasado en la galería Espacio Abierto, de la revista Revolución y Cultura. Se trata de fotos tomadas entre 1968 y 1980, que se muestran al público ahora por vez primera. Son la constancia de que existe aún buena parte de una iconografía realizada durante esos años que ha permanecido sumergida, tras el canon oficial de ese período.
Otra imagen de una época
Existe una era dorada de la fotografía cubana revolucionaria, la imagen que desde los primeros días de 1959 se encargó de asentar la efervescencia con que se vivió en Cuba en ese entonces. Es la memoria gráfica más difundida desde las décadas de 1960 y 1970, donde toman protagonismo los líderes barbudos, las masas de pueblo en la zafra azucarera, la campaña de alfabetización, Playa Girón, y que fuera definida por María Eugenia Haya, fundadora de la Fototeca de Cuba, como “fotografía épica”.
Es la instantánea impresa una y otra vez en los libros e investigaciones sobre el tema hasta el día de hoy, la misma que cuando el Primer coloquio latinoamericano de Fotografía realizado en México en 1978, ofrecía el aliento esperanzador, contrastante con las realidades de denuncia y opresión social del resto del continente allí presentadas.
Pero al margen de los grandes actos, del retrato famoso del Quijote de la farola o del Che de Alberto Korda, permanece aún por revelar la obra de quienes en el mismo período fotografiaron otros rostros menos gloriosos, simplemente con una mirada hacia una intimidad humana, o de técnica más experimental.
Por eso la exposición Cuba Vintage resulta un acontecimiento inusual y necesario. Es una invitación para redescubrir una Cuba que en buena medida permanece dormida en los archivos de algunos fotógrafos e instituciones.
Esta es, como afirma el curador de la muestra Abelardo Mena, una parte mínima, entre los diez mil negativos que conserva Iván Cañas, quien continúa su obra en Miami, donde vive desde 1992. Según el también crítico de arte, las imágenes inéditas de Cuba Vintage aportan una “visión neorrealista del sujeto popular, en su contexto de trabajo o de vida, que incluso no tiene una consciencia plena de en qué contexto está. Es un sujeto que estaba dentro de la utopía en aquel momento, sin formar parte de los líderes de esta, sino de los que escuchaban el discurso”.
Como fotorreportero de diversos medios de prensa, Cañas fotografió al igual que sus contemporáneos el rostro épico del momento, con fotos tan divulgadas como La clase obrera (1969). Sin embargo, una obra distinta se gestó en el mismo escenario, junto a otros artistas del lente, como Alberto Figueroa, Enrique de la Uz y el suizo Luc Chéssex. De entonces se conservan, por mencionar un ejemplo, los retratos de los cañeros de la serie Macheteros (1972) tomados como top models de la revista Vogue.
Pero quizá su obra más controversial es la serie El cubano se ofrece, creada en 1969 junto al pintor pop Raúl Martínez. Allí aparecen las fotos tomadas en el pueblo costero de Caibarién, a donde viajó por encargo de Cuba Internacional para retratar la zafra de los 10 millones. El resultado fue un ensayo visual, que no vería la luz en su totalidad hasta 1982, y que contiene el ambiente cotidiano de los habitantes de un pueblo no tan fervoroso y entusiasta, aún en medio de la campaña épica a la cual se avocó el país durante aquel “Año del esfuerzo decisivo”.
De haber sido publicado en los setenta, se considera que habría sido este suceso como un segundo PM, el documental que tras haber sido censurado por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos, en 1961, desembocó en el debate que definió la política cultural de la Revolución, y aquellas “Palabras a los intelectuales”: “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución, nada”.
La Cuba Vintage de Cañas Boix
El punto de vista más relajado y subjetivo de Iván Cañas es quizá uno de los ingredientes que más se disfruta en esta muestra. Personajes que son interpelados a mirar directo al lente, convirtiendo al fotógrafo en un componente más de la toma, aunque se encuentre detrás de la cámara; la poética del cubano que reposa, mientras le aguarda el corte de cañas; la intención que según afirma el propio artista se ha mantenido durante toda su carrera: “sin importar el escenario ni el ambiente que la ha alimentado, he tenido el objetivo primario testimoniar el hombre común, el Cubano de a pie”.
Para Pedro Abascal, fotógrafo cubano de la generación surgida en los años noventa, esta es una exposición que le habría gustado ver en el Museo de Bellas Artes, que desde este mes acoge por vez primera la obra de otro fotógrafo, el estadounidense Peter Turnley, y donde en algún momento “debe llegar el turno a algún cubano”.
“Pienso que Iván fue un hombre consecuente con su tiempo, con su arte. Su mirada está comprometida consigo mismo”− dice Abascal−. “De alguna manera uno lo ve a él en cada uno de sus personajes. Su gran mérito para mí es ese detenerse en cosas que aparentemente no son tan importantes, con una poesía, una manera de ver. Es un poeta que fotografió la vida de su momento, al igual que como dijeron de Robert Frank cuando hizo su serie Los Americanos, mirando con la ternura de un hombre de la calle.”
Cuba Vintage, con fotos en blanco y negro reveladas por el propio Cañas Boix, estará abierta al público hasta el próximo 14 de diciembre, en la sede de la revista Revolución y Cultura, en el Vedado capitalino. Contiene la mirada de una de las grandes figuras del documentalismo cubano, pero con el discreto encanto de ser publicadas ahora, luego de haber permanecido inéditas, algunas durante más de cuatro décadas.