“La conciencia cristiana expulsa a la risa del paraíso y la transforma en atributo satánico Desde entonces es signo del mundo subterráneo y de sus poderes”.
Octavio Paz
“La percepción visual es pensamiento visual; las formas son conceptos; en la percepción de la forma se dan los comienzos de la formación de conceptos; el acto de pensar exige imágenes y las imágenes contienen pensamientos”.
Rudolf Arheim
El más reciente libro del artista Reynerio Tamayo recoge una parte de su formidable obra de humor gráfico. Su lectura me condujo a repensar la tradición cubana del cómic (tebeo, muñequitos o historietas, como se prefiera llamarles) y la caricatura política. Una tradición que es rica y reconocida, aunque poco estudiada. Cannibal Planet, Estudio Tamayo, La Habana, 2021, no hizo más que reafirmar la calidad del arte de este creador y, sobre todo, legitimar su espeso sentido humanístico, a la vez que humorístico.
Arístides Hernández (Ares), otro de los maestros de la caricatura político-social en Cuba e internacionalmente, es el autor del prólogo del libro, en el cual expresa, no sin ironía: “Desde hace unos años Tamayo ha retomado nuevamente el dibujo de humor y se lo ha tomado tan en serio que el resto de los caricaturistas lo han estado animando para que dedique más tiempo a otras cosas y deje de avergonzarlos con tanta frecuencia con esas ideas y esos dibujazos”. Para Ares, y así lo dice en su texto, Tamayo “es un genio”.
La tradición del humorismo gráfico en Cuba se inicia en las dos primeras décadas del siglo XIX, en publicaciones españolas, pero donde los temas eran insulares. Después vinieron las guerras independentistas con la cruel caracterización de nuestros próceres y de la causa patriótica, a manos de los humoristas españoles. Ya en la república burguesa, hay un despertar del humorismo cubano, ciento por ciento, con la crítica a los defectos de la sociedad y del poder capitalista, siempre con el choteo por medio. Fue un período en el que la caricatura personal y el humor costumbrista recibieron un verdadero realce. Sobresalieron, entre otros grandes artistas, Rafael Blanco, Conrado Massaguer, Jaime Vals, Eduardo Abela y Julio Girona en un primer momento y luego Juan David.
Con la Revolución, un grupo de artistas liderados por Rafael Fornés pretendieron revolucionar el arte del humorismo político, pero no avanzaron lo suficiente, El Pitirre, Sabino y Salomón, verdadera vanguardia del humorismo político, resultaron desbancados y prevaleció un humor ortodoxo con Palante como publicación insignia. Se perdió la oportunidad de alentar nuevas formas de mirar irónicamente los sucesos. Se perdió filo político en nuestro humorismo. El periódico Dedeté funcionó como crónica crítica de la realidad revolucionaria durante más de dos décadas, a partir de 1969, pero ahora no se dispone de nada parecido. En todo ese trayecto sobresalieron y sobresalen nombres como Santiago Armada (Chago), Posada (el Gallego), Eduardo Muñoz Bach, René de la Nuez, Juan Padrón, Manuel, Carlucho, Ajubel, Simanca y Ares, entre otros. Al cabo de ese largo itinerario, hoy es Reynerio Tamayo, junto a Ares y algún que otro más dentro de la Isla, uno de sus exponentes (en activo) más sobresaliente.
En el ya clásico ensayo Indagación del choteo, de 1928, de Jorge Mañach, texto que merece siempre nuevas lecturas dada su profundidad e inmersión en el centro de nuestra idiosincrasia, el reconocido intelectual abordó los «alcances sociológicos insospechados» del choteo tradicional, con lo que comenzó a tratar la burla, la broma y la ironía en nuestra identidad sicológica y cultural como algo muy serio. Ese fue el comienzo desde la academia. Sin embargo, la Cuba de 1928 dista mucho de la actual, sociológica y culturalmente, y eso plantea nuevas actualizaciones del texto de Mañach. Hoy de lo que se trata es de la necesidad de un pensamiento crítico desde la visualidad.
Pero vayamos al grano. Tamayo es un artista que goza de un enorme reconocimiento dentro y fuera del panorama artístico nacional. Podría citar un grupo de opiniones que validan dicha aseveración: Leonardo Padura lo ve como un artista que se adueñó (sin haber nacido en ella) de los temas de la ciudad de La Habana; Caridad Blanco lo aprecia como un maestro de las metáforas del mestizaje cultural y un puente entre humorismo y pintura, Antonio Eligio Fernández (Tonel), a su vez, lo ve como un narrador de fábulas visuales; Ares como el autor de una descomunal sinfonía crítica en la que el humor es solo una nota más; Jesús de Armas como un post-vanguardista gótico y neogótico; Rafel Grillo como el artista del choteo cubano; Abelardo Mena como dueño de un virtuosismo técnico que aplica a su condición de cronista de su tiempo; Hamlet Fernández lo considera un reciclador que maneja con destreza la intertextualidad y que es capaz de pintar como sus maestros más influyentes (Goya, Van Gogh, Dalí, Picasso y Mondrian); y la periodista Estrella Díaz le arranca confesiones sobre la influencia decisiva de las historietas en toda su andadura artística, desde el inicio.
Cannibal Planet es una aguda crónica de nuestro presente y futuro inmediato a nivel global. ¿Qué nos plantean las piezas de Tamayo incluidas en este volumen? La cubierta es un indicador de por donde se mueve el libro. El diablo descansa en un cómodo butacón y tiene sus pies relajándose en un recipiente con agua que es el planeta Tierra. El Mal reposa después de su intensa actividad en nuestro orbe. El Mal somos nosotros mismos, los humanos, nos dice el artista, capaces de infligirnos un daño antropológico que puede conducir (ya lo hace) a la extinción de la especie humana. En su interior aparecen obras que abordan temas tan disímiles y actuales como el poder transnacionalizado o geopolítico, la pandemia de la COVID-19, el hambre, la destrucción de zonas forestales del Amazonas; las falacias de ciertos conceptos como libertad, democracia y libertad de expresión a nivel universal; la dominación mundial del mercado y la conversión de las personas en simples consumidores con trepanaciones craneales o mejor dicho, seres vegetales idiotizados ante las pantallas de cualquier tamaño, es decir, la nueva dominación de los móviles y la comunicación; el cambio climático y sus peligrosos efectos, entre otros no menos importantes.
El libro pone sobre el tapete, de pasada, otras cuestiones menos visibles, como la necesidad de un mayor espíritu de apertura científica en nuestra academia sobre avances y novedades que circulan en el mundo desde hace buen tiempo. Quizá con la excepción de la historiadora y crítica de arte Caridad Blanco, nuestra principal especialista en estos temas, el profesor y crítico de artes visuales José R. Bermúdez (con dos libros fundamentales, uno de ellos sobre Conrado Massaguer 1,y del estudio de la investigadora Ana Suárez sobre la obra de humor político de Julio Girona 2, no se ha profundizado mucho en Cuba sobre el humor gráfico, que, para muchos, es algo poco serio y para otros, reincidentes en similar ignorancia, no es arte. Para que se tenga una idea de cómo ha avanzado todo lo relativo al pensamiento visual en otras latitudes, hace solo siete años, en la Universidad de Harvard, en Estados Unidos, se discutió satisfactoriamente una tesis doctoral en formato cómics 3, publicada por la editorial de esa misma universidad al año siguiente. En la misma, de la autoría de Nick Sousanis, se exploran las relaciones entre la realidad y sus representaciones a través de la historia del arte, el lenguaje de las historietas y otras disciplinas que se interconectan mediante nuestra visualidad y raciocinio. Una de las intenciones de esta novedad académica fue la de demostrar que el pensamiento en imágenes es indispensable en la educación del siglo XXI. Posteriormente, el autor, ya doctorado, dio una conferencia que tituló “Los cómics como una forma de pensamiento”, sistematizando así su propuesta científica. La tentativa de Sousanis, aprecio, es la de poner a dialogar palabras e imágenes, reconectar el pensamiento y la mirada, la letra y el signo, lo visual y lo textual, con el fin de representar el pensamiento en toda su complejidad. Cuestiones que logra el libro de Tamayo.
El extenso viaje desde los pictogramas y los petroglifos de la Edad de Piedra, lenguaje de signos primitivos o genésica escritura-en-imágenes, pasando por la escritura alfabética, renovada y desbordada con internet y la incontenible avalancha icónica que habitamos, es el mismo viaje de la inteligencia humana, que comenzó mucho antes de los alfabetos y la imprenta. Lo primero fue la imagen. Hay algunas piezas en el libro que dialogan con esa idea. Solo las calaveras ríen perpetuamente, quizá Tamayo también, solo que su risa es preocupada y racionalizada y, en este caso, antisatánica.
Cannibal Planet es una obra formidable sobre el mundo actual, sus peligros, debilidades y perversiones, de ahí que El Mal esté tan ocupado y agotado como nos indica la imagen de cubierta. La reflexión de los espléndidos dibujos de Tamayo gira en torno a la debacle de nuestra civilización, una debacle que es moral, cultural y estética.
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Notas:
1 José R. Bermúdez, Massaguer. República y Vanguardia,Centro Cultural Pablo de la Torrriente Brau, La Habana, 3011.
2 Ana Suárez Díaz, Sáatira y choteo. La caricatura política de Julio Girona, Ediciones Matanzas, 2017.
3 Unflatening, de Nick Sosusanis, publicado por Harvard University Press en 2017.