Nazario Salazar quería retratarme los pies. Quería retratarme los pies y ya tenía en su cámara fotográfica unos cuantos pares distintos.
-¿Por qué los pies?
-“Porque la belleza está en cualquier sitio, en los lugares más insospechados. Porque los pies van y vienen, y porque cargan con el peso de nuestras vidas”.
Hace unos días volvimos a recordar la anécdota y comprobé mi sospecha: Nazario es un hombre original y desprendido.
Esta vez aceptó recibirme en su casa-taller-galería. Y allí estaba, en el lugar exacto para tomarle la foto, al lado de sus piezas de barro, rodeado del universo maravilloso al cual ha dedicado su vida. Es el barro, cómo no, la historia misma de Camagüey.
Revisitar a Nazario es revisitarnos a nosotros mismos. Es comprender que la historia de Puerto Príncipe es una mezcla de negros y católicos fundiendo iglesias, fabricando tejitas, y almacenando agua en tinajones y aljibes.
Salazar removió los cimientos de la tradición heredada de los maestros ibéricos, asentados en la región desde el siglo XVI. Él es uno de los integrantes del movimiento bautizado por la crítica como ‘nueva cerámica camagüeyana’, a mediados de los años 70.
Para esa fecha en la urbe renacía la tradición alfarera. Agrupados en un solo taller -por decisión estatal-, los creadores elaboraban artefactos mayormente utilitarios, pero de un alto valor estético. Es esa, coincidentemente, la etapa de la reaparición de los renombrados depósitos de agua.
“En el taller, Oscar Lasseria y yo conocimos a dos grandes profesores: Miguel Báez y Manuel Barrero. Empezamos como aprendices, pero rápidamente comenzamos a exigirle más al barro. Queríamos cortar, perforar, romper convencionalismos. Fuimos a La Habana y realizamos algunas labores con Sosabravo, pero casi todo lo aprendimos en nuestra provincia. Después fundamos el Taller experimental de cerámica artística. A partir de ese momento nace un movimiento alfarero de nuevo tipo, con características propias en Cuba”, explica Nazario Salazar, miembro de la Asociación internacional de artistas de la plástica de la UNESCO.
El escultor ya pasa las siete décadas, pero sus manos amoldan la arcilla con la misma habilidad del primer día. El rojo natural -a veces combinado con un poco de esmalte de colores muy refrescantes-, el calado, la áspera pero delicada textura de sus piezas, y el sonido metálico inconfundible de sus obras, resultan elementos conformadores de un sello propio.
Esa identidad se ha fundido gracias a las expresiones y experiencias milenarias del lodo y sus moldeadores, a su oficio de escultor empedernido, y al rigor de sus diseños. Es Camagüey el sitio perfecto para sus creaciones.
“Aquí se fueron uniendo las características propias de la arcilla de la región con la tradición de tantos siglos. Por estar situada entre dos ríos, la ciudad es una gran pica. El fango es muy bueno. Siempre formó parte de la vida de la gente. Y eso de alguna manera está impregnado en nosotros. A ello se suma la importancia utilitaria de los ceramios. El ejemplo contundente es el tinajón”, dice Nazario mientras me muestra un lindo ejemplar en su patio.
Villa trazada –tal vez ni tanto- en estilo de plato roto, Santa María tuvo por fosos medievales a los ríos Tínima y Hatibonico. Durante años, la arena rojiza de sus orillas se empleó en las distintas construcciones, así como en vasijas e instrumentos necesarios para el desarrollo de la vida.
Cuenta Nazario que el 13 marzo de 1516 arribó a Puerto Príncipe el primer artesano peninsular a bordo del carabelón Osado. Hacia 1617 untalSimeón Recio fabricaba tinajones de hasta 100 arrobas. En el costado de uno de ellos, fechado en 1789, se podía leer “me iso juan de dio”, posible firma de un negro aprendiz.
Hasta las postrimerías del siglo XIX se produjeron los ventrudos artefactos, reliquias distintivas de esta zona de la Isla. “El método de elaboración se perdió como consecuencia del despliegue de las guerras de independencia y de la aparición del acueducto. A mediados de la década del 30 Miguel Báez los intentó confeccionar nuevamente, pero resultaron de mala calidad. Fue en 1976 cuando logró fundir la primera serie de tinajones del siglo XX. Eso fue posible gracias a la unión del lodo criollo con un porciento de barro refractario (arcilla rosada caolinítica). Hoy muchos empleamos esa misma mezcla”, comenta el también profesor de la filial agramontina del ISA y de la Academia de las artes Vicentina de la Torre.
Actualmente Salazar desarrolla el proyecto sociocultural El barro de mi barrio y preside el grupo de arte miniaturista Colibrí. Obras suyas se hallan en colecciones oficiales y particulares en 25 países. Desde 1960 ha participado en más de un centenar de exposiciones, entre personales y colectivas.
Destacado pintor, dibujante, diseñador escénico y gráfico, crítico, curador. Es un hombre multifacético, no se ha limitado a la cerámica. “Yo me siento muy bien en cualquier manifestación. Disfruto mucho mi trabajo. A veces estoy en varias cosas a la vez. Mientras tenga fuerzas voy a crear. Esa es la esencia de mi vida”.
Nazario funde obras para la eternidad. “Yo creo que los límites entre lo utilitario y lo artístico son borrosos. A la gente le hacen falta cuadros, murales, esculturas para alegrar sus vidas. A mí me gusta quemar bien mis piezas porque así son más duraderas. Pero en el mercado contemporáneo la alfarería se está volviendo un oficio de marras, porque las piezas son de pésima calidad. Están pensadas para vender y hacer dinero fácil. Un jarrón, por ejemplo, se puede caer y romper, pero no derretirse. Eso es una vergüenza. La historia misma de la humanidad está en la arcilla. Es nuestro deber continuarla”.
Nunca ha empleado bocetos. Él tiene cientos de ideas en mente, pero la práctica supera a sus pensamientos. Prefiere elaborar a partir de materiales primigenios sin muchos artilugios, cubiertas o pátinas. No por desdeñables, sino por línea única de proyección profesional.
-“Vamos a la sala para enseñarte unas cositas nuevas”, me dice.
No paro de darle golpecitos con la uña del dedo índice. Suenan como el metal, pero son de barro.
-Nazario, esto es puro movimiento y pura luz.
-“Este es mi pequeño plantea”.
-Un plantea de barro y sueños.
Execelente trabajo. Sobre todo para resaltar el arte hecho en provincia sin dejar de ser arte universal. Quizàs el fatalismo geogràfico, o la propia convicción de los artistas de permanecer en su tierra, no los haga ser nacionalmente populares y reconocidos, mas quien dice que no son mejores que muchos tan publicitados. De hecho estoy mas que seguro que lo son. El mundo necesita conocer Cuba mas allá de La Habana y Varadero. Y los propios cubanos o lugareños saber mucho mas de sus propios artistas. Gracias Rafe y gracias OnCuba.
Nazario, es genial…lo recuerdo con mucho cariño y admiración.