Este sábado 22 de julio quedó inaugurada en la galería Kajüte, de Ratzdorf, Alemania, la muestra personal Leche condensada, del poeta y pintor Hermes Entenza (Villa Clara, 1960), quien ha viajado a ese país para la ocasión.
Se trata de 16 lienzos y obras sobre papel que fueron creadas durante los dos últimos años, y en ellas creemos distinguir nuevos caminos temáticos y estrategias representacionales inéditas en él.
Lo atajamos saliendo del vernissage, sudoroso y sonriente, para formularle algunas preguntas, que respondió gustoso.
La muestra Leche condensada se compone de obras provenientes de dos series: “Entropía” y “Random Democracy”. ¿Qué es, en lo temático y lo estético, lo característico de cada una de ellas? ¿Cuáles serían sus puntos de contactos, cuáles sus asimetrías más visibles?
Siempre he pensado que todo artista deja un hilo conductor entre serie y serie, tanto en lo formal como en lo conceptual, porque allí está su ADN. Esa es la razón por la cual, cuando vemos por primera vez una obra de José Bedia, por ejemplo, sabemos al instante que se trata de un Bedia; o cuando suena Van Van, sabemos desde los primeros acordes que es Van Van; lo mismo sucede con Los Beatles, o con cualquier creador de las tantas disciplinas del arte.
“Entropía” fue el comienzo de un proyecto, nacido en plena pandemia, en el cual afloraron temas oscuros. Ya sabemos cuán incómoda fue la reclusión. Fue el encuentro conmigo, en esas tardes de silencio. Utilicé asfalto (betún de Judea), cambié, consciente o no, mis presupuestos estéticos en pos de lograr una obra donde estuviera presente esa época grisácea y feroz.
Claro, la sociedad cambió, la crisis económica se agudizó y todo comenzó a caer en un cajón blindado, lleno de incomodidades y serpientes.
Seguidamente, fue cambiando el acto de crear; hubo noches de desvelo, pensando cómo y dónde podría estar la salvación de una sociedad que comenzó a agonizar. Ya se había había producido la debacle del mal llamado Reordenamiento Económico, y yo, como creador, tuve la necesidad de repensar el país de manera estética. Toda obra de arte con vocación social es una tesis, un documento estratégico para cambiar el mundo; solo que a veces es intraducible e incompatible con las leyes, pero el valor está en el grito, en ese momento en que el artista se quita el uniforme de esteta, y la opinión pesa tanto que tiene —y debe— formular su tesis salvífica y su grito. Así nació “Random Democracy”, en la agonía de una noción de patria que un día se quebró, y vimos salir del suelo una legión de alaridos y pronunciamientos a favor de una nueva sociedad, más coherente y apacible.
El hilo de ambas series está en esa búsqueda de un nuevo camino. “Entropía” es un retrato (mi retrato) de un mundo sórdido; “Ramdom Democracy” es la postal de un mundo feroz, incomprensible y falto de esperanzas.
¿Cómo fue pintar en tiempos de pandemia?
Pintar en la pandemia fue grato los primeros meses. Ayudó el silencio, el potenciamiento de la ternura por el prójimo y la esperanza colectiva de salir con vida. Después se convirtió en un infierno, pues se agotan las baterías cuando no puedes salir y no frecuentas a la gente que quieres. Estuve un año sin ver a mi hija, en la soledad de mi taller, tomando vino barato, escuchando heavy metal y música barroca.
¿En qué momento se encuentra tu trabajo como artista? ¿Y la literatura, ha quedado en pausa?
No soy un buen ejemplo como artista. Tengo demasiados bajones, y a veces estoy largos meses sin entrar a mi atelier. Debe ser porque padezco de falta de fe. De todas formas, desde que comenzó la pandemia, he estado pintando sin descanso. Eso me hace bien, y no creo que sea para recuperar la fe esquiva.
Me siento en forma, como cuando corría media maratón. Tengo mucho que decir, con la mente llena de imágenes, y ese deseo de pintar una serie de cuadros enormes, los cuales están casi realizados en mi mente. Soy un artista que nunca dejará de cuestionarse el medio en que vive, y como eterno inconforme, seré siempre un creador comprometido con cualquier lucha en contra del poder absoluto y de las imposiciones ideológicas.
Escribo mucho, escribo cada día. Tengo un poemario entregado a una editorial en Estados Unidos, con la esperanza de que pueda aparecer en estos meses. Estoy terminando un libro de cuentos que pretende llamarse Miedo; cuentos de muchos cuestionamientos, de muchos gritos a favor de una libertad que deberá manifestarse un día.
Has hablado de fe. Provenir de una familia de misioneros cristianos, ¿cómo ha condicionado tu visión del mundo? ¿Profesas alguna religión?
Le debo mucho a la fe cristiana. Ya sabes que nací y viví en una iglesia, pero esa deuda con la cristiandad no implica que sea un ferviente religioso. También fui rebelde con la doctrina cristiana, y anduve de gitano por casi todas las religiones que conviven en Cuba. Me creí ateo en un momento crucial de mi vida. Fui católico en países protestantes, y protestante en países católicos. Ahora soy miembro de la sociedad Asatrú, la religión nórdica; no creo que Freya ni Odín estén guiándome, pero me siento cómodo estudiando las Eddas y las sagas del norte, que, al final, son las mismas de cualquier religión tribal, y tan hermosas como los fabulosos patakíes de nuestros imprescindibles Orishas.
Estás viajando por primera vez con tu hija. ¿Por qué buscaste con tanto denuedo la posibilidad de que ella te acompañara en este nuevo periplo europeo? ¿Cómo está siendo la experiencia?
Estamos viviendo un tiempo agradable. Claudia se interesa por conocer tantos lugares, se interesa por profundizar en la cultura popular del centro de Europa. Hoy llegamos a la conclusión de que siempre seremos los mismos, y lo que cambia es el medio. Ella, habitante de El Cerro, en La Habana, dice que tendrá siempre la llave.
Todo joven cubano debería viajar, mezclarse, interactuar con gente rara, buena y difícil; esa es la vida en el mundo real. Nosotros, los cubanos, también somos rarísimos, pero no nos damos cuenta. Es muy saludable llegar a la conclusión de que somos, todos, como un castillo de piedra donde nada ni nadie nos hará cambiar… Vaya, que cambie el medio; nunca nosotros.
Calculo que tantos compromisos y tantas cosas por ver y por hacer te mantengan alejado de tus “preocupaciones cubanas”. ¿Es así? ¿Uno abandona los lugares, Sancti Spíritus, La Habana, Cuba o son los lugares los que nos abandonan a nosotros?
No podría estar alejado de Cuba en el sentido en que lo dices. Nunca se abandonan los lugares de origen. La patria va con uno, guardada en una gaveta con llave de plata; y cada cierto tiempo, la abrimos, revisamos, lavamos lo que está dentro y volvemos a cerrarla; pero está ahí, latente, echando humo diariamente. Cambia la visión de todo, los protocolos de relaciones humanas, pero como en El Cerro, tenemos la llave de plata.
Mis preocupaciones cubanas seguirán siendo imprescindibles, y por supuesto, continuaré pintando y vertiendo mis criterios, aunque a muchos no les guste. Mira, primer problema (es real): mi laptop perdió las tildes y comillas, así que tendré que vivir sin ellas o reinstalar el Word para estar más cómodo; pero Cuba está aquí, y también está necesitando una actualización del Word, pues ha perdido el signo de admiración y no se puede utilizar mucho el de interrogación, porque desinstalan el Office nacional.
¿Es Alemania una plaza para el arte internacional tan árida como la pintan? ¿Cómo ha sido la recepción de tu obra, antes y ahora?
No es tan difícil; solo Berlín es complicado. Se trata de un punto importante de promoción, con infinidad de galerías, pero establecerse allí es difícil. Hace varios años tuve la oportunidad de exponer en una buena galería berlinesa, y ahora, aunque estoy preparando una segunda muestra para Dresden, no pierdo las esperanzas de encontrar una buena sala en la capital alemana.
Mis exposiciones anteriores han sido muy favorablemente recibidas; la prensa se ha portado bien conmigo, y he tenido momentos espléndidos. Veremos ahora. Les contaré.
En esta nueva “salida al mundo”, el poeta y pintor se propone exponer en cuanto sitio quieran acoger su trabajo, confrontarse con otros artistas y, literalmente, devorar millas, pues sus pasos han de llevarlo a París y Madrid, entre otras ciudades europeas.
Hermes, viajero impenitente, siempre regresa a la tierra natal para afinar las tensiones creativas, es el sitio donde levanta su obra singular, en franco crecimiento. Vivir en “el campo” tiene un precio. Él lo sabe, y lo paga. Sus signos vitales van de la duda a la inconformidad. Por ahora, viaja y vive con la intensidad que le es consustancial. Aquí lo esperamos, para que nos muestre lo que ha ido creando en el camino.