Santiago Rodríguez Olazábal (La Habana, 1955) –hijo de la deidad del panteón yoruba Oshún– es un artista que desde los inicios de su carrera como pintor tuvo claro que su tema “lo llevaba muy adentro” y es que sus ancestros fueron practicantes de la Regla de Osha y se crio bajo un manto profundamente religioso. Su obra tiene varios asideros o asientos: memoria, culto y espiritualidad se redondean a partir de símbolos que provienen de la santería cubana. Sin duda, es un hombre de profunda fe que se le desborda en cada gesto y palabra. Parece ser que su bisabuelo, Ramón Febles, hijo de Shangó y connotado sacerdote de Ifá, sembró la raíz primigenia de la que él se siente heredero y continuador.
Con gran sinceridad, Rodríguez Olazábal asegura: “yo no descubrí el arte, el arte me descubrió a mí; entré a la Academia de San Alejandro casi de casualidad y mis referencias culturales eran otras”.
Tuvo una infancia feliz en un solar habanero donde se jugaba a la pelota, cuatro esquinas, bolas, quimbumbia, se montaba chivichana o se empinaban papalotes y papaguapos. Definitivamente, el mundo de los colores, las crayolas y las cartulinas no le era afín.
Al llegar a la Academia de Artes de San Alejandro –afirma– “me sentí muy raro porque era un sitio ajeno a mí pero, poco a poco, cambió completamente mi modo de percibir la vida y de comportarme”.
El artista reconoce que tuvo excelentes maestros como Osvaldo García, Ever Fonseca, José Antonio Díaz Peláez, Juan Moreira, Lidia Verdalles, y visitaba el aula donde Flora Fong impartía clases de pintura, entre muchos otros, y aunque apostó por la especialidad de escultura, el dibujo lo “fue atrapando hasta el día de hoy”.
Cuando se realiza escultura, dice, se está dibujando en 3D porque la tridimensionalidad tiene sus propias características y reglas: “siempre digo que soy un escultor frustrado porque ejercer esa especialidad en Cuba es muy difícil debido a que se necesitan recursos y espacios. Eso me llevó a apostar por el dibujo, que es para mí una forma de hablar, es como una caligrafía; cuando se escribe se está dibujando y en lo personal dibujar me permite trasmitir pensamientos e ideas a través de la línea, el punto y la forma”.
La palabra tiene una profunda fuerza dentro de su obra, algo que es muy coherente si se tiene en cuenta que la santería se basa en una arraigada tradición oral: “cuando se hace un conjuro, una invocación o una alabanza y se usa lo que se llama el omi tutu. Es decir, al ofrecerle un omi tutu a las deidades usted está haciendo una libación de agua y, por lo tanto, está reactivando su espiritualidad. Todo eso se realiza a través de la palabra, de la fonética, del modo de decir y de la cadencia en ese rezo o en esa invocación”.
El símbolo tiene, también, un marcado protagonismo y le sirve a Olazábal para comunicar ideas y estados de ánimo: “en mi obra todo tiene un por qué y no hay ningún elemento gratuito y todo está basado en el cuerpo literario de lo que se conoce como Regla de Osha”, dice. Pero hay que destacar que en su quehacer “no representa deidades” sino que reinterpreta a través de la figura humana lo que le llega: “es cierto que he tocado deidades como Iyami Osoronga, culto al que solo pueden pertenecer mujeres muy poderosas y que rigen tres deidades: Oshún, Yemayá y Oyá”.
El quehacer de este genuino artista se distingue por una gran limpieza formal y por composiciones poco recargadas. Ese resultado, seguramente, tiene que ver con el proceso depurador que le es característico: “primero llegan las ideas que pueden provenir de algún texto de Ifá o de sueños porque disfruto de una vida onírica muy activa y, en ocasiones, despierto, veo cosas… Esto no quiere decir que las aprecie físicamente, sino que las siento en otra dimensión; cuando llegan esas ideas, hago anotaciones que pueden ser escritas o a partir de pequeños esbozos de figuras. Estas figuras son las que me conducen hacia el soporte”.
Desde su quehacer pictórico, que es en definitiva su tribuna artística, Olazábal ha combatido el hecho de que se trate la religión o cualquier tema religioso con carácter festinado y folklorizante porque “hay una profundidad de conocimientos y tanto que aprender que quienes se apropien de este tema para hacer dinero, no respetan el inmenso legado de que somos depositarios. No se puede ni se debe hacer la obra pensado cuánto se va a ganar porque, entonces, se está trabajando para el mercado y eso es un gravísimo error que, de seguro, tendrá consecuencias”.
Confiesa que en los inicios, su punto de vista era muy primitivista y se inclinó hacia la obra del maestro Manuel Mendive, cuya influencia es obvia en sus primeros trabajos, pero pronto inició sus propias búsquedas hasta encontrar su manera de representar. Dentro de su generación –la que se reconoce como De los 80– varios artistas abordaron el tema, pero a Olazábal le corresponde el mérito de ser uno de los primeros: “toqué ese tema, pero siempre alejándome del sentido carnavalesco y de los colorines; me centré en el pensamiento y la cosmogonía de la religión que posee un acervo interminable e inconmensurable”.
El rojo, blanco y negro fueron los colores utilizados por el hombre primitivo para hacer sus obras y Olazábal los asimiló desde su propia cosmogonía: “el blanco significa la osamenta, nuestros huesos, el negro tiene que ver con las tinieblas y con el inframundo y el rojo es la vida, la sangre; es el color de esa esencia primordial con la que alimentamos a las deidades. Pero si la obra exige un azul o un verde, los aplico sin ningún inconveniente”, subraya respetuoso.
“No me interesa, insiste, si me aprueban o no; simplemente hago mi trabajo porque siento que estoy defendiendo algo que está por encima de todos nosotros: no se trata de ‘mi cultura’, es nuestra cultura, la cultura cubana. No me interesa si gusta o no. Hago lo que siento que tengo que hacer y sería un cobarde si no lo hiciera porque estoy defendiendo el acervo de mis ancestros. Nunca me he sentido censurado, ni nadie me ha venido a decir que no puedes exponer aquí o allá. Todo lo contrario, he tenido la posibilidad de exponer en importantes museos y galería de Cuba y del mundo”.
Y es cierto. En la reciente XIII Bienal de La Habana (del 12 de abril al 12 de mayo de este año), Santiago Rodríguez de Olazábal participó en varios proyectos, entre los que quizás el más provocador fue la muestra de arte cubano contemporáneo HB, exhibida en el Gran Teatro “Alicia Alonso”. Allí estuvo Olazábal con su obra y con sus santos acompañantes.
Guao, Chago, hermano, ¡cuántos años sin saber de ti! Me alegra que te mantengas auténtico y creativo, dinámico como siempre fuiste. Un abrazo en la distancia…(Lástima que no hay una foto tuya por acá, para ver si ya me llegas al hombro…jajaja)