El hombre, como especie, es, hasta donde sabemos, el único ser vivo que se comunica a través de la palabra. Ella nos ha traído hasta aquí desde las cavernas remotas. Con su auxilio, se desarrolló nuestro cerebro que, a su vez, es su fuente y motor. Mas que todo, la palabra es una herramienta. Ni siquiera es un fin en sí para los poetas. Es un vehículo para la comunicación, y se le puede dar un uso espléndido o mezquino. Sirve para develar la realidad, cualquiera que esta sea, o para enturbiarla y, en última instancia, construir una imagen de ella a conveniencia. Esto último es lo que hace una buena parte de la clase política: manipular la realidad, casi siempre para sujetarse con uñas y dientes al poder.
Si bien las palabras se resignifican constantemente, el mal empleo de ellas, su cosificación en fórmulas manidas, repetidas hasta el cansancio, las pueden vaciar de contenido. Esto es frecuente en editoriales y discursos que las remachan por décadas, e intentan movilizar al recibidor a conveniencia del emisor, sin que se establezca un flujo en ambas direcciones.
Las consignas, construcciones breves de palabras, van dirigidas a la repetición automática, acrítica, y de tanto trasiego se ahuecan, pierden sustancia, se convierten en peso muerto. Son lo mismo que los slogans, pero en vez de conminarnos a consumir productos y servicios las más de las veces innecesarios, nos intentan vender ideologías.
Por estos días —desde mediado de marzo y hasta mediados de mayo— puede visitarse en la galería La Acacia la muestra de artes visuales Peso muerto, de Aluan Argüelles. Ahí se exhiben obras que intentan discursar sobre cómo el receptor, uno entre tantos, reacciona al bombardeo de palabras hueras, provenientes de los medios y las tribunas.
Son obras casi todas hijas de la era de la COVID-19, cuando nos vimos arrostrando el horror. Tiempo oscuro ese que nos enfrentó al miedo esencial, ese que no distingue clases sociales ni credos. Tuvimos demasiado tiempo para mirarnos por dentro, y comparto la percepción de que a muchos no nos gustó lo que vimos, en lo individual y en lo social. En tal escenario tenebroso, se hacía más evidente la orfandad de contenido de las informaciones y arengas —no me refiero solamente a Cuba—, pues ante un fenómeno desconocido, amenazante en extremo, se dirigían los tiros a culparse los unos a los otros, a elaborar teorías de conspiración, y no a diseccionar las causas del desigual desarrollo económico de los países, a escrutar cuán preparados están los servicios públicos de salud para enfrentar eventualidades como esa que, al parecer, con la globalización van a repetirse cíclicamente.
Aluan (La Habana, 1982), entre tanto, hizo una suerte de diario. Ahí iban a dar reflexiones, ¿noticias? que recogía de los períodicos, notas para obras futuras, ¿garabatos? Y todo eso lo sometió al fuego purificador, como en un rito antiguo. Ya que no podía con los días siniestros y las noches, deshacía mediante la llama sus reflejos. Ese es el origen de Lectura mental, instalación en cuatro piezas, suerte de libro múltiple de artista en el que se lee, más que nada, la angustia.
“Tapar el sol con un dedo” es el sintagma del que parte la obra Eclipse. Un dedo, que puede ser acusador, intenta en ocho movimientos ocultar la esfera de plasma, que al final termina manifestándose, escapando por un ángulo del cuadro.
Me gusta particularmente la serie Ideas peligrosas. Lienzos de gran formato son imprimados con el humo que se desprende de una fogata singular, cuyo combustible no es otro que las diversas ediciones de la prensa diaria.
La instalación Fatiga es una asta de bandera reclinada. Quizás la bandera que debió exhibirse en el mástil es la que aparece en el video Perlas y oro, que dos pares de manos doblan con cuidado.
Las piezas de Peso muerto dialogan entre sí, se complementan, se yuxtaponen y, si se aguza la mirada, puede que descubramos que se contradicen. Como sucede en las conversaciones entre cubanos, claros ejemplos de contrapunto y polifonía, donde varios hablamos a la vez, y muy pocos escuchamos a cabalidad lo que dice el otro, pues estamos ocupados en elaborar una respuesta a algo que no se nos ha preguntado. Aluan dice lo suyo, no quiere establecer “verdades”, investiga con sus herramientas, las del arte, cuán incomunicados socialmente estamos. Y eso lo plasma en obras de una realización acabadísima, que contrasta con lo agónico del tema.
La avalancha de contenido baladí, en abierta disonancia con la realidad, le provoca al artista ataques de mutismo. Una vez reducido a cenizas el fárrago de inexactitudes y francas falacias que se proyectan desde los púlpitos, las tribunas y los medios, le queda una laxitud expectante, una distendida alerta. Aquello borgiano, tan bueno, de “no hables, a menos que puedas mejorar el silencio”, parece ser su mantra. Por eso el significado hondo de un conjunto como Empty or blank, que, aunque no lleva los signos de interrogación, es para mí más una pregunta que un enunciado categórico. ¿Lo blanco está vacío? ¿Emborronar es colmar de sentido?
Voy a Martí, que nos dejó estas perlas: “Las palabras deshonran cuando no llevan detrás un corazón limpio y entero. Las palabras están de más cuando no fundan, cuando no esclarecen, cuando no atraen, cuando no añaden.”
De Aluan, artista hecho, con gran dominio formal, se han visto, en el pasado reciente, las exposiciones Caja negra (Galería Artis718, La Habana, 2017); Recent flights (Galería Villa Manuela, La Habana, 2018); Loop (Museo Alejandro Otero, Caracas, 2018), y Aesterum (Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, La Habana, 2022).
Peso muerto es un nuevo escalón de ascenso en su carrera exitosa. Peso muerto es una exposición densa conceptualmente, amable a los ojos, e incitadora a la reflexión. Para no perdérsela.
Dónde: Galería “La Acacia”, San José No. 114, e/ Industria y Consulado, Centro Habana.
Cuándo: Hasta el 16 de mayo, de lunes a viernes, de 9:00 am a 4:00 p.m.
Cuánto: Entrada libre.