La Habana es una ciudad llena de personajes singulares y el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano es un detonante perfecto para conocerlos. Por diez días, las jerarquías desaparecen y las opiniones de snobs, cinéfilos, críticos y el mar de pueblo tienen el mismo valor, y a veces es mejor escuchar a la anciana que aparenta no tener conocimiento de cine en lugar de los conductores de programas televisivos.
La artería de 23 se convierte en un rally para quienes se mueven se un cine a otro. El Festival es como una mesa sueca: una gula desenfrenada se dispara aun cuando no se tiene apetito. “Todo lo que no me he comido en un año me lo voy a comer ahora”. Lo mismo con el cine. Así,
bufandas al cuello, sin importar que la temperatura no pase de los 25 grados, una masa desenfrenada se lanza a la conquista de los cines.
Pero esa es solo una parte de la historia. Cuando te sientas frente a la gran pantalla y logras enajenarte del entorno, comienza el verdadero Festival, el del Cine Latinoamericano o, si se prefiere, el de las muestras colaterales. El choque con diferentes culturas, distintas formas de narrar, buenas y malas cintas, historias incomprensibles, toda esa mezcla de sensaciones aseguran que el espectador vuelva cada año a los mismos asientos en busca de nuevas experiencias. Incluso si está decepcionado porque no enganchó ni una sola película de calidad y jure a los cielos que no entrará jamás a un cine en diciembre… Olvida que el ser humano es el único animal que choca dos veces con la misma piedra.
Me gusta mucho esta ilustración, el texto también es muy bueno. Felicidades