Todo sucede entre 2019 y 2022. Una genetista y un fotógrafo se adentran en las montañas del oriente de Cuba con el propósito de estudiar los vestigios de una cultura que se creía prácticamente extinguida. Las imágenes que captan, los estudios de ADN que realizan y las historias de vida que comparten les permiten ofrecer un testimonio inédito del poderoso legado del pueblo taíno, los primeros habitantes de la isla de Cuba.
Así imagina Ernesto Daranas la sinopsis del que será su próximo documental, una película sobre los descendientes de los primeros habitantes de Cuba. El cineasta, autor de los largometrajes Los dioses rotos (2008), Conducta (2014), Sergio y Sergei (2017), y del recién estrenado Landrián (2022) tuvo a su cargo la dirección del metraje, grabado en asentamientos de la familia Rojas-Ramírez en Guantánamo, Baracoa, y la Sierra Maestra, actualmente en etapa de posproducción.
Toma 1. Los orígenes
La historia empezó hace seis años, cuando los miembros del equipo de investigación del proyecto Cuba Indígena hicieron la primera expedición a oriente para dar inicio al trabajo de campo. Su objetivo era encontrar evidencia que respaldara la tesis hasta entonces no comprobada de que los pobladores de la región, concretamente 27 familias, eran descendientes de aborígenes cubanos.
Un poco antes, en un gesto de inconformidad con el pacto histórico que hicimos con el mito del exterminio total de los taínos, siboneyes y guanajatabeyes, el historiador baracoense Dr. Alejandro Hartmann, quien venía indagando sobre el tema hacía algunos años, invitó al fotógrafo Héctor Garrido a dejar documentado en retratos el linaje indocubano que se asumió perdido en Cuba y que era vívido ante sus ojos. Resultó que tenía razón, aunque no pudiera comprobarlo.
No es que estas personas cuyos rostros despertaron la atención de Hartmann desconocieran sus orígenes, o que el proyecto Cuba Indígena les hubiese revelado un misterio oculto. Pero por paradojas o paralelos históricos, aunque no fueron extintos, descendientes de aborígenes cubanos asentados en la región oriental continuaron viviendo de cierto modo aislados, del mismo modo que la idea de una impronta aborigen se sedimentó en nuestro mito de origen como un vago recuerdo de algo que un día fuimos. Aunque no de forma absoluta, “la noción de que el indio se extinguió ha dominado como percepción histórica”, apunta el historiador José Barreiro en Cuba Indígena hoy: sus rostros y ADN, un libro editado por Polymita y apoyado por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo que fue el fruto principal de Cuba Indígena.
El aislamiento, incluso el genético, se perpetuó a lo largo del tiempo a través de la endogamia y el emparentamiento intrafamiliar, dinámica que puede considerarse, incluso, un recurso de resistencia. De esta resulta la concentración, en ciertas regiones geográficas de la isla, no solo de altos porcentajes de componentes genéticos amerindios en nuestro genoma, sino además de una cultura indocubana integrada por ritos, tradiciones y cosmovisiones propias que es extraño, si no imposible, ver en otros lugares.
“No es raro ver modos domésticos de producción de alimentos y plantas medicinales; terapias de masaje, curación por sueños, prácticas infundidas por conocimiento de alta tradición oral y de pensamiento indígena”, sostiene Barreiro al referirse al triángulo geográfico Maisí-Holguín-Santiago de Cuba, en el que se asientan las familias de los Rojas y los Ramírez, quienes “registran un parentesco de más de 14 mil individuos”.
Dado este contexto, tras la invitación hecha por Hartmann a Héctor, éste le propuso al primero un proyecto más ambicioso, que trascendiera la documentación fotográfica. Sería el punto de partida para ir hondo en la búsqueda de los indocubanos remanentes y rastrear su origen.
Así, el abordaje multidisciplinario que terminó siendo Cuba Indígena, después hecha libro, devino un empeño de cuatro años de expediciones, revisión bibliográfica y análisis de muestras biológicas que compusieron el que es hoy el primer estudio multidisciplinario en validar que el aporte genético amerindio es significativo en nuestro genoma.
Los resultados se publicaron en 2022. Ahora, además del libro, el anuncio del estreno del documental homónimo que registró el proceso de colectar, procesar y devolver resultados de pruebas genéticas, a cargo de Daranas, nos mantiene expectantes a quienes hemos seguido de cerca el proyecto.
“Cuba Indígena nos incumbe a todos. El conducido por la Dra. Beatriz Marcheco es el primer estudio genético que avala, de una manera definitiva y desde el prisma de la ciencia, la persistencia de la raíz indocubana no solo en estas apartadas zonas del oriente de la Isla, sino en la composición misma de la identidad genética de la totalidad del pueblo cubano”, dijo a OnCuba el cineasta, autor de una extensa obra documentalística a la que pronto se sumará Cuba Indígena.
No tiene fecha de estreno definida, pero sobre el proceso de rodaje, los personajes y las historias que contará esta película, así como algunas anécdotas reveladas en exclusiva, conversamos con Daranas, quien tiene además una historia personal y profesional que lo conectó a la región baracoense mucho antes de que pudiera pensar siquiera en volverse cineasta.
¿Qué motivos te llevaron a aceptar la propuesta de Héctor Garrido de dirigir el documental?
Durante la primera mitad de los años 60 mis padres habían sido maestros de montaña en esa misma zona en la que filmamos ahora. Allí viví hasta los 5 años en un bohío de yagua, techo de guano, piso de tierra y horno de carbón, igual a los que te encuentras ahora por toda la Sierra.
Por otro lado, soy geógrafo de formación y conocía de estas poblaciones desde mis tiempos de estudiante. De hecho, son regiones a las que he regresado a lo largo de toda mi vida con cualquier pretexto profesional o personal, así que era realmente muy susceptible al anzuelo que Héctor me tendía.
Beatriz Marcheco se encargó del resto cuando me abrió las puertas a una investigación, casi detectivesca, que iba despejando claves de enorme importancia para la comprensión de quiénes somos como pueblo. El Icaic y el Ministerio de Cultura nos ofrecieron buena parte del apoyo necesario para empezar a filmar la película, a quienes se sumaron Wanda Films, PAXy, FILA 20 y CIFARRA con un respaldo logístico y tecnológico que nos ha resultado indispensable.
Tu trayectoria como documentalista abarca obras que de alguna manera han explorado nuestras raíces e identidad. ¿Qué diferencia Cuba Indígena, en términos de argumento y proceso creativo, de los documentales anteriores?
La verdad es que Cuba Indígena nos colocó frente a desafíos inéditos. Durante un lapso de casi cuatro años hemos organizado varias expediciones a las zonas más apartadas de Cuba. En medio de esta crisis que vivimos y con una pandemia de por medio, dar respuesta a la logística que implica ha resultado un gran reto.
Por eso terminé optando por un staff de rodaje muy pequeño, capaz de moverse la mayor parte del tiempo en un único vehículo todoterreno.
Lo integraron el propio Héctor Garrido y los fotógrafos Randol Menéndez y Sandy León, a los que se sumó la doctora Beatriz Marcheco en determinados momentos.
No puedo dejar de mencionar a las productoras, Esther Masero y Ariagna Fajardo, quienes lograron armar, desde La Habana, la logística necesaria para un rodaje de campaña. Sabíamos que íbamos a estar expuestos a toda suerte de exigencias y contratiempos.
¿En qué zonas de Cuba filmaron y qué desafíos planteó que las locaciones fueran tan apartadas?
Aunque recorrimos gran parte del oriente de Cuba, filmamos básicamente en las comunidades de La Ranchería y La Escondida, localizadas en la frontera montañosa entre Guantánamo y Baracoa. También lo hicimos en Felicidad de Yateras, un poblado que se ubica al pie mismo de esa cordillera. Finalmente, nos establecimos en el caserío de Bella Pluma, enclavado en la impresionante costa sur de la Sierra Maestra.
Cada uno de estos lugares entrañó sus propios desafíos. En la montaña y en los ríos de Baracoa, por ejemplo, llovía casi a diario y vivíamos literalmente entre las nubes. Eso nos ocasionó algunas bajas técnicas sensibles. Fueron condiciones totalmente opuestas a las que tuvimos que enfrentar luego en la costa, donde el clima semidesértico resultó no menos exigente.
Fue interesante constatar cómo en cada lugar el rigor de los elementos moldea la naturaleza de la gente y los vestigios de una cultura sumamente hospitalaria y resiliente.
¿De qué forma el documental convive con el trabajo genético e histórico-sociológico llevado adelante por los investigadores?
Ha sido un lugar común de nuestra Historia afirmar que las poblaciones autóctonas de Cuba fueron aniquiladas por la llegada de los españoles. Incluso figuras de la relevancia de José Martí y Fernando Ortiz llegaron a hablar en algún momento de la muerte de la raza y de la cultura aborígenes.
Y, aunque es indiscutible el dramático impacto que tuvieron para las poblaciones indocubanas la violenta colonización de la isla y las enfermedades exóticas que llegaron a Cuba con los españoles, también lo es el hecho de que, desde hace más de un siglo, diferentes investigadores han venido reportando que en determinadas regiones de Cuba se conservan indicios de una evidente matriz indocubana entre los pobladores.
Entre los investigadores más recientes que han argumentado esta tesis destacan los historiadores José Barreiro y Alejandro Hartman.
Gracias a su propio diseño de producción, el documental permitió que el fotógrafo Héctor Garrido y la doctora Beatriz Marcheco pudieran estar mucho tiempo en la montaña compartiendo el día a día con los vecinos de las comunidades en que filmamos. Eso los ayudó a profundizar en su trabajo a la par que eran parte viva y real de nuestra propia película.
¿Cómo elaboraron el concepto y el guión del documental?
La verdad es que no suelo escribir un guión previo para filmar un documental, entre otras razones porque no quiero que nada condicione la realidad a la que me enfrento. Cada proyecto es una aventura colectiva que trae consigo sus propias enseñanzas profesionales y, sobre todo, sus lecciones de vida. En mi caso, el guión es consecuencia de ese proceso, no algo previo.
Para construir el relato de Cuba Indígena estoy teniendo muy en cuenta la posibilidad que tuvimos de convivir, durante muchas semanas, entre personas que han terminado resultando entrañables para nuestro pequeño staff de trabajo. La palabra “taíno” significa “hombre bueno” y tal vez esa sea la mayor certeza que nos deja esta experiencia.
El aislamiento, la pobreza, el analfabetismo, la dificultad en acceder a la educación y los servicios médicos, la endogamia, la mala gestión de las autoridades frente al potencial productivo de la zona, entre otros muchos problemas, no han bastado para doblegar a una cultura forjada en su sentido comunitario, en su autoestima y en su disposición para compartir lo que tengan. No es nada nuevo para ellos, porque de eso ha dependido siempre su supervivencia.
De experiencias y aprendizajes de este tipo va brotando la propia historia de la película.
¿Cómo escogieron a los personajes?
Esa elección ha sido consecuencia de un proceso porque cada lugar nos ofrecía opciones muy interesantes. En La Ranchería, por ejemplo, destaca la figura de Panchito, el último de los caciques taínos. Durante casi setenta años ha compartido la vida con Reina, una mujer afable y carismática. La gran obra de esta linda pareja es la extensa familia que les rodea. De hecho, en La Ranchería casi todos son familia. De aquí, y de la vecina aldea de La Escondida, brota el manantial al que se debe la célebre dinastía de los Ramírez y los Rojas, apellidos que se repiten en muchas partes de la montaña, como señal inequívoca de pertenencia a esta cultura.
Los hijos, nietos y bisnietos de Reina y Panchito los adoran. Son una familia sumamente unida que encarna el más firme legado de la cultura taína en Cuba. Eso no evita que, como es lógico, el drama de la subsistencia y de la propia continuidad los estremezca. ¿Quién será el próximo o la próxima cacique? ¿Acaso estamos frente a una figura a punto de perderse?
La dura vida de la montaña, el aislamiento, el abandono de que han sido objeto, los inevitables amoríos con jóvenes de otras regiones, los efectos de la crisis socioeconómica, los atractivos de la modernidad y el propio drama migratorio en el que Cuba se desangra conforman un duro desafío para una comunidad que conserva muchas tradiciones olvidadas.
Ceremonias como la del tabaco, el areíto, el canto de altar, así como una peculiar modalidad de bembé que sincretiza el legado africano, cristiano y taíno son tesoros que corren riesgo de perderse. A eso se suman prácticas artesanales, productivas y ciertos giros idiomáticos, entre tantos otros detalles que conforman un valioso legado que urge ser documentado.
En el resto de las comunidades rurales en que filmaron, ¿qué otros personajes encontraron?
En Felicidad de Yateras, por ejemplo, sobresale Catalina, tan anciana como Reina y Panchito, y con una vitalidad impresionante. Esta zona de Guantánamo es famosa por ser el reservorio de numerosos ritmos musicales como el changüí y el nengón. La propia Catalina, con sus más de 90 años, todavía es una gran bailadora. Nada la amedrenta. La encontramos viviendo sola en su pequeño bohío, convencida de que el trabajo, el baile y las largas caminatas la mantienen en forma. Hace poco perdió a su amiga Francisca, su compañera de fiestas y actividades de toda una vida. Pero aún le queda el buen amigo Lucidio, cantante del grupo local de changüí, que es tan taíno como ella. La vida de Catalina es un desfile de contrastes, alegrías y tristezas.
Y ya donde el Pico Turquino se sumerge en el mar Caribe se levanta el caserío de Bella Pluma, ubicado frente a una de las playitas más lindas que he visto en mi vida. Allí vive Diosdado con sus hijas Jessica y Yolaine, descendientes todos de la mítica india de Bella Pluma, cuya existencia fue documentada por algunos de los primeros estudios realizados hace décadas sobre los indocubanos de la zona.
La pobreza de esta región contrasta de manera brutal con su rotunda belleza. Aquí el mar es la principal fuente de sustento, y las oportunidades para prosperar son muy escasas. Diosdado ve con preocupación cómo sus hijas llegan al final de la infancia y le angustia lo que el futuro pueda depararles.
A grandes rasgos, estos son los protagonistas de una película a través de la cual pretendemos que se exprese una cultura. Y desde luego, en paralelo a todo esto está el propio desarrollo del proyecto Cuba Indígena, conducido por Héctor Garrido y Beatriz Marcheco junto a un grupo de prestigiosos especialistas entre los que sobresalen el sociólogo Enrique Gómez y el fotógrafo Julio Larramendi. Ellos han realizado una de las investigaciones más importantes sobre la identidad y la cultura cubanas con una base científica que era inédita hasta este momento.
Nada escapa a la precariedad que hoy padecemos, y no es lo mismo una investigación de esta naturaleza realizada en el primer mundo que en nuestras condiciones tan específicas. Eso hace doblemente admirable el rigor del resultado que Beatriz, Héctor y su equipo han conseguido.
Algunas anécdotas del rodaje…
Una triste. Apenas llegamos a la montaña falleció Luisa, una querida curandera de 101 años a la que todos en la zona debían favores, curas y servicios espirituales. Como es lógico, mucha gente acudió a despedirla. El diagnóstico que le habían hecho a Luisa era neumonía, pero es muy posible que en realidad fuera COVID-19, dado que casi todos en La Ranchería se contagiaron enseguida, incluidos nosotros.
Fue una ironía, pues habíamos seguido un protocolo muy riguroso para no llevar el contagio a la montaña y al final resultó que el virus estaba allí esperándonos, seguramente llevado a La Ranchería por algunos de los vecinos que bajaban a los poblados aledaños. Afortunadamente, fuera de Luisa, no hubo casos graves. No faltó entonces el comentario de que posiblemente el último servicio de esta querida curandera fue el de inmunizar a sus vecinos.
Una simpática. Ricardo es uno de los más carismáticos personajes de nuestra película. Vive en La Escondida y es un testimonio vivo de la memoria y las tradiciones. Lo mismo teje una cutara cuando no hay zapatos que se ocupa del canto en la ceremonia de altar.
La doctora Beatriz Marcheco sostuvo una animada charla con él en la que se interesó por una expedición científica realizada en los años 60, cuando el padre de Ricardo fue elegido para que le realizaran un grupo de pruebas en La Habana.
Ricardo no tiene duda de que el objetivo real de aquellas pruebas fue el de usar a su padre como semental para perpetuar la “raza india”, algo que supuestamente se materializaría en ciertos laboratorios canadienses.
De nada valieron las explicaciones de Beatriz para aclararle qué era lo que se buscaba realmente con aquella investigación. Ya al final, Beatriz le pregunta a Ricardo qué haría él si le proponen ir a Canadá para servir de semental; Ricardo se encoge de hombros para responderle con picardía: “Bueno, si hay que sacrificarse…”.
Una emotiva. El protocolo seguido por la doctora Beatriz para su estudio de ADN fue sumamente riguroso y respetuoso. Hay que tener en cuenta que, entre otras cosas, su estudio estaba determinando quiénes entre los participantes tenían mayor porcentaje de genes indocubanos.
Este es un asunto muy delicado en una comunidad en la que todos se precian de ser descendientes de taínos. En el caso específico del cacique Panchito, el resultado del test podía ser doblemente riesgoso, pues algunos vecinos opinaban que en realidad él no era tan indio como su esposa Reina y otros vecinos de la zona.
Sin embargo, Panchito no solo no dudó en someterse al estudio, sino que alentó a otros a sumarse. El día en que Beatriz regresó a la montaña con los resultados de su investigación, la expectativa era tremenda. Ella explicó que cada muestra había llegado numerada a su laboratorio y que nunca, hasta el final mismo de la investigación, se supo el nombre de la persona que se estaba testeando. Con semejante preámbulo no pudo ser más emotiva la noticia de que el cacique Panchito era la persona con más genes indocubanos entre todos los participantes en el estudio.
Reina y los hijos de ambos también se encontraban a la vanguardia. Solo entonces Panchito exteriorizó todo lo que llevaba por dentro y ese fue uno de los momentos más emotivos y hermosos del rodaje.
Cuba Indígena no sólo se ocupará de dar fe del legado amerindio en Cuba; además lo presenta como parte de nuestro presente. En ese sentido, ¿qué esperas del documental?
Precisamente ayudar a reconocer cuánto de esa herencia aún hay entre nosotros a nivel cultural, histórico y genético. Definitivamente, en el llevado y traído ajiaco del negro, el blanco y el chino está metido también el ingrediente indocubano con una fuerza mucho mayor de la creíamos hasta hace muy poco.
Ahora está claro que, como repetimos aquello de que “aquí el que no tiene de congo tiene de carabalí”, podemos afirmar que es casi seguro que haya algo de indocubano en cada uno de nosotros.
¿En qué etapa se encuentra la película? ¿Para qué público fue pensada? ¿Hay fecha de estreno?
Cuba Indígena va de nuestra historia, de nuestra sangre, de nuestra gente, de la riqueza y la profundidad de esas raíces a las que todos nos debemos. Por lo tanto, el primer destinatario de esta película es el público cubano.
Desde el punto de vista de producción, estamos intentando completar el financiamiento para la edición y posproducción del proyecto. Durante este año nos espera un extenso proceso de clasificación, selección y montaje de un gran volumen de material capturado.
Y no se trata solo de editar nuestra película; también nos interesa crear un banco de imágenes para entregar a las propias comunidades donde filmamos y a los centros de investigación interesados en el tema.
Hay una apreciable cantidad de testimonios que, como es lógico, no podrá ser parte del documental. Ese patrimonio pertenece a las comunidades de donde lo hemos recogido y este enfoque es parte de la propia filosofía del proyecto Cuba Indígena, tal y como Héctor Garrido lo concibió desde el primer momento.
De la fecha de estreno solo podremos hablar con propiedad cuando haya finalizado ese proceso.
Más allá de revelarnos lo que ya es incuestionable, ¿crees que el documental impactará de algún modo la vida de quienes lo protagonizan?
Nuestro anhelo es que les impacte lo mismo que ellos nos han impactado a nosotros. Por eso, además del documental, queremos preparar una suerte de bitácora audiovisual con muchos testimonios que, por razones de tiempo, no estarán en una película de 90 minutos. Eso les permitirá disponer de una memoria que también podrá ser usada por nuestros investigadores.
¿De qué formas la película puede afectar la forma en que las nuevas generaciones de cubanos hablarán sobre nuestra identidad?
Lo primero podría ser, por ejemplo, que se elimine de nuestros textos escolares esa afirmación inexacta de que los indocubanos fueron totalmente exterminados. A partir de ahí podrán empezar a cambiar muchas cosas en la comprensión de las nuevas generaciones sobre la importancia de la cultura indocubana en la conformación de nuestra identidad como pueblo.
¿Qué fue lo más difícil al hacer el documental?
El momento de despedirnos de toda esa gente maravillosa.
¿Y lo más gratificante?
Haberlos conocido y poder convivir con ellos.
Sé que los miembros del equipo de investigación de Cuba Indígena se sometieron a pruebas genéticas. ¿Tú también?
Por supuesto, y, como sucede con la mayor parte de los cubanos, también tengo mis buenos genes amerindios.