Eslinda Núñez, nacida el 27 de diciembre de 1943, se ha apropiado de icónicos personajes del cine, el teatro y la televisión para conectar con un público que ha sabido reconocer su talento, sensibilidad y consagración a la interpretación. Parece prescindible recordar que Eslinda ha protagonizado o tenido papeles relevantes películas icónicas del cine cubano como Lucía (1968), Memorias del subdesarrollo (1968) y La primera carga al machete (1969).
La villaclareña encontró en este oficio la manera de explorar los horizontes que visualizó para sí desde que comenzó a soñar con ser actriz. Además de distinguirse por su trabajo en los medios, quien conoce a Eslinda sabe que es una mujer de una calidez y dulzura entrañables, unidas a una visión siempre ponderada sobre el arte y la vida.
Su destino ha sido aderezado por una carrera madura que suma alrededor de 22 largometrajes y más de 50 obras teatrales. Además, ha sido enaltecida con reconocimientos como la Distinción por la Cultura Nacional, el Premio Nacional de Cine (2011) y el Premio Coral de Honor del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano (2023).
¿Qué encontró en la actuación?
Desde pequeña dibujaba cuentos y en mis juegos interactuaba con esos personajes, les creaba historias; eso despertó mi imaginación. Pintaba o escribía para vivir la vida de esos personajes, tenía la necesidad de expresar algo, pero el dibujo o la literatura no me eran suficiente. Creo que en esos momentos comenzó mi interés por la actuación.
¿Cómo es ser actriz en el interior del país?
En aquellos tiempos no era como actualmente, momento en que la enseñanza artística está extendida, por lo que mis deseos de actuar en mi niñez se resumían a participaciones en eventos de cultura escolares en Villa Clara. Cada día la necesidad de actuar se apoderaba más de mí, pero no encontraba el camino para desarrollarme. No fue hasta que me casé, siendo muy joven, y me trasladé a La Habana, que pude comenzar a desarrollar mi vocación.
A su llegada a La Habana formó parte de Teatro Estudio, una de las grandes compañías cubanas de todos los tiempos. ¿Cómo surgió su relación con el teatro?
Comencé a buscar un espacio, pero el camino me era difícil. Fue un director de cine, Raúl Molina, quien me sugirió que me presentara ante Vicente Revuelta, en la Academia de Actuación de Teatro Estudio, localizada en Neptuno y Campanario. Con la audacia de la juventud fui, hice la prueba y Vicente me aceptó.
Tuve mucha suerte y fui muy feliz con aquel pequeño grupo de actores. Allí estaban Marlene Acosta, Isabel Moreno, Rafael González, Frank Chicola, Dalia González, Regina Rosié, Rodhe Lazo, Orestes García y muchos otros. Los profesores eran Vicente y Raquel Revuelta, Ernestina Linares, Orquídea Rivero y Zoa Fernández.
Fue una etapa de descubrimiento de mis posibilidades como actriz, y, aunque era bien tímida, en aquel pequeño escenario me sentía libre, creativa y muy osada.
Vicente comenzó su curso por indicarnos cómo observar la vida, nos orientó a leer constantemente, a asistir asiduamente a las obras teatrales de las pequeñas salitas que abundaban en la ciudad. Fue mi primer encuentro con el método de Stanislavky.
Cuando se hace referencia a su carrera, reluce siempre su participación en Lucía. ¿En algún momento se sintió atrapada en la piel del personaje?
Fue una de mis primeras películas. Era la oportunidad de trabajar con Humberto Solás, quien me ofreció un personaje hermoso con una gran vida interior, que ha permanecido en la memoria de muchas personas después de tanto tiempo y es, quizás por eso, que se me ha identificado con ella.
Aunque, como he dicho en otras ocasiones, Lucía siempre me da sorpresas y ha sido de gran importancia en mi vida. En realidad, yo no soy Lucía, como no soy María, Isabel Ilincheta, Noemí, Eva, Amada, Camila, Amelia, etc. A todas las he creado. Todas han vivido en mí, con ellas he sufrido y he disfrutado y en cada uno de esos momentos en que las he interpretado, no te quepa duda, soy el personaje.
Es una mujer del séptimo arte. Incluso se le conoce como uno de los rostros del cine cubano. ¿Cuando vio la magnitud que llegaron a alcanzar largometrajes como Memorias del subdesarrollo y La primera carga al machete, se impresionó o se motivó aún más?
Nunca imaginé la importancia que tendrían esas películas para el cine cubano; ni siquiera me pasó con Lucía. En esas y en todas las posteriores puse apenas todos mis conocimientos, pasión y deseos de que salieran bien.
Con el tiempo una descubre que son clásicos porque se continúa hablando de ellas como si fueran nuevas. Son películas de culto; creo que fui muy afortunada por tener la oportunidad de trabajar con Humberto Solás, Tomás Gutiérrez Alea y Manuel Octavio Gómez; por supuesto, eso me llena de alegría.
¿Qué escena de estas películas le costó más?
En todas tengo escenas que me resultan más complejas que otras. Pienso que con Isabel Ilincheta, personaje que hice en Cecilia (1982), de Humberto Solás, tuve escenas particularmente difíciles. Isabel era un personaje ambicioso, audaz y transgresor para su época; tenía discusiones muy intensas y debía prepararme para llegar hasta un límite.
Era un personaje que me planteaba nuevos desafíos. Los parlamentos tenían grados de dificultad; debí imbuirme de la filosofía de José Antonio Saco, ya que el personaje representaba esa corriente del pensamiento criollo.
Ha tenido una importante presencia en todos los medios de comunicación. ¿Cuál fue su proyecto más significativo como actriz?
Además de mis inicios en la academia de Teatro Estudio, aportaron a mi desarrollo el grupo de Julio Matas, el teatro musical que hice con Alfonso Arau; luego estuve en muchos grupos teatrales: con Jesús Hernández en el grupo Unicornio, en Prometeo, en las salas de El Sótano, Talía, Idal, Tespis, en el teatro universitario dirigido por Elena de Armas y Ramonín Valenzuela; también con el grupo La Rueda, dirigido por Rolando Ferrer y Armando Suárez del Villar. Regresé a Teatro Estudio bajo la dirección de Raquel Revuelta y, sobre todo, tuve la formidable experiencia de trabajar con Berta Martínez, que contribuyó grandemente a mi formación.
Estudié el método de Stanislavky, pero siempre he estado investigando y entrenando a Brecht, Grotosky, Sanford Meisner y, en general, las nuevas corrientes del drama.
¿Cuál ha sido el personaje del que le ha costado desprenderse? ¿Alguno le ha llegado a provocar cansancio?
Generalmente en el teatro te acostumbras a terminar una puesta en escena e iniciar otra, y a entregar toda tu energía en el próximo personaje.
Según mi esposo [el director de cine Manuel Herrera], yo estaba insoportable después de crear a Isabel Illincheta. Él pensaba que mantenía un comportamiento acorde con el personaje, lo cual es lógico, porque algo que me había costado tanto trabajo elaborar debía seguir en mí durante un tiempo; sin que me diera cuenta, naturalmente.
Ahora recuerdo que cuando hice a Poncia en La Casa de Bernarda Alba, guiada por esa gran directora que fue Berta Martínez, tuvimos un entrenamiento fuerte durante cinco o seis meses. Todas teníamos que pasar por todos los personajes, fueron días de gran tensión, apenas dormía y, según me cuentan, de madrugada me sentaba en la cama y recitaba los textos de varios personajes. Fueron días de maravillosa locura.
¿Para una actriz es imprescindible pasar por todos los medios?
No lo sé, pero en mi caso resultó necesario. Me gustan mucho los cambios, los retos, las búsquedas; me adapto rápidamente a cada medio, es como una nueva aventura.
¿Hay presión para salir adelante en esta profesión?
Siempre existe presión, sobre todo si tienes el rigor y la curiosidad necesarios para enfrentar un nuevo personaje.
¿Cuál es su visión sobre la televisión y el cine que se están produciendo en Cuba?
Siento que tanto el cine como la televisión necesitan historias más interesantes, guiones novedosos que profundicen en temáticas y nos obliguen a romper esquemas. Existen posibilidades de buenos proyectos porque contamos con buenos directores y excelentes actores. Es necesario encontrar nuevas formas de producción, más ágiles, acordes a los tiempos que estamos viviendo. Hace falta un buen impulso para regresar a las necesidades expresivas y artísticas que todos teníamos en mi generación, a las búsquedas, pero con bases más modernas.
La mayoría de sus personajes los ha creado en el cine; pero la pequeña pantalla también ha sido testigo de sus magistrales actuaciones. Quisiera que se refiriera a su participación en la telenovela Pasión y prejuicio (1992).
Guardo lindos recuerdos de esta novela. La historia me resultó muy interesante y los directores (Eduardo Macías, Paco Anca y Julio Antonio Martínez) eran conocedores del medio. Mi personaje, Gertrudis, me reclamaba esfuerzo interpretativo; estaba hecho de matices. No tenía picos de actuación, sus conflictos eran débiles y debía enfocarme en la presencia escénica, de manera que el personaje tuviera una impronta en la trama.
La concebí como una gran dama que ocultaba su historia, sus frustraciones, amores no logrados y se volcaba en ayudar generosamente a su familia. En este proyecto trabajamos muy coordinadamente y en poco tiempo, con pasión y rigor, eso siempre es importante para crear.
Usted ha dicho que se realizó con su participación en el largometraje Amada (1983). ¿Hay algo en lo que Eslinda se parezca a ella?
No, para nada. Los actores interpretamos diferentes personajes y para ello no partimos de lo personal. Los creamos de acuerdo con las necesidades del guión y debemos estudiar porque muchas de esas experiencias no las tenemos; buscar en la época, en las personas, analizar.
Puede que surja un personaje que esté más vinculado a una, pero en la mayoría de los casos los actores no partimos de experiencias personales para caracterizar, sino del estudio y la profundización del personaje y su contexto. En este caso, nada más alejado de mí que Amada. Ella era reprimida, llena de contradicciones, víctima de las costumbres de una sociedad regida por hombres que la manipulan y vulneran. Yo soy una mujer de mi tiempo.
¿La actuación le ha ayudado a sanar heridas o a lidiar con momentos personales complejos?
En realidad, cuando actúo no pienso en mis problemas personales, me enfoco en el personaje y sus necesidades, por lo que me es difícil determinar cuando el personaje influye en mi o yo en él. Podría decir que la actuación me ha ayudado a superar cierta timidez, que me ha impulsado a ser mejor en cuanto a la relación con los demás.
Nunca me olvido de una enfermera que me atendió en un hospital de la antigua Unión Soviética. Yo celebraba el desvelo conque realizaba su trabajo y ella me dijo una frase que quedó en mí: “Yo solo puedo curar el cuerpo, pero ustedes los artistas curan el alma”. Y es eso, curar el alma es sanar heridas.
Cuando me relaciono con las personas que me hablan bien o mal de mi trabajo pienso en esta frase y eso me ha relacionado más con el mundo, con las necesidades de mis contemporáneos y me ha hecho comprender el sentido de la palabra humanidad.
Participó en varias de las películas de uno de los directores de cine más importante de nuestro país y diría que hasta de Latinoamérica. ¿Era una garantía de éxito estar en las manos de Humberto Solas?
Humberto era un gran director, un creador muy especial, pero nunca pensé que ser dirigida por él fuera una garantía de éxito, sino más bien de aprendizaje, de superación como actriz. Su objetivo principal era buscar el extra que todos tenemos dentro y por ese camino llegar a establecer la comunicación con el espectador, y eso exige gran labor y dedicación.
¿Por qué no formó parte del elenco de El siglo de las luces (1993)?
Humberto tenía escrito un guión desde 1978, en el que yo debía, a criterio suyo y de Alejo Carpentier, interpretar a Sofía. Pero el tiempo pasó y El siglo de las luces se dilató. El almanaque cayó y mis posibilidades de interpretar ese personaje se esfumaron; por suerte fue realizado por una excelente actriz como Jacqueline Arenal, quien supo sacarle todas las posibilidades que Sofía tenía para ofrecer.
¿Qué características comparten las actrices de su generación?
Cada persona es un mundo y pienso que cada individuo tiene infinitas posibilidades. Tenemos excelentes actrices, cada una con su sello personal. Compartimos el deseo de hacer, trabajar y crear. Si algo nos iguala es la experiencia y el tiempo.
¿La actuación es una forma de darle sentido a la vida?
José Saramago decía que “lo que da sentido a la vida es la búsqueda y hay que indagar mucho para encontrar lo que está más cerca”. Y nada más cerca de la vida que la actuación, que la reproduce.
En algún momento de su carrera le llegaron propuestas de directores extranjeros. ¿Trabajar en otras naciones es un símbolo de éxito para una actriz cubana?
Trabajar con directores extranjeros puede ser enriquecedor para cualquier actor, cubano o no. Es laborar con gente de otra influencia cultural, con otros estilos.
He aceptado algunas proposiciones, otras las he rechazado porque eran otros momentos.
He trabajado con directores de Francia, México, Perú, España, Rusia, Venezuela y con varios estudiantes extranjeros de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños.
¿El público tiene una imagen distorsionada de lo que es la realidad del actor?
Es posible, cada cual tiene derecho a imaginar lo que quiera, pero los actores no compartimos la misma realidad. Cada uno es un mundo y lo conforma a su manera.
¿Considera que el cine cubano tuvo su gran momento? ¿En qué década lo ubicaría?
Una mirada nostálgica me llevaría a decir que en la década del 60, época en que se produjeron las cuatro películas consideradas “clásicas” (Las aventuras de Juan Quin Quin, Lucía, La primera carga al machete y Memorias del subdesarrollo) pero en las décadas siguientes también se produjeron obras de importancia.
Las actrices pasan mucho tiempo fuera de casa. ¿Ha llevado bien ese estilo de vida? ¿Qué es lo que más añora cuando está lejos y lo primero que hace al volver a su hogar?
Sí llevo bien esta vida diferente, compleja y con exigencias. No me gusta la monotonía y mi labor me ofrece otras posibilidades que me nutren como ser humano y como actriz. Es bueno también en el matrimonio porque, aunque extrañas a tu pareja, la distancia te hace necesitarla y valorarla mucho más. Es fantástico el regreso a casa y lo primero es disfrutar de los míos, compartir historias, reír y descansar.
Si pudiera volver al pasado, ¿qué consejos se daría a sí misma?
“Haz lo mismo que hiciste, camina sobre las huellas de tus mismos pasos. Sigue curiosa, soñadora, arriesgada y apasionada, poniendo el corazón en cada una de sus actuaciones”.