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Jerry Brooks, el manager del hotel, había llamado a George Raft a su mansión de Beverly Hills para ofrecerle trabajar como “director de entretenimiento” de un nuevo casino inaugurado en La Habana en noviembre de 1957. Un empleo que había desempeñado dos años antes para Gus Greenbaum, el manager de la sala de juego del hotel Flamingo, en Las Vegas, ese complejo cuya dilación constructiva y escandalosos gastos le habían costado la vida a Bugsy Siegel (1906-1947), quien terminó con un ojo fuera de la cuenca en su mansión de Beverly Hills a fuerza de puros plomazos.
Entonces lo había hecho bien, al llevar al show de Las Vegas a estrellas como Dean Martin, Frank Sinatra y Pearl Bailey. El dinero seguía fluyendo después de que Greenbaum —brutalmente asesinado por la mafia en su casa de Phoenix, Arizona—, levantara el negocio, según se esperaba. Y nuestro hombre había contribuido al éxito de la empresa aportando sus contactos con el jet set de Hollywood. Brooks lo sabía muy bien, y por eso lo llamó. La competencia con otros casinos, como el del Sans Souci y el Internacional, más el del Habana Hilton, abierto en marzo de 1958, aconsejaba tener un buen gancho para turistas adinerados, celebridades y mafiosos de visita en la capital cubana.
George Raft (1895-1980) llegó al hotel Capri en el verano de 1958, en pleno declive de una carrera iniciada a fines de los años 20 y coronada por el éxito en Scarface (1932), The Glass Key (1935) y en otros títulos tenidos por clásicos del cine negro estadounidense. También incursionó en el musical a partir de su condición de bailarín en Broadway, haciendo lo que sabía hacer en filmes como Bolero (1934) y Rumba (1935), ambos con Carole Lombard (1908-1942), su compañera sentimental durante un tiempo.
En este último filme —una producción tras los exitosos pasos de Flying Down to Rio (1933), con Fred Astaire, Ginger Rogers y Dolores del Río—, interpreta a un bailarín cubano, pero despojado de toda su corporiedad y sandunga al bailar la “rumba” con impecables movimientos sexualmente correctos, aptos sin embargo para los descendientes del Mayflower. Un nuevo Ruddy Valentino, pero de orígenes alemanes en lugar de mediterráneos: lo trajeron al mundo como George Ranft en un barrio de Nueva York bautizado con un nombre programático: Hell´s Kitchen [la Cocina del Infierno], en la calle 41 entre la 9na y 10ma avenidas, por donde mataperreó con Bugsy Siegel, Lucky Luciano y Meyer Lansky. La “n” desapareció en su camino hacia el tope de la montaña. Así funcionaba el melting pot, y más en asuntos de luces y cámaras.
Pero su plano inclinado había comenzado, de hecho, después de la Segunda Guerra Mundial. Su desempeño en Rogue Cop (1954), con Robert Taylor y Janet Leigh, hizo pensar a algunos críticos que se trataba de un relanzamiento de su carrera. Sin embargo, con todo, no fue lo que se dice un éxito con mayúsculas. Ese mismo año también actuó en The Miami Story, un filme sobre el bajo mundo de la Florida mucho más interesante en lo sociológico que en lo estrictamente artístico.
Al año siguiente, dos productores de Hollywood concibieron la idea de unirlo otra vez con Edward G. Robinson en A Bullet for Joey, un policíaco donde el inspector Raol Leduc (Robinson) descubre un plan de los comunistas para secuestrar a un físico nuclear en Montreal. Raft interpreta allí el papel de Joe Victor, un mafioso que acaba haciendo lo correcto matando a un maldito rojo, aunque se le va la vida en el empeño. Fue su contribución a la Guerra Fría y al macartismo, pero no lo que se dice un suceso taquillero.
Como escribe Lewis Yablonsky, uno de sus biógrafos, la explosiva combinación de su vida privada y de sus filmes viró al público en su contra. Pero también en los años 50 ya estaba en la escena una nueva generación más interesada en Elvis Presley, Marlon Brando, Doris Day, Marilyn Monroe y James Dean, que en aquellas películas de violencia gansteril bastante pasadas de moda. Entonces Raft se dedicó, entre otras cosas, a aceptar papeles en producciones fuera de los Estados Unidos, siguiendo la línea de The Man from Cairo (1953), filmada en Italia.
Y también a actuar con la brocha gorda, como en Around the World in 80 Days (1956), donde figura junto a Buster Keaton, Marlene Dietrich, Charles Boyer, César Romero, Peter Lorre y Frank Sinatra, entre otros.
Era la imagen viva del gangster, junto a James Cagney y Edward G. Robinson; tanto, que frecuentemente muchos no sabían a ciencia cierta dónde empezaba la ficción y dónde terminaba a partir de su relaciones con Owney Maden, Al y John Capone, Vito Genovesse, Bugsy Siegel, Lucky Luciano, Meyer Lansky y otras figuras del crimen organizado. Y no se trataba solo de fans y acólitos. En 1955 la Comisión de Impuestos de Nevada le había negado su solicitud de convertirse en accionista del casino Flamingo de Las Vegas precisamente por eso, aunque después lo reconsideraran. El ojo que ves, sentenció un poeta, no es ojo porque tú lo veas, es ojo porque te ve.
La de La Habana era una propuesta difícil de rechazar, primero porque se trataba, sobre todo, de un ejercicio de imagen pública que no le venía nada mal. Solo tenía que interpretarse a sí mismo, dar la bienvenida a los clientes a la entrada —monedita al aire incluida, de ser necesario, como el Gino Rinaldo de Scarface—, y socializar allá adentro un poco con ellos. Buena paga. Glamour. Trajes de altura. Y una suite exclusiva en el piso 19 del Capri, muy cerca de la piscina.
La propuesta de trabajar en Some Like It Hot (Algunos prefieren quemarse) le vino como anillo al dedo. Buena movida, buen tino: una comedia con un poderoso libreto, un seguro éxito de taquilla que, en definitiva, recibiría seis nominaciones al Oscar en 1959. Dirigidos por Billy Wilder, sus tres actores principales —Tony Curtis, Jack Lemmon y Marilyn Monroe—, estaban entonces en el punto más brillante de su estrellato. Para Raft se trataba de otro papel secundario, pero sumamente atractivo, congruente con su proverbial imagen de hampón al interpretar a “Spats” Colombo, un gangster al frente de la famosa matanza del día de San Valentín en el Chicago de 1929.
Había salido de La Habana hacia Los Ángeles después de pedir una licencia a sus jefes del Capri durante la temporada baja del turismo norteamericano. Y ciertamente con un buen aval, como en Las Vegas. Gracias a su gestión —según asegura el ya mencionado Lewis Yablonsky— se habían presentado en el cabaret artistas como Tony Martin, José Greco y Pedro Vargas. Pero la filmación en los Estudios Universal, en La Jolla, San Diego, California, duró más tiempo del planificado.
Esa demora tenía un nombre: una Marilyn azotada por sus tardanzas o no presentaciones al estudio, el preámbulo de su suicidio en 1962. Raft tenía 63 años y las venturas y desventuras del rodaje lo habían dejado agotado. Ya para esa época, su salud empezaba a resquebrarse: fumaba demasiado y tenía problemas respiratorios. Había planeado quedarse un tiempo más en su casa de Los Ángeles para descansar y festejar las navidades con varios amigos, pero recibió una nueva llamada habanera de Jerry Brooks, quien le pidió regresar a su papel de greeter en el casino del Capri. La clientela de tuxedos y pieles de visón estaba, por supuesto, garantizada.
Llegó a La Habana el 23 de diciembre de 1958 en un avión procedente de Miami. Entonces había 28 vuelos diarios.
Continuará…
Me declaro fan de los trabajos de Alfredo Prieto. A mi juicio, contienen todos los elementos que uno agradece en una lectura: información (respaldada en una consistente investigación), una manera de narrar que “atrapa” al lector desde el inicio y un tema poco conocido, en este caso las relaciones de un actor de Hollywood con Cuba en su fase de decadencia. Agradezco a OnCuba la posibilidad que nos da de leerlo. Y espero con impaciencia la segunda parte.