En el principio fueron los Lumiere. El 24 de enero de 1897, el francés Gabriel Veyre llevó el cinematógrafo a La Habana procedente de México DF. La primera vez que los capitalinos vieron cine lo hicieron en Paseo del Prado 126, a un costado del teatro Tacón, hoy Gran Teatro Alicia Alonso. El visitante exhibió cuatro cortometrajes: Partida de cartas, El tren, El regador y el muchacho y El sombrero cómico. Poco después, el propio Veyre filmaría la primera película hecha en Cuba: Simulacro de incendio, un corto sobre los bomberos de La Habana, los mismos que siete años antes, un 17 de mayo de 1890, habían perdido a 25 de sus efectivos en una explosión ocurrida en la Ferretería Isasi, en Mercaderes y Lamparilla.
Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso
Todo listo para la reinauguración del Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”, que prevé abrir sus puertas el 1ro. de enero de 2016. Fotos: Rafael de la Osa
Posted by OnCuba on Wednesday, December 23, 2015
El segundo paso fueron los cines al aire libre. En julio de 1909 se inauguró el Miramar Garden, en Prado y Malecón, cerca de la famosa Glorieta de las bandas de música, la primera sala de ese tipo en La Habana, una modalidad que se haría bastante popular durante algún tiempo. Pero con un inconveniente obvio: el público debía estar a la intemperie en un país con un régimen de lluvias y aguaceros de mayo, como lo refleja una conocida tonada popular. O de tener que levantarse de ver un filme del vaquero Tom Mix durante los frentes fríos provenientes del Norte, que suelen traer agua. Cerca del Garden, en Prado entre Ánimas y Virtudes se levantó el Royal, también al aire libre, entre otros.
El tercero fueron las casas particulares acondicionadas como cines, un recordatorio en el tiempo del papel del trabajo por cuenta propia en la vida cubana, si bien no anulaban la labor de teatros como el actual Martí y el propio Payret: esos estuvieron ahí exhibiendo películas prácticamente desde el inicio.
Según las investigadoras María Victoria Zardoya y Marisol Marrero,
el 1ro. de enero de 1900 fue abierto el local utilizado para el cine Niza, próximo al teatro Payret, primero en ubicar el programa en la puerta del local, lo que constituyó todo un acontecimiento. En algunos casos se situaban, además, carteles perpendiculares a la segunda línea de fachada, a la vista de quien transitaba. En el portal también estaban las taquillas para la venta de entradas, y en los cines más antiguos fue usual un comercio o confitería anexa para el expendio de alimentos ligeros. De esta forma los portales públicos de las calzadas devinieron corredores de ocio en los que el cine convivía con comercios y actividades recreativas de diferente carácter.
Y escriben más adelante:
Entre los cines nacidos a partir de la remodelación de una vivienda se destaca el Esmeralda, ubicado en la calzada de Monte, lo que condicionó la obligatoriedad del portal de uso público corrido con sus edificaciones colindantes. En el primer cine Esmeralda, concebido en 1908, quedaron combinados en forma ecléctica motivos ornamentales de franca ascendencia modernista.
El cuarto, los cines como tales. Paralelamente a las modalidades anteriores iban surgiendo edificaciones concebidas específicamente como cines. Entre los historiadores suele haber consenso en reconocer que la primera sala construida como cine en La Habana fue el Actualidades, en Monserrate entre Neptuno y Ánimas. Inaugurado el 18 de abril de 1906, tal vez se trate del más antiguo de América Latina y uno de los pocos fundacionales que quedan en pie. Ciertos especialistas, sin embargo, le dan esa condición al cine Floredora, en Calzada del Cerro y Palatino, donde se erige el cine Maravillas, hoy tan calamitoso como el resto de sus homólogos de barrio.
Durante la Danza de los Millones, cuando el precio del azúcar voló por los cielos del mercado mundial, los cines constituyeron una apoyatura fundamental de una nueva modernidad, emblematizada no solo en esas mansiones de Paseo y Calle G, sino también en los fotingos, una palabra surgida entonces en el habla popular para designar ciertos automóviles y originada en la transliteración de un comercial de la Ford: foot it and go.
Como era de esperarse, en estos dominios el Prado no podía sino llevar la voz cantante: era el paseo de las luces. Entre 1915 y 1920 se construyó en Prado y Colón el cine Fausto, el más lujoso de su momento. Muy cerca estaban el Maxim (Prado y Virtudes) y el Galatea (Prado y San José), dos de los de más categoría. También fue famoso el cine Prado (Prado y Trocadero), rebautizado como Margot en 1918.
Testimonia Alejo Carpentier que entonces
empezó el gran auge del cine […]. Y las salas de proyecciones empezaron a multiplicarse en La Habana, en una forma tal que solamente en Prado estaba el Margot, el Fausto, el Prado, el Montecarlo, el Niza y uno más cuyo nombre no recuerdo; en San Rafael estaba el Norma, estaba el Inglaterra. Y en fin, por todos los barrios ya había cine, en todas partes había cine. Unos de estreno, otros de días de moda como el Fausto.
Era como una suerte de epidemia: se llegaron a edificar cines incluso dentro de los hoteles Sevilla y Miramar, ahí en dos puntos bastante cercanos del Prado.
Por esa misma época se produciría un vuelco en la nacionalidad de las películas que veían los habaneros al señorear las estadounidenses sobre las europeas. Una historiadora nos recuerda que, en efecto, hasta ese momento
las principales que se estrenaban eran italianas […] el público prefería las europeas, lo que había hecho fracasar una temporada con películas “americanas”. Ese año [1914] se habían estrenado 12 películas italianas, una “americana” y tres de otras nacionalidades, además de una cubana (La manigua o la mujer cubana). Sin embargo, en 1919 la gran mayoría de las que se exhibieron eran “americanas” […]. Las pantallas cubanas mostraban a actores y actrices como Mary Pickford, Charles Chaplin, Douglas Fairbanks, Priscila Dean, Gloria Swanson y Lionel Barrymore, a los que pronto se sumó Rodolfo Valentino. Aunque también se estrenó la película cubana Los matrimonios salvavidas, que recreaba la ola de casamientos que se desató para evadir el servicio militar obligatorio.
El 20 octubre de 1921 los empresarios Santos y Artigas, los dueños el famoso circo homónimo, inauguraron el teatro Campoamor, en Industria y San José, construido a un costo de 300 000 pesos. El Campoamor trascendería entre otras cosas por haber estrenado en Cuba El cantante de jazz, de Al Johnson, como se sabe, el primer filme sonoro de la historia. Esto ocurrió el 15 de febrero de 1928, a escasas semanas de haberse exhibido en Estados Unidos el 6 de octubre de 1927.
En 1938 La Habana tuvo un cine doble en la calle San Rafael: Duplex y Rex. Como los había en Estados Unidos. Entonces llegó el América a Galiano y Concordia, toda una fiesta del estilo Art Decó. Diseñado por los arquitectos Fernando Martínez Campos y Pascual de Rojas, su capacidad para 1 750 espectadores lo convirtió en un coloso. Su dueño, Antonio Helder Rodríguez Cintra, lo operaba mediante la inmobiliaria Itálica SA, a la que también pertenecía otro cine-teatro, el Rodi en el Vedado (actual Mella, Línea y A). El América abrió sus puertas como teatro el 29 de marzo de 1941; ocho años después comenzaría a funcionar como cine. También por entonces se demolió el cine Fausto y se reedificó acudiendo a ese nuevo estilo que tributa al eclecticismo de La Habana, en este caso gracias a la labor del arquitecto Saturnino Parajón y Amaro. Y también se construyó el cine Reina, en la calzada del mismo nombre, con idéntica estética. Fue uno de los edificios más significativos de esa Avenida y una de las salas cinematográficas más importantes de la capital, con capacidad para recibir 1 570 fans de la imagen en movimiento.
Pero a fines de los 40 el epicentro de los cines comenzó a moverse hacia el Vedado, donde ya los había desde mucho antes, y en particular hacia La Rampa, iniciada en 1948 en calles 23 y L con un complejo cultural y de negocios diseñado tras el famoso Radio City de Nueva York, y en particular con el cine Warner —después Radio Centro, después Yara— con capacidad para 1 700 personas. Allí se llegaría a exhibir la primera película en Cinerama, tecnología salida al ruedo en el vecino del Norte en 1952.
Antes de llegar a Infanta y L se levantó otro cine ideado por el arquitecto cubano Gustavo Botet, inicialmente un local de Boleras Tony, pero readecuado para su utilización como tal. En 1957 se dio a conocer en ese lugar el sistema Todd-AO, hecho para competir con Cinerama, con la exhibición de La vuelta al mundo en 80 días (1956) y las actuaciones de David Niven y Mario Moreno, Cantinflas.
Un poco más allá de La Rampa, en 23 y G, el Cine Riviera se erigió sobre el mismo lugar que había ocupado un viejo teatro de 1927. Moviéndose un poco hacia arriba estaba el modernísimo cine Atlantic, en 23 entre 10 y 12, rebautizado como Cine Charles Chaplin en julio de 1983. Esa “hilera” de cines plantados de las calles P a 12 se cerraría con el Cine 23 y 12, inaugurado en 1941 pero con otro apelativo: Astor. En 1952 se le modernizó y se le puso su actual nombre.
En otra zona del Vedado, hacia abajo, bastante cerca del mar, estaban los tres cines de la calle Línea, la antigua ruta de los tranvías eléctricos. En Línea entre A y B se erigía desde 1920 el cine Trianón, diseñado por el arquitecto Joaquín Emilio Weiss y Sánchez, remodelado en 1955 y destinado al estreno de los filmes de la 20th Century Fox. Muy cerca, prácticamente brincando la calle, estaba el Rodi, construido tres años antes, en noviembre de 1952. Sin dudas uno de los más lujosos de la capital, con capacidad para 1 887 espectadores y edificado siguiendo los patrones de la arquitectura moderna. Cerraba la trilogía de cines vecinos el Olimpic, inaugurado en 1920 y convertido en Teatro Raquel Revuelta en 2010 tras muchos años de abandono.
El panorama se completaría con una novedad absoluta: los cines para autos, una vez más tras la huella del modelo estadounidense. En La Habana llegó a haber tres: el Novia del Mediodía, el Autocine de Tarará y el Autocine Vento, los dos primeros con una capacidad para 500 vehículos y el último para 866.
En su conjunto, se asegura que en 1919 había en La Habana 42 salas de cine. Y en todo el país alrededor de 300. Cuarenta años después, a la salida de los 50, según la 19ª edición anual del Anuario cinematográfico y radial cubano (1959) en la capital existían 100 cines. Indudablemente, un importante dato sociocultural. Sin embargo, a menudo esta cifra ha sido magnificada en distintos artículos que circulan por Internet y las redes sociales, un resultado del “excepcionalismo cubano” y en última instancia del discurso de la nostalgia. La misma perspectiva ha llevado a difundir la idea de que Cuba había sido el primer país de América Latina en tener televisión, lo cual no es cierto: primero estuvieron México y Brasil, el 31 de agosto y el 19 de septiembre de 1950, respectivamente. El 24 octubre de ese año Gaspar Pumarejo logró lanzar al aire Unión Radio TV Canal 4. Cuba fue, pues, uno de los primeros países del hemisferio en disponer del medio de difusión masiva por excelencia de los nuevos tiempos, no la primera.
Pero no solo se trataba de infraestructura. El cine penetró en la cotidianidad y el imaginario de los cubanos con una fuerza inusitada.
Continuará…
Excelente inventario, pero la pregunta sigue en pie: por que los han dejado destruirse y han acabado con los cines de barrio?