Tommaso Santambrogio (Milán, 1992) era un niño la primera vez que pisó suelo cubano. Vino con sus padres en los albores del nuevo milenio. Tenía 8 años cuando una escena que presenció en el Aeropuerto Internacional José Martí definiría, décadas después, el curso de su debut cinematográfico con Los océanos son los verdaderos continentes (2023).
Aquel día vio a un padre y a su hija fundirse en un abrazo apretado frente a los controles migratorios. Lloraban; lucían desesperados. La separación era inminente; ella tomaría un vuelo internacional y él se quedaría, tal vez sin saber con certeza cuánto tardarían en reencontrarse o siquiera comunicarse. Tommaso retuvo esa imagen —sin saber por qué ni para qué, simplemente quedó impactado— y con el paso del tiempo el recuerdo alimentó la creación artística del devenido cineasta.
A sus 32 años, el creador italiano ha recorrido salas de medio mundo con su primera película, filmada en San Antonio de los Baños; una cinta que aborda la existencia entre el esperar y el partir.
Pero la notoriedad de Los océanos… empezó un poco antes, desde que se presentó el cortometraje homónimo en el 76to Festival Internacional de Cine de Venecia, en 2019. Durante el certamen se alzó con el Premio a la mejor contribución técnica en la Semana Internacional de la Crítica, evento que ocurre dentro del mismo festival. Cuatro años después, en la edición 80 de la muestra veneciana, el largometraje tendría su estreno mundial.
La película tuvo buena recepción en el público. Años después, durante la 20ma Giornate degli Autori, una sección independiente del Festival de Venecia (2023), se reconoció el trabajo de Santambrogio con el premio Bisato d’Oro (Anguila de Oro en español) a la mejor dirección por su ópera prima. Se premiaba así a un director que había logrado captar, con un lirismo apabullante, uno de los padecimientos más enquistados en la realidad de los cubanos: la separación entre aquellos que se quedan y quienes un día deciden, o deben, migrar a otras tierras.
Santambrogio no se conformó en su obra con ir al centro del fenómeno. Con una sutileza tan conmovedora como lacerante adentró en la cotidianidad de un pueblo cubano, San Antonio de los Baños, un lugar donde el tiempo parece pasar muy despacio. Por eso en Los océanos… la cámara queda estática y, escena tras escena, la película nos entrega tres historias que giran en torno al tema de la separación, vista desde distintas perspectivas. Es una misma historia vivida por tres generaciones diferentes.
En la historia del corto, la primera, por un lado están Alex y Edith, una joven pareja que debe enfrentar la separación cuando ella decide emigrar a Italia. Por otro, Milagros, una anciana y vendedora de maní que permanece a la espera de su amor. Este partió un día a la guerra en Angola con la promesa del regreso. Completan el cuadro los dos niños que sueñan con un día migrar a Estados Unidos y triunfar en las Grandes Ligas.
Las tres existencias se entrecruzan. El paso de los días en el pueblo, situado a 35 km de La Habana, transcurre para esos personajes entre el disfrute de las cosas simples —tomar guarapo, jugar béisbol, bañarse en el río—, pero también entre anhelos que los llevan a buscar otros derroteros. San Antonio de los Baños vista por el lente de Santambrogio se convierte en otro personaje.
“Fue un trabajo muy largo porque, al no ser cubano, necesitaba lograr un diálogo fuerte, constante, y un intercambio respetuoso con los personajes involucrados, sus voces y sensibilidad”, comentó el director a OnCuba vía WhatsApp, a propósito de la cinta que le mereció el Bisato d´Oro (Anguila de Oro, en español).
Todo comenzó en la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños, mientras cursaba el taller En la isla con Lav Díaz, impartido por el cineasta filipino. “Él me ayudó mucho. Trabajamos juntos después en Filipinas y realmente su actitud ante el cine como arte me gusta mucho; tiene una visión donde lo más importante es ser originales y libres. Lav Díaz ha sido un maestro y un amigo, un referente y al mismo tiempo un compañero a nivel de diálogo artístico y de postura estética”, contó Tomasso.
Ese nivel de simbiosis creativa la demostraría con el mediometraje Taxibol (2023), en el que, a bordo de un taxi cubano, Lav Díaz debate con el chofer sobre política, migración, amor y experiencias personales. También colaboró con el alemán Werner Herzog en el corto documental Escena final (2019), la historia de un niño indígena que enfrenta la muerte de su abuelo.
Santambrogio se reconoce en las estéticas del filipino y del mítico director alemán, pero también en las miradas de Andrei Tarkovski, Abbas Kiarostami, Chris Marker, Rossellini, Truffaut y Jean-Luc Godard. “Pienso que lo más interesante es trabajar entre el documental y la ficción. Esta segunda te da muchas posibilidades creativas para obtener algo alegórico, metafórico y libre completamente a nivel artístico, pero la contaminación con la realidad que ofrece el documental es muy interesante”, asegura el cineasta, que logra mezclar en Los océanos… la ficción con la cotidianidad de los habitantes de San Antonio de los Baños.
De las realidades de los personajes —la mayoría del elenco no es de actores, a excepción de Alexander Diego Gil, Edith Ibarra, Lola Amores y Osvaldo Doimeadiós— extrajo sustratos que sirvieron para esta coproducción ítalo-cubano, hilvanada entre Cacha Films, Rosamont y RAI Cinema.
En el taller con Lav Díaz, el joven director conoció a Alexander Diego y Edith y juntos fueron armando el rompecabezas que terminaría siendo Los océanos... “El trabajo fue muy lindo, familiar, fuerte, personal. Agradezco mucho al equipo que me acompañó. El cine es un trabajo colectivo, que sigue una mirada, pero es colectivo.
“La historia de Alex y Edith cuenta la separación desde el presente temporal. La película termina con la separación de ellos, por eso puede decirse que la historia principal alrededor de la cual se mueven las otras dos es la de ellos, un reflejo de su realidad. Alex sigue viviendo en San Antonio de los Baños y La Habana, haciendo su arte, trabajando sobre el territorio y Edith vive en Italia, quiere viajar y experimentar el mundo; tener una vida diferente de la que tenía en Cuba”.
El principio
Debutas con un largometraje en el que trabajas con un elenco de actores y aficionados. ¿Cuán exigente fue el trabajo desplegado para este proyecto?
Con Alex y Edith fue un trabajo casi horizontal; hablamos todo el tiempo, escribimos juntos y era como un diálogo. Fueron años de preparación. Con Milagros Llánez desarrollamos un trabajo de relación cuerpo-espacio. Su papel es reflejar parte de la historia de Cuba, a través de una carta y de la espera interminable por su amado.
Con los niños trabajamos la improvisación. Esa estructura la encontramos después de un taller que hicimos con ellos durante algunos meses. Un día dábamos clases de interpretación, impartidas por Alex, otro día jugábamos, y en otro las clases eran conmigo. Caminábamos viendo los lugares, jugando, y a partir de la dinámica creábamos la escena. Así se les imprimía en la memoria y se creaba la estructura narrativa.
Para mí era muy importante que la película fuera lo más espontánea posible, casi documental, con esa manera de actuar y reaccionar que es real; así que fue un proceso muy interesante.
No quería defender una tesis con Los océanos... Se trataba de hablar de una realidad y contar historias que parece que no tienen mucho espacio en la contemporaneidad del cine, sobre todo en el cine cubano. O sea, hay muchas películas que se han hecho sobre esa temática, pero realmente no vi muchos filmes en los tiempos reciente enfocados en ese fenómeno como una tragedia humana que está pasando en Cuba: la crisis migratoria más grande de su historia.
Lo que quería hacer era contar la historia de esa gente y narrar la marginalidad a través de la realidad de San Antonio. Quería hablar de Cuba sin hablar de Ciudad de La Habana, mostrando la realidad de un pueblo y de un tiempo distintos; una mirada diferente a la que generalmente se ve en los cines y en la representación de Cuba por el mundo occidental.
Alex desarrolla en su realidad ese trabajo artístico que se le ve haciendo en la película, hace performance —actualmente integra el colectivo de El Ciervo Encantado, donde ha protagonizado varios proyectos—, tiene esa sensibilidad a nivel espiritual y cinematográfico. Edith también, defiende el arte del títere y trabajaba con Los Cuenteros.
Milagros también tiene una historia personal con una carta. Los niños, por su parte, no tenían líneas bien estructuradas sino ideas, sugerencias, pero tenían la libertad de expresarse, jugar, crear. Otros habitantes del pueblo se integraron en el proyecto y ayudaron como pudieron. Fueron seis semanas de filmación, difíciles, pero muy reconfortantes.
La crítica internacional resaltó el discurso visual de la película .¿Fue una premisa el blanco y negro?
Sí, fue una premisa muy importante para la película porque el imaginario colectivo, la postura de la comunicación visual occidental europea y estadounidense siempre miran a Cuba como un país de muchos colores, mucha fiesta, con carros de los años 50, almendrones, cosas así; parecen no ver realmente la cotidianidad y la realidad de la isla a nivel humano y de manera más estratificada, más tridimensional.
De alguna forma, usar el blanco y negro nos permite enfocarnos en los personajes, los lugares y la tragedia humana que supone el éxodo migratorio de Cuba. Es una forma de relacionarse de manera diferente, como público, con la cotidianidad cubana; eso era importante para mí: llegar a una realidad a través de un filtro estético.
¿Por qué decides mirar esta realidad?
Mis padres tenían una relación muy fuerte a nivel emotivo y de postura política con Cuba. Por eso me acerqué a la isla a través de ellos, desde mi primer viaje en el año 2000. Después, cada dos o tres años regresaba. Empecé a acercarme culturalmente, a la identidad, a la historia, la literatura, la música, a la gente.
Cuando fui en 2019 a estudiar a la EICTV, mi acercamiento se completó de alguna forma con los amigos que hice; logré integrarme, relacionarme con la realidad contemporánea de Cuba.
Esta experiencia me ha enseñado mucho a nivel social, emocional. Amo a Cuba, su gente, su humanidad y el contexto me enseñó muchas cosas, me mostró una postura de vida, una actitud hacia la contemporaneidad que es diferente a la que hay, por ejemplo, en Italia.
¿Qué distingue esta película de Taxibol, también sobre la realidad cubana?
Los océanos… es el resultado de todo lo que he hecho hasta ahora. Hay un poema de Borges, “Las causas”, que va nombrando todas las que permitieron llegar a un resultado, a un encuentro. Eso fue para mí Taxibol, por ejemplo. Todo lo que hice hasta ahora me permitió llegar a Los océanos…, darles vida.
Taxibol me ayudó creativamente en términos de equipo, de dirección. El personaje de Milagros, de Los océanos…, nació a nivel fílmico dentro de Taxibol. Es una película que habla mucho de la universalidad a través del diálogo entre Filipinas y Cuba, sobre el poscolonialismo, la justicia y las semejanzas entre ambos contextos. Para mí fue interesante el paralelismo entre ambos países porque tienen historias similares y a la vez muy diferentes.
Me gustaría seguir trabajando sobre las temáticas de la identidad, la memoria y la separación; hacerlo relacionándome con la realidad, siempre teniendo una postura poética ante ella y manteniendo un gran amor por la vida, por la imagen como móvil de mi búsqueda.
La película tuvo un buen recorrido internacional, con charlas incluidas. ¿Cómo has recibido el feedback de los públicos que han tenido la oportunidad de ver tu obra?
La película tiene un respiro universal y llega al público de todas las partes del mundo. Las historias logran producir una identificación por parte de la gente que conoce perfectamente Cuba y al mismo tiempo de quienes no la conocen, quienes se enfrentan por primera vez a este contexto y a cosas que no son muy conocidas fuera de la isla como la guerra de Angola, muchas el béisbol, el teatro cubano, la referencia al cine de Nicolás Guillén Landrián, la poesía de Paco My Friend (Artemisa, 1951-2013) —un verso contenido en su poema Toma este final da título a la cinta.
Ese fue el gran éxito de la película; tengo ganas de ver la reacción del público cubano a este trabajo. Que los cubanos vean esta película es lo que más me interesa, también para dialogar y crear una conversación a partir de ella.
De Los océanos… en La Habana, a ritmo de festival
En diciembre de 2023, en el 44to Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, Los océanos son los verdaderos continentes integró la selección del certamen en el apartado de Ópera prima. Se llevó a casa un premio colateral, el Galardón Pangea que entrega la Universidad Agraria de La Habana, y fue exhibida en dos oportunidades: en el cine Yara a las 10:00a.m. y en el Acapulco, a las 3:00p.m.
El día de la exhibición en el Acapulco, un hombre vestido de blanco pasa como un bólido por el lobby del cine en dirección a la sala, que ya está a oscuras. Apenas entra, comienza la proyección. Es Tommaso Santambrogio. No pudo decir las palabras previas, pero las dirá al final, luego de los créditos de la película. De todas maneras, para entonces todo ya estará dicho en Los océanos…
La gente salió sobrecogida del cine aquella tarde. Espectadores como el fotógrafo español Héctor Garrido no salían de su asombro. “Hemos visto algo maravilloso. Un poema visual”, aseguraba el onubense, intrigado con el tipo de cámara que habría utilizado Santambrogio para filmar, mientras aguardaba en el lobby del cine para preguntárselo al director. La fotografía es una de las grandes fortalezas de esta cinta.
En vivo, Tommaso transmite confianza; es ecuánime y tiene una sonrisa natural y afable. Mientras conversa con los espectadores que acaban de ver su película y se toma fotos con ellos, parte del elenco y de su equipo aguardan por él para celebrar que por fin Los océanos… se proyectara en Cuba. Muy cerca del director está Edith Ibarra.
Su personaje lleva su mismo nombre, y se apropia de muchos elementos de su propia vida. “La Edith real sabía que se iba de Cuba en el momento de la filmación. De hecho, yo estaba esperando a terminar de filmar la película para irme a Italia, donde vivo actualmente”, comentó, al tiempo que recuerda la propuesta de Tommaso como un proyecto que captó su interés desde el primer momento.
Hasta ese instante, cuenta Edith, siempre había vivido el tema de la separación en el sentido inverso. “Eran mis parejas las que siempre se iban y yo me quedaba. Ahora era diferente”. Si bien había un guión, explica, el director les dio bastante libertad para los diálogos, lo cual hizo que primara la improvisación y que hubiera cierta flexibilidad interpretativa.
Uno de los momentos más sólidos dentro del relato onírico que establece Los océanos… lo protagoniza Edith. La joven actriz también está especializada en la actuación con títeres y en la cinta esa es la profesión de su personaje. “Cuando le propongo a Tommaso hacer el espectáculo de títeres es justamente para hablar de una separación física, pero obviamente cuando las personas se quieren de verdad tal separación es imposible, por eso también escogí a un padre/madre y un hijo como la representación de esa idea”.
Edith Ibarra (1988) nació y se crió en San Cristóbal, hoy en Artemisa. “Ahí todavía debe estar la niña con sus sueños”, aclara la intérprete que, a los quince años, tras la separación de sus padres, fue a vivir con su madre a San Antonio de los Baños. Allí conoció el arte titiritero cuando entró a formar parte del grupo Los cuenteros, bajo la dirección de Félix Dardo, quien le mostró un mundo que al principio, admite, no le resultaba apasionante, hasta que vio una primera función.
“Acababa de descubrir la maravilla del títere, luego vi el espectáculo tras bambalinas y ahí quedé aún más fascinada. El del títere es un mundo fascinante. Siempre me he acompañado de ellos y si iban a hablar de parte de la vida de Edith y había tanta información en esa película, pues el títere tenía que estar presente; forma parte importante de quién soy y de lo que ha pasado conmigo hasta hoy”, asegura la intérprete, quien además es productora e intenta llevar adelante la historia de una bailarina de la belle époque que aún no sabe si será una obra de teatro o una película.
Landrián, Paco My Friend y un ciclo que se cierra
Ahora estamos a unos metros del cine Acapulco, en la esquina de 26 y 37, justo delante de un kiosco pertrechado con mesas, sillas y cervezas. El equipo que ha estado acompañando a Tommaso Santambrogio en su jornada celebra lo que han representado estos días para la divulgación de la película.
Tienen mucho que celebrar; Los océanos son los verdaderos continentes continúa, a día de hoy, su recorrido por salas internacionales y ha sido vista en Cuba. La noche anterior al estreno en el Acapulco hicieron un pase especial para los habitantes, familiares y amigos del equipo de producción y rodaje en San Antonio de los Baños, en la EICTV. Fletaron una guagua y para allá llevaron a todos los que pudieron.
Pero la celebración será breve, pues Tommaso cuenta con poco más de una hora para marchar al aeropuerto y tomar su vuelo de regreso a Italia; el periplo continúa.
Desde un banco justo delante del kiosko, Edith abre una cerveza Cristal. Mientras conversa con OnCuba se suma su compañero, Alexander Diego.
Después del recorrido por escenarios internacionales, ¿qué supone para ustedes que Los océanos… se viera en Cuba?
Alex: Siempre lo hemos dicho, es como cerrar un ciclo. La película tiene una escena donde fantaseamos y yo pregunto: “¿Te imaginas que se proyectara en el Yara?”; parece una utopía para estos personajes que viven dentro de un pueblo, pero sucedió y fue importante para nosotros.
Eso sí, es una lástima que se programara tan temprano, a las 10:00 a.m. Películas con temáticas nuestras —Taxibol, La mujer salvaje, Malecón— se programaron para horarios incómodos para la gente, pero al menos eso se compensó con la proyección que pudimos hacer en la EICTV; llevamos a parte de las personas que se implicaron con la película del pueblo de San Antonio de los Baños, personas que no pueden venir a La Habana y que querían ver el filme.
Pienso que ahí está el mayor regocijo. Por ejemplo, viví ayer la experiencia de compartir por primera vez en mi vida mi trabajo con mi abuela, que tiene 80 años y nunca me había visto trabajando en nada. Esa es una de las grandes cosas que tiene que la película haya llegado a Cuba.
Tiene que verse, porque te muestra una isla que no es la estandarizada; es una mirada hacia el interior a partir de una sensibilidad estética maravillosa.
Todavía hay poesía y espiritualidad en el desgaste cotidiano que está retratado en la película. Más allá del gran tema, la separación, se ve que hay una humanidad que todavía quiere resistir.
La anciana, Edith con sus marionetas, mi ritualidad con la ceiba, la clase con los niños; no sé si sea cuestión de cuestionar si hay un futuro o no, pero sí hay una resistencia y herramientas para seguir de alguna forma.
Pudieron acompañar a Tommaso en el estreno mundial de la cinta en Europa y en algunas charlas sobre el tema de la película. ¿Qué significó Venecia para ustedes?
Alex: Lo que más me gustó de Venecia fue la posibilidad de hablar de mi país y de alguna forma representar a Cuba, a la que uno ama, lo que uno hace. Que la labor de uno se vea en una pantalla grande en Venecia. Es un testimonio de cómo en un pueblo que se está cayendo todavía hay una semilla que se está sembrando.
Edith: A Cuba yo siempre la llevo conmigo a donde vaya, sea Francia, Italia, España, en Suecia, donde esté. Yo soy cubana.
Alex: Y hay una cosa que a mí particularmente me conmueve y tiene que ver con el título de la película; Los océanos son los verdaderos continentes nace de un amor a un poeta de Artemisa marginado en Cuba, Paco My Friend —Francisco Guzmán Rivero era su nombre real—, que murió loco en las calles, en 2013.
Ese poema se llama “Toma este final” y lo estuvimos comentando con Tommaso; ahí estaba el título de la película. En Venecia, en Roma, en Florencia, en todas las ciudades en las que estuvimos leímos el poema de Paco My Friend. Fue una forma de divulgar la obra de uno de los poetas marginados; para nada mayor, un poeta de pueblo. Que esté él, Landrián, lo negro, esa fuerza de la raíz y lo antropológico es sublime.
Recordabas la escena de la película que pasa en una sala de cine abandonada. Ahí pronuncias una frase lapidaria y hablabas de Landrián: “El problema no está en la cámara, está en la realidad”. ¿Cómo ven la realidad y el debate que hay en el cine cubano hoy?
Alex: Parece que hablar de Cuba se ha convertido en un lugar común, es un tema que nos toca a todos y las palabras casi que están puestas en la boca.
Cuba se está fragmentado, sabemos que es un país que está atravesando una decadencia, también a nivel humano. Vivo aquí, doy clases de teatro a niños, vivo la calle en bicicleta y veo lo que pasa.
Citar a Landrián y decir que es el mejor, el más grande, es un acto muy político de nuestra parte en la película, porque hay que decirlo con todas las letras: Landrián es el más grande. Ahora se está reevaluando con el documental de Ernesto Daranas, pero la historia de Nicolás Guillén Landrián no fue fácil y el legado que dejó habla justamente de eso: la historia de la gente sin historia.
Hay una memoria que nos toca salvarla a nosotros los artistas. Esa memoria no se puede quedar en manos exclusivas de una institución, ni de un burócrata o de un museólogo. Nos toca a nosotros hablar de eso, revelarlo y mostrarlo al mundo.
Estoy en contra de varias posturas que veo hoy en la redes; ese fatalismo que asegura que aquí ya se acabó todo, que no hay nada, es un posicionamiento lacerante.
Aquí quedamos todavía muchas personas sintiendo, pensando, hay intelectuales, artistas, gente joven como Jonathan Formell que hace ópera electroacústica para el teatro, una revolución estética en el panorama de las artes escénicas cubanas. Están pasando cosas.
Los océanos… ha tenido impacto internacional porque justamente una de las cosas que la gente admira todavía es la fuerza, la humanidad que aún hay aquí, el vínculo de las personas con ellas mismas, no con el consumo, una cosa que estropea aún más la existencia. En Cuba todavía hay necesidad, por ejemplo, simplemente de ir a ver una ceiba.
Los ruinoso, estampa tras estampa, se muestra como algo bello, natural. En la imagen de una muchacha que le dedica un libro a su pareja hay sensibilidad; no todo es oscuro o está perdido, aunque claro, no podemos pecar de ser románticos eternos, pero sí hay que enfatizar eso, porque todo se ha vuelto un poco caótico.
La película termina con una foto-carta. ¿Qué representa para ustedes esa última foto, la imagen del océano?
Edith: Para mí es la unión. El océano es madre, incluso si vamos a hablar desde el punto de vista religioso; el océano es protección, separación, sanación.
Alex: En mi caso, lo primero que hice cuando regresé de Europa fue llegar al malecón y sentarme allí. Me senté justamente a ver esa “foto”, a ver el mar y sentir que Cuba estaba a mis espaldas, pero yo tampoco estaba fuera de ella.
Hay otra frase en la película: “Yo sigo acá, no me olvides”. Mirar el océano es decir un “no me olvides”. En la película se habla de separación porque es lo que hemos vivido y nuestra historia se construye a partir de nuestras experiencias reales.
La película me posibilitó encontrarme con la persona de la que me separé. Mira, para que tu veas las vueltas que da la vida. Cuando este viaje a Venecia terminó, Tommaso me dijo: “Vas a terminar en París y tienes que ver a esa persona”.
Me pagó mi vuelo a París y yo estuve cuatro días reencontrándome, después de seis años, con la persona de la que yo me separé. Los océanos son los verdaderos continentes. La estética se convierte entonces en una posibilidad, en un hechizo, en una invocación. Es una relación de oportunidades, una forma de fe.
¿Qué supuso para ambos trabajar con un director italiano, llevando adelante una historia en Cuba y entre cubanos?
Edith: La experiencia de trabajar con un director extranjero no nos era ajena, porque como tenemos la EICTV ahí mismo y trabajamos como actores en los talleres con los estudiantes, estábamos mucho más familiarizados con esos vínculos.
Lo único, al menos en mi caso, es que siempre soy un poco celosa al inicio, porque necesito saber qué y cómo quiere contar su historia el realizador.
Nosotros [los cubanos] recibimos y abrimos los brazos a lo que viene de afuera, nos da mucha curiosidad. Quizá por ello lo acogemos mucho y obviamente no siempre la otra persona te abraza de una manera genuina. Hemos tenido momentos de desilusión, así como momentos lindos, uno de ellos ha sido conocer a Tommaso. Él encontró un sitio en San Antonio de los Baños y ama a este pueblo, quiere a Cuba y la representa orgulloso.
Alex: Aquí lo importante es la persona, antes de la estética, del estilo, de lo que sea. Con Tommaso la conexión surgió de forma muy espontánea, apenas empezamos a hablar. Edith me lo presentó y creo que al segundo cigarro y café que compartimos ya estábamos en sintonía.
Cómo rodar la última escena
Antes de subirse al taxi que lo llevará al aeropuerto, el protagonista vestido de blanco posa su mano en la puerta del carro, se para un instante, mira hacia la pequeña multitud de amigos que ha dejado celebrando entre cervezas, música, buena charla, el bullicio de la avenida. En su semblante se percibe una media sonrisa de satisfacción —primer plano— y listo. Esa puede ser la última escena de una película.
Pero antes de marcharse, Tommaso no quiere dejar de conversar con OnCuba y no disimula su satisfacción. “Estoy muy emocionado, sobre todo después de esta proyección. La reacción del público fue muy emotiva. La proyección del Yara la compartimos con prácticamente todo el equipo, pero acá, en el Acapulco, estaba la buena energía; además es la sala que más me gusta en La Habana. Había visto películas en este cine durante el Festival y tenía ilusión de que se viera una obra mía aquí”.
Impacta la última imagen, el océano. Invita a sumergirnos en una profunda reflexión.
Esa fue una decisión que tuve desde el principio; la última fotografía sería el mar, porque ese es el vínculo.
Por otro lado, me gusta que durante la película no se vea el mar; está solo en la memoria, en los recuerdos, en la foto-carta. En la última escena se ve entonces la imagen que está dentro de los personajes todo el tiempo.
Los océanos son parte de la carta de Milagros, del discurso de Alex y Edith, del sueño de los niños; pertenecen a todos los cubanos. Trabajar la poética de esa manera, evocando el mar, más que mostrarlo y hacerlo en una fotografía, que al final es el principio del cine, es como volver al inicio, conectarlo todo en un mismo cuerpo; el cuerpo de Cuba que cuenta su historia.
Y por fin, ¿utilizaste cámara digital o analógica?
Cámara digital. Tratamos las imágenes como si fueran analógicas en postproducción, pero filmamos en digital porque realmente las condiciones que teníamos imposibilitaban filmar en analógico, una idea que me encantaba.
¿Veremos un próximo acercamiento tuyo a la realidad cubana o explorarás otros contextos?
Las dos cosas; lo intentaré. Hasta ahora soy conocido en Italia como un director cubano porque he hecho apenas un corto en mi país y nada más.
Acá he hecho prácticamente una trilogía (sonríe) —Taxibol, y el corto y el largo de Los océanos…—, así que quiero trabajar un poco en mi país; pero ya tengo ideas y otra perspectiva de trabajar de nuevo en Cuba.
Amo esta isla y cada vez que vuelvo encuentro nuevas historias, tengo muchas relaciones, mucha amistad y una conexión muy fuerte con este pueblo, con este país, así que pienso que nunca voy a separarme de ustedes.
Coda
Toma este final y véndelo
a precio de principio y fuego,
tiene el aroma de las cinturas
y las cordilleras de los sueños,
enamórate de mis canarios vaciados en los puentes,
entona los alaridos de vida y fango
rasga tus emociones
y recuerda que los océanos
son los verdaderos continentes,
regálame una mariposa,
bésala y duérmete.
(“Toma este final”; Paco My Friend)