A veces no sabe cuál es su verdadero nombre. Desde 1985, cuando interpretó a la Tojosa en Sol de batey, el público cubano la recuerda como la esclava mestiza, víctima de la crueldad de una feroz doña Teresa, interpretada por Verónica Lynn, de la novela de Dora Alonso llevada a la televisión por Rubén Garriga.
Nacida en Trinidad el 25 de agosto de 1962, Luisa María Jiménez ha cautivado con su versatilidad y fuerza interpretativa en todas las manifestaciones en las que se ha probado: cine, televisión y teatro.
Descubrió su amor por el arte cuando era apenas una niña. Y a lo largo de los años una sólida carrera la ha convertido en uno de los rostros icónicos de los medios cubanos; aunque para ella la fama ha sido tan excitante como controvertida.
Personajes como Mariela (El Naranjo del patio, 1992) y Lala Contreras (Tierra Brava, 1997) la acercaron aún más al público cubano en los horarios estelares de la televisión. Otros, aunque menos conocidos han sido igual de memorables, como Camila, la santera de Santa Camila de La Habana Vieja (2002) que se debate entre su conexión espiritual y su adaptación al orden revolucionario en emergencia durante los años 60.
¿Qué tan positivo fue para tu carrera comenzar a temprana edad en la actuación?
Empecé en el arte a los 8 años. Con esa edad ya tenía claro lo que quería: ser artista. Aún no sabía si era la actuación concretamente; mi sueño era ser bailarina. Hice de todo arriba de un escenario; me atraía profundamente: bailaba, cantaba, recitaba. Recibí clases de ballet, artes plásticas, bailes populares y folclóricos, hasta que, adolescente, empecé a hacer teatro en el movimiento de aficionados de la escuela. Descubrí que actuar era lo mío y, afortunadamente, a los 17 años ingresé, luego de rigurosas pruebas, en la Escuela Nacional de Arte (ENA).
A partir de ahí empecé a amar y respetar esta profesión que ha sido fundamental en mi vida, en mi crecimiento como persona, intelectualmente, en mi visión del mundo y del ser humano; y me abrió las puertas para lo que vendría después. Me sirvió para todo porque, igual que un niño, aprendí primero a sentarme, a gatear, a caminar y después a correr. Me enseñó a no tener miedo y a correr riesgos. Agradezco a la vida por toda la enseñanza que recibí; por todo ese andar que me convirtió en lo que más amaba: una actriz.
¿Esa inclinación artística es familiar?
Mi padre fue médico; mi madre, ama de casa. En nuestro seno familiar no había artistas que nos orientaran al respecto. Mi hermana dibujaba y escribía, escuchaba mucha música también. Por parte de mi padre hubo algún aficionado a la música, y por parte de mi madre tuvimos al grandísimo actor Luis Alberto García (padre), pero no fue una influencia directa.
Vivíamos en Trinidad y en esa hermosa villa transcurrió nuestra infancia y adolescencia, una ciudad llena de arte en la que dimos nuestros primeros pasos. Cuando entré al grupo de teatro de aficionados mi hermano, el actor Néstor Jiménez, me siguió. Había un fuerte movimiento de aficionados que influyó en ese interés hacia el arte, más un poco de la genética de familiares no tan cercanos.
¿De qué manera los artistas que han influido en ti se ven reflejados en tu obra?
No creo que en mi trabajo esté visiblemente la influencia de ningún artista en específico. Somos fruto de una escuela, de un estilo, de un método universalmente reconocido que convirtió casi en ciencia su creador, el ruso Constantin Stanislavski. Desde entonces grandes actores y academias del mundo lo tomaron como guía para formar actores.
Hay semejanzas en el desempeño técnico de todos los que van por este camino, en el trabajo interno y en la búsqueda de la verdad interior que puede acercarnos a algún que otro actor reconocido. Incluso en ocasiones te pueden hasta decir que recuerdas a alguien en tal personaje, como me ha pasado, pero uno no es consciente de eso.
Eso sí, todos los buenos consejos y orientaciones, pautas importantes, detalles imprescindibles que he recibido, están presentes en mí; diría que incorporados en mi quehacer, y esas influencias de verdaderos artistas terminan por pulir y acrecentar tu desempeño. Para mí esto es vital y vivo agradecida a todo el que ha puesto su granito de arena para mi propio bien.
Marcó un antes y un después en tu carrera la telenovela Sol de Batey (1985). ¿Cómo le diste vida a la Tojosa? ¿Sería este personaje el punto de inflexión de tu carrera?
El personaje de la Tojosa fue fruto del propio guión de la novela, escrito por la brillante Dora Alonso. Tuve algunos encuentros con ella que fueron muy valiosos. Dora era una mujer de vasta cultura y experiencia que me contó la historia de la esclava que realmente existió en su acomodada familia e inspiró el personaje. Se llamaba Namuní si mal no recuerdo, y ya era muy vieja cuando se ocupaba de cuidar a Dora de niña.
Las circunstancias en las que se desenvuelve la juventud de este personaje, su historia, construida por el propio guión, todo lo que el director me ofrecía, los escenarios y el ambiente fueron las herramientas que me permitieron llegar a conocerla de cerca; a sentirme involucrada con esta muchachita que se convirtió en ícono popular. Aún hoy me dicen La Tojosa de Cuba y, créeme, me siento honrada. Es todo un orgullo para mí serlo.
Ya estaba en el teatro profesional cuando apareció la posibilidad de interpretarla. Pero mi vida cambió notablemente desde entonces; jamás me pasó por la mente que algo así podría sucederme. Estaba rodeada de estrellas y trataba de aprender de ellas; sentía un profundo respeto por todos esos brillantes actores.
Fue una explosión de popularidad que abarcó el país completo. Este personaje que idolatro y al que tanto le debo me sacó de la invisibilidad; mi vida profesional cambió y mi nombre también. Casi nadie sabía que me llamaba Luisa María Jiménez; era irremediablemente La Tojosa; algos que, como decía, ha llegado hasta los días de hoy. Tengo muchas anécdotas para contar solo de este personaje. Me siento honrada, orgullosa y feliz porque nadie puede negar que La Tojosa es un ícono popular.
¿Cuánto depende de los actores que una obra audiovisual sea exitosa?
Primero que todo, para que una obra sea exitosa debe tener un buen guión. Esa es la base. Pero el actor aporta bastante. De su talento se desprende todo lo demás. Debe poseer una personalidad artística que proyecte una imagen capaz de atrapar y convencer al público, estilo, desempeño limpio de lugares comunes, genuino, auténtico y verdadero. Todo esto fruto de una lograda búsqueda interna que saque a flote todo su potencial. Si no eres interesante no lograrás llevar ningún personaje a planos superiores.
Otro personaje que ha trascendido en el tiempo es Mariela, de El Naranjo del Patio (1995). ¿Qué le aportó a tu entonces creciente carrera?
El personaje de Mariela es uno de los mejores logros de mi carrera; lo atesoro, lo idolatro, y créeme que para nada me gusta darme reconocimiento a mí misma; pero tampoco puedo ser injusta ni llevarme tan recio como suelo hacer. Mariela se metió en mi piel desde el primer momento, me sentía y veía como ella. El creador de El Naranjo del Patio fue Gerardo Fernández; escribió este personaje para mí y fue un gran regalo que me hizo, lo cual le agradeceré toda la vida.
Un día el grandísimo actor Reinaldo Miravalles, que no conocía entonces personalmente, se me acercó y me dijo que nunca había visto en escena un personaje con tanta cubanía. Podrás imaginarte cómo me sentí. También por este trabajo recibí un premio y me sentí muy contenta; creo que Mariela lo merecía. El gusto y el amor que el público sentía al verme eran extraordinarios; los niños se encantaron con Mariela como si hubiera realizado algo para ellos. Cuando me llamaban en la calle siempre me decían: “Tojosa, qué linda te quedó esa Mariela”.
Has tenido grandes guías a lo largo de tu carrera. ¿Algún director te ha conmovido en particular?
Mi generación tuvo grandes profesores; fue la época de la escuela rusa, de la que vivo orgullosa; pero tuvimos entre ellos al gran actor y pedagogo Raúl Eguren, de cuya enseñanza y sabiduría salieron formados muchísimos actores. Fue un guía impecable, un conocedor profundo del manejo del actor.
Ya no existen formadores como él, eso se perdió en Cuba. Otra grande que siempre respeté, ya en el teatro profesional, fue la impresionante Lilian Llerena; actriz y directora. Me viró al revés en mi primer protagónico con la obra Rampa arriba y Rampa abajo. La infaltable Miriam Lezcano, brutal, y a la que le debo mucho, stanislavkiana hasta la médula y graduada en Moscú. Tenía un dominio inmenso del difícil arte de formar actores y dirigir. Fue y sigue siendo una fuente inspiradora para mí.
No me puedo olvidar de Roberto Garriga, director de Sol de Batey; aunque no hablaba mucho, usaba términos muy concretos y directos que me bastaban para entender lo que quería. Además, su impresionante presencia y mirada azul electrizante me ayudaron a sacarme la ingenuidad y timidez de La Tojosa.
Magda González es otra de mis preferidas; está por la cuerda de Miriam Lezcano. Es toda una artista, inteligente, con suficientes recursos para guiarte y llevarte por el camino correcto. Se ha convertido en una de las mejores de este país y en mi preferida. Lo mismo me sucede con Mirta González; poseedora de una gran cultura, me encanta trabajar con ella, es toda una clase hacerlo. Siempre te llevas algo nuevo para la casa.
Y qué decir del gran Humberto Solás, la experiencia más fuerte que he tenido en mi carrera. Me sentí mucho más actriz después de trabajar con él en su película Barrio Cuba (2005). Tengo que mencionar también al actor y director Michaelis Cué, otro gran conocedor en materia de dirección de actores; a José Antonio Rodríguez, ya fallecido, y a Danilo Lejardi en la serie La Botija (1990). Me marcó mucho trabajar bajo su mando: ¡qué sensibilidad y sentido de lo que es un actor! Lamento muchísimo que sólo haya hecho este fabuloso trabajo. Dejó en todos una huella imborrable, admiración y respeto.
¿En algún momento la fama te afectó?
La fama te transforma en alguien diferente. Cuando te llega pasas a ser el centro de todas las cosas, un referente para todo el mundo, inspiración y mucho más; pero es un arma de doble filo, es abrumadora, incómoda y desesperante.
Se pierde la privacidad y surgen cuentos y fantasías sobre ti que jamás pensaste. Se magnifica tu mundo y fácilmente se distorsiona tu realidad. La gente quiere que tú seas su mito, su ideal. Muchas madres me decían que sus hijas se parecían a mí y las llamaban “Tojosa”. Salir a la calle era prácticamente un infierno.
No es que sea malagradecida, eso jamás, me honra lo que recibo cada día de este pueblo; pero esto hay que vivirlo para entenderlo. La gente es muy apasionada y se olvida de que eres un ser humano con tus propios problemas. Me ha sucedido de todo con la controvertida popularidad. Conozco lo malo y lo bueno de vivirla a tope. Este es un punto para dedicarle toda una entrevista, pero no es el caso.
Las historias que se fabrican sobre ti cuando eres una figura pública son increíbles. Te benefician lo mismo que te perjudican. Pasas a ser un objeto de placer y satisfacción para el público. Es complicado y, por eso, algo que ningún artista puede dejar de tener presente es que con la misma fuerza que hoy te aman y te idolatran, mañana pueden odiarte y hasta olvidarte. Que nadie crea que será valorado eternamente.
Llega Tierra Brava y, con ella, Lala Contreras. ¿Interpretarla ha sido tu gran logro a nivel profesional?
Tierra Brava fue otro regalo que me hizo la gran Xiomara Blanco, una mujer y directora que admiro muchísimo. Tuve mis dudas a la hora de aceptar el personaje, porque tenía entre 38 y 39 años cuando la hice, y tenía que compartir un protagónico con la bella Jacqueline Arenal, mucho más joven que yo.
Verena era mi hermana mayor, mucho más. A Lala de niña la interpretó mi hija Amanda, que tenía casi 8 años, figúrate qué situación. Verena en este punto era ya una muchacha. Le dije a Xiomara que no podía hacer este personaje, que me encantaba pero que la diferencia de edad entre Jacqueline y yo era demasiada. Me miró y me dijo que no me preocupara, que ella estaba segura de que yo resolvería eso a golpe de actuación.
Me dejó llena de dudas, pero corrí el riesgo. Te aseguro que mientras actuaba jamás pensé en el tema, era Lala y punto, dominaba cada situación; hasta las adversidades que surgieron fueron nada ante la potencia, encanto y fragilidad de este personaje. Tenía mucho que dar: fui al mismo tiempo la madre de Lala (Isabel) y la hija.
Tierra Brava significó mucho para todos los grandes actores que trabajaron en ella. Es una novela que ha quedado impresa en la memoria del público cubano, un logro de la televisión nacional y que me trajo uno de los inolvidables y queridos personajes de mi carrera y también uno de los más amados por este pueblo.
¿Qué mitos hay sobre la novela?
Durante el tiempo que duró la grabación sucedieron cosas tremendas, que ni siquiera uno puede explicar: accidentes con los caballos, incomprensiones, posturas muy incómodas que te ponían a prueba; cuántas cosas no suceden en una larga producción, pero nada de eso pudo impedir que llegáramos a buen término con este maravilloso trabajo y el éxito posterior de la novela.
No sé por qué se desató un rumor sobre mí y Jacqueline Arenal. Comentaban que ambas nos teníamos un severo odio, que no nos llevábamos bien, lo cual es falso, absolutamente. Creo que la gente creyó tanto en las desavenencias entre Verena y Lala que las hicieron verdaderas; no le veo otra explicación.
Recuerdo que en una escena, de noche, en la que nos fajábamos a golpes teníamos que caer enredadas por tierra, como dos gatas. No lográbamos hacerla por la risa que nos daba rodar una encima de la otra. Parecía que estábamos haciendo el amor. Nos dieron las 4 de la mañana tratando de completarla. Fue motivo de risas durante muchos días y aún la recuerdo.
Demos un salto en tu trayectoria y hablemos de Salir de Noche (2002), espacio que te acercó a la moda, otra de tus pasiones. ¿Cómo se dio la oportunidad de formar parte del dramatizado?
Salir de Noche fue un trabajo del que salí complacida; divertido y diferente. Lo dirigió mi querida Mirta González, y luego lo terminó su hijo Ricardo. Fui modelo durante tres años, y Mirta encontró en mí la actriz ideal para este personaje, una mujer “medio tiempo” que ha llegado al final de su vida como modelo.
Para mí fue un regalo, porque era como revivir aquellos tiempos en los que aprendí unas cuantas cosas que me sirvieron para el escenario y para la vida. Lo pasé muy bien dándole vida a Yeni, me gustó mucho hacer este trabajo y también fue muy bien aceptado por el público.
¿Qué te hace sentir satisfecha con la interpretación de un personaje?
Actuar es algo muy difícil; son muchos los factores que deben conjugarse para lograr la satisfacción total, y esto es algo que no siempre se alcanza, o se alcanza a medias. Hay que estar muy involucrado con el personaje que vas a interpretar; no solo conocer lo que dice el texto, sino ir más allá, tener mucha seguridad y contar con la suerte de que te dirija un buen director.
Hace falta mucha confianza, una entrega absoluta, estar bien convencida del guión, del vestuario, y contar con el apoyo de un buen equipo de trabajo. Todo muy difícil. Siempre habrá escenas que logren satisfacerte más que otras. Algo dentro de ti te indicará que lo has logrado, debe ser la intuición, pero la insatisfacción siempre estará de la mano. Creer que ya no hay más que aprender, que ya llegaste, marcará tu retroceso.
¿Todavía no ha llegado tu mejor personaje en el cine?
El cine ha sido un gran amor mal correspondido, me ha dejado entrar en ocasiones y luego me ha dado la espalda. Uno está en manos de los directores, no depende de mí. Cuando los domina una forma de vernos que los hace encasillarnos, dejan de ser objetivos.
En el cine tengo algunos trabajos importantes: Barrio Cuba, con Humberto Solás, por el que obtuve el Premio Coral, y otros dos más, en Cartagena, Colombia, y en Fortaleza, Brasil. También Viva Cuba, con Juan Carlos Cremata, ¿Por qué lloran mis amigas? con Magda González, Rosa la china, de la chilena Valeria Sarmiento, trabajo que no me satisfizo para nada, empezando por el guión.
Hacer cine en Cuba es muy difícil. Los pocos directores con los que contamos trabajan casi siempre con los mismos actores; no se escriben personajes para las actrices ni en la televisión ni en el cine, no se aprovechan las historias contundentes de nuestra cultura, ni sus interesantes personajes femeninos, y faltan guionistas.
Las producciones son escasísimas y los problemas para hacerlas, más. Los directores que se conocen se aferran a los mismos actores con los que han trabajado una y otra vez, es más cómodo así. He tenido dos propuestas magníficas con Marilyn Solaya; la primera, Todas, sobre la las luchas femeninas y la emancipación de la mujer, pero no se pudo realizar por problemas económicos. La segunda, Estrés,, se demoró tanto en comenzar, también por problemas económicos, que tuve que venir para Italia en ese tiempo. Mi hija me necesitaba y eso para mí es prioridad.
Estrés tenía un personaje que me encantaba. Uno que tendría un peso en nuestro cine y que he estado esperando, pero ya no creo que llegue. Los problemas para hacer cine y televisión en Cuba crecen cada día, el soporte económico se desvanece y sin dinero e insumos es imposible crear.
¿Qué es lo más osado que has hecho como actriz?
Bueno, podría decir que los desnudos, cuando nadie los hacía en pantalla. Otra cosa fue hacer teatro de cámara frente a un público cercano; pero creo que nada supera haber trabajado durante muchísimos meses con un actor que, por alguna razón que desconozco, dejó de hablarme. Nunca supe la razón de aquella actitud.
Lo peor era que aun haciendo escenas de amor profundo no me miraba hasta que no se decía la palabra acción; solo ahí se hacía la magia. Nunca repasamos los textos, nunca me dio su punto de vista; nos lanzábamos al ruedo como dos toros que buscan la victoria.
Esto no me venció, me forzó a crecer. Las escenas quedaban en toma uno aún con largos textos. Había tensión en el ambiente pero el trabajo resultó muy satisfactorio. Increíble. Claro, esto me llevó a un notable estrés y a padecer dolores de cabeza nocturnos, pero el trabajo era lo primero y tenía que lograrlo a toda costa. Ambos estuvimos a la altura.
Eso se mantuvo por años. Volvimos a trabajar después, no me negué. Estábamos más relajados y me atreví a usar la distancia a mi favor para revertir aquel fenómeno. Logramos magníficos resultados. Con el tiempo se fue limando aquello, pero nunca hemos cruzado una palabra al respecto. Sufrí, claro que sufrí, las dudas me mataban, no entendí nunca qué le hice para recibir ese cruel tratamiento.
Nunca he hablado de esto, lo he encerrado en un cofre por un problema ético. Es un gran actor que respeto. Hoy día somos amigos. La vida es un aprendizaje constante y este evento me ayudó a superar todo obstáculo. Me demostró de lo que puedo ser capaz. Este trabajo requiere de valentía, seguridad, fuerza, ética, respeto, y confianza en ti mismo.
¿Hay que ser buen actor para ser un gran director?
Me encanta dirigir actores, pero nunca he pensado en estar del otro lado de la cámara porque respeto muchísimo el arte de dirigir cine o televisión. Se requiere gran conocimiento técnico, dominar cada especialidad: las luces, la cámara; para dirigir hay que tener esa visión integral.
Para mí lo correcto es pasar una escuela de cine, o tener la oportunidad de empezar en estos medios haciendo cualquier cosa en el campo de lo técnico. Así comenzaron muchos que hoy son grandes directores en cualquier parte. Hay que aprender en la práctica y estudiar mucho. No hace falta ser un actor para ser un buen director; si lo eres, mucho mejor, claro; sí es necesario tener conocimientos de actuación, de la labor de un director con el actor, saber sobre su mundo y cómo manejarlo.
Hay mucho material sobre esto. En Cuba casi ningún director; salvo excepciones como Magda González, por ejemplo, conoce de actuación ni de cómo dirigir a un actor; no se preparan en este sentido. Muchos vienen de ser camarógrafos, coordinadores y tal. Conocen el medio, sí, pero eso no basta.
En la mayoría de los casos el actor está solo. Los directores hoy buscan a los actores con talento para garantizar esa parte actoral sobre todo, e ir al seguro, no son capaces de dirigirlos cuando lo que más necesita un actor es sentirse dirigido.
Nos hemos acostumbrado a eso, pero es penoso. No debería ser así.
¿Has tenido alguna propuesta para trabajar en el extranjero?
Nunca tuve propuestas para trabajar en Colombia, México, ni Venezuela; tampoco hice ningún esfuerzo para eso. Creo que las cosas te llegan o no. Sí trabajé en Islas Canarias, haciendo teatro con Luis Alberto García y una actriz española.
Fue divertida aquella experiencia; se trataba de una versión de La Señorita Julia. También hice doblaje en Madrid para la película cubana Gallego. Nunca lo había hecho y fue un gran aprendizaje, trabajé con grandes actores españoles que doblaron a los actores que hacían la parte española, como Sancho Gracia y Paco Rabal; fue una maravillosa experiencia. Todos quedaron satisfechos con la cubana.
También hice un cortometraje dirigido por Rigoberto López: Del mediterráneo al Caribe. Todo el equipo era español, hasta el actor que era mi compañero en esta historia. Me gustó el trabajo, y disfruté mucho. Me pasaron cosas emocionantes, y filmamos en casi toda la Costa Brava, fue como un bello recorrido cargado de vivencias y experiencias muy valiosas para mí, inolvidable.
Has contadao que en un momento de tu vida te dedicaste a hacer teatro para conectar con su esencia. ¿Has vuelto a sentir esa necesidad?
El teatro es grandioso; es lo que completa y forma plenamente a un actor, es la base. Te hace trabajar tu cuerpo completamente, desarrolla todas tus herramientas internas y externas, la gestualidad escénica, la voz, la personalidad teatral, lo es todo. Es necesario y siempre hay que volver a él.
Es como una medicina que hay que tomar de vez en cuando para depurarte, limpiar vicios, sacar la voz y la fuerza que se necesita para poder actuar. Te obliga a ser diferente cada vez, a rehacerte y buscar nuevas soluciones. ¡Eso es actuar! Lo extraño y cuando voy a ver a mis colegas en cualquier puesta en escena siento muchas emociones, añoranzas, ganas de estar ahí. Siento ganas de dirigir, regresar; y sé que un día volveré a él, lo necesito.
¿De cuál de tus personajes te ha sido más difícil desprenderte?
No tengo dudas de que el personaje del que no he podido desprenderme es La Tojosa. Anda conmigo como una gran amiga, por dondequiera que voy, no quiere soltarme. A veces me olvido de ella y viene a mí de nuevo, porque me la recuerdan siempre. En cualquier entrevista, programa, en un bar, restaurante, playa, aeropuerto. La llaman, me preguntan, me besan, me abrazan. Se han hecho programas humorísticos con ella. Por ella me han dado serenatas, me han pintado, me han escrito poemas, décimas, han pasado tantísimos años y seguiré viviendo con ella aunque no quiera, hasta el fin. ¿Podrá haber algo más hermoso para un artista?
¿Qué sueños no has realizado?
Muchos. Es difícil hablar de ello, hay cosas que ya no podrán realizarse. Quedarán como una quimera y solo serán eso: simples sueños.
Hacer una película con un gran director internacional es uno de ellos. Estuve a punto de que se cumpliera en Francia, pero no pudo concretarse. Otro es interpretar a un personaje femenino histórico que haya sido relevante. Me habría gustado interpretar la vida de Celeste Mendoza; pero esto no se le ocurre a nadie. No se escribe sobre la vida de las divas cubanas.
Me habría gustado interpretar a la Macorina; mujer de baja reputación que fue la primera en conducir un vehículo en La Habana y romper códigos. Representar mujeres que hayan demostrado su fuerza, su valentía, que han sido rompedoras de esquemas y prejuicios sociales, que se han abierto paso a ultranza, que se han impuesto a los hombres, que les han cambiado la vida a otros; ellas forman parte de mis sueños, porque eso late dentro de mí.
Pero solo es fantasía en el ámbito artístico de un país donde no se escribe para las mujeres, ni se hacen guiones atrevidos a este nivel, ni hay búsquedas históricas profundas. Pero bueno, soñar no cuesta nada; al menos los tengo.
Eres Artista de Mérito de la televisión cubana. ¿Qué representa este reconocimiento?
Ser Artista de Mérito de la televisión cubana es un título que me privilegia, me honra, es una consideración que respeto. En mi carrera cuento con cerca de 12 estímulos entre premios y reconocimientos, en Festivales internacionales también. Reconozco que son estimulantes y demuestran cuán importante es lo que estás haciendo, pero solo sirven para que se empolven en algún lugar de tu casa, o envejezcan en una gaveta.
Si los tienes visibles puede que te recuerden las veces que fuiste distinguida, nada más. Nadie se acuerda después, ni siquiera quienes te los otorgaron. No pasa nada, tu estatus no cambia por eso. En mi criterio el mejor y el más grande premio es el que te da el pueblo por tu trabajo. Ver al público de pie en una sala de teatro en aplausos cerrados gritándote “bravo”, sentir que por doquier la gente corre tras de ti, que te cantan, te extrañan cuando no apareces en pantalla, te aplauden en una esquina cuando atraviesas la calle, te abrazan emocionados, te dicen: “eres mi preferida”.
Esto es para mí el mayor premio que se pueda recibir, el más grande y espontáneo, no lleva discusión, sale del amor, se siente vivo, palpitante, y no se basa en medallas y condecoraciones. Y aunque pase el tiempo y pases al olvido, siempre habrá quien diga: “Un día esa fue mi preferida, un día me rompió el corazón”.
En mi caso agradezco al público tanto amor y tanto aprecio por mi trabajo. No habría sido nada sin ellos. Ante este increíble premio, ya me puedo morir.
Me gusta esa bellísima mujer. Siempre me ha gustado. Actriz total. Un día la vi en la esquina de Línea y Paseo y quedé paralizado. Bella entrevista. Mucha salud y mucha buena suerte.