“Los pájaros tirándole a la escopeta” es una los clásicos de la filmografía cubana y una de las comedias más vistas por los espectadores de la Isla. Su director, Rolando Díaz, recuerda que a las presentaciones de su ópera prima en el cine asistieron casi tres millones de personas. Rolando llegó a la comedia casi a la fuerza. Había pasado junto su amigo Daniel Díaz Torres por el Noticiero ICAIC Latinoamericano, donde desarrolló un cine crítico y rebelde que denunciaba los problemas, chaturas y conflictos de Cuba durante los años 70 y 80, y que no estuvo exento de cuestionamientos. Su primer encuentro con una censura que califica como “brutal” comenzó a minar sus ilusiones por crear en Cuba una obra que contribuyera a la crítica y la transformación social.
Sus mayores puntos de quiebre ocurrieron tras la prohibición de la película “Alicia en el pueblo de maravillas” de Daniel Díaz Torres y de su filme “Melodrama”. Ya con el prospecto de disolución en el cuerpo Rolando, hermano menor del icónico escritor Jesús Díaz, se radicó en Valencia, España, en 1994.
El director de cine, sin embargo, no ha dejado de visitar Cuba para presentar sus filmes en el Festival de Cine Latinoamericano. En una entrevista vía telefónica con OnCuba Rolando Díaz se refirió a su carrera como cineasta y confesó que le gustaría volver a filmar en Cuba.
¿Cuáles fueron sus primeros vínculos con el cine cubano?
Ingresé en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC) en 1969 por el Departamento de Sonido. Hice algunas colaboraciones y rodajes como microfonista. Después pasé al trabajo en el estudio porque empecé en la Universidad. Trabajé en el archivo de sonido y colaborando en las mezclas como técnico. Proyectaba, montaba las máquinas de sonido magnético en 35 milímetros. En el último año de la carrera fui asistente de dirección de largometrajes. Luego comencé a hacer documentales y a trabajar en el Noticiero ICAIC Latinoamericano con Daniel Díaz Torres, ambos como realizadores.
¿Cómo recuerda su paso por el Noticiero ICAIC?
Durante nuestra etapa en el Noticiero, en el 75 o 76, hacíamos los noticieros de propaganda revolucionaria que realizaba todo el mundo. Siempre he reconocido que así fue. Cuando digo todo el mundo me refiero a los que se hicieron antes también. Pero lo que caracterizó aquella etapa fue nuestro aporte realizando ediciones de noticieros críticos sobre la realidad cotidiana de la época. Realmente recuerdo con mucho amor cuando Daniel y yo, de conjunto, empezamos a reconocer que era necesaria una crítica de las cosas que pasaban en el país y considerábamos que estaban mal. Comenzamos entonces a hacer críticas de una manera bastante asidua, con los instrumentos que teníamos.
Cada vez que contábamos con “temática libre”, es decir, que no teníamos que reflejar una noticia de manera obligatoria, nos lanzábamos a hacer crítica. Empezaron siendo los noticieros los que criticaban los servicios, la debilidad en el servicio de las cafeterías, las deficiencias en la elaboración del pan, los baches en la ciudad, la desatención y el maltrato en direcciones de servicio, hasta que abordamos asuntos más fuertes, que implicaban los errores en la recogida de basura en toda la ciudad [La Habana], despilfarros en almacenes abandonados, temas más álgidos que terminaron en un desencuentro muy grande con la dirección del aparato ideológico del Partido a nivel nacional.
Esa instancia se preocupó mucho por aquellos noticieros hasta que aquello terminó volando por los aires. No fuimos expulsados radicalmente, pero sí fuimos sometidos a presiones que hicieron que aquella etapa de los noticieros terminara. A mí me censuraron uno sobre una decisión disparatada de importar arbitrariamente miles de camiones que después no había dónde almacenar y se pudrían al sol y la intemperie. Daniel también tuvo problemas con otros [noticieros] que eran bastante fuertes, sobre errores similares, y decidimos irnos. Yo primero y él después.
¿Qué significó en su vida profesional y personal Daniel Díaz Torres?
Fue un gran amigo, un cinéfilo muy informado, un tipo que amaba el cine profundamente. Hicimos una gran amistad también por mis características cinéfilas, que no eran tan grandes como las de él, pero también las tenía. Incluso empecé a escribir críticas que se publicaban en la prensa del interior y alguna en la revista Cine Cubano.
Trabajé la crítica cinematográfica no con el éxito de él, quien tuvo una dedicación grande en esa etapa, pero también me enfrasqué en eso. Di clases, me vinculé mucho al mundo teórico del cine, hasta que juntos nos hicimos directores. Él fue quien me invitó a sustituirlo en la asistencia de dirección del largometraje “Mella”. Después me convocó a ir al Noticiero ICAIC. Me invitó y trabajé con él allí durante cinco años.
¿Cómo fue ese encuentro con las primeras trabas que finalmente desembocaron en el desencanto?
Fue muy duro. Lo he dicho varias veces. Por ahí comenzaron mis desencantos. Nunca he negado que en ese momento era un revolucionario convencido, creí que la crítica ayudaría a que el país fuera mejor. El impacto más fuerte que recibí fue al percatarme de que la crítica recibiría muchos límites. Eso fue un golpe y una caída importante en mi ilusión, en pensar que podíamos mejorar las cosas desde la crítica cinematográfica, periodística. Sin duda mis ilusiones bajaron mucho de intensidad. Eso fue a finales de los años 70, principios de los 80.
Después empezamos en el cine de ficción con películas que no respondían a la categoría crítica que teníamos de la realidad. Habían sido fuertes las presiones, las formas de impedir aquel tipo de cine y tanto Daniel como yo comenzamos a hacer un cine que no fue el que hubiéramos hecho al ser “alertados”, incluso censurados. En su caso hizo Jíbaro por la obsesión que tenía con el tema del Escambray. Yo hice mi comedia “Los pájaros tirándole a la escopeta” y después rodé “En Tres y Dos”.
Luego el cine cubano en su conjunto comenzó a mirar la realidad nuevamente desde una visión crítica y llegó una segunda etapa en la que realicé una película fallida, “La vida en rosa”, que, no obstante, tenía la intención de apuntar problemas muy agudos en nuestra sociedad. Orlando Rojas hizo “Papeles Secundarios”, y todo aquello concluyó con “Alicia en el pueblo de las maravillas”, que significó un antes y un después en el cine cubano.
¿Cuál fue el desempeño de Santiago Álvarez al ver que ustedes estaban siendo prácticamente sacados del Noticiero?
Santiago siempre tuvo una actitud bonita con nosotros. Tengo un recuerdo entrañable de él. Era un hombre que creía firmemente en la Revolución, tenía otra escala de valores, pertenecía a otra generación. Nosotros éramos más jóvenes, provocábamos, nos gustaba armar líos con el fin de que las cosas fueran mejores. Él nunca nos dio la espalda. Era una persona que se enfrentaba, dentro de lo posible, dentro de lo que permitía su categoría de entendimiento, incluso él era un poco mayor que los que habían hecho la Revolución. Le costaba más entendernos pero hizo mucho por nosotros. Hizo todo lo que pudo. Lo que pasa es que el enfrentamiento fue muy fuerte en aquella época y Daniel y yo comenzamos una etapa de desgaste, además, también queríamos hacer cine de ficción desde hacía tiempo, todo hay que decirlo. Terminamos marchándonos, como ya dije, y después vino otro grupo que hizo noticieros excelentes: Francisco Puñal, Lázaro Buría, Pepe Padrón.
Había una especie de ansiedad, una inconformidad, un deseo de decir todo lo que se veía mal hecho. Hay un paralelismo entre aquella etapa y lo que manifiestan ahora los jóvenes del 27N. Lo que pasa es que cada uno en su época, respirando el aire de su momento histórico.
¿Qué le aportaron a su personalidad los primeros años de su adolescencia y juventud?
Yo era un muchacho de barrio, muy unido a mi gente, a los amigos. Los valores del barrio estaban por encima de cualquier cosa. Tenía grandes amigos. Nací en Luyanó, un barrio obrero, popular. De ahí me mudé a Santos Suárez, siendo un niño de 10 años. Siempre estaba entre amigos, bailando casino, chachareando todo el día, forjando una ética, unos principios que siempre estuvieron por encima de todo lo demás. Te lo digo con sinceridad. Los valores del barrio me han salvado la vida muchas veces.
Una vez que terminé esa etapa de juventud me llamaron al servicio militar y me interrumpieron los estudios de preuniversitario. Cuando terminé recuperé el Pre y empecé a llevar la Universidad y mi trabajo en el ICAIC paralelamente, hasta que alcancé también una participación política, como tantos jóvenes de la época, dentro de la institución. Empecé por la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) y continué como militante del Partido.
Pero recurrir al barrio, a mis valores más innatos, primó siempre sobre mi manera de ver la vida, la cotidianidad del barrio está reflejada en “Los pájaros tirándole a la escopeta”. También alfabeticé, fui a recoger café, lo que hacían los jóvenes en aquel momento de principios de la Revolución. Pero durante mi primera juventud, lo más importante eran los amigos, los socios, eso siempre fue fundamental en mi vida. Y debo confesar que todavía lo es. Le doy un gran valor a la amistad.
¿Cómo logra insertarse en el ICAIC?
El ICAIC era muy joven entonces y en aquel momento había oportunidad para que los jóvenes intentaran acceder a la institución. Mi hermano Jesús, que conocía mi amor por el cine y ya era un hombre de la cultura, me alentó a ello. Recuerdo que llené una planilla, que era como un largo examen de cultura general, para tratar de llevar adelante un sueño. Yo era un tremendo fanático al cine desde jovencito, veía películas que muchas veces mis amigos no habían visto, y me “bonchaban” porque yo tenía intereses que ellos no entendían.
Tenía otras preocupaciones que me surgían también por la proximidad con mi hermano Jesús Díaz, que ya era un escritor muy importante y desde joven empezó a hacer periodismo y ganó el Premio Casa de las Américas. La relación con él me hizo un bien tremendo. Leía muchísimo, me convertí en un atípico joven de barrio. Hice bien aquella suerte de examen y pude entrar al ICAIC como un joven lleno de ilusiones que quería, que necesitaba, aprender sobre lo que más le gustaba: el cine.
Antes de realizar “Los pájaros tirándole a la escopeta” tenía pensado filmar “Noticias”, pero nunca llevó a cabo ese proyecto. ¿Qué sucedió?
El primer proyecto de Daniel y mío no iba a ser ni “Jíbaro” ni “Los pájaros tirándole a la escopeta”. Nos habíamos asociado para hacer el guion de una película que se llamaría “Noticias” desarrollada a partir de nuestra experiencia en el Noticiero ICAIC.
Durante aquella época de principios de los 80 había un movimiento de jóvenes que quería hacer cosas más libres, más abiertas, de expresarse críticamente. Aquella etapa nos hizo coincidir con el movimiento “Arte Calle” y otras inquietantes manifestaciones artísticas. Todo aquel ruido fue mermando por una represión solapada ejercida a mediados de la década, que terminó casi dramáticamente, aunque se reinició otra vez a finales de los 80.
Era imposible borrar aquella inquietud colectiva. Nosotros no pudimos seguir adelante con nuestro proyecto “Noticias”, el argumento que presentamos no fue bien visto, y aquella historia se murió. Entonces comenzamos cada uno a trabajar en nuestros propios proyectos. Él hizo “Jíbaro” y yo “Los pájaros tirándole a la escopeta”. Pero esas no serían nuestras primeras películas si hubiera existido un ambiente más propicio a la crítica, que permitiera incidir más en lo malo que estaba pasando. Al no existir oportunidad para continuar con el proyecto “Noticias”, ante la amenaza de que no prosperara, nos dedicamos a hacer otro tipo de cine porque éramos, ante todo, cineastas, y queríamos hacer películas. Eso no quiere decir que me arrepienta de haber dirigido “Los Pájaros…”; como estoy seguro que Daniel tampoco se arrepentiría de “Jíbaro”. Fueron las películas que hicimos y la vida que pasó, no la que imaginábamos o la que pudo ser y no fue.
“Los Pájaros…” es un filme muy popular en la historia del cine cubano. ¿Cómo viste la respuesta del público tras su estreno?
“Los Pájaros…” es una película que recuerdo con muchísimo cariño. Sería muy malagradecido si dijera lo contrario. Nadie me obligó a hacerla y me sentí también feliz —así de compleja es la vida— por volver sobre mis orígenes de juventud. La película fue vista en los cines cubanos por casi tres millones de personas, una cifra increíble para un país que en ese momento tendría 8 millones de habitantes. Otras películas cubanas también rebasaron los dos millones, aunque pocas.
Pero fue una época en que la gente iba mucho al cine y me sentí feliz por el éxito de mi película. Después comenzó a tener un reconocimiento internacional importante y ganó más de 14 premios, eso hizo que me sintiera muy satisfecho de haberla hecho.
El reparto fue de lujo. Tenía figuras como Reinaldo Miravalles, Consuelo Vidal, Alberto Pujols, Silvia Planas, Beatriz Valdés. Fue como una fiesta. También contó con un equipo técnico maravilloso, Pablito Martínez en la dirección de fotografía, de quien guardo un gratísimo recuerdo, Germinal Hernández en el sonido, un histórico de siempre. De la misma forma que te digo esto de “Los Pájaros…” y todo el recuerdo bonito que conservo de la película, tengo que decirte que mi gran dolor, quizás porque es como el hijo maltratado de mi filmografía, es con “Melodrama”, una película que hice entre 1994 y 1995.
“Melodrama” fue prácticamente sacada de la historia de la cinematografía nacional. A pesar de algunos reconocimientos esporádicos, se expuso casi a la fuerza en el Festival de Cine Latinoamericano de La Habana. Todo lo que ocurrió con la película fue un drama para mí. La he visto recientemente y es una película de la que estoy muy satisfecho. Seré muy feliz el día que todos los cubanos puedan ver “Melodrama” con la misma intensidad que vieron “Los Pájaros…”, aunque sé que eso ya es imposible, por eso me duele tanto lo que sucedió.
“Melodrama” era un acuerdo de hacer una película con tres historias entre Fernando Pérez, Daniel Díaz Torres y yo. Queríamos hacer una película que se llamaría “Pronóstico del tiempo”, sobre La Habana de los 90. Aquel intento terminó roto por circunstancias muy complejas de explicar, ya yo vivía fuera de Cuba cuando terminé “Melodrama” y eso fue apreciado como algo muy raro por el país, especialmente por Alfredo Guevara.
Fue una convocatoria mía, que invité a Daniel y a Fernando a hacer tres cuentos que finalmente se convirtieron en tres películas separadas. Daniel hizo “Quiéreme y verás” (que partió de una idea mía), Fernando, “Madagascar” y yo “Melodrama”. Alfredo censuró “Melodrama”, pero yo la defendí a capa y espada e hice un alegato de defensa fuera de Cuba exhibiendo una copia mala que me había llevado de la Isla en una cinta UMATIC. Alfredo decidió exhibirla porque aquello iba en camino a ser un escándalo en el ámbito de la cultura.
Desde la dirección del Festival de La Habana me dijeron que se pondría cuatro veces y se exhibió solo una, un domingo a las 10 de la mañana. El día que se exhibió fue un éxito tremendo y asistió a la sala Chaplin, junto al ICAIC, el alemán Peter Schumann, uno de los directivos de La Berlinale y la seleccionó para la sección Forum de dicho festival.
Se trataba de un festival de mucha importancia en el panorama internacional, y me enfrenté a Alfredo desde desde el diálogo, aunque con firmeza, dejándole saber que no iba a tolerar la censura ni quedarme de brazos cruzados. Al final de aquella polémica personal un grupo de cineastas amigos me respaldó con una carta histórica que le dirigieron a Alfredo, encabezada por la firma de Tomás Gutiérrez Alea, mi amigo, y que también firmaron, entre otros, Daniel y Fernando.
Alfredo accedió a la película saliera de Cuba. Después tuvo un recorrido internacional excelente pues llegó incluso al programa del Lincoln Center en Nueva York y Verónica López, su actriz protagónica, terminó ganando un premio de actuación, además de otros reconocimientos que tuvo la película. Nunca quise tener acceso a la carta para que no pareciera que yo había tenido participación en algo que nació espontáneamente de parte de mis colegas y no sé dónde estará, pero algún día se recuperará ese documento, que sería muy útil para los historiadores del cine cubano.
En Cuba nunca se exhibió en los cines comercialmente, los cubanos nunca la han visto, salvo en un programa de televisión para el que el actual director de La Cinemateca, Luciano Castillo, tuvo el valor de exhibirla, pero apenas la vieron, pues fue sin aviso previo y pocos eran conocedores de esta historia que he relatado. No obstante, Luciano Castillo la puso y fue un acto de valor que siempre reconoceré. Casi nadie conoce “Melodrama” ni se refieren a ella en el cine cubano, aunque también hubo un gesto muy bonito del crítico cubano Juan Antonio García Borrero, una persona muy valiosa, que la seleccionó como una de las películas más importantes del cine cubano de los 90. Dijo algo así como que era una película encima de la cual no se podía pasar, que había que tenerla en cuenta. Ya el cine en Cuba ha evolucionado mucho, se hacen películas mucho más críticas, los jóvenes tienen su manera de hacer las cosas, la vida va evolucionando y el cine dentro de ella. Pero es importante que nosotros, mi generación, contemos nuestras batallitas. No hay presente sin pasado.
Curiosamente, uno de los distribuidores internacionales de “Melodrama”, me regaló una copia que está en perfecto estado y la volví a ver en mi casa recientemente. Me alegró mucho observar cómo todavía tiene contemporaneidad. Es curioso que el contexto en que se desarrolla la película, durante el “Período Especial” en los años 90, tenga un sabor a día de hoy que le devuelve la vigencia. Ojalá volvieran a pasarla por la televisión nacional como pasan “Los Pájaros…”, pero con mi presencia, contando todo lo que pasó en compañía de alguno de los críticos actuales del cine cubano. Me encantaría.
¿Recuerda alguna anécdota relacionada con el rodaje de “Los Pájaros tirándole a la escopeta“?
Me costó trabajo imponerme a Reinaldo Miravalles y luego terminamos siendo grandes amigos. En Miami rodé “Cercanía” con él como protagonista principal. Era un director novel, “Los Pájaros…” fue mi ópera prima y tuve que enfrentarme a él y recordarle que quien dirigía era yo. Eso sucedió muy pronto, como al tercer día de rodaje. Él siempre estaba con la desconfianza hacia el joven director; era un actor muy seguro. Tuvimos un par de discusiones y lo llamé aparte para preguntarle qué le pasaba. Le dije que la película era mi película, que la quería con la vida y la iba a hacer como yo la veía.
Me pidió entonces, con la intención de hacer las paces, ver algo de lo que se había filmado de la película, los rushes positivados que veíamos en el laboratorio el director de fotografía, los técnicos y yo. Lo invité, fue al laboratorio y me dijo, tras ver lo rodado, que estaba muy contento con lo que veía. A partir de ahí no hubo más problemas. Después tuvimos una relación de amistad hasta su muerte. Y por cierto, Miravalles fue toda su vida un tremendo admirador de “Los Pájaros…”
Su obra esta ubicada dentro de la llamada generación sándwich. ¿Cómo se definió ese término?
El término de generación sándwich, como yo lo recuerdo, me llega a través de Maira Vilasis, una directora cubana de documentales, que fue mi asistente de dirección en “Los Pájaros…”. Ella es la primera persona que recuerdo hablando de ese término. Incluía a los cineastas (y no sólo a los cineastas) que veníamos después de los históricos, los que éramos prácticamente niños cuando triunfó la Revolución y después tuvimos que forjarnos como podíamos, a la sombra de otros.
Siempre teníamos el mandato, el legado de los históricos encima, como un papá gigante que está arriba de ti permanentemente diciéndote lo que tienes que hacer. Me recuerda la imagen de la madre de Woody Allen en “Historias de Nueva York”. Por cierto, esa película de cuentos fue la inspiradora de la malograda “Pronóstico del Tiempo” de la que formaría parte “Melodrama”. Mi generación estaba entre ellos y una generación mucho más joven que no había vivido la Revolución de la misma forma que nosotros y veía las cosas de otra manera. Estábamos en el medio de esas dos generaciones. Casi, diría, sin voz ni voto.
En “En Tres y Dos” se percibe que es un gran aficionado al deporte, ¿cómo llegó a esa historia?
“En Tres y Dos” es un guion de Eliseo Alberto, Lichy, novelista y gran amigo, una persona que quise y quiero mucho aunque ya no esté entre nosotros. Él había hecho una historia sobre béisbol que le entregó a Juan Carlos Tabío, una persona muy importante en mi vida de cineasta. Juan Carlos y yo nos habíamos hecho muy amigos cuando yo estaba haciendo “Los pájaros…” y él “Se permuta”. No recuerdo con exactitud, pero creo que Juan Carlos le comentó que me gustaba mucho el deporte, el béisbol, y fue él quien me recomendó para que hiciera la película. Cuando Lichy me lo ofreció le dije que sí. Yo tenía pasión por el béisbol igual que Juan Carlos.
Mantuvimos hasta el final de sus días el diálogo sobre el deporte y la pelota. Éramos de los pocos directores cubanos a los que nos gustaba tanto la pelota. Eso sí, nunca aclaré el misterio por el cual Juanca no quiso hacerla.
¿A qué cree que responda la poca cinematografía sobre deporte en un país con tanta predilección por disciplinas como el propio béisbol?
Es raro encontrar la definición, el vínculo, entre arte y deporte. Es una locura tener prejuicios con el deporte porque hay películas dedicadas a él que son obras maestras. Creo que tiene que ver con una visión reduccionista de la cultura que tenían y tienen algunos. A mí me gustó mucho la idea de Lichy referida al tema del final de una etapa de la vida porque asume que, cuando llega el final de algo, hay que enfrentarlo. En este caso se trataba de un jugador de béisbol que tenía que retirarse y comprender que su vida en el deporte había terminado y había que reiniciar el camino por otro lado. Era como convivir con una de las pequeñas muertes parciales que hay que enfrentar en la vida. Aquella historia me apasionó y me lancé a trabajar en un mundo que me encanta. Aunque ahora mi predilección fundamental en el deporte es el baloncesto, que lo jugué desde joven, aunque era malo, igual que en la pelota.
Con Tomás Gutiérrez Alea entabló una temprana amistad, aunque él nunca dejo de ser crítico con su trabajo, especialmente con el filme “La vida en rosa”.
Mi relación con “Titón” fue de engrandecimiento total. En primer lugar es un cineasta de dimensiones universales. “Memorias del subdesarrollo” es una película que está entre las mejores de la historia del cine. Es un referente impresionante. Fue cuestionado muchas veces por su visión crítica de la realidad, por su compromiso con el arte crítico, por esa mirada cuestionadora que debe poseer cualquier artista. A “Titón” le gustaron mucho mis cortometrajes y “Los pájaros…”. Para mí eso fue un orgullo grande. Me invitó a estar en el grupo de creación “Rocinante”, junto a Juan Carlos Tabío, Rapi Diego, Sergio Giral y otros. Tengo recuerdos lindísimos de aquella etapa.
A partir de ahí siempre tuvimos una relación abierta, crítica, profunda, en la que” Titón” me decía lo que le gustaba y lo que no diáfanamente. Fue muy crítico con mi película “La vida en rosa” y me lo hizo saber. Al final tenía muchísima razón. Es una película carente de fortaleza y profundidad. Es muy duro hablar así, a calzón quitao, no por mí sino por todos los que participaron en la película, pero mi idea no quedó bien reflejada, no se logró.
Fui el principal responsable de sus carencias. Me sigue pareciendo que la historia no funciona artísticamente, a pesar de que hay algunas personas que todavía me dicen que fue un “experimento” interesante como idea en sí.
Recuerdo que por aquella época una parte de la crítica la seleccionó como el mejor argumento (no película, sólo argumento) de la década de los 80, ahora incluso eso me suena demasiado rimbombante. Fue en una de esas encuestas parciales que se hacían por la crítica de cine de la época. Muchas personas consideraban la idea como buena, y también creo sinceramente que lo era: enfrentar a los jóvenes con sus alter egos ya de viejos, viendo que sus vidas habían sido una mierda, era una idea interesante, pero no quedó bien plasmada.
Su primer documental fue sobre la visita del entonces presidente angolano Agostinho Neto a Cuba. ¿Cómo considera esa obra dentro de su filmografía?
Ese fue mi primer documental. Un documental bastante malo, hecho en la retórica revolucionaria de la época. Es de 1975. Y fue, como digo, una obra marcadamente política, que era como yo veía el mundo en aquel momento, con una mirada bastante esquemática y simple. No tengo ningún recuerdo bueno de ese documental, salvo que proviene de mi experiencia en Angola como corresponsal de guerra, tarea que realicé junto a Fernando Pérez. Ese tiempo fue inolvidable para los dos. A mi regreso hice ese trabajo, un filme malo y descartable, artísticamente hablando. Así lo reconozco siempre. También reconozco que no fue el único trabajo de propaganda política que realicé. Nunca he escondido mi pasado. Mi vida, como la de casi todos, es fruto de la evolución. Siempre he dicho que yo no me muero como viví.
¿Por qué decidió irse de Cuba?
Venía con un desencanto creciente ya desde los años 80. Desde que pasé por el Noticiero no entendía por qué no podía haber otras opiniones sobre la realidad, una mirada más abierta, de apertura, de criticar lo mal hecho. De tener derecho a la discrepancia incluso dentro de la revolución. Era lo que pensaba en ese momento.
Esa visión manifestada por la imposibilidad de criticar se fue acentuando en mí y en muchos cineastas de mi generación. Ya cuando llegó la censura a “Alicia en el pueblo de Maravillas”, me entró un desencanto casi definitivo. Me di cuenta de que no habría posibilidades de hacer el cine que queríamos hacer, ni de luchar por una sociedad más abierta como soñábamos, una sociedad de cambio, más moderna, que se adaptara a las cosas que estaban pasando en el mundo.
Terminé por salir y radicarme fuera de Cuba en 1994. Me nominaron a los Premios Goya en España por mi documental “El largo viaje del Rústico” visto como un trabajo español, aunque fue coproducido, aun, por el ICAIC. Debido a ello me ofrecieron otros trabajos de cine en España. Yo comencé a irme de Cuba a partir del año 91 cuando me ofrecieron, por parte de la Productora Canaria Ríos TV, trabajar en parte de la imagen del Pabellón Canario en la Exposición Mundial de Sevilla. Después de “Rústico” hice el documental deportivo “Fuera de juego”, y luego el docudrama “Si me comprendieras”. Esos tres trabajos los llevé al Festival de Cine de La Habana, pero desde entonces ya no era muy “bien recibido”. Con “Si me comprendieras” pasé un calvario parecido al de “Melodrama” y “Cercanía”, película que hice en Miami, y que no fue aceptada en el Festival. He intentado que todas mis películas vayan al Festival, porque me considero un cineasta cubano y pertenezco al país donde nací. Mi película más reciente; la dominicana “Dossier de ausencias”, ha sido seleccionada para este próximo Festival del 2021.
No es fácil hacer cine y menos fuera del país de origen. ¿De qué forma logró seguir realizando cine en cada una las ciudades donde ha vivido?
Para mí ha sido un orgullo personal haber podido hacer cine fuera de Cuba. Tiene mucho de determinación y lucha personal, pero también se debe al resultado de mi obra anterior, por lo que he logrado —que algún valor debe tener— porque me ha permitido seguir haciendo cine. Y he hecho cine en todas las ciudades donde he vivido.
En Canarias rodé películas de ficción, documentales, tuve el reconocimiento de ser nominado a los Premios Goya y gané algún que otro permio. Todo eso fue fortaleciéndome como cineasta. Cuando salí de Canarias estuve una temporada en Miami porque allí murió mi suegra. Luché por hacer una película y filmé “Cercanía” y el documental “Actrices, Actores, Exilio”. Cuando desgraciadamente murió mi esposa no me sentí bien en Canarias y emigré a República Dominicana para unirme a una mujer cubana con la que viví una linda experiencia. Allí también volví a filmar y me vinculé al cine dominicano. Dejé amigos inolvidables. Allá rodé “Dossier de ausencias”. Al separarme de la excelente mujer con la que viví en Dominicana (con la que conservo una respetuosa y linda amistad) no quise volver a Canarias porque me recordaba demasiado a mi esposa fallecida, que fue el gran amor de mi vida. Vine entonces a vivir a Valencia y aquí estoy terminando mi próxima película, “Una elefanta sobre la tela de una araña”.
¿Ha sentido con frecuencia nostalgia sobre su vida y trabajo en Cuba?
Pertenezco a Cuba, tengo mis raíces en la Isla, el mundo de mis recuerdos está en Luyanó y Santos Suárez y mi vida en el ICAIC no la he negado nunca. Existe una página en Facebook llamada “Amigos del ICAIC” donde todos —con nuestras diferencias políticas— participamos y nos entendemos. Es una página donde todos somos lo que fuimos, los amigos, los compañeros que estuvimos juntos en el ICAIC. Fue una idea de María de los Ángeles, una mujer que fue secretaria en el Noticiero ICAIC durante años y tuvo esa linda iniciativa a la que otros, desde la tolerancia y la integración de todos (los de dentro y los de fuera) han dado continuidad con una eficacia que hay que reconocer. Nunca voy a renunciar a la nación cubana. Mi sueño es un país donde quepamos todos, como siempre quiso Martí, donde todos tengamos espacio y tengamos derecho a opinar y a decir lo que pensamos. Esa es mi forma de pensar y la voy a defender hasta los últimos días de mi vida.
¿Cómo vio los acontecimientos relacionados con el 27N desde la distancia?
Lo he visto con una envidia sana e infinita. Admiro todo lo que han hecho los jóvenes del 27N porque sueñan la misma Cuba que sueño yo, un país inclusivo, una Cuba donde se pueda respirar desde la diferencia. Esa es la Cuba que sueño. No voy a dejar de ir y presentar mis películas en el Festival de La Habana, porque me unen muchas historias y sensibilidades a mi país. Seguiré luchando por eso con insistencia. Por eso conservo una gran amistad con Fernando Pérez, que es para mí una especie de símbolo de lo que significa mi generación. Ha sido un tipo consecuente y una persona que quiero y admiro muchísimo.
Cuando Fernando estaba con los jóvenes del 27N me sentí también allí. Al estar Fernando estaba yo. Con él mantengo una amistad cotidiana, importante. Estamos al tanto uno de la vida del otro creativamente. Somos grandes amigos. Nos leemos los guiones de nuestras películas. Hemos visto cómo cada vez mueren más personas cercanas a nosotros y eso nos une más todavía. Ya quedamos pocos.
Dos de sus grandes amigos, Daniel Díaz Torres y Juan Carlos Tabío, fallecieron durante los últimos años. ¿Cómo lleva esas pérdidas?
Fue muy duro porque estás viendo que parte de ti se va con ellos. También me pasó con Raúl Pérez Ureta, quien fue el director de fotografía de “Controversia”, uno de mis documentales más queridos y reconocidos en su momento. Tampoco sé dónde estará el negativo de ese documental ni si se pone o no. Raulito quedó como cuidador de la copia final de “Melodrama” porque Roberto Fernández, el director de fotografía, había salido de Cuba, y Raulito se ocupó de todo lo que pasó con “Melodrama” en el laboratorio. Además de que compartí con él años de amistad en el Noticiero ICAIC. Su pérdida, la de Titón, Colina, Julio, Santiago, Daniel y Juanca, entre tantos otros, es algo que me toca muy profundamente. Esa fue mi vida y nunca la voy a negar, y menos olvidar.
¿Piensa venir a Cuba con “Dossier de ausencias”?
Pienso presentar mi nueva película en Cuba. “Dossier de ausencias” trata un tema que no tiene que ver directamente con Cuba. Son temas humanos, universales, y me hace ilusión estar en el Festival y presentar la película. Creo que la dirección del Festival, aunque está en una posición difícil respecto a lo que exhibe o deja de exhibir —tampoco hay que ser demasiado inocente (esto es una opinión estrictamente personal)— tiene una actitud ética y de integración interesante. Por eso quiero estar allí.
¿Está al tanto del cine joven cubano? ¿ Hay algún cineasta de esta nueva generación cuya obra le interese?
Estoy al tanto del cine joven cubano. Conozco algunos realizadores y tengo relación con ellos. Hay mucha gente haciendo cosas motivadoras. Me interesa mucho el cine de Carlos Lechuga. Me gustó mucho “Santa y Andrés” y su primera película “Melaza”. Me parece un cineasta muy valioso y valiente. Miguel Coyula es otro ejemplo de un tipo excepcional, de gran talento.
También me gustó el documental sobre Mike Porcel, de José Luis Aparicio y Fernando Fraguela. Me parece que hay jóvenes valiosos y los admiro. La pelota está en sus manos porque ya mi generación está terminando. Yo mismo voy a cumplir ya 74 años y en la película que estoy terminando reflexiono mucho sobre la posibilidad de la muerte, pero no sólo desde el dramatismo que dejar de existir implica, sino que incluso me lo tomo un poco en broma. Al final todos nos vamos de este mundo. Polvo serás, mas polvo enamorado.
Tengo la gran ilusión de volver a filmar en Cuba. Eso sí, para hacer la película que quiero, no la que quisieran que hiciera. Mantengo esa ilusión. De ilusiones no muere nadie, al contrario, dan ganas de vivir. También quiero estrenar en Cuba la que estoy haciendo ahora: “Una elefanta sobre la tela de una araña”, presentar las que se han prohibido y estar en contacto con mi gente.
¿Si se concretara la oportunidad de volver a filmar en Cuba qué película haría?
Tengo dos historias que me resultan muy interesantes. Son comedias y me inspira mucho hacer cualquiera de las dos. Incluso tengo las sinopsis escritas. Cuando termine mi próxima película comenzaré a desarrollar esas ideas y veré hasta dónde puedo llegar. Pero ya te dije, mi mayor deseo es que los cubanos puedan ver “Melodrama” en los cines de la Isla junto a toda mi obra prohibida o limitada en su exhibición en sesiones abiertas, a las que yo asistiría para debatir y que se diga en ellas todo lo que se quiera decir, para bien, o para mal: ese es mi gran sueño.
Un gran cineasta cubano y una hermosa entrevista. Será una tremenda alegría verlo filmar nuevamente en Cuba.