Ayer concluyó la edición 68 del Festival de Cine de San Sebastián. Bastante atípica, por la crisis mundial del coronavirus, quedará para la historia. Y quedan las películas.
Hay quienes dicen que la ciudad, capital de la provincia de Guipúzcoa, estuvo vacía en una temporada en la que normalmente se suele llenar, pero supongo que era de esperar. Yo mismo he tenido suerte de encontrar un sitio para quedarme (cosa bien difícil en etapa de festival, según me comentan). Una ventaja: este lugar que parece de sueño, por estar mi ventana al lado de un rosetón de la iglesia San Vicente y también porque me hospedo muy cerca de los cines y teatros donde pude disfrutar de las proyecciones.
El Teatro Principal, el Kursaal, el Teatro Victoria Eugenia y la Tabakalera están entre los de más aforo y renombre. Cada cual con su particular atractivo, pero este año si algo les caracteriza por igual es cuánto se cuidó de quienes estamos acudiendo a sus salas. Sin dudas, hay que dedicar un aplauso, tanto como a las buenas pelis, al personal de los cines y los organizadores del festival. No solo se cuidó con esmero lo de mantener distancia de seguridad entre las butacas, poner gel hidroalcohólico y exigir el uso correcto de mascarillas, sino que también se organizó la entrada y salida de las proyecciones.
En medio de una gala eminentemente lírica y musical, jalonada constantemente por canciones y coreografías, se inauguró la edición 68. Se presentó al jurado, hubo música, danza y palabras de los actores de Rifkin’s Festival, la película de Woody Allen rodada en San Sebastián y que se estrenó mundialmente en la cita.
El director estadounidense al final no ha venido hasta aquí, pero envió un mensaje en un video, en el que volvió a alabar lo “maravillosos” que son la ciudad y el festival. Ha dicho que confía en que la película guste al público lo mismo que a él le gustó rodar en Donostia, al tiempo que ha deseado poder volver a visitarla “cuando acabe la pandemia”. Al final, resulta que no nos hemos topado (guiño); y yo que iba listo por si se daba la ocasión.
Rifkin’s Festival (no sé bien si por las grandes expectativas o por ser fan incondicional de Woody) me ha parecido buenísima. No sin reírse de su excesiva pretensión, parece estar hablando también de su pasado (cuando él era el joven e idolatrado cineasta) y de lo que le gustaría para su futuro. Muy fresca y divertida, rinde tributos a grandes del cine con los sueños del protagonista, en que presenta su propia versión de los clásicos. Su preferido, por el número de recreaciones, parece ser Ingmar Bergman (Persona, Fresas salvajes y un divertidísimo El séptimo sello). También asoman Luis Buñuel, Orson Welles, Jean-Luc Godard y François Truffaut.
El homenaje se extiende a San Sebastián, ese lugar que para él es un sitio donde los sueños son de celuloide y, como uno de sus personajes aludiera en la peli, deviene “un reino mágico donde el rey es el cine”. Donostia y su festival no podían haberse imaginado una mejor fotografía para retratar la ciudad.
“Fellove y los Horizontes Latinos”
En días de festival en Donostia, a veces hay un sol radiante, a veces el cielo se torna gris… pero siempre se respira cine, esté como esté el clima. Una mañana de lluvia acudí finalmente, a primerísima hora, al encuentro de Francisco Fellove.
El Gran Fellowe, emotivo documental de Matt Dillon, no solo ofrece una mirada individualizada hacia un artista con un particular sentido del espectáculo y gran capacidad para fusionar varios estilos, sino que también cumple con la promesa que hiciera el director al músico de devolverle su grandeza, esta vez en la gran pantalla.
Esa mirada, que también se hace colectiva y se amplía hacia la diáspora de músicos cubanos hacia México en la década de los 50, sirve para devolver a la vida a un grande relegado al olvido.
La conexión con Cuba, la interesante reflexión de que también los jóvenes deben aprender de sus mayores, y el sabor alegre y pintoresco del personaje me hicieron escuchar las carcajadas del público y los aplausos eufóricos de la audiencia incluso antes de los créditos finales. Me pareció una muestra del respeto y la admiración hacia los cubanos, porque a fin de cuentas la historia de muchos de nosotros es la historia de Fellove.
Junto a esta proyección especial dentro de la sección oficial también optó por la categoría de mejor película (que finalmente obtuvo Beginning) la película argentina Nosotros nunca moriremos, que cuenta la historia de un chico que acompaña a su madre a vivir el duelo de la muerte de su hermano. De manera diáfana y con melancolía, se irá asomando al dolor de los adultos y al proceso de ir dejando la infancia.
El filme es una especie de homenaje de su director, Eduardo Crespo, al pueblo que le vio crecer: “Hace mucho que vivo en Buenos Aires. Esto es como una despedida de ese pueblo y de mis seres queridos”, dijo el director. “Me interesaba mezclar la tragedia con algo de lo pueblerino, algo de humor, que es una herramienta que me ayudó en muchas circunstancias a atravesar el dolor”, agregó.
En la sección Horizontes Latinos, tuve la oportunidad de ver tres filmes que entran en contacto con el fenómeno iberoamericano/hispanoamericano y que, sin dudas, ofrecen una visión interesante sobre sus realidades y formas de contar.
Todos os mortos hace un juego con los fantasmas del pasado que siguen caminando entre la familia Soares. Eso le permite acercarse a la falsa idea de “democracia racial” que continúa existiendo en Brasil, donde las abismales diferencias de clases están, al día de hoy, estrechamente relacionadas con la raza.
Los directores han querido mirar hacia 1899: Sao Paulo, pocos años después de la abolición de la esclavitud. En ese momento de la historia del país, todos los personajes luchan por sobrevivir la llegada de la modernidad. La película muestra cómo en ese entonces se estableció la base que determina la forma en que se organiza la sociedad brasileña hoy.
También en la sección Horizontes Latinos pude ver El prófugo, un thriller argentino que formó parte de la selección oficial del Festival de Berlín. De una manera singular, cuenta la historia de Inés, quien, tras un episodio traumático durante un viaje con su pareja, comienza a confundir la frontera entre lo real y lo imaginario.
La relación madre-hija tiene un peso importante en El prófugo, donde los temas de género y la feminidad son pilares. Del reparto de la película me pareció destacable Érica Rivas, que recuerdo de Relatos salvajes. Está acompañada por Cecilia Roth (Todo sobre mi madre) en el papel de la madre de la protagonista.
Desde Buenos Aires llegó una historia sobre el mundo femenino de la niñez y la pubertad: Mamá, mamá, mamá. Esta historia, concebida por mujeres tanto dentro de la pantalla como fuera de ella, es el primer largometraje de Sol Berruezo.
Cleo, la protagonista, se ve obligada a crecer de manera repentina y a esconder de la mirada de los adultos aquello que antes mostraba con total tranquilidad e inocencia, al tener que lidiar con la repentina muerte de su hermana y, como consecuencia, con la pérdida temporal de su propia madre, inmersa en el duelo.
La película ha recibido varios premios, como la Mención Especial del Jurado Internacional del Festival de Berlín, y el primer premio del concurso Ópera Prima, organizado por el Instituto de Cine Argentino en 2017.
Con esos títulos, creo que quedó más que bien plantado el cine iberoamericano en el Festival de Cine de San Sebastián.
Maravilloso festival, especialmente por su gran esfuerzo por hermanar los diferentes cines iberoamericanos frente al cine de Hollywood, con sus diferentes selecciones (brillante siempre ‘Horizontes Latinos’) o incluso en su sección ‘En Construcción’, ayudando a su acabado final.