Annabelle López Ochoa (Amberes, 1973) descubrió desde muy temprano el gusto por comunicarse mediante el movimiento, primero como bailarina, luego como coreógrafa. De eso se ha tratado la trayectoria de esta artista, quien acumula más de 100 composiciones coreográficas para más de 70 compañías danzarias alrededor del mundo.
Sus piezas forman parte de repertorios tan variados como los del New York City Ballet, San Francisco Ballet, Ballet Hispánico, Joffrey Ballet, Scottish Ballet, American Ballet Theatre, Ballet Vlaanderen, West Australian Ballet, Hong Kong Ballet, Ballet de Santiago de Chile, English National Ballet y, por supuesto, compañías del patio como Danza Contemporánea de Cuba y el Ballet Nacional de Cuba (BNC).
Precisamente, la más reciente temporada de presentaciones de la compañía cubana, bajo la dirección general de la primera bailarina Viengsay Valdés, nos remontó al inicio de los vínculos creativos de López con nuestro país, de la mano del British Friends of BNC, “un grupo de amigos que han colaborado con la compañía de muchas maneras, desde hace dos décadas”, según puede leerse en el programa de presentación del recital “Lucille/Celeste”.
“Celeste” es el nombre de la primera composición coreográfica que la autora de origen belgo-colombiano firmó para la compañía en tiempos de la dirección de la prima ballerina assoluta Alicia Alonso. Era el año 2014 y, con la pieza, la agrupación danzaria y los amigos británicos trabajaban juntos por primera vez en el montaje de un estreno.
Diez años después de aquel debut, en 2024 “Celeste” volvió a la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, como parte de un programa que incluyó el estreno mundial de “Lucile”, del danés Johan Kobborg. Fue la forma escogida por el BNC para agasajar a los amigos británicos.
Han pasado ocho años desde la última vez que Annabelle visitó la capital cubana durante el 25to. Festival Internacional de Ballet de La Habana —en aquella oportunidad estrenó “Oscurio”, su última pieza hasta la fecha para una compañía cubana, así como fragmentos de su obra “Línea recta”, con el Ballet Hispánico de New York—. Por eso el reencuentro con “Celeste”, una década después, supone para la artista de 51 años una mirada a su trayectoria y un motivo de reflexión que accede a compartir con OnCuba.
Versatilidad e irreverencia: Annabelle tiene la palabra
El calor agobiante de una tarde de julio habanera contrasta con el clima acogedor del Hotel Grand Aston, en el Vedado capitalino. La noche anterior aconteció la primera presentación del programa “Celeste-Lucile” y, al día que seguirá a esta conversación, la artista partirá fuera de Cuba, luego de una semana de estancia en La Habana. En ese tiempo la creadora belgo-colombiana aprovechó para reencontrarse con colegas del patio y ensayar “Celeste”, junto a las maestras Linnet González y Clotilde Peón, con los jóvenes intérpretes del Ballet Nacional de Cuba, varios de los cuales debutaron en la pieza.
Annabelle es una conversadora vivaz. Habla cuatro idiomas: inglés, francés, holandés, español, y uno extra, el lenguaje del movimiento. Expresa sus ideas con soltura, aunque de vez en cuando busca la traducción al español de alguna palabra, como quien busca el movimiento perfecto que corone una composición coreográfica.
“La última vez que vine, en 2016, esto no estaba. Es muy acogedor”, dice, refiriéndose al Hotel Grand Aston, inaugurado en 2022. Annabelle no da espacio a los silencios durante nuestra charla. A veces mira al exterior, desde donde se ve el malecón, en clave reflexiva; sonríe y alza la voz si el momento se lo pide.
Esa versatilidad que Annabelle desborda como ser humano se traduce sobre la escena; su mirada y sensibilidad son reconocidas internacionalmente por ello. En los últimos años ha incursionado en la creación de ballets narrativos inspirados en grandes mujeres de la historia de la humanidad —Eva Perón, Coco Chanel, Frida Kahlo, entre otras— y recientemente fue nombrada artista residente del Dortmund Ballet para la temporada 2025-2026. No obstante, asegura que ese nuevo estatus no interferirá en su vocación de creadora viajera, durante el año recorrerá el mundo montando sus diferentes creaciones para distintas compañías.
Por eso conversar con Annabelle López Ochoa, una artista con vínculos creativos con Cuba, es una experiencia enriquecedora, pero también por su visión de cómo se mueve la danza mundial. Es un motivo, además, para tomarle el pulso a la trayectoria y el momento actual de una de las coreógrafas más destacadas de la danza en la actualidad.
¿Cómo ha sido reencontrarse con “Celeste”, diez años después de su estreno?
No puedo evitar recordar mi juventud, así como todo lo que supuso crear esa coreografía. Ahora quise hacer algunos cambios. Sabía que solo tenía tres días para hacerlo, entonces fueron variaciones pequeñas y realmente no creo que el público las notara.
Llegué y me dijeron que desde 2023, cuando la presentaron por última vez, ya no están en Cuba diez de los bailarines que interpretaron esa pieza. El elenco con el que trabajé ahora estaba formado por intérpretes jóvenes de la escuela, y algunos todavía no tienen la disposición corporal fuerte para la que se concibió este ballet, inspirado en los colores del Salón Azul del BNC y el movimiento de los cuerpos celestes; pero todos tienen un buen nivel, posibilidades, calidades. Con los bailarines principales la cosa fue bien, pero “Celeste” es muy potente y demanda mucho del cuerpo de baile, todos varones.
Vine con el ánimo de ayudar y contribuir al trabajo. Quizá estos jóvenes aprendieron algo en el proceso, en la próxima función recordarán cosas que les he dicho y crecerán como artistas.
Es verdad que se ha ido mucha gente buena del BNC, pero en Países Bajos —donde resido— tenemos una expresión que en español sería algo como “haz todo lo posible con los remos que te dan”. Esa es la realidad.
También creo que en el mundo del arte, después de la pandemia, mucho ha cambiado en el mundo, no solo en Cuba; lograr que el público regrese al teatro ha sido un proceso paulatino y arduo. Algunas compañías ya lo están logrando, pero hay que tener una propuesta atractiva y siempre con nuevas obras: ese es el riesgo que se necesita asumir con más frecuencia.
El arte no crece si no hay estrenos, aunque de vez en cuando estos pueden echarlo todo por la borda, es el riesgo de crear. Hay que seguir invitando al público a disfrutar.
¿Has asumido muchos riesgos a lo largo de tu carrera?
Siempre. Estoy muy agradecida con todos los directores que tuvieron el coraje de invitarme a montar cosas raras (sonríe). Ahora, en mi posición actual,les estoy aún más agradecida, porque es un lugar en el que siempre hay que atreverse. Un director artístico debe tener el coraje para promover nuevas miradas.
Mi sueño ahora mismo es poder dedicarme solo a obras narrativas, porque es muy difícil y apasionante; combina el movimiento del ballet con la actuación de los artistas, que no es fácil: uno puede ser muy buen bailarín, pero mal actor. Como coreógrafa, combino también los movimientos y la poesía visual, que a mí me fascina mucho.
Hablas de poesía visual y pienso en una pieza como “Delusional Beauty”, que creaste con inspiraciones de la obra de Salvador Dalí ¿Cómo extraes esos elementos visuales para componer un cuadro danzario?
Me fascina la pintura, quizás porque es lo opuesto a la danza. La primera se queda ahí para la vida, fijada en un momento. La coreografía, la danza, son lo opuesto. En el momento en que los bailarines ejecutan sus movimientos, la pieza desaparece, esa es la magia, pero también la gran tristeza.
Cada vez que miraba la pintura de Dalí, veía algo distinto. Decidí hacer una obra de una mujer en la playa de Cadaqués (Cataluña) que tiene una cara de flores y me imaginaba que los bailarines a su alrededor eran mariposas y revoloteaban a su alrededor. Hay globos de oro que simulan los huevos dorados, figuras presentes en la obra de Dalí.
Quería poner su pintura en movimiento para saber qué pasaba antes y después de pintar. Por eso hice cosas también sobre la obra de Botero, Frida, Magritte. Esa es una expresión de mi fascinación con la pintura.
Traduzco mis ideas de modo poético y visual. Me gusta que las cosas se vean lindas y me gustan los colores. La poesía visual me encanta.
Integrarás el Dortmund Ballet como artista residente…
Sí, pero voy a poder viajar por el mundo. Los primeros dos años trabajaremos con obras que ya existen y el tercer año plantearemos un estreno. Cada año Dortmund Ballet tendrá algo mío. No viviré allá y no voy a dejar de viajar. Creo que el término de “artista residente” suena mejor para las compañías que para mí (sonríe). Soy muy independiente. Eso no ha cambiado.
Ya tengo 51 años y no pienso mucho en el futuro. Estoy disfrutando mucho lo que pasa y aprendiendo, creciendo como ser humano. Me hacen siempre la misma pregunta: “¿con qué compañía quisieras trabajar?”. Pero yo no tengo un plan. La vida tiene el mejor para mí. Estoy muy existencial.
¿A qué se deben esos pensamientos?
Creo que es algo que ha venido con los años; cuando uno se da cuenta de que no hay mucho tiempo que perder; los años se van y la energía va cambiando. No hay tiempo para que lo que la gente piensa sea motivo de ansiedad.
Hay que estar aquí. Hace años todo era más tenso, cualquier detalle tenía mucha más importancia que hoy. Ahora soy menos fatalista. Estoy mucho más tranquila, aunque los bailarines no te van a decir que lo soy, porque les exijo mucho.
Te retiraste como bailarina en 2003, cuando escribían sobre ti que eras la “estrella en ascenso de la escena de la danza holandesa”. ¿No extrañas el escenario?
No, para nada. Uno tiene que dar tanta energía, compromiso, disciplina y estar muy preocupado por su cuerpo, que en ese momento es el instrumento a cuidar. Como creadora estoy pendiente de mi mente y no me preocupa tanto el cuerpo. Lo prefiero así.
La danza es la forma de comunicación en la que me siento libre. Hablo cuatro idiomas, pero ninguno muy bien, por eso suelo ser muy directa. La danza es el lenguaje en el que no tengo miedo de cometer errores.
Otra compañía con la que desarrollaste buenos vínculos creativos fue Danza Contemporánea de Cuba (DCC). Con ellos montaste tus piezas “Reversible” y “Heterodoxo”.
Quería visitarlos en este viaje, pero están de vacaciones. Me encontré con Thais Suárez y Norge Cedeño —bailarines y antiguos miembros de DCC— y fui a verlos a las instalaciones del Gran Teatro, donde estaban ensayando con su proyecto Otro Lado Dance Company. Nos conocemos hace nueve años. Ha sido lindo ver cómo se desarrollaron, muy emotivo. En Cuba deberían enorgullecerse por lo que ellos están haciendo.
¿Te da curiosidad trabajar en Cuba? Me comentaste una vez la idea de mezclar lo clásico y lo contemporáneo en una coreografía.
Sería lindo unir dos lenguajes cubanos que el público conozca. Creo que hay un intento de un coreógrafo estadounidense. Pero habría que ver si Viengsay quiere; a mí me gustaría. Como lo veo yo, deberían interpretar la pieza mujeres de danza clásica y varones del contemporáneo, no al revés. Mezclar compañías también es mezclar el público e invitarlos a que vean otras propuestas.
Ahora mismo tus obras suben a escena con compañías en ciudades de Polonia, Hong Kong, Chile y Estados Unidos. ¿Cómo ves el estado del arte danzario actualmente?
Es muy bueno. Estamos creando mucho. Hay que ver si los Estados siguen ayudando a la danza, porque hay un movimiento de derecha que promulga mensajes poco positivos para el desarrollo del arte. Para la política de las derechas el arte es para los privilegiados, y no debe ser así.
El arte es para todos, es nutrición para el alma. Espero que los que deciden en este campo puedan mirar más allá de la necesidad de ganar dinero.