Cuando Jara García y Osmany Montero escucharon que habían sido los ganadores de la primera temporada de Bailando en Cuba se quedaron perplejos. Se esfumó la facilidad de movimiento que hasta entonces los hicieron lucir sobre las tablas ante un jurado que siempre les pareció justo y exigente.
Todo el tiempo estuvieron presionados por el nivel del concurso, que provocó comparaciones lo mismo con espacios transmitidos hace años por la Televisión cubana, que con programas foráneos de corte similar.
Enfrentar la crítica de los televidentes, asumir el criterio de los jueces, y debutar en un espacio de televisión, sin referentes inmediatos en la pantalla chica nacional, supuso un verdadero desafío para ellos. Y no fue sólo eso. Al principio rechazaban un poco la concepción de la competencia, fundamentalmente Osmany, bailarín profesional del Ballet de la Televisión Cubana, quien titubeó al saber que bailaría con Jara, una estudiante de la Escuela Nacional de Arte (ENA), con alguna base, pero con muy poca experiencia.
En entrevista con OnCuba, Osmany cuenta que es “muy complicado” aceptar bailar con alguien que no es profesional.
“Entiendo que en las compañías debes saber bailar bien con todo el mundo porque no tienes una pareja específica. Pero pasarse una competencia completa bailando con alguien así es un poco difícil, porque crees que la otra persona no domina muy bien la técnica o no dispone de una buena base.
“En ese caso piensas que debes hacer un doble trabajo: bailar y aportar tus conocimientos a la otra persona que supuestamente no está a tu nivel.
“Sin embargo, luego de pensarlo, acepté porque creí que mi guía como profesional podía ayudarme a mí también. Y bailar con Jara fue mejor de lo que pensé. Noté que había coordinación de movimientos y supimos aprovechar esa arma. Y me di cuenta de que los aficionados también le ponen mucho corazón a lo que hacen”, dice al cabo Osmany.
Cuando a Jara le presentaron a su pareja sintió cierto temor y llegó a subestimarse un poco. No entendía por qué estaba ahí y consideró que no encajaba en la competencia. Creyó que sería un evento muy por encima de sus posibilidades.
“No obstante, acepté participar y me propuse aprender de Osmany y del maestro que impartía las clases. Todo eso implicó mucho sacrificio y poco descanso. Pero sobreponerse es lo que da el fruto y la recompensa”, dice.
Según Jara los coreógrafos y profesores que los entrenaron durante la competencia fueron muy profesionales en todo momento. Y a Osmany lo considera un “muchacho fabuloso” que le dio siempre mucha confianza. También aprendió de las otras parejas y se llevó su propio libro lleno de recomendaciones y consejos.
“La ENA ha sido como una pequeña base para presentarme a esta competencia; pero Bailando en Cuba me aportó una experiencia incalculable. Me apropié de estilos que no conocía y ha sido una especie de comienzo de mi carrera, un resorte para saltar y lograr otras cosas.
“Por supuesto que yo sentía mucha presión frente al jurado, a las cámaras, al público, a esas personas que esperan lo mejor de ti. Superarme en el escenario fue una sensación extraña, rica, pero lo disfruté mucho”.
Para la pareja 8 de Bailando en Cuba, este espacio debe continuar saliendo al aire y perfeccionarse con el tiempo, porque hay muchos bailarines excepcionales que no son conocidos.
“Muy pocas veces uno tiene la suerte de ser reconocido tan ampliamente por el público. Es una bendición que ahora me paren en la calle y reconozcan mi trabajo. Eso me hace sentir muy bien. Yo llevo diez años trabajando, bailando, y pocos me conocían. Ahora, en solo tres meses, muchos valoran lo que hago. ¡Eso es sorprendente!”, comenta Osmany.
Para los ganadores, el hecho de que la Televisión cubana haya emitido un programa con estas características representa un gran avance para el entretenimiento y la cultura cubana.
“Algunas personas lo compararon con Para bailar, un espacio de televisión que se transmitió hace muchos años. Pero si ahora mismo fuéramos a bailar chachachá, sin montar ninguna coreografía, sería muy aburrido. Las coreografías agregan matices, pasos de otros estilos, y logran fusiones para hacer la presentación más amena y fortalecer la propuesta artística.
“Bailando en Cuba llegó a cada hogar los domingos en la noche, en un horario en que las familias cubanas están ansiosas por ver algo entretenido. Y creo que las críticas del pueblo han sido muy buenas. Me parece que la frecuencia de transmisión estuvo bien, aunque sería bueno imprimirle más dinamismo a los dos primeros programas, cuando se presenta a cada pareja”, piensa Osmany.
Aun así, el bailarín resintió un poco que la competencia fuese totalmente dirigida, y otras personas escogieran al coreógrafo y la música a ejecutar.
“No escogimos nada hasta el final, cuando pudimos seleccionar la música. Al principio no nos sentíamos cómodos con esa manera de hacer las cosas, pero tratábamos de mezclar las técnicas.
“Con esta primera experiencia se van a mejorar muchas cosas que nosotros planteamos. Queremos que la música no sea totalmente dirigida, que tengan en cuenta que podemos bailar varios estilos, y que nos den al menos tres posibilidades para escoger”, señaló.
Al ganador le gustaría también poder trabajar con diferentes coreógrafos durante el evento porque cada uno tiene su propio estilo, aparte de los aportes propios de los concursantes. En su opinión, eso enriquece el repertorio de los bailarines.
Por otra parte, consideró que los tres miembros del jurado son personalidades de la danza que hicieron muy buen papel en el programa; pero a veces tenían en cuenta aspectos en los que no intervenían directamente los bailarines, a pesar de que estos últimos eran quienes daban la cara en la competencia.
“Por ejemplo, el vestuario o el peinado no lo escogíamos nosotros, sino un grupo de personas que nos asesoraban. El público piensa enseguida que nosotros nos peinamos mal si el jurado nos hace una crítica respecto a eso. También hubo muchas críticas a las coreografías, cuando en realidad se las debieron hacer a los coreógrafos. Los bailarines recibimos todos los golpes todo el tiempo”, se queja Osmany.
Para ellos, el gran premio significó una beca en una prestigiosa academia de baile en Italia; y aseguraron que fue muy interesante el hecho de que en La Habana se acogiera bien la idea de que los ganadores fuesen del oriente del país. Osmany es de Holguín y Jara de Santiago de Cuba.
“Hubo un señor que me dijo que era la primera vez que ganaba un oriental y que el habanero lo asimilaba tan fácilmente (ríe). Creo que eso fue gracias a nuestro esfuerzo. No obstante, las tres parejas que estuvimos en la final nos merecíamos el premio. Más que ganar, la meta era hacerlo bien”, concluyó Osmany.