Menos mal que Danza Contemporánea de Cuba (DCC) no está segmentada por categorías porque ¿a quién dejamos para el cuerpo de baile? El trabajo, la solidez, la seguridad, requieren tiempo. Esta compañía “todos estrellas” acaba de celebrar 57 años de fundada con una gran magnitud de energía, envidiable versatilidad, carácter propio y un invitado especial, el bailarín estadounidense Rasta Thomas.
La reciente temporada en el Teatro Mella de La Habana se inauguró el 25 de septiembre con el estreno de Otros caprichos, de la coreógrafa catalana Angels Margarit Viñals, a partir de composiciones del virtuoso violinista italiano Niccolo Paganini.
“Mi propósito fue reinterpretar cada capricho con una propuesta coreográfica, en función de la idea de visualizar la música en el espacio mediante el movimiento, o bien en el cuerpo del bailarín o en la relación entre los cuerpos, o bien en el espacio mismo con la coreografía”, comentó la creadora.
Otros caprichos llegó al espectador como un juego en el que los bailarines hacían parecer fácil lo difícil. Una propuesta de más de una hora de movimientos asincrónicos no suele ser lo usual para la compañía y la coreógrafa catalana convirtió a cada uno de los bailarines en personajes exóticos, rompió la habitual uniformidad para intensificar la visión de cada danzante como una compleja individualidad.
“La obra tiene muy pocos unísonos, mi interés era dar una libertad en la forma y de alguna manera buscar una coralidad no desde la igualdad sino desde la diversidad”, explicó Angels, distinguida con el Premio Nacional de Danza de España (2010) y otros lauros en Francia y Suiza.
De acuerdo con la creadora, la pieza refleja en parte una situación actual en su país, donde está muy difícil el trabajo, los bailarines se encuentran poco tiempo para trabajar y eso los limita a no poder coreografiar casi nunca en grupo.
“Con Otros caprichos intenté buscar maneras que desde la libertad y la responsabilidad individual me permitieran concebir piezas corales”, sostuvo consciente de que su obra comenzó a transitar un camino, “porque las piezas el día del estreno empiezan a andar y luego hay un largo recorrido para integrar ese material a un grupo”.
Viñals elogió el talento natural y el amor por la danza predominante dentro de DCC, una compañía que calificó de fantástica.
“En Cuba, la gente estudia danza durante mucho tiempo, por algo tienen un nivel altísimo desde muy jóvenes y es grandioso poder trabajar con personas así”, aseveró.
Además del estreno mundial de Otros caprichos, el conjunto dirigido por Miguel Iglesias repuso del 25 al 27 de septiembre obras montadas en años recientes como Reversible, de la creadora belga-colombiana Annabelle López-Ochoa; El Crystal, del cubano Julio César Iglesias; y Matria Etnocentra, del coterráneo George Céspedes.
El Crystal nos avoca una deconstrucción de la sociedad de segunda mitad del siglo XX, con sus escepticismos y agresividades, altas dosis de manipulación, amasijo de límites entre los géneros y la anulación del individuo para dar paso a la “masa”. Los bailarines asumieron las ideas del coreógrafo como estelares histriones, partícipes y cómplices de una industria cultural tendente a los estereotipos y en función de ser vistos y aceptados dentro de la norma, como si solo eso importara. La carga de ironía de los artistas aporta disfrute, al menos para el espectador. No hay dudas de que la pieza es un retrato social duro, aún sin límite de caducidad, y una carta de triunfo para la compañía.
Reversible, por su parte, dio una nota de lirismo al programa. La obra desborda sensualidad, explora y debate sobre lo femenino y lo masculino, en base a la teoría de que el alma no tiene género, suscrita por la coreógrafa. Un principio y un final pletórico de formas tribales invitan a apreciar (tal vez no desprendernos totalmente) del instinto primitivo. Para concluir, un foco, cual sol poniente, redondea la poesía de la escena, dejando al espectador sin aliento.
Con Matria Etnocentra, George Céspedes completó este año una trilogía que tuvo como inspiración la música cubana. Las piezas precedentes, Mambo 3XXI e Identidad a la menos uno, recibieron excelentes críticas internacionales, especialmente la primera, que junto a DCC estuvo nominada en 2010 a los Premios Laurence Olivier y TMA (Theatre Award) en Gran Bretaña, en la categoría de danza. También en el país europeo, los críticos compararon a Céspedes con una joven Twyla Tharp y en The Times declararon la pieza Mambo 3XXI como un triunfo estimulante de gran escala.
El joven creador cubano ganó el Premio Iberoamericano de Coreografía en 2002, y siete años después DCC obtuvo el Premio Luna en México por una versión suya de Carmina Burana, en el Auditorio Nacional. Matria nació con la marca de sus precursoras, intensa y reclamante de un altísimo nivel de coordinación, mezclada con tal grado de altivez y altanería que al cierre de la función, luego de haber transitado por un repertorio diverso y agudo, pudiera pensarse en disculpar una falta y no es necesario. En DCC no hay que justificar a nadie, los bailarines bailan lesionados y no se nota, bailan todas las obras y tampoco dejan ver el cansancio, el nivel no padece. El último día de funciones incluso bailaron entre goteras y nadie modificó trayectoria alguna en el espacio. Ni la lluvia mermó la asistencia de público.
Los espectáculos del 26 y 27 de septiembre contaron con la participación del bailarín estadounidense Rasta Thomas, quien estrenó Gimme All Your Love, una creación de Brandon Russel, bailarín, maestro y coreógrafo de Dance Theatre of Harlem y Bad Boys of Dance, a partir de un tema reciente del grupo de blues-rock Alabama Shakes, de Estados Unidos. Rasta estampó un contraste con un estilo de baile en la cuerda del pop. Acababa de verse El Crystal, pura danza contemporánea y texto de muy difícil decodificación, representado con una excelente técnica, saltos, torciones, giros en el aire y no solo protagonizados por varones. Para mayor impacto, las mujeres los realizan cómodamente y además partnean a los hombres, cargan a otros o sirven de apoyo en cargadas.
Cuando Rasta salió al escenario, ya el público estaba impresionado con más de una pericia técnica. Dicho en lenguaje popular, le habían dejado la escena caliente. No obstante, una sólida base clásica se impone y le aporta limpieza y virtuosismo a su baile, que distingue con algún aire de arte marcial y claros componentes urbanos de su país, movimientos de break dance y la gracia de un artista experimentado.
Además, Thomas interpretó Bumble Bee, una coreografía de Milton Myers sobre la famosa composición del ruso Nikolai Rimsky-Korsakov conocida en español como El vuelo del moscardón. Aquí su interpretación confirmó la madurez y potente forma física. Quizás, ambos solos fueron demasiado cortos, muchos espectadores se quedaron con ganas de disfrutar al célebre bailarín durante más tiempo. Esa suerte la tendrá el público mexicano pues Rasta viajó a Cuba atraído por la versión realizada por Georges Céspedes de la obra Carmina Burana, para DCC, y junto a ella planea bailarla los próximos 7 y 8 de octubre en el Auditorio Nacional de México. Esta no será la primera vez, sino la segunda en esa obra y escenario con el conjunto cubano, que igualmente ha compartido la pieza con otros invitados de lujo como la española Tamara Rojo, actual directora y primera bailarina del English National Ballet, y el cubano José Manuel Carreño, director en estos momentos del Ballet de San José, en Estados Unidos.
Este año, DCC estrenó siete obras de creadores cubanos y extranjeros, y a partir de marzo de 2016 con el auspicio del British Council iniciará la primera etapa del proyecto Islas creativas, con el objetivo de desarrollar talleres para el fomento de nuevos coreógrafos y nuevas obras para la compañía. No olvidemos que se trata de una agrupación multifacética que pese a salidas y entradas de bailarines ha sabido conservar su fuerza y frescura, su intensa poesía dentro de un estilo ajeno a todos los esteticismos manidos e inscrito entre lo más contemporáneo de la profesión.
Los bailarines son capaces de articular imágenes espléndidas y conmovedoras, y, sin dudas, la compañía como cuerpo de baile posee personalidad escénica. Esa unidad con identidad propia impresiona. Algunos espectadores se preguntan por qué las células de ese órgano vital tienen vidas tan remotas y anónimas.
El porte adquirido por la compañía con los años permite a sus bailarines pararse en escena con la actitud soberbia ya habitual y no precisan identificación sonora o escrita. En Cuba, quien no haya visto a la agrupación tiene una idea incompleta de la danza, un vacío pendiente, y no significa que otros conjuntos del país no tengan el poder o el suficiente talento para ampliar el camino profesional abierto a mediados del siglo XX por los iniciadores del movimiento danzario moderno en Cuba. Por fortuna o azar concurrente, en esta isla el talento natural para la danza aflora espontáneo y existen varias compañía de respeto, mas ninguna tan camaleónica y preparada para jugar con la técnica durante horas y trocar el cansancio en energía.
En contraposición con el progresivo deterioro del Ballet Nacional de Cuba, la principal compañía clásica del país, DCC ha sorteado mejor inclemencias económicas superiores, ha sabido adaptarse y actuar según los tiempos y con menos apoyo de la prensa nacional, con muchas menos palabras de aliento y escaso reconocimiento de las autoridades locales para su nivel. Si una lección pudiera servir a otras empresas sería esa, la de sortear escollos con inteligencia y, pese a todo, saber promover la creación, aprender a sobrevivir sin envejecer.
A propósito, cada vez, un público más joven acude a las funciones de la compañía con la expectativa de aprehender algo dentro del universo infinito de la danza. El hecho de que estudiantes y estudiosos de diversas artes compartan un sentimiento de aportación, y regresen al teatro como a una clase, debería ser indicador de bien. Ciertamente, satisface encontrar algo que nutra el alma, y DCC da sentido al retorno y a nuevas búsquedas.