“Comunidad”: un camino para el Conjunto Folklórico
La obra, que mereció la ovación del público en su estreno mundial, se basa en cantos, danzas y toques de origen bantú, que adquirieron singular fisonomía en los campos de Cuba.
Con el estreno este fin de semana del espectáculo Comunidad, del primer bailarín y director del Conjunto Folklórico Nacional, Leiván García, la más emblemática de las compañías profesionales de las danzas tradicionales y populares del país ha dado un paso en el camino correcto: no se trata de reproducir un acervo, como si de refundar un nuevo foco se tratara. Corresponde recrear, honrar un legado partiendo de una estilización consciente, asumir las posibilidades de la escena para consolidar referentes artísticos.
Con demasiados equívocos ha debido lidiar el Conjunto, arraigados en cierto sector del público. La agrupación no debe instaurar un dogma, ni siquiera representarlo. La suya tiene que ser una vocación decididamente espectacular. Se hace arte, eso es lo primero. Contexto, etnografía, religión, historia, antropología, sociología… son asideros de ese arte, pero no el arte en sí. Y la danza no será nunca objeto de museo.
Hay que aplaudir el empeño de García, a todas luces un líder; hay que saludar el entusiasmo, la fuerza, el compromiso de un elenco que está apostando por un proyecto cultural pujante en tiempos de tanta apatía y abatimiento. Más allá de la ovación del público que llenó la sala Avellaneda del Teatro Nacional este fin de semana, estos artistas merecen estímulo y reconocimiento. Satisface comprobar que en el Conjunto se trabaja todos los días, se monta y se estrena… incluso, se experimenta.
Comunidad se basa en cantos, danzas y toques de origen bantú, que adquirieron singular fisonomía en los campos de Cuba. Se inspira, según reconoce su creador, en el tan renombrado Ciclo congo que estrenó la compañía en sus años fundacionales. He aquí otra virtud de la propuesta: se parte de un notable trabajo de investigación, que engloba no solo la matriz de un fenómeno cultural sino además búsquedas formales. Se han hecho confluir las particularidades de una práctica (las danzas de Palo, Garabato, Yuca, Macuta y del Maní) y dinámicas que remiten, con mayor o menor diafanidad, a la técnica y el estilo de la danza moderna cubana. E incluso, a cierta estética del cabaret y el teatro musical, que se enfatiza por el diseño de luces.
Quizá esa pretensión integradora debió blindar algunas fronteras, pues determinadas pautas del movimiento parecen en escena adiciones o estilizaciones extemporáneas… más que expresión orgánica. Lo más convincente del planteamiento son las recreaciones decididas del material folclórico. Y son también las que mejor se resuelven en el espacio.
El dinamismo de las formaciones, la geometría del desplazamiento escénico, el trabajo con planos diferenciados tributan a una espectacularidad impetuosa. Tiene que ver con ese espíritu catártico y ritual que marca parte del repertorio de la compañía. Hay pulso, inventiva y carácter a la hora de concretarlo en las dinámicas grupales.
Menos conseguidas resultan algunas escenas de los bailarines protagonistas, en las que se hace evidente el regodeo en una pauta dramática, teatral. Y es aquí donde se resiente el entramado. La historia de reconocimiento y reafirmación de una identidad defendida por los cuatro personajes principales no está lo suficientemente anclada, no logra impulsar del todo el engranaje escénico… y termina por debatirse muchas veces en pura retórica. Mucho más sugerente y estimulante resulta la interacción de esos solistas con el cuerpo de baile. La narración, se ha dicho muchas veces, es un gran desafío.
Satisface asistir a un espectáculo tan integrador, interdisciplinario, que aúna tantos impulsos creativos. Esto habla de una compañía que quiere trascender esquematismos y cánones reduccionistas. Comunidad apuesta por el vuelo y la factura; aunque no todas las piezas encajen siempre a plenitud; en la relación de la Orquesta Sinfónica Nacional y la partitura del talentoso Alejandro Falcón con lo que se baila, por ejemplo, se vislumbran en ocasiones densidades disímiles. El Coro Nacional de Cuba dialoga mejor con los bailarines.
Particularmente emotiva fue la participación de figuras históricas del Conjunto Folklórico Nacional o de la danza de inspiración folclórica en las presentaciones. Domingo Pao, Johannes García, Alfredo O’Farrill, Carlos Orlando Pérez González… son auténticos maestros, y una de las motivaciones expresas del espectáculo es rendir tributo a los que han marcado el devenir de la agrupación.
Comunidad es un paso en un camino demandante. Quizá la diversidad de expectativas haya lastrado en alguna medida la cohesión definitiva de la pieza. Pero insisto: es el camino correcto. Y resulta alentador que los bailarines sigan a su director y coreógrafo con tan explícito entusiasmo. El elenco es buena medida joven, muy joven, y hay calidades distintas… pero se baila con ganas, con energía, con sentido de la obra colectiva. Hay talento, deseos, compromiso, potencial… El público ha aplaudido sin reservas esa entrega.
Periodista, fotógrafo, "narrador de historias". Va por la vida mirando y escuchando, con una curiosidad casi infantil, para después contarlo todo en crónicas muy personales, que a algunos pueden parecerles exageradas (y es probable que tengan razón). Dice que la memoria es mitad realidad y mitad pura invención.