El bailarín cubano Carlos Acosta, que nació en La Habana en 1973, tiene recuerdos muy precisos sobre comidas y sabores de su infancia y su adolescencia.
Algunos de ellos los reveló en una reciente entrevista para The Guardian, en la que recordó haber comido chocolate por primera vez a los diez años.
“No teníamos chocolate en casa y no había ningún lugar en Los Pinos para conseguirlo”. El actual director del Birminham Royal Ballet recordó que una maestra le regaló una pequeña barra. “Recuerdo haber ido a casa, sentarme con mi hermana y cortar cada pieza de chocolate en cuatro. Luego, cada cuadrado en partes más pequeñas.”
A Acosta le llegó el Período Especial en plena adolescencia mientras crecía y necesitaba más energía de la habitual. En esa época se convirtió en adicto al azúcar.
Cuenta que “cada clase de ballet duraba una hora y media. En realidad sentía hambre constante. El desayuno era a menudo un pan tostado que poníamos en la leche y le añadíamos azúcar”. Siempre intentaba repetir en el almuerzo.
Durante los almuerzos en la Escuela de Ballet “vigilaba a esas bailarinas que querían adelgazar, porque no siempre terminaban sus comidas. Algunas veces los rodeábamos como hienas hambrientas.”
Se acostumbró tanto a comer rápido que en la actualidad su esposa, Charlotte, le explica que es algo arraigado en su pasado. Se tiene que decir a sí mismo: “Cálmate, Carlos. Esta comida no se te va a ir.”
Acosta recuerda a “los tres mosqueteros” para los cubanos de su generación: arroz, chícharo y huevos.
Algunos más jóvenes ni siquiera tuvieron mosqueteros, ni siquiera pudieron aburrirse de este menú. Cuando empezó el Período Especial los huevos se convirtieron en un complemento de proteínas muy valioso en Cuba, y todavía lo son.
De los tres mosqueteros, reconoce Acosta, el arroz es esencial en la dieta del cubano: “Una comida puede ser arroz con frijoles, arroz con plátano, arroz con agua azucarada, arroz con huevo y, a veces, arroz con carne. Pero arroz, arroz, arroz.”
Cuando era niño, un día llegó a su casa y sintió un olor casi olvidado a carne asada. “Entonces me di cuenta de que mi mamá había asado a mis mascotas [dos conejos] y lloré mucho. Mi madre nos presionó para comérnoslo y lo hicimos. Obviamente, los conejos sabían muy bien: era un niño y me distraía. Estaba muy triste, pero comí.”
Su padre, narró el bailarín, era muy mal cocinero. Y, en ocasiones, le daba comida a los santos que podría haber sido para sus hijos.
“A veces cocinaba para nosotros, pero era como un experimento químico. (…) Rezábamos para que papá no cocinara.”
Contó que suele regalar bombones y lleva a Cuba granos, semillas y frutas que aporten mucha energía.
“Cuando me recomendaron que tenía que viajar para ver a mi madre [porque estaba muy enferma], fue bastante triste porque hablamos por teléfono y le pregunté: ‘¿Qué quieres que te lleve?’ Ella respondió: ‘Una lasaña’. Entonces, volé desde Londres con una lasaña, pero cuando llegué allí ella estaba muerta.”
En su compañía Acosta Danza, en La Habana, todos comen a la 1 de la tarde, juntos.
“Es importante que nos veamos como un colectivo y que tengamos buena onda el uno para el otro, que podamos desconectarnos del baile y que cada uno de nosotros traiga su propia vida y sus pensamientos y problemas a la mesa. Creo que mejora el baile al hacer una pausa para comer juntos.”
Su comida favorita…
Después de probar por primera vez el sushi en Houston, se fue aficionando y hoy se declara “absolutamente fanático”.
Las bebidas…
Ron añejo de 15 años; un buen merlot chileno; un Mojito.
Restaurante en La Habana…
“No se puede vencer a La Guarida por el ambiente y la comida.”
Un plato hecho por él…
Confiesa no ser buen cocinero, pero si alguien lo obliga le puede hacer un revoltillo con arroz y frijoles, o una pasta: “espagueti con cebolla, salsa de tomate y queso parmesano encima y listo.”
Fantastico ballerin!