La primera figura del American Ballet Theatre (ABT) Paloma Herrera difícilmente haya olvidado cierto corte de electricidad durante su última visita a La Habana, y no porque en su natal Buenos Aires o en su ciudad de residencia, Nueva York, existan pocas probabilidades de vivir uno, sino porque ocurrió en pleno Festival Internacional de Ballet mientras ella bailaba el clásico pas de deux de Cascanueces, al compás de la dulce música de Chaikovski. El apagón sorprendió a todos, la solidaridad del público brotó al instante, quienes tenían teléfonos celulares los prendieron, alzaron y agitaron, al estilo de un recital de música, para que Paloma y su partenaire Cory Stearn se sintieran acompañados y más importante aún, valorados. La pareja aguardó media hora al retorno del fluido eléctrico y continuó el espectáculo por decisión propia.
Los Bravos a Paloma le llueven cada vez que sube a un escenario cubano y este Festival tendrá una connotación especial porque será el último al que asista como bailarina, pues planea retirarse de la escena en 2015. La argentina fue la profesional más joven en alcanzar el rango de primera figura en el ABT, a los 20 años de edad. En aquella etapa de esplendor vino al Festival de La Habana de 1996, de la mano de José Manuel Carreño, a bailar Don Quijote y el pas de deux Diana y Acteón. Aquí fue proclamada como una promesa del ballet mundial y las predicciones no tardaron en cumplirse. En Estados Unidos, recibió hasta la Medalla de Oro de las Artes y dentro de unos meses cumplirá dos décadas en la cima de la compañía más célebre del país.
Herrera regresa acompañada de otra estrella del ABT, la cubana Xiomara Reyes, que igualmente ha actuado en los Festivales de 2010 y 2012. Comenzó su carrera en el Ballet Nacional de Cuba (BNC) y la continuó en el Real Ballet de Flandes, en Bélgica, el Joven Ballet de Francia, la compañía de Ballet del Sud, en Italia, el Nafsika Dance Theater, de Grecia, entre otras. En 2001, ingresó en el American y dos años después obtuvo la categoría de primera bailarina. Al igual que Herrera, Reyes anunció su retiro profesional para la primavera de 2015 y este será su último festival en la tierra Patria.
Las historias del ABT y el BNC nacieron entrelazadas desde el principio pues dos de los fundadores de la compañía cubana integraron el conjunto norteamericano en su primera década. La historia hubiese sido distinta si los esposos Alicia y Fernando Alonso no hubiesen apostado por el desarrollo de una carrera como bailarines en Estados Unidos. La emigración fue una necesidad para la pareja pues en Cuba, en plena década de 1930, no existía ninguna institución donde se estudiase la danza con fines profesionales.
“En aquella época había que ser médico o doctor en leyes, arquitecto, ingeniero, cualquier cosa menos bailarín. Eso era una locura. Eso no era una carrera”, explicó Fernando durante una vieja entrevista.
En Norteamérica, él y Alicia se vieron obligados a actuar en comedias musicales de Broadway, experiencia que si bien les aportaba artísticamente no eran su perfil ni propósito. Pero tras el nacimiento del Ballet Theatre en 1940, en Nueva York, la pareja proveniente del Ballet Mordkin y el Caravan vio los cielos abiertos. Allí, ambos artistas terminaron de formarse como profesionales y aprendieron en el intercambio con muchos de los más importantes maestros, bailarines y coreógrafos del siglo XX: Leonid Massine, Anthony Tudor, Jerome Robins, Mijaíl Fokin, Georges Balanchine, Agnes de Mille, entre otros hoy considerados personalidades históricas.
Dentro de aquella compañía, Alicia Alonso protagonizó por primera vez el clásico Giselle, el 2 de noviembre de 1943. Además, ella y Fernando bailaron en creaciones como Fancy free, de Jerome Robbins, una de las piezas que el American repuso en su visita a La Habana en 2010, y que debido a su éxito inicial en Estados Unidos fue llevado al musical On the Town, que popularizaría en el cine Gene Kelly.
En 1948, los directores de ABT, Lucia Chase y Rich Pleasant, suspendieron las actividades de la compañía por seis meses para buscar en ese plazo un nuevo presupuesto económico que les permitiese continuar. Fue esta la oportunidad que aprovecharon los jóvenes Alicia y Fernando para regresar a su país y fundar el Ballet de Cuba. A propósito del vacío de trabajo, la pareja propuso a sus colegas viajar a La Habana y la mayoría aceptó. Según los Alonso, el 80 por ciento del Ballet Theatre vino con ellos, incluyendo los dos directores de orquesta, Ben Steinberg y Max Goberman, y el director de escena, Joseph Bastien.
La historia del Ballet Nacional de Cuba (BNC) nació en ese momento. La mayoría de sus fundadores provenían del American y a Nueva York regresaron poco tiempo después, también Alicia, y apoyaron con sus talentos el desarrollo de la danza clásica en Estados Unidos.
Por mucho que absurdas políticas abogaran por la distancia entre una institución y otra, y de hecho, evitaron que el ABT visitara la Isla en 50 años, los lazos entre el ballet americano y el cubano comenzaron a tejerse en el corazón de Nueva York en la primera mitad del siglo XX.
Sin el American la historia del ballet cubano sería distinta, y aún de existir los Festivales Internacionales probablemente se realizarían en otra fecha.
La otra gran compañía estadounindense
Estados Unidos tiene otra gran compañía reconocida por los medios de prensa del planeta como puntal en el país junto al ABT, se trata del New York City Ballet (NYCB), cuya historia de cierto modo también está relacionada con la del BNC. Un grupo de bailarines de esa institución actuó en la isla caribeña por primera vez en 2010 pero NYCB y BNC nacieron en el mismo año, 1948, a manos de artistas que trabajaron juntos y se admiraron mutuamente. Al igual que los Alonso, George Balanchine y Lincoln Kirstein sembraron un legado para la posteridad con la compañía norteamericana.
Sin dudas, un atractivo de lujo del XXIV Festival serán las actuaciones de representantes del NYCB pues todos exhiben excelentes currículos. El español Gonzalo García conquistó la medalla de oro y el Gran Prix de Lausana, Suiza, uno de los certámenes de mayor prestigio mundial. Integró el elenco del San Francisco Ballet hasta ser ascendido a los primeros puestos y decidió aceptar un contrato de primer bailarín en NYCB desde 2007. El también español, Joaquín de Luz obtuvo la medalla de oro en la Competencia Internacional de Ballet Rudolf Nureyev celebrada en Budapest, Hungría, en 1996, y ha formado parte del Ballet de Pennsylvania y el ABT, en calidad de estrella invitada. En 2003, integró el NYCB, donde ostenta el rango de bailarín principal desde 2005 y está considerado uno de las más brillantes exponentes de la danza masculina actual.
Por su parte, la norteamericana Ashley Bouder es primera bailarina de la compañía desde 2005 y la crítica de su país sitúa su dominio técnico entre los más altos. Igualmente de Estados Unidos, Georgina Pazcoguin emerge ahora como una de las solistas más prometedoras de NYCB, un rango que alcanzó el pasado año, luego de recibir el Premio del Público en el Festival de Cine del Suroeste por su participación en el filme NYExport: Opus Jazz, basado en el ballet homónimo de Jerome Robbins. Mientras el joven, natural de California, Adrian Danchig-Waring recibió recientemente el rango de bailarín principal, así que se encuentra apenas al inicio de su carrera.
Sin embargo, más allá de los excelentes artistas que reúne el conjunto, lo relevante y revelador suele ser el estilo que interpretan pues si alguien supo entender y llevar a la danza el modo de vida de un pueblo fue Balanchine, quien a pesar de haber nacido en Georgia cuando emigró a Estados Unidos en 1933 se convirtió en un excelente observador de la cultura de aquel país.
Este extraordinario coreógrafo expresó su admiración por el estilo de vida en Norteamérica mediante la danza. Sus creaciones transpiran la identidad de una nación, la idiosincrasia de un pueblo y la dinámica social acelerada de la urbe más poblada del país, Nueva York.
Balanchine comprendía la danza como un espectáculo visual. Creía que lo importante no era la historia sino el movimiento en sí mismo. Intentaba seducir al público a través de la visión. Eso quedó claro en la estilizada Chaconne, el explosivo Stras and stripes, inspirado en la bandera norteamericana, y el no menos enérgico Who cares? (¿A quién le importa?), que un grupo de estrellas del NYCB interpretó en el teatro Mella de la capital cubana en 2010. Aquel conjunto lució una estética que trascendió como estilo y trasladó a la danza el efectismo propio de la sociedad del espectáculo.
No por gusto algunos han llamado a Balanchine el padre del ballet norteamericano. En la edición XXIV del Festival, podremos disfrutar de una escena de esa obra interpretada por dos artistas de la compañía, además del complejo pas de deux Chaikovski y un fragmento del ballet Joyas, estos últimos interpretados por Paloma Herrera y Gonzalo García.
Toda obra de Balanchine es reveladora. Como fuentes de inspiración el propio coreógrafo citaba el dinamismo de la vida contemporánea, a un ritmo vertiginoso, complejo. En los años 40 del siglo XX, Estados Unidos se convertía en el país más desarrollado del planeta. La industria inmobiliaria poblaba la capital cultural, Nueva York, de imponentes rascacielos que también tocaron el corazón del maestro. Él postuló a la mujer excesivamente flaca, de poco busto y esbelta como prototipo ideal para la bailarina de ballet. No buscaba curvas, sino rectas y piernas altas, como aquellos edificios.
Las creaciones de George Balanchine traslucen su amplia cultura musical y un reflejo de la fastuosidad de un país que a pesar de cualquier situación privilegia las apariencias y las celebraciones.
No debe olvidarse que Balanchine creó su famoso Tema y variaciones en 1947, especialmente para Alicia Alonso e Igor Youskévitch. Además, en el estreno mundial Fernando Alonso interpretaba una de las cuatro parejas solistas junto a la norteamericana Melissa Hayden. Y de hecho, con ese título el ABT rindió homenaje a la prima ballerina absoluta cubana, durante las funciones ofrecidas el 3 y 4 de noviembre de 2010, en el Teatro Karl Marx de la Habana.
En esta ocasión, los artistas del NYCB bailarán Other dances, de Jerome Robbins, y regalarán el estreno en Cuba de una pieza de Christopher Wheeldon, considerado uno de los grandes coreógrafos del momento. El grupo que participó en el Festival de 2010 estrenó entonces Liturgy, del propio Wheeldon y ofreció cierta dosis de romanticismo con Int the night, de Robbins.
En ambas piezas el desplazamiento continuo por el espacio, la complejidad de los parneos, la coordinación de cabeza y brazos, y la elegancia que envolvía todo en una apariencia de suavidad y disfrute, exigieron gran profesionalismo a los artistas y el resultado terminó en prolongadas ovaciones.
Otros artistas norteamericanos en cartelera
El venidero Festival permitirá disfrutar por primera vez de las capacidades técnicas del estadounidense Brooklyn Mack, primera figura del Ballet de Washington, que actuará junto una artista consagrada de la isla, Viengsay Valdés. Mack debe ser un bailarín muy explosivo para compartir con la cubana Diana y Acteón y Don Quijote, dos “caballos de batalla” según los expertos en danza clásica. Valdés fue reconocida recientemente en un documental sobre la historia del ballet como una de las grandes intérpretes a nivel mundial del personaje de Kitry, de Don Quijote. Mack ostenta la medalla de plata del Concurso Internacional de Ballet de Jackson, Mississippi del año 2006, el Premio Princesa Grace (2007), y otras preseas de plata y bronce en certámenes de Europa y Asia.
Por su parte, el solista del Ballet de Cincinatti, Estados Unidos, Rodrigo Almarales, debuta en su tierra natal y lo hará junto a una joven promesa del BNC, la bailarina principal Grettel Morejón, en dos pas de deux que ella borda con exquisitez, Coppelia y Las llamas de París. Almarales cosechó medallas en concursos de Bulgaria, Corea y Finlandia y ha hecho carrera en el Ballet de la Ópera Alemana del Rhin, en Alemania, el Ballet de Boston, Estados Unidos, y Cincinatti, donde se mantiene en la actualidad.
De las compañías establecidas en Norteamérica, la Pontus Lidberg Dance actuará por primera vez en La Habana con un interesante programa de obras contemporáneas creadas por su fundador Pontus Lidberg, coreógrafo y bailarín sueco calificado por la prensa de su país como uno de sus más grandes talentos coreográficos en el siglo XXI.
El Ballet Hispánico de Nueva York se describe a sí misma como “la principal compañía de danza representativa de la cultura hispánica en Estados Unidos”. El conjunto fundado en 1970 por la bailarina y coreógrafa venezolano-americana Tina Ramírez, refleja en la danza algunas de las experiencias de los hispanos y latinoamericanos.
La compañía ostenta la Medalla Nacional de las Artes, el más alto honor cultural de la nación, y las obras previstas para presentar en Cuba cuentan con críticas elogiosas en el New York Times. Una de ellas, Sombrerísimo, pertenece a la creadora belga colombiana Annabelle López Ochoa, quien goza de prestigio en Cuba por su montaje exclusivo para el Ballet Nacional de Celeste, una pieza que se repondrá en la noche del 1 de noviembre en el Teatro Nacional, dentro del Festival.
Además, aparece en programa Asuka, del coreógrafo cubano-americano Eduardo Vilaro, actual director del Ballet Hispánico. Esta pieza, en homenaje a una reina de la salsa cubana, la fallecida Celia Cruz, incluye la interpretación de Yemaya, Tu Voz, Te Busco, Pa’ la Paloma, Agua Pa’ Mí y Guantanamera, más el tierno Drume Negrita de otro sensacional músico del archipiélago caribeño, Bola de Nieve.
La obra puede ser un pretexto de acercamiento para cubanos de cualquier parte de la geografía, en favor del respeto y el cultivo de lazos culturales. Las relaciones de Estados Unidos y Cuba en el terreno de la danza no son nuevas ni extrañas, siguen siendo naturales y quien lo dude que vaya a los teatros a ver cómo el pueblo recibe a los artistas y las obras.