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Gabriela Druyet (La Habana, 2001) está en un buen momento de su carrera. A sus 23 años, la intérprete acaba de ser promovida a la categoría de bailarina principal del Ballet Nacional de Cuba; se graduó de la Universidad de las Artes (ISA), en la licenciatura de Arte Danzario, y en abril pasado realizó su debut en el protagónico del clásico El lago de los cisnes, en la versión coreográfica de Alicia Alonso —sobre la original de Marius Petipa y Lev Ivánov—, un paso decisivo en su carrera.
Cuando aún era solista de la compañía insignia de la danza clásica cubana, Druyet salió a escena el pasado 25 de abril para inaugurar la breve temporada de presentaciones que ofreció el Ballet Nacional de Cuba, previo a su extensa gira por ciudades de China. Durante el periplo asiático, Gabriela ha seguido presentándose con el personaje de Odette/Odile. Lo vivido ya representa una marca notable en el quehacer artístico de la habanera, oriunda del municipio Arroyo Naranjo, cuyo camino en la danza apunta en buenas direcciones.
“Gabriela es el cisne”, me comentó, previo al debut de la artista, Maina Gielgud, una figura mítica de la danza que tuvo a su cargo parte de los ensayos de la joven; también contó con la habitual guía de la regisseur de la compañía, Svetlana Ballester.
“Antes de salir a escena tenía los nervios a flor de piel. No sé lo que esperaba el público, tal vez tenían las expectativas muy altas —la ovación al final fue rotunda—. Yo solo pensaba que lo quería disfrutar, porque cuando uno se relaja lo técnico sale; solo debía enfocarme para que el público creyera la historia y disfrutara conmigo. Cuando salí a escena, sentí que podía enfrentar lo que viniera; me concentré en ser Odette, luego Odile, y todo lo que conlleva asumir esos dos papeles”, contó a OnCuba.
No es habitual que una bailarina solista interprete el rol protagónico de un ballet como El lago de los cisnes, habitualmente reservado a primeras figuras. Por ello, que Gabriela Druyet diera este paso al frente da muestras de que vieron en ella cualidades y valores meritorios. La joven ya había interpretado parte de este ballet, con 15 años, en su etapa escolar, aunque no se trataba de la misma exigencia. “No es igual. Ahora soy profesional. Yo bailaba el cisne blanco y una compañera, el cisne negro. Durante la escuela lo hice y eso me permitió ahora incorporar el personaje de manera más cómoda, para poder aprovecharlo aún más”, rememora.
“Es un papel muy difícil —explica— en cuanto a interpretación, el cambio de roles: uno es muy lánguido, sufrido, y el cisne negro es el control, la maldad. Técnicamente, es un ballet exigente; el trabajo de los brazos es decisivo. Desde el primer momento, la maestra Svetlana Ballester me ayudó mucho, y la verdad es que cuando el maestro está contento, eso me motiva más. Todos los ensayos fluyeron muy bien, fui muy receptiva”.
Gabriela Druyet supo en noviembre, durante el pasado 28vo Festival Internacional de Ballet de La Habana, que asumiría el protagónico para la gira por China, pero no sabía que debutaría, primero, en la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba. “La Habana impone mayor presión; estás en tu país, con tu gente, es distinto”, asegura.

Confiesa que Sadaise Arencibia fue una inspiración directa para construir su interpretación en El lago. “Ella para mí es un cisne, por su figura, el movimiento de sus brazos. Me ayudó, sobre todo con el adagio. Annette Delgado también. Yo trataba de coger herramientas de ellas. También vi bailarinas de otros países que tienen unas figuras y brazos espectaculares. Durante el festival, la maestra me dijo que me fijara en María Ilyushkina”.
Más allá de estas notables influencias, Druyet sitúa entre sus referentes a la argentina Marianela Núñez, la rusa Natalia Osipova y la estadounidense Misty Copeland.
“Copeland me encanta, es preciosa. Me identifico con ella por su color de piel, es afrodescendiente y su historia de superación es inspiradora. Recibí clases de ella cuando estuvo en Cuba y fue una experiencia tremenda: cuando daba la clase y la veías sacar la pierna, todos nos quedábamos embobados”, recuerda.
Una historia de evolución en la danza
Gabriela Druyet llega puntual a la cita pactada en la sede del Ballet Nacional de Cuba, en El Vedado. Es lunes 28 de abril, jornada de descanso para la formación. La compañía partirá pronto a su gira por ciudades de China, y el día anterior cerraron en la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba la temporada de tres presentaciones de El lago de los cisnes.
Hace menos de 24 horas Druyet estaba sobre el escenario, interpretando la danza española del tercer acto del ballet que dos días antes había protagonizado como Odette/Odile. Ahora conversa con la satisfacción de haber cumplido un sueño: interpretar su primer ballet clásico completo, aunque previamente había experimentado otros debuts notables, como el Hada Garapiñada en Cascanueces o el protagónico del grand pas Paquita. Gabriela no disimula su emoción con lo que está viviendo, parte esencial de un camino que viene recorriendo desde hace algún tiempo.
¿Cómo llega el ballet a tu vida?
Mi hermana es dos años mayor que yo y empezó en el ballet primero, en los talleres de Prodanza. Yo iba a verla a las funciones que hacían y me parecía bonito, pero no me imaginaba haciendo eso. Entonces mi mamá empezó a llevarme a aquellos talleres y la maestra le dijo que tenía condiciones, que me siguiera llevando.
Al principio no me gustaba porque veía que las niñas sufrían, lloraban, y no quería eso. Pero mi mamá insistió; yo tendría unos 5 años de edad. Luego mi mamá me pasó a baile español en Bebé Compañía, de Bertha Casañas; ahí estuve alrededor de un año. No era lo que yo quería, pero mi mamá y mi abuela insistían. Mi abuela siempre quiso que estuviéramos vinculadas al arte. Ella era muy entusiasta en ese sentido. Nació en Guantánamo. Desde allá siempre fue muy buena estudiante, sobresaliente, con dotes de mando, y tenía sensibilidad artística. Es una mujer muy correcta y elegante.

¿Cuál fue su reacción al ver a la nieta estrenarse en El lago de los cisnes?
Se quedó encantada. No se lo creía, porque pensaba que, tal vez, no tendría la oportunidad de hacer ese debut en mi carrera. Al menos no lo esperaba tan pronto, porque hay ciertos papeles que se dificulta llegar a hacerlos. Cuando me vio, estaba emocionada. Después de tanta insistencia, que yo lograra algo así, para ella fue algo grande.
Volvamos a la historia. Luego de Bebé Compañía, me llevaron a los talleres en la Escuela Nacional de Ballet, pero seguía sin gustarme del todo. Mi hermana me ha acompañado en todo ese camino y siempre ha sido muy exigente en los consejos.
Entonces vinieron las pruebas de captación para entrar a la Escuela Nacional de Ballet y las aprobé. Cuando vi mi primera evolución, me animé; vi que no estaba tan mal como pensaba. Tenía 9 años. A partir de ahí, me esforcé para desarrollar ese camino. Desde ese momento, empezó a gustarme el ballet.

En esos años de estudio tuve un desarrollo normal, con notas estándar, aunque uno siempre quiere ser el mejor de la clase. Así fui, poco a poco, hasta que en 4to año de nivel elemental —el equivalente al octavo grado en secundaria básica— participé en el concurso internacional de academias de ballet, en la categoría juvenil, y obtuve mi primera medalla de plata. Eso me motivó más.
Luego llegó el nivel medio, donde empiezo a bailar con Ányelo Montero. Ambos teníamos el mismo nivel y lo primero que hicimos juntos fue Blancanieves, un pas de deux que vimos de Tamara Rojo e Iñaki Urlezaga. Desde el primer ensayo siempre nos grabamos, para verlo luego y entender qué podíamos mejorar. Yo veía aquello y no pensé que lo lograríamos, pero la maestra ensayadora Lourdes Arnau era muy detallista y dedicada con nosotros. Ese trabajo nos permitió mejorar notablemente.
Con ese pas de deux nos presentamos al concurso de academias, obtuve medalla de oro en variación femenina y fuimos la mejor pareja.

Debe haber sido ser emocionante que justamente Ányelo Montero —primer bailarín del Ballet Nacional de Cuba— te acompañara en tu debut como Odette/Odile.
Fue maravilloso, y sé que nos vemos bien en escena. A quienes nos conocen les trae recuerdos de la etapa escolar. Que él estuviera me generó tranquilidad, confianza. Es un estupendo partenaire y crecimos juntos. Es algo muy motivador.
¿Cómo recuerdas tu entrada al Ballet Nacional de Cuba?
Fue un día muy tenso; hicimos el examen estatal aquí, en la clase de ballet. Éramos siete muchachas y aprobamos seis.
Se trataba de un lugar nuevo, sentíamos la presión al ver el claustro de maestros del Ballet Nacional de Cuba. No es cualquier cosa; es la compañía más importante del país. Sin embargo, fue un buen examen. Era el primer paso para conseguir lo que quería, para comenzar mi carrera profesional. Cuando dieron los resultados, el alivio fue enorme. A partir de ahí, era cuestión de seguir mejorando, seguir creciendo dentro de la compañía. Los primeros papeles que hice fueron como parte del cuerpo de baile: la corte en Giselle.
¿Cuál fue el primer papel que te dio destaque técnico?
Fue la variación El Amanecer, del ballet Coppelia. Fue el primer papel destacado que hice.
¿Cómo se vive ese primer momento en el que estás sola bailando frente al público?
Esa variación para mí fue un reto importante. Íbamos a bailar Coppelia antes de que llegara la pandemia de COVID-19; estábamos preparando el montaje, incluso nos íbamos a graduar dos días después del imprevisto cierre y el inicio de la cuarentena. Debimos esperar a finales de 2020 para graduarnos.
Antes, mientras preparaban el ballet —yo aún no formaba parte del elenco—, estaba en mis seis meses de práctica laboral en la compañía. Pero yo, junto a otra amiga, me metía en el ensayo de esa variación, donde estaban Grettel Morejón, Claudia García, Katherine Ochoa… gente talentosa, ensayadas por María Elena Llorente.
Un día viene Viengsay [Valdés] para ver el ensayo y, después de ver al elenco —nosotras estábamos mirando—, ella pide verme. Me puse nerviosa, pero lo enfrenté. De eso se trata esto: hacerlo y salir de tu zona de confort. Lo intenté y no sentí que lo hiciera tan mal. Entonces me dijeron que siguiera preparándome, ensayando. Vino la pandemia y se acabó todo. Luego regresamos y volvimos a prepararnos para Coppelia.
Ese tiempo de reclusión fue muy frustrante, porque era un momento en el que yo estaba encontrando mi sitio. No es lo mismo ensayar en tu casa y hacer los ejercicios, que hacerlos en el salón de la compañía, como debe ser.
Coppelia fue el primer papel que hice como solista. Después interpreté a Mercedes, en el primer acto de Don Quijote, y también hice Rítmicas con Yunior Palma, otro reto grande. Cada estreno ha sido un poco estresante, una tensión. Ya cuando lo has hecho varias veces, disfrutas mucho más del personaje. Generalmente, cuando lo haces por primera vez, estás pensando en que todo te quede bien, en la técnica, y a veces se nos olvida disfrutarlo, pero siempre tratamos de ponerle nivel artístico al baile.
Paquita fue otro reto en un papel principal. No es una obra fácil; era la primera vez que hacía mis 32 fouettés. Fue un buen estreno. Al ver que ya estaba en el elenco, junto a las figuras principales, y yo siendo solista, me dije: “Tienes que ponerte para las cosas; hay que aprovechar la oportunidad”.
Estos papeles no los hace cualquiera, los hacen las primeras figuras. Debía esforzarme. Entonces me dediqué a ver bien sus ensayos, trataba de ver cómo se desempeñan, cómo hacen el personaje. Las primeras bailarinas del Ballet Nacional de Cuba son maduras, han hecho mucho esos papeles, y yo quería ver esos detalles de la interpretación, los pasos, para poder agregarlos a mi “vocabulario”.
Como solista del Ballet Nacional de Cuba [días después sería anunciado su ascenso a la categoría de bailarina principal de la compañía], me imagino que la mira está puesta en llegar a ser primera bailarina.
Sí. Desde chiquitos la meta es esa. Tal vez no todo el mundo quiera, claro, pero generalmente la mayoría lo desea. Eso para mí sería un sueño, pero lo bueno es ir escalando, poco a poco. Soy consciente de que el proceso no es instantáneo. También sé que por el éxodo de bailarines que hay he podido hacer algunos papeles y personajes que, tal vez, no me correspondía interpretar.

¿Crees que esa realidad ha posibilitado parte de tu avance?
Nunca lo sabré del todo. Si siguieran aquí algunas personas que se han ido, tal vez me darían la oportunidad de igual forma. El hecho es que te la den y sepas aprovecharla, porque creo que si no diera la talla no me hubieran puesto. Me lo he ganado.
Una vez completado este debut en El lago de los cisnes, ¿pones la mira en Giselle, tal vez?
Pienso en eso y me pongo un poco nerviosa. No sé… sí me creo capaz, pero eso es un nivel muy alto. Giselle es la consagración, lo último que una bailarina hace para demostrar que merece ser primera bailarina. Es lo más exigente, el “ballet joya” de la compañía. De momento, vendrá la posibilidad de protagonizar Don Quijote. Hasta ahora, de ese ballet, he interpretado a Mercedes y a la Reina de las Dríadas.

Mercedes es un papel que se te ha visto manejar con una gracilidad y naturalidad extraordinarias. ¿Es un rol que disfrutas?
Me gusta mucho, sobre todo en el tercer acto, el pas de deux. No sé si es la música, la coreografía, pero lo disfruto mucho. Me siento muy viva en ese momento.
¿Qué representa el ballet para ti?
Es algo que se siente. Son emociones que van cambiando. Cuando salgo a escena, ese momento es importante y único. Es donde puedo mostrarme como soy, donde puedo mostrar lo que me gusta hacer; ese instante vale oro para mí. Cada vez que bailo me siento tan contenta, tan feliz, tan llena. Son horas sacrificadas, pero gratificantes.
A los bailarines siempre nos duele todo el cuerpo, pero, aun así, insistimos y nos esforzamos en hacerlo, porque nos gusta, porque queremos hacerlo bien, demostrar lo bello, la limpieza de los movimientos. Para mí el ballet va de eso: de la belleza que puedas transmitir y de que el público se crea la historia que estás contando.

Cuando uno entra al escenario, te duela lo que te duela, se te olvida. Me ha pasado. A no ser que sea algo muy fuerte —y en ese caso habría una lesión, no estarías bailando—. Pero cuando entras a escena es otra atmósfera, todo cambia, se te olvidan los dolores porque te concentras en el personaje, en tu interpretación, en lo que estás haciendo en ese momento, y el dolor, realmente, se va.
Cuando miras lo que se hace a nivel internacional, ¿cómo ves el mundo del ballet hoy, desde tu geografía?
Me encanta la compañía del American Ballet Theatre, la Ópera de París; son referentes. En el mundo ya está compensado, en todas las compañías, el repertorio contemporáneo y clásico, a niveles altos. La gente está muy preparada, cuidan mucho la preparación física, que es lo que te mantiene para mejorar en el ballet, lo que te dará el sostén, tu fuerza, y te permite tener un mejor control de lo que haces, de lo que bailas.
Nosotros hemos tenido oportunidad de intercambiar aquí con coreógrafos que vienen de esos países donde se trabaja mucho el contemporáneo y lo neoclásico. Ellos vienen y les cuesta un poco el trabajo, porque no estamos acostumbrados a eso. Para nosotros es una motivación necesaria, algo diferente. A mí me encantaría explorar más en ese sentido. De hecho, yo iba a unos talleres en Mi Compañía, de Susana Pous, de estilo contemporáneo, porque quería experimentar esa manera de moverme. Si el mundo está tan avanzado, uno tiene que saber hacer de todo.
Teniendo esos otros dominios, a la hora de hacer el clásico, incluso, te da otras maneras de movimiento y tal vez lo puedes explotar más.
¿Has vivido algún momento de enfado con el ballet? ¿Te has sentido al límite?
He tenido mis momentos de frustración con algún movimiento que no me salía. Son cosas que te hacen crecer. Me pasó con el papel de la Reina de las Willis, en Giselle.
Me dieron la oportunidad de aprenderlo y yo lo vi muy grande para mí; no sabía si era el momento, pero ya que me daban la oportunidad, había que dar el paso. Empecé los ensayos, la maestra me indicó los tiempos. Llegué para hacerlo y no iba bien con el tiempo, porque no lograba entender la música. Lo intenté varias veces y no podía.
Me sentí mal y creo que era una cuestión de nervios, de predisposición con el personaje. Me sentí triste, me frustré, porque no entendía cómo no me salía algo tan simple como seguir la música —no era cuestión de técnica—. Eso fue mientras preparaban las funciones para el 27mo Festival Internacional de Ballet de La Habana 2022: no pude participar, porque no estaba lista. Ya en 2024, bailé dos funciones, la noche que se estrenaba Chavela Riera —ex bailarina principal del BNC— con Semyon Chudin (primera figura del Ballet Bolshói). Ahí me estrené como la Reina de las Willis.

Lograrlo me dio tranquilidad; cumplí las expectativas. Verme y sentirme bien con lo que hice me sirvió para crecer. Uno va madurando y entendiendo las cosas, y mejora. La Reina de las Willis no es cualquier papel: es muy demandante, exigente y cansa.
¿Cómo desconectas del ballet en tu día a día?
Soy muy casera. Si no estoy cocinando, organizando cosas, estoy viendo series con mi novio —el locutor Carlos Vila—. Él me apoya mucho; siempre antes de las funciones estudia conmigo: “¿En qué momento te cansas más?”. “En esta parte, yo como espectador, creo que puedes darme más expresión”… Siempre me da consejos, me comparte sus herramientas para lograr una mejor proyección.

¿Cómo es un día normal en tu vida como bailarina?
Me levanto y me preparo para ir a la compañía. Llego y trato de ir rápido a calentar, porque antes de empezar la clase quiero tener el cuerpo bien preparado para hacer los ejercicios más cómoda. Después de la clase tengo mi ensayo y, antes de eso, trato de merendar, algo que no siempre hago, porque a veces se me olvida. Eso llegó a afectar mi resistencia.
Por cierto, acabo de recordar que el primer papel principal que hice, en realidad, fue Cascanueces. Con este ballet me pasó que no llegaba al final en los ensayos, me cansaba muy rápido y me di cuenta de que era un problema de alimentación. A veces me daba igual almorzar o no, me iba a mi casa caminando, a veces por la noche me daba igual comer algo o no. Eso no debe ser así. Y lo hacía, no porque no tuviera comida, sino porque no tenía deseos de comer, estaba cansada. La maestra Loti Peón fue la que me lo detectó, y lo he corregido.
Entonces, termino el ensayo aquí, almuerzo, voy para la casa, trato de desconectar, me baño, me relajo y me pongo a ver series.
¿Qué serie estás viendo ahora?
Ahora terminé de ver una película que se llama G20, de acción, y la protagonista es Viola Davis. Me gusta la comedia también; hace poco vi una cinta que me entristeció un poco. Se llama Sin instrucciones, con Paco León de protagonista: qué manera de llorar. Yo soy sensible y películas así me estremecen un poco.
Me encantan las series policiacas; hace poco estuve viendo Wild Trent (3 temporadas). Los true crimes también me fascinan.
¿Hay algún ballet que te gustaría hacer en algún momento?
Lo hice (sonríe): El lago era mi sueño. Love, Fear, Loss, de Ricardo Amarante, son tres movimientos: me encantaría interpretar el último (Loss). Hay tanto que uno quisiera bailar.
¿Cómo definirías tu momento como bailarina?
Creo que estoy atravesando mi mejor momento y lo quiero aprovechar. Confieso que aún no me lo creo, pero lo sigo intentando. Apenas estoy comenzando y siento que tengo que ser más lanzada, arriesgada, porque a veces me cohíbo un poco, por miedo al qué dirán, por pena, por boberías. Son cosas que voy enfrentando. Al final, el que no arriesga no gana y sé que lo tengo todo para poder lograrlo y dar el gran salto. Me siento contenta, apoyada por los maestros, por mis amigos, por mi familia.