En medio de la rutina de ensayos y reuniones tuvo un momento para el diálogo. Lo ameritaba la ocasión, acaba de cumplir “un sueño muy largo y el más verdadero en mi carrera”, según sus propias palabras.
Desde hacía algún tiempo muchos en el mundo cultural de este país previeron el instante que ha hecho feliz a Grettel Morejón. “Justo el lunes 20 de junio Alicia me llamó a su despacho y me dio la noticia de mi ascenso a primera bailarina, una aspiración desde que uno comienza sus primeros pasos en la danza”, le cuenta Morejón a OnCuba.
Su nombre ahora pertenece a una prestigiosa lista de primeras figuras que han construido la historia de ese arte en la Isla. Ahora junto a Viengsay Valdés, Anette Delgado, Sadaise Arencibia y Yanela Piñera, Grettel conforma el grupo de bailarinas top del Ballet Nacional de Cuba (BNC).
“Siento mucha felicidad porque significa un reconocimiento a todos mis años de trabajo, pero al mismo tiempo constituye una gran responsabilidad porque represento una compañía reconocida internacionalmente y un país que, a pesar de ser muy pequeño, tiene una tradición de danza muy grande. Asimismo representa el reinicio de mi carrera desde otro punto de vista y con un poco más de nivel”.
Aunque “la diferencia entre lo que era y lo que soy hoy casi podría decir que radica en el status. Por lo general, en el BNC el bailarín principal interpreta lo mismo que los primeros bailarines, pero tiene acceso a más coreografías, incluso aquellas que sean para primeros solistas. En cambio, los primeros bailarines solo hacen los roles principales: Giselle, Quiteria en Don Quijote…”.
“Crecí en categoría. Sin embargo, perdí en posibilidades, pues a veces tenemos una sola función en una obra y por tanto tus oportunidades disminuyen. Siempre dije: deseo convertirme en primera bailarina, pero quiero bailar.”
Así lo hará por su talento y rigor, cualidades que la llevaron a otras geografías en un momento en que el Ballet Nacional ha flexibilizado sus permisos de contrato y acepta invitaciones fuera del país.
“He tenido experiencias en Italia, Perú… Además de un breve periodo en el ballet de Bulgaria donde por primera vez trabajé con figuras y un cuerpo de baile que no eran los míos. Eso me hizo crecer”.
“Me propuse el reto personal de aportar al ballet y a mi compañía. Cómo será todo aún resulta un misterio para mí. Eso lo descubrirá el público paso a paso. Pero también mis caminos están orientados a aprender nuevas experiencias y traerlas para acá”.
“Ahora mismo el director del Ballet de Perú y fundador del Miami City Ballet, Jimmy Gamonet, monta Romeo y Julieta para mí. En diciembre lo estrenaremos en Lima. A la vez estoy preparando Pas Clasicc cuyas funciones iniciarán la próxima semana. Después debemos hacer Don Quijote en la sede habitual de nuestras presentaciones”.
Y en la mención de tantas piezas clásicas le surge una pirueta en su rostro mientras revela que disfruta la libertad y naturalidad del estilo de Kennet MacMillan y de otros con cortes más contemporáneos. “Añoro interpretar Manon y su versión de Romeo y Julieta, coreografías que no hacemos quizás por el encarecimiento de su puesta en escena, pero si las hiciéramos seguro contribuirían a la retroalimentación del artista”.
Entonces retorna con su conversación a los más cercanos. Agradece y recuerda a quienes la hicieron y apoyaron desde los primeros años en sus “andanzas”.
“La familia muy contenta. Para ellos es un logro como para mí, después de tantos sacrificios”.
“Tengo presente a muchos profesores. Especialmente a Fernando Alonso, pues siempre que hago un ballet me pregunto qué me diría él de este movimiento o de este personaje. A las primeras bailarinas como yo, las de ahora y las de antes, porque que en ellas encuentro lo que muchas veces necesito lograr”.
“Considero que cada bailarín tiene una estrella propia. Esta carrera te permite escoger lo que quieres para ti, según la inteligencia de la persona. Es una pérdida de tiempo la constante comparación. Eso te conduce a nunca apreciar la magnitud de tus potencialidades”.
“Quizás en tiempos pasados la competencia entre los bailarines del Ballet Nacional era mayor y se hacía para ver quién abría un espectáculo, quién comenzaba una temporada y quien la cerraba. Yo me conformo con bailar y superarme. Soy mi propio punto de comparación”.
En esos principios terminó el diálogo. La esperaban para el comienzo de una clase y varias horas de práctica, saltos y giros ocuparían su tarde. “Siempre seré la misma muchacha de 18 años que entró por primera vez a la escuela de Calzada y D”, me dice sonriente. Así lo mostrará en escena.