Hace dos años, recién finalizado el 27mo Festival Internacional de Ballet de La Habana “Alicia Alonso” y con el Premio Internacional Honorífico de Danza “Josefina Méndez” en las manos, le pregunté a Joaquín de Luz (Madrid, 1976) si el público cubano lo volvería a ver. Su respuesta fue rotunda: “Seguro. No sé cómo todavía, pero seguro que sí. Estoy en contacto con Viengsay Valdés para hacer alguna colaboración”.
Recordé aquella promesa mientras se cerraban las cortinas del 28 Festival, el pasado 10 de noviembre, tras el regalo coreográfico que nos hizo el bailarín español. El estreno mundial de Gitanerías fue el broche de oro del evento. Con la música de Ernesto Lecuona como hilo conductor, unió sobre la escena a De Luz con Viengsay Valdés y a los pianistas Marcos Madrigal y Aldo López-Gavilán. El público cubano fue testigo, una vez más, de la genialidad y sensibilidad de su autor, una de las figuras internacionales más prestigiosas de la danza de este siglo.
A sus 48 años y recién finalizada su etapa como director artístico de la Compañía Nacional de Danza de España (CND), Joaquín acudió nuevamente a la cita en La Habana con la misma ilusión con que, en oportunidades anteriores, se ha presentado ante el público cubano. Se sabe el camino de regreso, con los ojos cerrados.
El vínculo de Joaquín con la audiencia cubana tiene un agradable retrogusto. En la memoria quedan sus Cinco variaciones sobre un tema —un solo creado por David Fernández para el propio De Luz— o el pas de deux de Giselle, que bailara con la rusa María Kochetkova en 2018 y que fue la antesala para que ese poderoso tándem asumiera el ballet completo en la versión coreográfica de Alicia Alonso, en 2022.
De ese año, el anterior Festival, aún conmueve su interpretación de Albrecht. Pero también nos regaló Eterno, junto a la bailaora Sara Calero, un fandango a dos manos —o cuatro pies— dedicado al genio de Picasso.
Para más dicha del público que recién salía de una pandemia, Joaquín de Luz llegaba entonces con toda su tropa de la Compañía Nacional de Danza (CND) y nos permitía ver su faceta como líder, tanto en la escena como fuera de ella —con el documental Hasta el Alba, de Horacio Alcalá, vimos parte de los procesos creativos de la agrupación bajo la dirección artística de De Luz. La “tapa al pomo” de aquella celebración la pondría la CND con su versión, firmada por el sueco Johan Inger, del clásico Carmen. Una auténtica revelación para los cubanos.
Con todas esas vivencias aún frescas en la memoria, resultaba indisimulable el entusiasmo por la presencia en Cuba de Joaquín de Luz, entre otras figuras internacionales. Además, ocurría esta vez una confluencia especial entre las paredes de la sede del Ballet Nacional de Cuba, compañía anfitriona del Festival: se reencontraron Julio Bocca, Marcelo Gomes, José Manuel Carreño y De Luz, que antaño formaron parte de un momento especialmente luminoso de la danza masculina en el American Ballet Theatre (ABT).
En el ABT, De Luz brilló notablemente. Luego pasaría a ser primera figura del New York City Ballet —entre ambas compañías, un bregar de dos décadas—, etapas donde se forjó la leyenda que es hoy este intérprete, Premio Benois de la Danse (2009) como mejor bailarín masculino y Premio Nacional de Danza de España (2016).
Quedó patente una vez más la maestría cuando salió en este festival a bailar su Farruca —debe su nombre al palo flamenco originado en el norte de España—, un solo que forma parte de la obra A tu vera, compuesta a cuatro manos entre el español y Sara Calero.
Luego volvería a escena en un dueto exquisito con sabor salado, mezcla de viento y mar, junto a la bailaora española Patricia Donn, de estreno en la escena habanera. De quererte tanto no solo fue una pieza capaz de conectar con el público, también una declaración de intenciones de sus intérpretes.
Al día siguiente de esa presentación encontré a Joaquín de Luz a su llegada a los ensayos en la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, donde tendría lugar la gala de clausura del 28 Festival y el cierre esperado con el estreno mundial de Gitanerías. A pesar de las premuras, de los contratiempos que había impuesto por esos días el paso del huracán Rafael por el Occidente del país y la expectación que suponen para un artista los momentos previos a un estreno, hubo tiempo para conversar sobre esta nueva visita, la danza y el futuro.
Llegas al final de otro Festival en La Habana. ¿Cómo describirías esta visita?
Con mucho cariño y gratitud. Esta vez he tenido la oportunidad de traer a Patricia Donn (España) y a Denys Cherevychko (Ucrania). Cuando traes gente que nunca ha experimentado el Festival y lo que se siente aquí, cómo fluye, es muy bonito, porque es como hacer de anfitrión de una de mis citas favoritas, en lo personal y en lo profesional. Entonces, abrir paso a artistas que aprecio y ver el mismo resultado, que ellos tengan un desempeño parecido al de mi primera vez acá, me alegra mucho.
De quererte tanto levantó muchas sensaciones en el auditorio. ¿Qué circunstancias rodearon la creación de esa pieza?
La idea era exactamente el viaje, el encuentro entre España y Cuba. Surgió de una forma espontánea; Patricia me mostró la canción homónima, una guajira pero cantada por una mujer española flamenca. Una música con rasgos de ambas orillas. Sonó la clave y yo sabía desde el minuto uno que eso iba a conectar con el público. También ayudó la forma en que lo planteamos: un encuentro entre dos temperamentos, con una pequeña conversación, un piquecito. Creo que funcionó muy bien y el público se identificó mucho.
Se percibía mucha naturalidad y sintonía entre Patricia y tú en esa pieza. ¿Cómo fue el trabajo con ella?
Pues fluyó muy rápido. Siempre que me meto a trabajar en un estudio con alguien de otro gremio —del flamenco en este caso— me surge la duda de cómo va a fluir la cosa, de si habrá atascos. Con ella fue todo natural. Creo que esa confidencia que tenemos, esa conexión que sentí desde el minuto uno en el estudio se plasmó en el escenario.
Cuando conectas con una persona y el público lo percibe, se extiende un puente sólido que va más allá de los intérpretes. Aquí en Cuba la gente sabe mucho de danza y espera algunas cosas. Pero al final la parte humana es lo que más nos toca, la “bomba”.
El público que te conoce y te ha disfrutado ya sabe, hasta cierto punto, qué esperar de ti como intérprete. Pero, ¿qué esperas tú en esos momentos en que estás a punto de salir al escenario? ¿Cuáles son los sentimientos que te brotan como artista sobre la escena?
Cuando te sientes querido en un sitio es cómodo. Todos estos años bailando en casa (Madrid) también lo han sido. Se puede bailar mucho en escenarios del mundo, pero algunos son más cercanos humanamente a uno. Aquí, en Cuba, percibo el calor del público, percibo que se me quiere y ese cariño es mutuo. Creo que mi conversación con este país ha sido siempre muy honesta. He tenido esa conexión con el Ballet Nacional de Cuba desde que iban a Madrid, al Teatro Albéniz, todos los veranos. Yo iba noche tras noche a verlos. Desde entonces el vínculo ha ido creciendo y evolucionando: los viajes a Cuba, la buena relación con artistas cubanos como José Manuel Carreño, Carlos Acosta, Lorna Feijóo, entre tantos otros. Son lazos de hermandad; me siento muy identificado con ellos. Se produce un feeling enseguida. Soy una persona a la que le gusta relacionarse, no estar tan serio siempre y no dejar de lado el sentido del humor. Entonces, cuando salgo a este escenario, me siento querido; eso me da un poco de alas.
¿Y qué hay de Gitanerías?
Al principio íbamos a hacer la pieza solo con la “Gitanerías” de Ernesto Lecuona, pero se me quedó corta, porque esa obra tiene solo dos combinaciones. Anteriormente había hecho dos piezas de Lecuona con otra bailarina y le planteé a Viengsay incluir “La Malagueña”, que también es muy conocida y empieza en una clave un poco más íntima. Encima, ya que contábamos con estos dos “monstruos” que son Marcos Madrigal y Aldo López-Gavilán, dejamos que ellos también se lucieran, y así fueron surgiendo ideas.
Las inspiraciones tienen que ver con la gente que migraba en el siglo pasado y se escapaba de la guerra en España y venía aquí. Tiene mucho de bohemia y de melancolía. La pareja que baila ha vivido un amor en el pasado y se encuentran en este recital. Mientras el pianista toca, ellos disfrutan de la música, entonces es en ese momento de la noche que empieza la conversación, cuando se piensa si se van a malinterpretar las señales, si uno mira de una forma o dice algo que incomoda a la otra persona. Hay mucha historia ahí. Creo que al final lo que se entiende es que estas dos personas celebran la parte que las unió, la alegría, lo bueno.
También nos apoyamos con proyecciones de imágenes antiguas de esa gente que emigró. Lecuona significa mucho esa unión, esa simbiosis entre lo español y lo latino.
Lo he pasado muy bien con Viengsay; es la primera vez que bailamos juntos y ha sido muy fácil. La he españolizado un poco y ella me ha cubanizado un poco a mí también (sonríe). Es una gran profesional y ojalá hubiéramos tenido más tiempo de ensayo, porque nos pilló el huracán y tuvimos solo tres días para prepararnos. Un reto total, pero todo fluyó muy rápido.
Para la pieza utilizaste “Gitanerías”, “La Malagueña” y “La Comparsa”. ¿Qué sientes con la música de Lecuona?
Una emoción tremenda. Llevo años queriendo hacer algo con Lecuona. Tarde en la siesta —creación de Alberto Méndez, con música del compositor cubano— me hubiera gustado llevarla a la compañía (Compañía Nacional de Danza). Me identifico mucho con la música de Lecuona, porque yo creo que viví aquí en otra vida (sonríe) y él tiene la perfecta sintonía entre los dos mundos, esa conexión de pueblos que se entienden culturalmente y que tienen la sangre como vínculo.
¿Cómo fue tu reencuentro estos días con Julio Bocca, José Manuel Carreño y Marcelo Gomes?
Ha sido muy lindo. Cuando llegué a ABT llevaba años viendo a José Manuel, lo admiraba; Julio Bocca también era un ídolo para mí. Cuando llegué a ABT —era un pipiolo, tenía 19 años— esa gente me acogió como un hermano pequeño, fue maravilloso. Fue una época en la que no solo me ayudaron dentro del estudio, ellos se quedaban a ver mis ensayos, me hacían correcciones, me ayudaban también fuera de ese contexto. Siento tanta gratitud por eso y, claro, es como si tu ídolo de repente se hace presente, te ayuda. El reencuentro ha sido muy lindo, porque había visto a José y a Marcelo, pero no a los cuatro a la vez.
Te vimos la edición pasada en varias facetas interpretativas, al frente de la Compañía Nacional de Danza (CND), de España, agrupación de la cual fuiste director artístico durante cinco años, hasta hace unos meses. ¿Qué dejó la CND en Joaquín De Luz?
Mucho aprendizaje. Creo que todas las experiencias te enseñan, tanto las negativas como las positivas. Ha sido un tramo difícil en mi vida. Haber bailado en tantos sitios donde aman la danza, donde les interesa, y ver que en España, con el talento que hay, no importa, y que no la apoyen tanto, es muy frustrante. Yo la he pasado mal. Al final los políticos son los que toman la decisión —la CND depende del Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música, adscrito al Ministerio de Cultura de España—. Entonces, mucho ejercicio de contención, de paciencia, de ajustarse, de resiliencia.
Amo lo que hago, siempre lo he amado y si voy a algún sitio es para aportar, pero me tienen que dejar, porque si no, mi naturaleza no es de quedarme sentado y pasivo, sin que nada pase. A mí me llamaron a España para hacer un cambio; yo no me puedo quedar sentado cobrando un sueldo público para que nada pase. He sido una piedra en el zapato para ellos.
Eso sí, hubo partes muy buenas en esa etapa. De puertas adentro, en la CND, el trabajo ha sido muy bueno y, como te digo, un aprendizaje. Eso te da herramientas para el próximo reto; ya veremos cuál es.
Y encima de todo eso, ¿hay satisfacción?
Sí, total. El balance es positivo, pese a todo. Yo lo que quería era aportar. Espero haberlo hecho un poquito al menos.
¿Cuál es el próximo paso para Joaquín de Luz?
Me han dado la dirección artística de los Veranos de la Villa 2025, un festival que lleva 40 ediciones, un clásico en Madrid. Es muy lindo. La noche de verano en Madrid es muy activa, el público es muy diverso, desde el turista que viene a visitar la ciudad hasta la gente mayor que no puede irse a la playa, y gente más humilde también. Es un reto bastante grande. No solo tengo que programar danza, también teatro, cine, música de todo tipo, circo y artes escénicas en la calle en general. Hay un abanico enorme de actividades y me da un poco de vértigo, pero yo creo que de vez en cuando hay que permitirse sentirlo. Es bueno para no quedarse en la zona de confort nunca. Acepto el reto. Ya veremos.
Eres una figura de prestigio en el panorama internacional de las artes escénicas. ¿Cómo ves el mundo de la danza como arte y mercado hoy?
Creo que la sociedad se refleja en la danza. Nos cuesta estar presentes en ese universo hoy, convencer a alguien para que se siente a ver un espectáculo, mucho más en el mundo occidental, que tiene de todo, muchas tecnologías.
Estamos maleados. Abres un teléfono y te bombardean de información. Las nuevas generaciones buscan más la gratificación instantánea y se ha perdido esa presencia y ese regalo que uno se puede hacer así mismo de sentarse en una butaca por dos horas, sin teléfono, y dejarse llevar a otro mundo.
Quiero pensar —soy un romántico y un quijotesco— que esa masividad volverá otra vez. Se ha perdido el cuidado. Ahora se hace mucho entretenimiento para poder llegar a un público, pero para que te llegue un artista no hace falta mucho, lo que hace falta es hacerlo bien. Para eso se requiere que el público también esté entregado y presente.
Cuando iba a ser padre, me preguntaba “¿Qué le voy a dejar a mi hijo? ¿Qué le voy a enseñar?”. Al final, lo que importa es la presencia, estar presentes como personas, como público, como artistas. Se nos va la vida rápido, mientras somos bombardeados de información. Creo que hay que tomar un poco de pausa y desarrollar. Un bailarín se hace con tiempo, es una artesanía. Ahora los jóvenes creen que pueden bailar porque logran imitar un salto que han visto en YouTube, y no es así.
Dicha nuestra que nos quede la presencia de Joaquín de Luz.
Por muchos años aún, téngalo por seguro. De una forma u otra, espero que mi cuerpo me siga dando para seguir bailando y conectar con quien disfruta de esto que hacemos.