Una de las estrellas de la danza, el argentino Julio Bocca, cumplió su promesa de regresar a Cuba y si antes fuimos testigos de su entrega escénica, ahora, después del retiro teatral, podemos dar fe de su entrega en otro plano igual de relevante. El aclamado artista brindó una serie de consejos a las nuevas generaciones de bailarines, tras impartir una clase magistral a estudiantes de la Escuela Nacional de Ballet en homenaje al gran pedagogo cubano Fernando Alonso.
Bocca invitó a los aprendices a marcar una diferencia desde el corazón, aprovechar la música al máximo, aprender a conocer cada uno su cuerpo y procurar buenas relaciones con los compañeros porque casi nunca subirán solos al escenario.
Al día siguiente, el ganador del Premio Benois de la Danza en 1992, considerado el Oscar de esta manifestación, se integró como un bailarín más a la clase del maestro Lázaro Carreño en el Ballet Nacional de Cuba. Todos allí admiraron su sencillez y cuando le preguntaron por el futuro del ballet el director de la compañía nacional de Uruguay abogó por una unión latinoamericana entre entidades y teatros para hacer coproducciones favorables a todos.
“La idea no es tan fácil de llevar adelante como pensaba hace cuatro años pero estamos dando los pasos posibles en la actualidad”, aseguró el artista que intenta situar a su compañía en un puesto de altura en el continente desde su ascenso a la dirección en junio de 2010, por nombramiento del presidente del gobierno, José Mujica.
La designación tras su retiro escénico le cambió la vida, le permitió emprender una nueva carrera y disfrutar de placeres como la tranquilidad hogareña.
“Por primera vez, vivo en un país un año entero, porque antes me pasaba la vida viajando el mundo para actuar en numerosas galas y festivales, tenía muchas invitaciones y ahora disfruto estar en casa, tomarme un vinito tinto y ver el atardecer frente al río”, confesó.
Sin embargo, en próximas semanas no estará tan quieto pues recibirá un reconocimiento en Estados Unidos, concedido por el Ballet de Washington, y asistirá a una reunión con las compañías municipales de Río de Janeiro, Brasil; Chile y el Teatro Colón de Buenos Aires, Argentina. Tiene la esperanza de implementar una colaboración y que otras compañías se integren al proyecto en el futuro.
El Ballet Nacional de Uruguay, apodado Sodre por las siglas de la entidad que le dio origen, cumplirá 80 años de fundado en 2015 y, según el director, para celebrarlo bailará sus versiones de Coppelia, Giselle, un programa mixto de piezas contemporáneas y clásicas, algún estreno coreográfico y una gala especial con artistas invitados el 24 de noviembre, día del nacimiento.
Para cerrar ese año, la compañía interpretará por primera vez el Romeo y Julieta coreografiado por Kenneth MacMillan y espera en 2016 montar otro clásico del siglo XX como Oneguin de John Cranko, además de la versión de Carmen del creador español Goyo Montero.
El director pretende mantener la línea clásica del conjunto y al mismo tiempo cultivar una buena base contemporánea porque “el artista de hoy debe ser completo, saber desenvolverse en todos los estilos con similar excelencia”.
Como bailarín, Julio fue un torbellino en escena, grandes saltos, numerosos giros y una pasión que delataba su sangre latina pero siempre le preocupó el arte, no solo la técnica, por eso procura que sus bailarines reciban clases de teatro a fin de crear un personaje coherente y mantenerlo durante toda una obra.
“Tiene que haber algo más que simplemente una técnica, debe producirse un sentimiento aunque el bailarín solo camine sobre el escenario”, aseveró el danzante que durante su carrera soportó siete operaciones sin claudicar en el empeño de crecer como artista.
Justo cuando se recuperaba de la primera intervención, después de haber conquistado la medalla de oro en el Concurso Internacional de Ballet de Moscú (1985), recibió una llamada del célebre Mijaíl Baryshnikov, quien lo invitaba a formar parte del American Ballet Theatre (ABT). Su contrato de primera figura en ese conjunto desde 1986 le permitió desempeñarse en las grandes obras del repertorio universal, pero la oportunidad de debutar en el clásico El lago de los cisnes se le dio en La Habana, ese mismo año, durante el noveno Festival Internacional. La función junto a la primera bailarina cubana Ofelia González devino suceso todavía recordado por los amantes del ballet en esta Isla.
El virtuosismo que lucía Julio, con marcado carácter latino, le atrajo invitaciones del Ballet de Dinamarca, el Bolshoi, el Mariinsky, la Scala de Milán y otras instituciones de Venezuela, Japón, Francia, Canadá, entre varias. Bocca integró el ABT durante más de 20 años y compartió la escena con estrellas femeninas como Nina Ananiashvili, Susan Jaffe, Julie Kent, Natalia Makarova, Amanda Mckerrow y Alexandra Ferri, con quien logró una pareja de leyenda.
Además, incursionó en teatro musical y hasta en el cine en 1998 cuando Carlos Saura lo invitó a actuar en Tango. “Llegué hasta el Oscar”, exclama risueño al recordar que la película estuvo nominada en el apartado de Mejor filme de habla no inglesa, también recibió nominación al Globo de Oro, dos postulaciones al Goya y un Premio Técnico en el Festival de Cannes, Francia.
A la última función de Bocca, ocurrida en Buenos Aires, asistieron 300 mil personas, sin embargo, asegura que no extraña el escenario. La relación con las audiencias sigue siendo vital y una de sus áreas de trabajo en Uruguay para llenar el teatro y esparcir el gusto por el arte. Con este fin, realiza anualmente giras nacionales y presentaciones gratuitas en poblados pobres y escuelas rurales.
“Promover la integración de alguna persona con las artes es satisfactorio, los niños no tienen que convertirse necesariamente en bailarines, el espectáculo de ballet brinda una gama muy completa de música, luces, escenografía, diseños y elaboración de vestuarios, maquillaje”, observó.
Además del intento exitoso por recuperar el público de ballet que se había perdido en años de descuido, Bocca propició los montajes de clásicos imprescindibles como El lago de los cisnes, El corsario, en la aplaudida versión de Anna-Marie Holmes, la célebre composición de Natalia Makarova de La bayadera, así como de obras de George Balanchine, Nacho Duato, Anthony Tudor, Jiri Kylián y William Forsythe, grandes coreógrafos.
Con razón, los críticos de danza hablan de una nueva época de oro del ballet en Uruguay y tras apreciar el calibre de dos de las primeras figuras del Sodre, María Riccetto y Ciro Tamayo, en el 24 Festival Internacional de Ballet de La Habana, nadie duda del despunte de la compañía. Julio Bocca desde cualquier puesto que asume sigue siendo una estrella.