La reverencia de la luz

Foto: Andres Serrano, 2012

Las letras se aprietan, caen. Son rasgos alargados, dramáticos. La breve esquela está firmada por Dulce María Loynaz en diciembre de 1996. Un lustro atrás ha merecido el Premio Cervantes y está a punto de cumplir 95 años. Su destinataria es Alicia Alonso:

“Creo recordar que una vez escribí que Alicia se movía como una luz y en efecto esa es la sensación que da cuando baila (…) La vemos mecerse en él como en una hamaca invisible, como si algo también invisible la sostuviera frente a nuestros ojos”. (1)

La escritora está al lado de Alicia desde el principio. Un arte inflama al otro, preconizó el coreógrafo ruso Mijaíl Fokin. Estrella del American Ballet Theatre neoyorquino, la bailarina ha decidido fundar en su país una compañía de ballet. El acontecimiento se produce en el antiguo Teatro Auditorium de La Habana, el 28 de octubre de 1948.

A otros tal vez podría pasar inadvertida la historia que comenzaba a gestarse sobre puntas, pero no a la escritora. Que un arte tan exclusivo decidiera echar raíces en Cuba, que lo hiciera de manos de una artista honrada aquí y allá, no es cosa de todos los días.

Por diversas vías, la Loynaz se mantenía al tanto de los sucesos y vaivenes de la alta sociedad habanera. Entraban en su casa, por así decirlo, pues su esposo, el periodista canario Pablo Álvarez de Cañas, era el cronista social preferido de la época.

El artículo de Dulce María aparecerá en una sección firmada por su cónyuge en el periódico habanero El País, el 7 de noviembre de 1948. Y aunque dedica unas líneas a la leyenda de Giselle, a lo que asoma en la escena, es la poesía quien prueba su linaje:

“Isadora Duncan dice (…) que la bailarina debe moverse como una luz, posarse en la tierra con la naturalidad de un rayo de luz sobre las flores. Es decir no tener pies, porque la luz no los tiene, y si los tiene, a pesar del precepto, debe olvidarse de ellos, portarse como si no los tuviera”. (2)

No es que fuese la primera ni la única que hablara de la Alonso. Mario Pasi ha dicho que es quizás la última divina de nuestro tiempo, Maurice Béjart que se trata de un ser eterno y el crítico por antonomasia del ballet, Arnold Haskell se había preguntado: ¿Cómo puedes interpretar a Giselle, si Giselle eres tú?

Son frases lapidarias, es cierto; mas la escritora cubana no desmerece. La danza es un arte puro, casi un rito, apunta. Parecería que las palabras no bastan, que no alcanzan para apresar los gestos, para aprehender la atmósfera; pero la mística imanta sus párrafos.

Conmueve el encuentro de dos mitos de la cultura cubana. De reverencia y de generosidad hay en lo escrito, pero sobre todo de conciencia nacional y altura estética. Dulce María suele ser severa en sus juicios, ríspida; pero esta vez no escatima. No duda. Y al hablar de Alicia Alonso, anda escribiendo para la eternidad:

“Ella es de veras una luz que se mueve. Ella es leve, ondulosa, casi traslúcida. Guarda siempre los ojos bajos para que no le interfieran la danza; las manos se le funden con la música, los pies en el aire, el ruedo del vestido en una nube imaginaria. (3)

Notas:

(1) Dulce María Loynaz. “En la región del aire”, revista Cuba en el ballet, La Habana, 1997, Vol. 7, N. 1-2, p. 57.

(2-3) Dulce María Loynaz: “Como un rayo de luz”, revista Cuba en el ballet, La Habana, 1991, Vol.2, N. 1, p. 42-43.

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